El método Trump en 2025: presión para "resolver" ocho conflictos o aranceles para doblegar a medio mundo
- El presidente se arroga el mérito de haber "logrado la paz" en conflictos enrocados que todavía continúan
- Su política de aranceles en pos del "America First" ha puesto en jaque el comercio global
El presidente estadounidense, Donald Trump, se jacta con frecuencia de haber "resuelto" ocho conflictos desde que asumió el cargo en enero, si bien algunos de ellos, como el que enfrenta a Tailandia y Camboya o a Ruanda y Congo, ya han empezado a desmoronarse. Otros, como el de Egipto y Etiopía, con tensiones recientes por la distribución del agua, ni siquiera llegaron nunca al punto de conflicto armado; y otros, como el de Serbia y Kosovo, que sí estuvieron en guerra en los años noventa, la intervención del republicano se ha limitado, como mucho, a abortar posibles nuevos actos de violencia tras amenazas mutuas entre las partes que nunca llegaron a materializarse. Quedan pendientes sus dos grandes apuestas: terminar con la guerra en Ucrania y afianzar el acuerdo de alto el fuego entre Israel y la milicia islamista Hamás en la Franja de Gaza.
Desafíos por los que el norteamericano asegura merecerse, tal y como ha señalado en varias ocasiones, el Premio Nobel de la Paz. Un reconocimiento que sin embargo este año recaía en la venezolana, María Corina Machado, quien, según Trump, le llamó para transmitirle que aceptaba el premio "en su honor porque él lo merecía", añadiendo que había estado "ayudándola en el camino" de su lucha política. "Estoy feliz porque salvé millones de vidas…", señaló el republicano durante una comparecencia en el Despacho Oval ante periodistas.
"Esta afirmación de que ha arreglado ocho guerras en ocho meses no se tiene en pie", asegura a RTVE Noticias José María de Areilza, profesor de Derecho de la Unión Europea en la escuela de negocios ESADE y Secretario General de Aspen Institute España. "En primer lugar, Trump seria incapaz de enumerar estos ocho conflictos. Lo único que ha hecho al aplicar mucha presión ha sido conseguir un alto el fuego, pero no una arquitectura de seguridad como ha ocurrido con Gaza. Se trata de un alto el fuego cogido con alfileres, pero no está claro que haya hecho nada viable por la solución de los dos Estados", añade.
A principios de año, Trump aún no había tomado posesión formal de su cargo cuando activó la herramienta que define su estilo desde el primer mandato: la presión directa. El primer frente fue Israel y Gaza. Tras más de quince meses de ofensiva israelí, con más de 70.000 muertos palestinos y una devastación sin precedentes según las agencias humanitarias, la llegada de Trump en enero funcionó como un acelerador político.
Su mensaje al primer ministro israelí Benjamín Netanyahu fue claro: Estados Unidos no iba a iniciar un nuevo mandato con una guerra abierta, imprevisible y con un alto coste regional. Así, el primer alto el fuego alcanzado el 15 de enero no terminó con el conflicto, pero sí rompió con una dinámica de confrontación permanente y marcó el primer giro político relevante tras meses de parálisis. Netanyahu iba a llegar tan lejos como Trump le permitiera, y el estadounidense mostró pronto signos de agotamiento con el hábil líder israelí, aunque en público nunca haya dejado de apoyarle.
Después de Israel, llegaría Ucrania. La guerra, iniciada en febrero de 2022, entraba en su tercer año con el frente militar prácticamente estancado y un desgaste creciente. Estados Unidos había comprometido más de 75.000 millones de dólares en ayuda a Kiev, mientras en Europa se intensificaba el debate sobre la sostenibilidad de ese esfuerzo en una controversia que parece haberse resuelto en la última y más importante reunión del Consejo Europeo. Trump presionó al presidente Volodímir Zelenski, recordándole que el respaldo estadounidense no será ilimitado; a los aliados europeos, exigiendo mayor implicación financiera; y a Moscú, sugiriendo que el margen para prolongar el conflicto se estaba reduciendo. No había acuerdo de paz, pero sí un cambio de marco: Trump reactivaría contactos diplomáticos que con su predecesor, Joe Biden, fueron políticamente inviables.
Donald Trump y Volodymyr Zelensky durante la polémica reunión que mantuvieron en la Casa Blanca en febrero de 2025 SAUL LOEB / AFP
En ambos escenarios, tanto en Gaza como en Ucrania, el estadounidense no ha actuado como mediador neutral, sino como actor que impone urgencia. Su objetivo no era resolver las causas profundas de los conflictos, sino reducir escenarios abiertos que condicionasen su margen de maniobra desde el inicio del mandato. "Trump entiende el poder no para reformar, sino parar romper, tanto en el ámbito doméstico como en el internacional", comenta al respecto el profesor José María de Areilza. "Lo utiliza de una manera casi temeraria, para dejar a todos en estado de shock. Prefiere el caos al orden, porque cree que las élites mundiales son corruptas y considera que la única manera de avanzar con ellas es rompiendo con lo establecido", puntualiza.
Otros acuerdos: de Congo o Camboya a Nagorno Karabaj
Tras esos dos frentes prioritarios, la presión del líder republicano se ha extendido a conflictos considerados secundarios en la agenda internacional, pero estratégicos para la estabilidad regional. En África central, Estados Unidos ha auspiciado un acuerdo entre Ruanda y la República Democrática del Congo (RDC) tras años de enfrentamientos indirectos en el este congoleño. Los presidentes Paul Kagame y Félix Tshisekedi sellaron el compromiso en Washington, en un contexto marcado tanto por la presión diplomática como por intereses económicos. El pacto prevé cooperación en seguridad y abre la puerta a inversiones en sectores clave como los minerales críticos, la energía y el turismo. Sin embargo, actores armados siguen activos sobre el terreno -con el grupo rebelde M23 tomando ciudades clave en el este de la RDC desplazando a miles de civiles- y algunas milicias no han participado en el acuerdo, lo que limita su impacto inmediato.
En el Cáucaso, se han producido avances entre Azerbaiyán y Armenia tras décadas de enfrentamientos en torno a Nagorno Karabaj. El presidente azerí, Ilham Aliyev, y el primer ministro armenio, Nikol Pashinyan, firmaron en Washington un marco de cooperación que prioriza la conectividad regional y la dimensión económica. No se trata de un tratado de paz pleno. Bakú insiste en que la normalización definitiva dependerá de cambios constitucionales en Armenia, mientras Estados Unidos obtiene un papel central en el desarrollo de un corredor estratégico que altera equilibrios regionales sensibles.
En los Balcanes, la administración Trump sostiene haber contribuido a evitar una escalada entre Serbia y Kosovo, un conflicto latente desde finales de los años noventa. Aunque no se han producido combates abiertos, Prístina atribuye a la intervención estadounidense la contención de tensiones recientes, una versión que Belgrado niega, reflejando la fragilidad del equilibrio.
En el noreste de África, Washington ha reivindicado avances en la disputa entre Egipto y Etiopía por la Gran Presa del Renacimiento Etíope, un proyecto clave sobre el Nilo Azul que El Cairo considera una amenaza para su seguridad hídrica. No se ha anunciado ningún acuerdo formal, pero las tensiones se han reducido. Analistas subrayan que factores externos, como un periodo de lluvias más abundantes, han influido tanto o más que la diplomacia estadounidense.
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En el sur de Asia, Trump ha reclamado un papel decisivo en el alto el fuego entre India y Pakistán tras varios días de enfrentamientos entre dos potencias nucleares. Islamababad ha elogiado la mediación estadounidense, mientras Nueva Delhi rechaza cualquier intervención externa y defiende que el acuerdo fue bilateral. Esa discrepancia han tensado la relación entre Trump y el primer ministro indio, Narendra Modi, y ha tenido consecuencias económicas posteriores.
En el sudeste asiático, la intervención estadounidense fue más visible en el conflicto entre Tailandia y Camboya, dos países con una disputa fronteriza de décadas. Tras ataques aéreos y el desplazamiento de miles de civiles, Trump vinculó de forma explícita las negociaciones comerciales con ambos países a la necesidad de detener los combates. El alto el fuego redujo la intensidad de la violencia, aunque los enfrentamientos han reaparecido posteriormente.
Por último, en Oriente Próximo, Estados Unidos presionó para frenar la escalada entre Israel e Irán tras casi dos semanas de ataques directos en junio, un episodio que incluyó bombardeos contra objetivos relacionados con el programa nuclear iraní. El alto el fuego se ha mantenido, aunque el trasfondo del conflicto sigue sin resolverse. Es más, ya se está fraguando una nueva guerra entre Israel e Irán.
"Trump parece creer que puede intervenir y resolver un conflicto profundo y prolongado con un par de llamadas telefónicas o un acuerdo sobre minerales", comentó recientemente Daniel B. Shapiro, exembajador de Estados Unidos en Israel en el diario The Washington Post. "Pero la diplomacia para la resolución de conflictos suele implicar un compromiso mucho más sostenido”, puntualizó el diplomático.
La palanca de los aranceles
La presión se extiende también al terreno económico. Trump ha vuelto a situar los aranceles en el centro de su política exterior, no solo como herramienta comercial, sino como instrumento de coerción política. A comienzos de 2025, la Casa Blanca anunció un arancel base del 10% sobre la mayoría de las importaciones a Estados Unidos, al que se sumarían gravámenes específicos por país y sector.
China sigue siendo el país más afectado. Los aranceles acumulados alcanzan de media en torno al 55%, resultado de la combinación de tasas generales y recargos sectoriales en tecnología, bienes industriales y productos de consumo. "La propuesta de Trump es muy poco ortodoxa porque este tipo de aranceles se retiran en función de la presión que puedan ejercer países como China", apunta José María de Areilza, de ESADE. "La gran apuesta de Trump es por la inteligencia artificial, el llamado 'proyecto Manhattan': poner todos los recursos públicos y privados para ganar a China en el área de la IA y dictar las reglas de esta nueva revolución industrial", explica el profesor.
En Vietnam, los gravámenes llegaron a situarse por encima del 45%, mientras que otros países del sudeste asiático y de África enfrentan tasas superiores al 40% en determinadas áreas comerciales.
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Entre los socios tradicionales, México y Canadá están sujetos a aranceles de hasta el 25% en parte de sus exportaciones, con excepciones bajo el acuerdo T-MEC. Japón y Corea del Sur han afrontado tasas cercanas al 25%, aunque algunas se han suavizado tras negociaciones bilaterales. La Unión Europea ha estado sometida a aranceles de hasta el 20% sobre numerosos productos, rebajados en algunos casos al 15% tras acuerdos parciales.
En contraste, aliados estratégicos como Reino Unido, Australia o algunos países de América Latina mantienen tasas cercanas al 10%, alineadas con el arancel base y por debajo de los niveles aplicados a China o Vietnam.
A ello se suman aranceles sectoriales, como el 25% al acero y al aluminio o gravámenes similares sobre vehículos importados, que afectan de forma directa a industrias clave y a las cadenas de suministro globales. En varios casos, la Casa Blanca ha anunciado tasas más elevadas para después ajustarlas en el marco de negociaciones, utilizando los aranceles como advertencia y palanca de presión. "Con los aranceles, Trump ha buscado dividir a los trabajadores de otros países y unir a sus bases", señaló en una entrevista en RTVE Clara Mattei, profesora de Economía y directora del Centro de Economía Heterodoxa de la Universidad de Tulsa, Oklahoma.
"El proteccionismo ya había empezado con Joe Biden, pero el proteccionismo desmedido de Trump es el que ha dificultado la prosperidad global, además de poner impuestos a sus propios consumidores, sobre todo a las rentas más bajas", dice al respecto José María de Areilza. "Acabamos de saber que la economía de Estados Unidos creció en el tercer trimestre -y a su mayor ritmo en dos años- al 4,3%, muy por encima de lo que se esperaba. Sí, la economía está yendo muy bien, pero solo para una parte del país, la vinculada con las industrias de tecnología, energía o finanzas", apostilla. "Los aranceles son responsables de los grandes datos económicos que se acaban de anunciar”, ha dicho al respecto Donald Trump, pese a que las tarifas también representan una tasa extra para los norteamericanos.
En definitiva, el balance de final de año deja una conclusión incómoda. Mientras los datos económicos en el ámbito doméstico parecen validar la apuesta del republicano por la presión como eje vertebrador de su política económica, en la arena internacional, si bien su método funciona a corto plazo, no garantiza una paz duradera, ni corrige las causas profundas de los conflictos. Trump no promete estabilidad estructural, sino control, ruptura y caos. Y en un mundo marcado por guerras prolongadas y una diplomacia claramente agotada, está por ver si su apuesta por la presión a golpe de decretos y amenazas sienta las bases de un nuevo orden mundial basado en algo más que el '“America First” o en la unilateralidad de Estados Unidos.