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Afganistán, un año después

Empezar desde cero en España con el corazón en Afganistán: "Si los talibanes abandonan mañana, vuelvo"

  • Unos 3.900 refugiados afganos han llegado a nuestro país desde la toma de Kabul por los talibanes
  • España ha sido el centro de conexión para colaboradores afganos que continuaron su viaje a otros países

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Informe Semanal - Lejos de Afganistán

En el sistema de acogida español hay ahora 2.257 refugiados afganos. Entre ellos se encuentran, además de excolaboradores de nuestro país, otros de organismos internacionales o trabajadores del anterior gobierno afgano, personas que estaban en alto riesgo, mujeres activistas o periodistas. 2.200 fueron evacuados en la dramática operación desde el aeropuerto de Kabul hace un año.

Sus recuerdos resumen toda una tragedia: “Había muchos controles de los talibanes”. “No tuvimos tiempo. Hicimos una maleta y lo dejamos todo”. “Pasamos dos noches y tres días fuera del aeropuerto, esperando en un autobús a que los talibanes nos permitieran acceder al interior”. “Había una multitud, no teníamos ni comida ni agua”. “Fue terrible, como una película de Hollywood”.

Se cumple un año de la llegada al poder de los talibanes en Afganistán y muchos refugiados siguen luchando para llevar a sus familias a Estados Unidos.

Sunita, Hasib y Ali ya tienen trabajo

“No fue fácil para mí digerir lo que pasó, no fue fácil saber que estaba en un lugar seguro mientras mi familia estaba en Afganistán. Fue muy duro”, confiesa Sunita Nasir, una ingeniera civil. Su hija de dos años, sin embargo, nos cuenta riendo, “está viviendo a su aire, es como un pájaro libre. Está disfrutando de su vida en España y está haciendo muchos amigos en la guardería”.

Sunita y su marido, Hasib Tareen, un diseñador gráfico, ya tienen trabajo en “Smart&City”, una empresa pionera en análisis de datos para evaluar la sostenibilidad y el impacto de políticas y proyectos públicos. Se han adaptado bien y están muy integrados en el equipo. “Ya funcionan bastante independientemente. En lo personal, creo que también hemos evolucionado. Ya no podemos prescindir de ellos”, explica Alberto Quintanilla, cofundador de “Smart&City”. Y a la pregunta de qué ocurriría, si Sunita y Hasib vuelven a su país, responde seguro: “Espero que sea para fundar una pequeña base de nuestra empresa en Kabul. Eso me parecería un final perfecto de la historia”, dice. Y a fe cierta que lo sería.

España siempre será mi segunda casa pero si pudiera volvería a mi país

Hasib trabajaba en la capital afgana para la administración. Confiesa que iba con pasión cada día a la oficina porque sentía que formaba parte del cambio de su país. Ahora su sueño es “construir una vida estable”. Y contribuir a que los niños y jóvenes, ahora en el exilio, no olviden sus raíces, su idioma, su cultura y su historia. “España siempre será mi segunda casa, pero si pudiera, volvería a mi país para continuar mi misión de relanzar Afganistán”, asegura.

“Si los talibanes abandonan mañana Afganistán, por la tarde mismo tomo un vuelo para volver. Mi infancia, toda mi vida, están en Kabul”, añade Sunita, que trabajaba para Naciones Unidas en Afganistán. “Dirigía proyectos internacionales en beneficio de los derechos humanos y de las mujeres. He perdido mi identidad, mi país, por el que luché toda mi vida. Los talibanes me han arrebatado mis sueños”, dice con triste resignación.

Me llamaron a las tres de la tarde y me dijeron: tienes que estar en el aeropuerto de Kabul a las siete

También Ali Hussaini Hussaini tiene ya un trabajo temporal de intérprete. Fue traductor entre 2010 y 2012 de las fuerzas españolas y participó con ellas en misiones. Después, abrió una joyería y una agencia de viajes, negocios que ha tenido que abandonar. “Perder tu vida, tu familia, tu casa, tu trabajo es muy difícil. Me llamaron a las tres de la tarde y me dijeron: tienes que estar en el aeropuerto de Kabul a las siete”, recuerda. Salió de su país con su mujer y sus tres hijos y asegura que volvería a un Afganistán en paz. No ahorra críticas a Estados Unidos y su abandono del país asiático.

Los excolaboradores de la AECID

Muchos de los excolaboradores de la AECID y sus familias han ido llegando por su cuenta, después de pasar por una odisea y un calvario, desde Pakistán o Irán. En esos países tuvieron que esperar varios meses para obtener el visado y viajar a España. Quienes trabajaron para nuestro país o para la comunidad internacional son considerados traidores por los talibanes.

“Calculamos que hay otros 400, 500 que estarían en disposición o que tienen voluntad de venir. Otras familias ya han desistido. Hay muchas personas que nos siguen contactando en situaciones terribles, escondiéndose de los talibanes, en Badghis, en Herat, personas que estaban muy significadas con la cooperación española o con otros organismos internacionales y que actualmente están siendo perseguidos o recibiendo muchísimas amenazas”, asegura Ignacio Álvaro, antiguo coordinador de la AECID en Badghis, la provincia en la que estuvieron desplegadas las tropas y la cooperación españolas. Desde hace un año, Ignacio tiene el corazón y el alma puestos en el empeño de traer a sus antiguos colaboradores y a sus familias y ayudarles en la integración.

Muchas familias lo tuvieron que vender todo y han gastado todos sus ahorros en conseguir pasaportes, financiarse la estancia de semanas y meses en Pakistán o Irán a la espera del visado y en pagarse los billetes para venir a España. Resulta difícil de entender que tengan que pasar por ese calvario cuando cumplen todos los requisitos para obtener protección internacional y están en las listas de personas a evacuar.

Lo que siento principalmente es tristeza y desesperanza

Farida Bikzad era miembro del parlamento afgano y proviene de Badghis. “Lo que siento principalmente es tristeza y desesperanza” nos comenta. Y repite, como la mayoría: “Deseo que haya posibilidad de formación para los jóvenes y niños y que se dedique más atención a su escolarización y estudios. Y que haya posibilidad de trabajo para los mayores para que podamos dedicarnos a un oficio y sobrellevar nuestra vida”.

Rahela Nadiri era la responsable de la unidad de tejido de alfombras en el gobierno de Badghis y trabajó con la AECID. Nos cuenta que en su huida fue primero “de Badghis a Herat y desde ahí a Kabul, estuve varios meses escondida hasta que, finalmente, me fui a Irán para solicitar un visado. Estuve tres meses esperando allí”. Y denuncia que llevan meses en un hostal sin poder escolarizar a los niños y que los adultos tampoco han empezado a recibir clases de español.

Gul Ahmad Muhammadi y su familia estaban en el exterior del aeropuerto de Kabul y tenían salvoconducto de España pero su evacuación se frustró tras el atentado suicida del 26 de agosto. Volvieron a Herat y después han pasado por toda una odisea y se han gastado todos sus ahorros para llegar a España tras varios meses en Irán.

Esta casa es bonita, pero no es mi casa

Saboor Mashall, también excolaborador de la AECID, su mujer y sus tres hijos, corrieron mejor suerte y fueron evacuados en agosto de 2021. Saboor y su mujer, profesora, siempre habían sido los abanderados de la democracia y la defensa de los derechos humanos y de las mujeres en Badghis. Por eso, estaban en el punto de mira de los talibanes. Cuando llegas, “todo es nuevo, un nuevo entorno, una nueva cultura, nueva gente, nuevo idioma. Pero nos dijimos que era nuestra responsabilidad adaptarnos a la comunidad e involucrarse en todo”. Cuenta que están sucediendo cosas terribles en su provincia pero que la prensa internacional no va allí. Y recuerda el dicho de “esta casa es bonita, pero no es mi casa”.

Para sus hijos ha sido fácil aprender español y hacer amigos. El mayor, Sodaif, empezará este curso el bachillerato. Habla español con fluidez. “Quiero estudiar Medicina, aunque es una carrera muy difícil es mi sueño desde que era pequeño”, nos cuenta y dice que para él España es ya su segunda casa. Y sonríe cuando piensa en la posibilidad de volver a Afganistán como médico. “¡Imagínate lo que dirán mis amigos de allí y los vecinos!”.

Refugiados afganos en España hacen balance de su huida un año después

Zahra Khadija Ahmadi, la exalcaldesa de Nili

Zahra Khadija Ahmadi fue la segunda mujer alcaldesa de Afganistán, de la ciudad de Nili y también trabajó para la ONU. Así que no tenía otra opción que huir. De nuevo, el exilio. Nació y creció en Irán adonde sus padres huyeron tras la invasión soviética. Ella fue a Afganistán, en contra de la voluntad de su padre, unos años después de la caída del anterior régimen talibán. Quería ayudar a construir y desarrollar su país.

El soldado español agarró mi mano entre la multitud. Esa era la última oportunidad

Se emociona al recordar, al borde del llanto, la dramática evacuación de Kabul: “La mano de mi hermana en la mano derecha y mi sobrino en la otra mano y yo me decía: si las suelto, seguro que los pierdo. Después de tres noches, por fin, llegamos a la puerta principal del aeropuerto. El soldado español agarró mi mano entre la multitud. Esa era la última oportunidad, podía ayudarme a estar viva y a mi familia. Nunca más esta tragedia en mi vida”. Y nos enseña un pequeño frasco con tierra que cogió en el aeropuerto: “Mira: vino conmigo, Afganistán está conmigo aquí en España”.

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“Todo son grandes retos para nosotros. Es difícil, pero no imposible. De momento, estoy aquí sin trabajo, ante un nuevo idioma, una nueva cultura”, continúa y no deja de darle vueltas a esas horas en las que hace un año todo cambió en su vida sin apenas darle tiempo a asimilar lo que estaba pasando. “Sinceramente, no sé cuántos años, cuántos meses tengo que estar aquí. No lo sé. Por el momento, no creo que haya ninguna esperanza para Afganistán”, dice con resignación.

Estuvimos con Zahra en el Spanish School Santa Barbara, donde aprende español. Quiere aprender el idioma cuanto antes para poder integrarse plenamente y ser útil a la sociedad. Asiste a clases de español con refugiados afganos y de otros países. Estas clases se enmarcan en el proyecto social de Hermandades del Trabajo a las que pertenece este centro cuya directora, María Sabas, nos cuenta que está destinado a refugiados. “No pagan por sus cursos. Les damos diez horas de clase semanal hasta que lleguen a tener un nivel óptimo para poder empezar a estudiar, empezar a trabajar, empezar a tener una vida”, explica.

Expectativas frustradas

Son personas con formación que tenían vivienda, coche, trabajo y una vida en Afganistán

En muchos casos, las expectativas de los refugiados afganos se ven frustradas. No hay que olvidar que son personas con formación que tenían “vivienda, coche, trabajo y una vida en Afganistán”, como explica Gul Ahmad Muhammadi, que fue responsable de la farmacia del hospital de Badghis. Su hija Lida, abogada defensora, recuerda que “era una activista, tenía mi trabajo, mi despacho y todo. No quería ir a ningún país, pero ahora tengo que aceptar que no puedo volver a mi país”. Desea aprender español, encontrar un trabajo e integrarse y contribuir a la sociedad que la ha acogido.

“Han llegado ingenieros e ingenieras, matronas, enfermeras, doctores, activistas de los derechos humanos y de las mujeres, profesores y profesoras, abogadas, fiscales, periodistas. La mayoría de los llegados tienen estudios superiores o son licenciados”, dice Ignacio Álvaro. “En Afganistán, eran la clase media. La clase media alta y tenían una vida estable, vivían en un contexto de mucha peligrosidad, pero vivían relativamente bien y retomar aquí sus vidas es complicado”, añade.

El camino de la integración depende al final de las expectativas y las oportunidades. Lo que sí se percibe en todos es la desesperanza y la preocupación por los familiares y amigos que han quedado bajo el yugo de los talibanes. Como señala la secretaria de Estado para Migraciones, Isabel Castro, “hay que recordar que son personas que han luchado por la democracia en Afganistán. Por tanto, sufren una frustración mayor. No solamente han tenido que huir de su país, sino que han tenido que ver cómo los talibanes acababan con todo aquello por lo que llevaban luchando 20 años. Además del acompañamiento económico, tenemos que acompañar emocionalmente”.

No entienden la situación porque quieren continuar con una vida como la que tenían en sus países

Pero sus expectativas, sobre todo laborales, se dan contra la pared de la crisis y las limitaciones del sistema de asilo. Llegaron con ansiedad y conmocionados por la forma abrupta en que su vida cambió. El ajuste es duro. “Es importante reajustar las expectativas”, explica Visitación Martínez, mediadora social del CAR de Mislata. “Es complicado decirle a alguien: hasta aquí hemos llegado, no puedes continuar, tienes que esperar a hacer cierta formación o a tener cierto nivel de castellano o a tener cierta serenidad para iniciar una nueva vida laboral. Y, a veces, no entienden la situación porque quieren continuar con una vida como la que tenían en sus países de origen”.

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Siguen con el corazón y la mente en Afganistán, sufriendo en la distancia. Pero saben que su futuro y el de sus hijos está, por ahora, en España. Y los excolaboradores de nuestro país que todavía quedan en Afganistán o en países vecinos esperan que España cumpla la promesa de su ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, de que nadie se quede atrás.