Enlaces accesibilidad
Análisis

Cuatro horas y 38 minutos con Vladímir Putin y 18 minutos con Donald Trump

  • Un diciembre más, el presidente ruso ha respondido a preguntas seleccionadas de la prensa y de ciudadanos
  • Putin se ha mostrado crítico con Europa, y confiado en su poder y en los planes de Trump para Ucrania
Balance del año de Putin: ha esgrimido su “argumento clásico” del “nosotros no empezamos la guerra”

En un margen de 31 horas hemos tenido ocasión de ver y escuchar esta semana al presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, y al de la Federación Rusa, Vladímir Putin, hace balance de su gestión. Lo han hecho con dos formatos y dos tonos completamente distintos. El contraste refleja la diferencia entre ambos caracteres, tanto como entre los dos sistemas políticos.

La ira de Trump

La noche del miércoles, en hora de máxima audiencia, el presidente de los Estados Unidos se dirigió al país para, una vez más, denunciar un legado catastrófico del anterior gobierno, el de Joe Biden entre 2021 y 2025, describirlo en términos casi apocalípticos, y atribuirse él en menos de 11 meses haber solucionado casi todos los problemas, devolver el respeto al país, bajar los precios al consumo, solucionado ocho guerras y "haber llevado por primera vez en 3.000 años la paz a Oriente Medio". Aseguró también que "en la frontera hemos pasado de lo peor a lo mejor", y que "estábamos muertos y ahora somos el país más atractivo del mundo". Dijo todo eso con el rostro tenso, muy enojado, y el tono de quien está echándole una bronca a alguien. A la ciudadanía.

Donald Trump no puede digerir lo que dicen los sondeos de opinión, que la mayoría de los estadounidenses desaprueba su gestión, en especial la de la economía. Según la media hecha por Nate Silver de diez encuestas realizadas el mes pasado, la mayoría (54,1%) suspende esta segunda presidencia Trump, un 42,5% la aprueba. Trump no llega al aprobado en ninguno de los diez sondeos promediados. La insatisfacción aumenta cuando se pregunta por la economía: 57% contrariados y 39% satisfechos.

Donald Trump tendrá su próximo examen electoral en menos de un año, el próximo noviembre, en las elecciones legislativas de medio mandato. Si pierde la mayoría que ahora tiene en las dos cámaras del Congreso federal, su capacidad de acción se verá seriamente limitada, de ahí su rabia no disimulada con el estado de opinión general, y su insistencia en que ha salvado a los Estados Unidos de la debacle total.

La tranquilidad de Putin

Vladímir Putin, en cambio, no tiene nada que temer en las urnas. En Nochevieja cumplirá 26 años en el poder, contando los cuatro años (2008-2012) en que usó la maniobra de ceder la presidencia a Dmitri Medvedev y él se autodegradó a primer ministro.

En este más de cuarto de siglo ha eliminado por métodos diversos toda oposición viable, como se vio en la última elección presidencial el año pasado. Tampoco queda ningún medio de información importante crítico, la gran mayoría de la población rusa se informa por medios que hacen de altavoz de la versión oficial. Así no sorprende que, en la medida en que los sondeos de opinión en Rusia son fiables, el nivel de satisfacción con el presidente se sitúe en el 85%. Un nivel de consenso inimaginable en una democracia. El centro de análisis Carnegie Moscow Center analizó esa popularidad y llegó a la conclusión de que se debe fundamentalmente a la estabilidad política y a la habilidad de manipular la opinión pública con propaganda.

Cuando se habla de la opinión pública rusa y su relación con Vladímir Putin no hay que olvidar nunca el sentimiento nacional. Putin recibió de Boris Yeltsin un país que se sentía humillado, un imperio, una superpotencia empobrecida y a la que el resto del mundo trataba como paria, sin respeto. Catorce años después, tras la anexión de Crimea, el Carnegie Center constató que el 80% de los rusos volvían a sentirse superpotencia. De ahí que el presidente Putin insista en sus declaraciones públicas, como ha hecho este viernes, en que una condición indispensable para negociar con él es que lo traten como a un igual.

4 horas y 38 minutos de Putin

Es lo que ha durado esa fusión entre rueda de prensa al uso y aquellos "Aló, Presiente" del venezolano Hugo Chávez, que duraban cinco o seis horas. El presidente ruso aparece a mediados de diciembre ante un auditorio numeroso con periodistas de distintos lugares de la Federación y algunos extranjeros, así como representantes de asociaciones sociales, algún niño y militares.

El presidente responde a preguntas de los presentes, de ciudadanos que intervienen vía videoconferencia y de dos periodistas que comparten mesa con él y parecen parte de su equipo. Los moderadores no son estos dos periodistas, sino el propio Putin y su portavoz gubernamental, Dmitri Peskov, que van eligiendo quién puede intervenir.

Este año dijeron que se habían recibido más de 3 millones de preguntas que, según explicó el propio presidente, se seleccionaron con inteligencia artificial (deducimos que la selección de temáticas) y luego por personas "leales", a él suponemos. La realización televisiva hace alarde de recursos con movimientos de cámara y sobreimpresiones de gráficos y mapas. Y el público, a simple vista, refleja la inmensidad y diversidad étnica de la Federación Rusa. Se ven fisonomías asiáticas, tocados variopintos y carteles indicando el lugar de origen. Del Pacífico al Báltico, del Ártico al Mar Negro y al Caspio. Rusia es el país más extenso del mundo. El mapa que luce detrás del presidente no es el de la Federación Rusa reconocida internacionalmente, sino una que incluye la anexionada Crimea y las cuatro regiones de Ucrania que ha conquistado parcialmente por las armas.

Cuando el presidente ruso entra en el escenario, el público se pone en pie y aplaude, y es él quien decide con un "gracias a todos" cuándo se dan las preguntas y el programa por terminados.

De Ucrania a la inflación, pasando por declaraciones de amor y consejos paternales

El presidente Putin acude con la confianza de que su poder no peligra y de que, salvo el peaje de algún periodista extranjero, no habrá ninguna pregunta crítica con él. El tono de todas las intervenciones fluctúa entre el respeto y la admiración. En cuanto al contenido, es variado, desde ciudadanos preocupados porque no les han entregado aún el piso de protección oficial, jóvenes preocupados por no poder contratar una hipoteca, a preguntas sobre infraestructuras, sanidad o el precio de los alimentos.

Un joven periodista ha pedido en matrimonio a su novia de ocho años que lo estaba viendo por televisión y ha aceptado. Al presidente le han preguntado si creía en el amor a primera vista y si estaba enamorado. A ambas cuestiones ha respondido que sí. Vladímir Putin, tocado por la flecha de Cupido. Un año más, Putin se ha mostrado preocupado por el descenso de la población y ha animado a los jóvenes a tener muchos, hijos.

Desde su confianza absoluta, y sabiendo las preguntas que le van a dirigir, Putin se erige en experto militar, geoestratega, economista y llega incluso a ser una especie de asesor espiritual de la nación, dejando caer consejos, aplaudidos, sobre el cuidado de los padres u otras cuestiones personales. El presidente es el padre proveedor y protector.

Un niño se interesó, con fundamento, por cómo se informa el presidente sobre la vida de la gente común. El hombre del Kremlin ha contado que a veces va en coche sin comitiva, sin cortar la circulación ni llamar la atención, y que lo que ve de distintos barrios de Moscú a través de la ventanilla le proporciona mucha información, así como los sondeos de opinión y lo que le cuentan los servicios de inteligencia.

Y, claro, también hubo preguntas sobre el papel de Rusia en el mundo y el "conflicto" u "operación militar especial" en Ucrania.

Ucrania

Lo que ya sabemos del planteamiento de Vladímir Putin: esta guerra la empezó Ucrania con un golpe de Estado en 2014 (la revuelta proeuropea del Maidán) y la represión al independentismo del Donbás; y que Rusia "se vio obligada" a recurrir a la fuerza militar para defender los derechos de los rusófonos, para "combatir a los neonazis" ucranianos.

Lo nuevo este año ha sido Donald Trump. Desde el fin de la Segunda Mundial, hace 80 años, estábamos acostumbrados a que, en cuestiones de guerra y paz, Rusia y Estados Unidos estaban en bandos opuestos. EE.UU. ha sido el líder indiscutible de Occidente y sus valores. Durante la Guerra Fría o las guerras en la antigua Yugoslavia, las posiciones de Moscú y Washington eran antagónicas. Ya no. No con Donald Trump en la Casa Blanca. Cuando Vladímir Putin se refirió el viernes al presidente estadounidense fue para decir que cree que Trump es sincero cuando busca la paz en Ucrania, que sus propuestas son las buenas, y alabó la Nueva Estrategia de Seguridad de Estados Unidos, hecha pública hace pocas semanas, porque en ella se define a Rusia como un socio y no un enemigo.

Entonces, ¿quiénes son los malos ahora? Los europeos, los "patrocinadores", los padrinos de Ucrania, a la que Putin se ha referido siempre como "régimen de Kiev", implícitamente negando el concepto de Ucrania como país independiente en su actual territorio, y presentándolo como un territorio hermano secuestrado por un grupo, encabezado por Volodímir Zelenski, en la capital. Por eso dice Putin que la pelota está en el tejado de Ucrania y los europeos, porque se trata de que Ucrania capitule, de que acepte la propuesta de Trump y Putin. En esto, el mandatario estadounidense ha adoptado el mismo mensaje que el ruso: Ucrania lleva las de perder, que no insista en resistir y seguir combatiendo.

En sus críticas a Europa (la Unión Europea más el Reino Unido), el presidente ruso ha acusado a sus líderes de inventarse en Rusia un enemigo para distraer a sus pueblos de sus equivocaciones económicas, y de llevar a cabo una guerra de desinformación contra Rusia. Exactamente lo mismo puede decirse de Rusia respecto a Occidente, sobre todo Europa.