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Coronación Carlos III

Carlos III frente a Isabel II: recorrido visual por dos coronaciones históricas

La ceremonia de coronación de Carlos III ha sido más corta y más diversa que la de su madre, aunque igual de solemne

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Isabel II y Carlos III, dos coronaciones separadas por 70 años
Isabel II y Carlos III, dos coronaciones separadas por 70 años

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En los últimos mil años, 40 reyes ingleses y británicos han sido coronados en la abadía de Westminster, pero solo las dos últimas coronaciones han sido retransmitidas por televisión: la de Isabel II, en 1953, y la de Carlos III, que este sábado ciñó por fin sobre sus sienes la corona de San Eduardo, en una ceremonia que ha intentado combinar la tradición con los cambios que ha experimentado Reino Unido en estas siete décadas.

Y es que la extraordinaria duración del reinado de su madre no solo ha propiciado que Carlos sea el monarca de más edad en ser coronado, ya con 74 años, sino que el país ha sufrido profundos cambios sociales que han tenido su reflejo en los actos. Su coronación ha sido más corta, con menos despliegue militar y con más diversidad étnica y religiosa, si bien ha conservado la solemnidad y buena parte de la pompa que constituye la marca familiar de los Windsor.

El nuevo rey ha introducido pequeñas modificaciones, aunque significativas, en un rito que es eminentemente simbólico: solo el juramento del nuevo soberano tiene valor legal -a pesar de que ya ejercía como monarca desde el fallecimiento de su madre-, por lo que todo lo demás son mensajes sobre los valores que busca proyectar como jefe del Estado.

Carroza nueva y menos invitados

Así, por ejemplo, Carlos y Camila han roto una tradición al desplazarse desde el palacio de Buckingham hasta la abadía de Westminster en una carroza moderna, la que su madre encargó para su jubileo de diamantes, en 2012. Para la vuelta, en cambio, han mantenido la tradición de las últimas seis coronaciones y han usado la fastuosa, pero incómoda -la propia Isabel II se quejó de ello- Gold State Coach, construida en 1761.

Esa combinación entre tradición y modernidad ha sido una constante en todos los aspectos de la ceremonia, aunque los Windsor siempre han sabido acompasar su imagen pública a los tiempos, un aspecto clave para la continuidad de la monarquía. El abuelo de Carlos, Jorge VI, fue muy reticente en dejar que la BBC grabase su coronación en 1936, mientras que la de su hija fue la primera televisada y, ahora, la casa real ha ido un paso más allá y ha realizado su propia emisión a través de las redes sociales y su canal de YouTube.

En la abadía de Westminster, Carlos III ha sido recibido por una concurrencia sensiblemente más reducida que la que esperaba a su madre: han sido 2.200 invitados, frente a las 8.000 personas que asistieron en 1953. La composición también ha variado: en esta ocasión, casi un tercio eran representantes de la sociedad civil, 850 ciudadanos que se han distinguido por sus aportaciones a la comunidad, incluyendo a 450 condecorados con la Medalla del Imperio Británico al mérito civil.

Asimismo, por primera vez se ha invitado a otros jefes de Estado -como el presidente de Francia, Emmanuel Macron, y el rey de España, el príncipe Felipe- a la ceremonia de coronación, ya que hasta ahora se consideraba como acto sagrado entre el monarca y su pueblo, y no se invitaba a ningún otro soberano que pudiera contestar su condición.

El jefe de la iglesia anglicana y la libertad de culto

El rito, en cualquier caso, ha sido similar: el rey ha vestido la misma capa de armiño, ha recibido las mismas joyas y ropajes que simbolizan su poder terrenal y espiritual, y ha efectuado un juramento casi calcado al de su madre, en el que se ha comprometido a reinar bajo el imperio de la ley, a ejercer la justicia con misericordia y a mantener la Iglesia de Inglaterra.

El juramento, no obstante, ha tenido una sutil diferencia: pese a prometer, como jefe de la iglesia anglicana, preservar el culto, Carlos III ha jurado también "fomentar un entorno en el que las personas de todas las religiones y creencias puedan vivir libremente". Un guiño hacia una sociedad británica que ya no es mayoritariamente blanca y católica, como lo era cuando su madre llegó al trono: actualmente, menos de la mitad de los ciudadanos se dicen cristianos, un tercio dicen no tener confesión y el resto se identifican con otras religiones.

De hecho, varios líderes de esas otras creencias han asistido y participado en una ceremonia que es fundamentalmente un acto religioso cristiano: a la salida, todos ellos han saludado al rey y le han expresado sus buenos deseos para su reinado.

La coronación, en este sentido, también ha reflejado la diversidad étnica de un país en el que el primer ministro y el alcalde de su capital son de origen indio y paquistaní, respectivamente, con varios intervinientes que no eran blancos, como la baronesa Valerie Amos, socióloga y política laborista, que ha leído parte del reconocimiento al rey.

La continuidad de la monarquía

El servicio religioso, en cualquier caso, ha sido notablemente más corto que el de su madre, dos horas frente a casi tres, y ha intentado subrayar la fortaleza y continuidad de la monarquía británica. Así, por ejemplo, el príncipe Guillermo de Gales, heredero del trono, ha sido el encargado de colocar la estola real a su padre y el primero en jurarle lealtad como representante de la realeza. Su hijo primogénito, Jorge, segundo en la línea sucesoria, ha sido uno de los pajes del rey, el más joven heredero en participar en una coronación.

Otra diferencia con la ceremonia de Isabel II ha sido la coronación de Camila, en su condición de reina, mientras que Felipe de Edimburgo nunca fue coronado y mantuvo su título de príncipe. Él fue el primero en arrodillarse y jurar lealtad a la reina hace 70 años, ya que el heredero, el propio Carlos, apenas tenía tres años.

El intento de acercamiento del nuevo rey a sus súbditos se ha reflejado en la eliminación del denominado homenaje de los pares, la procesión de aristócratas que se sucedían para jurar lealtad al monarca. En esta ocasión se ha sustituido por un homenaje del pueblo, una mera invitación, por boca del arzobispo de Canterbury, a que cualquier ciudadano que lo deseara, en la abadía o en cualquier otro rincón del reino, jurase lealtad al rey.

En cuanto al cortejo de la coronación, también ha sido mucho más reducido que el de hace 70 años: Isabel II recorrió 7,2 kilómetros por el centro de Londres acompañada por 29.000 soldados, de forma que la comitiva tardaba tres cuartos de hora en pasar por cada punto del recorrido. Este sábado, Carlos y Camila se han limitado al mismo recorrido que en la ida, poco más de dos kilómetros, y les han escoltado algo más de 4.000 militares -con la princesa Ana, la hermana de Carlos, comandando los Blues and Royals, el regimiento de caballería que protege al rey-, lo que no deja de ser, pese a todo, el mayor desfile militar en el país desde el que tuvo su madre.

La lluvia, siempre presente

Como entonces, el último acto de la coronación ha sido la salida al balcón de la familia real para saludar a las miles de personas que se congregan ante el palacio de Westminster con el ánimo de aclamar a los nuevos reyes.

Y es que, tal como se esperaba, miles de personas han acudido al recorrido del cortejo y al palacio de Buckingham para acompañar a los reyes, si bien la lluvia -que no ha faltado en las últimas cuatro coronaciones- ha deslucido en parte el espectáculo.

La historia, en cualquier caso, recogerá que la monarquía británica mantiene su arraigo en el siglo XXI, por encima de divorcios, escándalos, vaivenes políticos e incluso guerras. En unos años, salvo que se produzca un vuelco ahora inverosímil, será Guillermo quien se siente en el trono y renueve el ritual de la coronación en la casa real más famosa del mundo.