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Guerra en Ucrania

La vida en Rusia un año después: "No hay dificultades en el día a día, las sanciones no nos afectan realmente"

  • La ofensiva en Ucrania ha transformado el país y los planes de muchos rusos
  • El Kremlin ha cerrado organizaciones de derechos humanos y medios independientes
  • Guerra Ucrania - Rusia, en directo

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EFE/EPA/YURI KOCHETKOV
Tres moscovitas pasan junto a una enorme letra z, símbolo del apoyo al Ejército ruso

"Nunca he odiado tanto a nuestro gobierno y cualquier decisión relativa a la continuación de esta guerra". Son palabras de Sonia (nombre ficticio), una joven residente en Moscú que hace apenas un año preparaba su trabajo final de carrera mientras organizaba unas vacaciones a Kiev con sus amigos, además de plantearse hacer un máster en Europa.

Ahora, sin embargo, vive en un país aislado de Occidente tras iniciar una ofensiva en esa nación vecina a la que quería viajar en verano y en la que vive parte de su familia. Como ella, son muchos los rusos que han visto trastocados sus planes y sus vidas tras la "operación militar especial" que comenzó el pasado 24 de febrero en Ucrania.

Alisa (nombre ficticio), explica a RTVE.es que quiere salir de Rusia y estudiar en España, pero no le está resultando sencillo. Se necesita mucho dinero y las sanciones, dice, repercuten en la emisión de visados. "Los gobiernos cierran sus fronteras y gritan que todos los rusos son malos. No es cierto, hay mucha gente en contra, pero no podemos hacer nada", dice esta joven que confiesa que "a menudo" se siente "avergonzada".

Sonia ha visto como su vida ha dado un vuelco, pero no se siente con derecho a quejarse y asegura: "Somos responsables". Durante años, explica, la población se ha enfrentado a una propaganda masiva y hay muchos "devotos" al gobierno. "Si les preguntas si su vida ha mejorado en estos 20 años, probablemente te digan que no. Gran parte vive en la pobreza y, tras la guerra, su situación ha empeorado. Por supuesto, me siento responsable de que todo esto junto haya conducido a esta guerra y a su apoyo", confiesa a RTVE.es.

"La ausencia de Zara no es gran cosa comparada con lo que está pasando"

Como Sonia, Alisa también tiene familia en Ucrania y siente miedo por ellos. "No puedo describir lo que siento. Estoy en Moscú y ellos están allí". Su vida ha cambiado mucho en un año, "y no para mejor", aunque reconoce que esa transformación es más mental que física. "No hay dificultades en el día a día en Moscú, las sanciones no nos afectan realmente. La ausencia de Zara no es gran cosa comparada con lo que está pasando", asegura.

Huida de empresas, alternativas locales

Empresas como IKEA, Starbucks, KFC, Inditex, H&M o Uniqlo han cesado su actividad en el país, pero su ausencia no supone ningún quebradero de cabeza para casi nadie. En las ciudades la vida sigue con normalidad y, de hecho, muchas marcas ya han sido sustituidas por alternativas locales, como el caso de 'Tasty and Point', con un menú y un funcionamiento idéntico a la desaparecida McDonalds. Otras, sobre todo textiles, han dejado locales libres en centros comerciales con carteles de "cerrado por problemas técnicos".

Ania (nombre ficticio) defiende que, aunque algunas tiendas locales aún no sean tan conocidas, el escenario actual "anima a desarrollar nuestro propio mercado". Entiende que para los seguidores de ciertas marcas "puede ser una gran pérdida, pero muchas siguen y han aparecido otras nuevas". "Yo misma prefiero marcas turcas y compro ropa en pequeñas boutiques que no son tan populares. Personalmente, no noto ningún cambio por las sanciones", añade.

Para esta gerente de compras, nada de lo que echa en falta supone un verdadero problema. En el trabajo, suplieron la falta de proveedores con nuevos socios como "Turquía o China" y con alternativas locales; en su vida cotidiana, sacia su sed de viajar por el mundo conociendo nuevas partes de Rusia. "Nos resulta difícil viajar. Los precios son muy altos y mucha gente no puede permitírselo [...] pero creo que tenemos una oportunidad maravillosa para desarrollar nuestro turismo, para apreciar lo que tenemos aquí", explica.

Un establecimiento en Moscú llamado 'Stars Coffe' en el mismo local en el que antes hubo un Stabucks AP Photo/Alexander Zemlianichenko

Para Nikita, un chico de 22 años, el único cambio en su tiempo libre es que antes solía ir una o dos veces al mes al cine y ahora las salas no proyectan estrenos internacionales. Eso no significa que eche de menos las grandes películas: "Ahora utilizamos más los ‘torrents’". Lo mismo ocurre con redes sociales y plataformas prohibidas por el Kremlin, a las que pueden acceder sin problema con una VPN. "Con una buena VPN, una tarjeta de débito del país vecino y un 10-20% de dinero extra para el envío de mercancías, apenas notas impacto", dice este joven.

Ahora bien, los problemas de la gente con menos recursos son otros. Según el portal de estadística alemán Statitsa, en el tercer trimestre de 2022, el 10,5% de la población rusa vivía por debajo del umbral de la pobreza.

La propaganda rusa y el no a la palabra "guerra"

La ofensiva no solo ha finalizado una etapa de integración financiera y diálogo con Occidente, también ha intensificado un retroceso de las libertades fundamentales que ya se había iniciado hacía años. La propaganda y la represión han aumentado en un país que frena cualquier atisbo de oposición al régimen a través de condenas de cárcel a opositores y cierre de organizaciones de derechos humanos y medios independientes.

Alisa no conoce a nadie en su entorno que apoye la guerra, pero puntualiza: "Yo vivo en Moscú y aquí tenemos un dicho, ‘Moscú no es Rusia’". La propaganda del Kremlin, añade, "trabaja muy bien" y hay que tener en cuenta "que mucha gente ve la televisión ‘24/7’". Lo mismo piensa Sonia, que ve que la mayoría de moscovitas son contrarios al gobierno pero, al mismo tiempo, "le tienen miedo, porque es cruel con la gente y puede arruinarte la vida fácilmente si te pones en su contra".

Como explica la profesora de Relaciones Internacionales de la Universidad Nebrija, Gracia Abad, fuera de las grandes ciudades, la mayoría de la ciudadanía se informa a través de los medios tradicionales, principal herramienta del Kremlin para verter sus mensajes. Allí, encuentran "una constante llamada al dominio, a la agresión, no ya a Ucrania, sino a una parte de Europa y del mundo".

"Esto genera una atmósfera informativa muy diferente a la nuestra, pero la población rusa sigue viendo que pierde calidad de vida, que le movilizan, que el que va a Ucrania, no vuelve", explica. "Es eficaz porque la población tiene muy poco acceso a la información, pero no lo es en el sentido de lograr un respaldo al régimen", añade.

Nikita quiere que la ofensiva se acabe, sin embargo, argumenta, "mucha gente que no entiende que la guerra no puede terminar hasta que no se garantice que todas las almas rusas vivan en paz y libres. Es decir, los que viven en Crimea, Donestk, Lugansk, Jersón, Zaporiyia…". Se refiere así a territorios anexionados por el Kremlin durante el conflicto en Ucrania.

Pese a suscribir parte de la versión del Kremlin, Nikita habla de "guerra", una palabra prohibida en Rusia, aunque alega que el propio Putin ha hecho uso del término. "Es surrealista, pero en Rusia no podemos llamar a la guerra por su nombre. La versión permitida es ‘operación militar especial', lamenta Sonia, que dejó de publicar contenido en sus redes sociales sobre la ofensiva por petición de su familia. "Les ponía en peligro. Si seguía, podrían haber despedido a mi padre del trabajo", explica.

Protestas acalladas y cerco a la información

En las primeras semanas de ofensiva, miles de personas fueron detenidas en las distintas movilizaciones organizadas contra la invasión iniciada en Ucrania. Sin embargo, la represión del gobierno ha ido apagando las protestas. El grupo de derechos civiles OVD-Info cifra en más de 21.000 las detenciones y en al menos 370 los procesados ​​en causas penales por declaraciones y discursos contra la guerra.

Según explicó en un encuentro celebrado en Madrid Alexander Cherkasov, de la organización de derechos humanos rusa Memorial, Premio Nobel de la paz 2022, "la respuesta del país contra el movimiento antibélico es grande y tiene resultados [...] ya no hay protestas masivas". Defiende, por lo tanto, que cada persona que se haya pronunciado contra la guerra "tiene más valor" porque "sabe a lo que se enfrenta".

"Sé que hay rusos que protestan en otros países donde no arriesgan su vida", cuenta Sonia. "Aquí ha habido muchos intentos, pero fracasamos porque la máquina de la represión tiene demasiado poder y, personalmente, no creo que la gente corriente pueda influir de ninguna manera, no somos nada para ellos, nos meterán fácilmente en la cárcel y ya está", lamenta.

Los que tampoco pueden pronunciarse en contra de la guerra son los periodistas. En los meses previos al inicio de las hostilidades, la presión sobre la prensa y los medios independientes se agravó hasta la aprobación en marzo de una ley que contemplaba hasta 15 años de cárcel por difundir lo que Moscú considera "información falsa". Rusia se convirtió en un país sin prensa nacional independiente y fueron muchos los medios extranjeros que abandonaron el país, incluido RTVE.

"A Putin no le gusta la prensa, nunca le ha gustado. Desde sus inicios no aguanta a los periodistas"

"A Putin no le gusta la prensa, nunca le ha gustado. Desde sus inicios no aguanta a los periodistas", expone a RTVE.es el corresponsal de la Agencia EFE en Moscú, Ignacio Ortega, que en sus 14 años en Rusia ha vivido una involución que también ha afectado a su trabajo. Las agencias se han convertido, cuenta, en portavoces de los organismos oficiales y acceder a sus fuentes se antoja ahora imposible. "Me dijeron en su momento que tienen miedo, que no quieren hablar de la guerra, y la gente en la calle tampoco. ¿Cómo puede trabajar un periodista si no tiene fuentes?", se pregunta.

No se puede comparar, sin embargo, con la persecución a la que se enfrenta el periodismo nacional. "Los extranjeros ya no trabajan igual, pero no es comparable la presión que sufre la prensa local. Desde la caída de la URSS han sido asesinados cientos de periodistas locales, pero como en todo país autoritario, no hay la misma presión sobre la prensa extranjera".

Una de las primeras cosas que ha llamado la atención a la corresponsal de RTVE en Moscú, Lara Prieto, que llegó a la capital hace apenas dos semanas, fue lo complicado que es acceder a la agenda del Kremlin. "Difunden los eventos sólo a través de las agencias rusas y esos contenidos son de pago", expone. Además, cuenta, el regulador ruso de medios tiene vetado el acceso a la web de medios extranjeros, "la respuesta de las autoridades rusas al bloqueo en la UE a los medios estatales rusos RT y Sputnik".

En su breve experiencia en Rusia, ha percibido un importante control policial. La primera vez que rodó con un micrófono en exterior, nada más colocar el trípode en un puente con vistas al Parlamento, aparecieron tres policías. "Nos dejaron trabajar, eso sí, pero después de interesarse por nuestra identidad y permisos y querer saber el contenido de nuestro reportaje", expone.

La información como arma de guerra en Rusia

El efecto de las sanciones internacionales

Desde la UE, que prepara el décimo paquete de medidas, hablan de las sanciones como un "veneno de acción lenta". Occidente recurrió a ellas con el objetivo de reducir la capacidad de Rusia de financiar la guerra y, si bien no han provocado un colapso de su economía, sí ha tenido cierto impacto y líderes y expertos coinciden en que su efecto se intensificará aún más. Entre los castigos, que apuntan directamente a personas y entidades rusas, está el veto a ciertas exportaciones, el tope al precio del petróleo y gas rusos o la prohibición de acceder al sistema SWIFT, actor dominante de las finanzas modernas.

Como expone la investigadora sénior asociada de CIDOB, Carmen Claudín, si bien hasta ahora la economía rusa ha aguantado mejor de lo que se pensaba y "no se ha producido una inmediata sacudida en la vida de la gente, [...] a medida que el tiempo pasa, las sanciones se van notando cada vez más, por ejemplo, con la subida de la inflación".

Según el propio Gobierno ruso, el PIB del país se contrajo un 2,5% en 2022. Para 2023, la OCDE apunta a una disminución del 5,6% en el peor de los casos y el Banco Mundial, lo cifra en un 3,3%. El FMI, por su parte, espera un ligero crecimiento del 0,3%.

"Se han ido muchas empresas extranjeras, otras han limitado su actividad, aunque no hayan acabado de vender sus activos", defiende Abad. "Todo esto frena la economía. Los intercambios se han reducido con buena parte del mundo y prácticamente ningún estado con cierta capacidad se arriesga a complicarse y verse salpicado por las sanciones".

Esto es lo que ha llevado a Rusia a buscar nuevos aliados y socios comerciales, entre ellos Irán y Corea del Norte, estados que, como apunta Abad, "no son precisamente grandes potencias". En lo que a China respecta, que también figura como uno de sus supuestos aliados "es muy diferente", ya que "China sí es una potencia, y tiene más que perder que ganar con apoyar a Rusia".

"Recordemos que China no ha reconocido la anexión de Crimea ni, de momento, la anexión de Donetsk y Lugansk", señala Claudín, que señala que las relaciones con países como Irán o Corea del Norte se construyen "por puro interés" económico. "Rusia se está quedando sola de una forma que, estoy segura, preocupa mucho al régimen, que no sabe muy bien como salir. Solo saldrá de ese aislamiento cuando acabe la guerra", concluye.