Venezuela: Estados Unidos rescata el intervencionismo en su "patio trasero"
- Drogas, petróleo y cambio de gobierno forman parte de los objetivos de la ofensiva de Trump contra Venezuela
- Según el presidente de EE.UU., el narcotráfico es equiparable al terrorismo y eso lo autoriza a actuar como en una guerra
"Puede que sea un hijo de p***, pero es nuestro hijo de p***". La frase se atribuye al expresidente de los Estados Unidos Franklin Delano Roosevelt dedicada al dictador de Nicaragua Anastasio Somoza, pero al parecer no es muy ajustado porque ya antes se aplicó al dictador de la República Dominicana Rafael Leónidas Trujillo. La dijera quien la dijera por primera vez, es apropiada para la política exterior de los Estados Unidos en general, y en particular la de Donald Trump respecto al narcotráfico en América Latina, que podría reformularse en "es un narco, pero es nuestro narco".
¿Por qué? Porque mientras el Gobierno Trump ha emprendido una ofensiva militar en el Caribe, donde ya ha matado a más de 80 personas, oficialmente contra narcotraficantes supuestamente vinculados con el Gobierno venezolano de Nicolás Maduro, el presidente Trump ha indultado esta semana al expresidente de Honduras, Juan Orlando Hernández, a quien la justicia de los EE.UU. condenó el año pasado a 45 años de cárcel por tráfico de drogas y armas. Hernández fue presidente por el conservador Partido Nacional, por cuyo candidato, Nasry Asfura, Trump pidió el voto en las elecciones presidenciales.
Otro dato: la mayoría de las drogas que entran en EE.UU. (cocaína y fentanilo) proceden de Colombia y México, no Venezuela.
Guerra al "narcoterrorismo"
El Gobierno Trump ha etiquetado como narcoterrorismo el tráfico de drogas que supuestamente llega de Venezuela, y lo vincula directamente al Gobierno de Nicolás Maduro. Esa calificación le permite, según su argumentario, considerar que los Estados Unidos están en guerra, como lo hizo George W. Bush cuando declaró la guerra contra el terrorismo islamista tras los atentados del 11 de septiembre de 2001. A partir de ahí, Trump defiende que, al ser un conflicto armado, rigen las leyes de la guerra y equiparan a los narcotraficantes con combatientes enemigos, lo que les autoriza, dicen, a disparar y matarlos.
Pero en los EE.UU. el presidente no puede declarar la guerra a otra país, eso es competencia del Congreso federal, como le recuerdan los congresistas demócratas, la oposición, y también alguno de su propio partido. Además, es difícil secundar el argumento de que esas embarcaciones suponen una amenaza inminente a la seguridad de los Estados Unidos que obligue a responder militarmente matando a todos los ocupantes. "Una lancha desarmada, aunque transporte cocaína, no es un buque de guerra, y ninguno de sus ocupantes atacan a nadie", argumentaba esta semana el periódico The New York Times, y añadía: "Cuesta encontrar especialistas en la legislación, y que no trabajen para Trump, que secunden la idea de que los Estados Unidos están en un conflicto armado".
Hasta ahora, los EE.UU. luchaban contra el narcotráfico en el mar como en tierra, la Guardia Costera interceptaba las embarcaciones, detenía a sus ocupantes y los entregaba a la justicia; si luego los condenaban iban a la cárcel, no los ejecutaban, que es lo que están haciendo desde el 2 de septiembre en el Caribe, sobre todo, y menos, en aguas del Pacífico. "Una fuerza militar no está autorizada a atacar a civiles, y ser sospechoso no te hace perder la condición de civil. En tiempos de paz -sentencia The New York Times- atacar a civiles es asesinato, en un conflicto armado es crimen de guerra".
¿Qué pretende Donald Trump en Venezuela?
El despliegue marítimo militar de EE.UU. es apabullante, más de una docena de embarcaciones, entre ellas el portaviones más grande del mundo, y unos 15.000 militares. Si lo que se pretende es bombardear las supuestas narcolanchas, es, en una expresión que usan muchos expertos, matar moscas a cañonazos, desmesurado. Si lo que se busca es una invasión, es insuficiente. Esta última posibilidad es la que descartan todos los analistas consultados.
"Nunca hay que perder de vista el petróleo en el caso de Venezuela", subraya el investigador del Instituto Universitario de Investigación en Estudios Latinoamericanos (IELAT) de la Universidad de Alcalá, Carlos Jiménez Piernas. La mayor reserva de petróleo del mundo no está en el Golfo Pérsico, sino en Venezuela. El Gobierno de Nicolás Maduro ha denunciado esta semana ante la OPEP que EE.UU. quiere apoderarse del petróleo venezolano. Precisamente, el suyo es un petróleo muy preciado porque escasea.
De los 300.000 millones de barriles de reservas probadas en el país, aproximadamente 269.000 millones corresponden a crudo pesado y extra pesado, de alta viscosidad y densidad, lo que sitúa a Venezuela como un actor clave en la industria petrolera del futuro. Países como Arabia Saudita y los Estados Unidos tienen crudos más fáciles de extraer, pero su utilidad en la industria petroquímica es limitada. El crudo de Venezuela es crucial para determinados productos que se fabrican en el proceso de refinado, como el diésel, el asfalto y los combustibles para fábricas y otros equipos pesados. El problema de Venezuela, subrayan los expertos, es que desde hace dos décadas, desde que llegó Hugo Chávez al poder, la industria se ha deteriorado mucho técnicamente y disminuido su capacidad de extracción.
Estados Unidos produce más petróleo que ningún otro país en la historia, pero, aún así, necesita importar petróleo pesado, especialmente el que produce Venezuela, como fue durante el siglo XX, hasta el cambio de régimen en Venezuela. La mayoría de las refinerías estadounidenses se construyeron para procesar el petróleo pesado de Venezuela.
La líder de la oposición venezolana y Premio Nobel de la Paz de este año, María Corina Machado, lo decía así de claro en una entrevista con Donald Trump Junior: "¡Olvídense de Arabia Saudí, nosotros tenemos más petróleo! Un potencial infinito, y nosotros abriremos el mercado, vamos a echar al Gobierno [de Maduro], privatizaremos el sector petrolero, toda nuestra industria. Venezuela tiene muchos recursos naturales, petróleo, gas, minerales, tierra, y tal como dijiste, una localización estratégica, a pocas horas de los Estados Unidos, haremos lo correcto. Las empresas estadounidenses tienen una posición superestratégica para invertir. Venezuela será una gran oportunidad para que las empresas estadounidenses inviertan y ganen mucho dinero".
¿Cómo obtendría Estados Unidos de nuevo acceso a la explotación del petróleo venezolano? Con un cambio de régimen por un Gobierno afín a los Estados Unidos.
Patio trasero y China
No es ningún secreto, incluso ha trascendido que fue parte de la conversación telefónica entre Trump y Maduro, que Trump le dio un ultimátum -que no se ha cumplido- para que Maduro abandonara el país. Incluso se refirió a ello el papa esta semana, el papa León XIV, estadounidense de nacimiento y con doble nacionalidad peruana. "Yo de nuevo creo que es mejor buscar maneras de diálogo, quizás presión económica, pero buscando otra manera para cambiar, si es lo que deciden hacer en los EE.UU." "Si es lo que deciden hacer los Estados Unidos", no dice León XIV que sea su propuesta, pero forma parte del consenso que ve en toda la ofensiva militar de Washington una voluntad de cambiar a Maduro por un líder amigo de Washington.
Y eso entronca con una política exterior que evoca los Estados Unidos del siglo XX y sus injerencias en Latinoamérica, favoreciendo golpes de Estado. Trump, sin denominarlo así, recupera el concepto de patio trasero, es decir de una zona geográfica que por su proximidad a los Estados Unidos forma parte de su zona de influencia, y le da derecho a intervenir en ella en nombre de la seguridad. En las décadas de Guerra Fría fue para combatir al comunismo, la influencia de la Unión Soviética, ahora, desde un punto de vista geoestratégico, es frenar la influencia de China en el subcontinente. La pérdida de los mercados estadounidense y europeo, por las sanciones, la ha compensado Venezuela exportando a China, según datos marítimos y documentos. Las exportaciones a China representaron aproximadamente el 90% del total de junio, en comparación con el 75% en mayo.
Otra implicación geoestratégica: el petróleo ruso es similar al de Venezuela, por lo que la India y la China siguen dependiendo de él, a pesar de las sanciones internacionales. Aumentar la capacidad de producción venezolana, y decidir a quién se le vende podría suponer una alternativa al petróleo ruso, lo que debilitaría la economía de Rusia y su capacidad para financiar la guerra en Ucrania. Que se deje de comprar crudo a Rusia es una exigencia del presidente estadounidense, y una de sus pocas formas de presión indirecta a Rusia, aunque luego haga una excepción con su amigo Viktor Orbán, el primer ministro de Hungría, y caballo de Troya del presidente Putin en la Unión Europea.
Ese concepto de potencia con derecho a injerencia en su zona de influencia es el que ha llevado a Trump a pretender anexionarse Canadá y Groenlandia, y el mismo que aplica a Rusia respecto a Ucrania. Por cierto, con sanciones contra Venezuela, el país del que más petróleo importan los Estados Unidos es Canadá.
El eje del mal de Marco Rubio
Venezuela es una de las dos caras del secretario de Estado, Marco Rubio. Él es el titular de la cartera de Exteriores de los EE.UU, sin embargo, en dos de las grandes cuestiones internacionales que aborda su Gobierno, las guerras en Gaza y Ucrania, está en un seguro tercer plano, las negociaciones las pilotan el yerno y un amigo del presidente, Jared Kushner y Steve Witkoff. En la cuestión venezolana, sin embargo, es Rubio quien lleva la voz cantante, su principal promotor desde la primera presidencia de Donald Trump, según los conocedores.
Marco Rubio es hijo del exilio cubano -visceralmente anticastrista, anticomunista- en Florida, en Miami, y, parafraseando el término acuñado durante la presidencia de George W.Bush, ve un eje del mal en ese "patio trasero": Cuba, Nicaragua y Venezuela. El objetivo es derrocar los sistemas comunistas de esos tres países. Rubio se presentó a candidato a presidente en 2016 y nadie duda de que lo volverá a intentar, y para ello necesita el apoyo del exilio cubano y venezolano, que residen fundamentalmente en Florida, su estado y uno de los premios más cotizados en toda elección presidencial. Ese exilio es un lobby político muy potente y puede ser determinante, especialmente para los candidatos de la derecha.
Si la ofensiva contra Venezuela le sale bien a la administración Trump y si, en parte a consecuencia de ello, cayera el Gobierno de Cuba, serían dos tantos muy valiosos que se apuntarían el presidente y su Secretario de Estado, Marco Rubio.
Con las gafas de Anna Bosch