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Entrevista

Kathy Gannon, amiga de la fotoperiodista de AP asesinada en Afganistán: "Solo recuerdo la última de las balas"

  • Gannon sobrevivió en 2014 al atentado en el que fue asesinada su compañera y amiga, la fotoperiodista Anja Niedringhaus
  • Las dos trabajaban para la agencia norteamericana Associated Press (AP) cubriendo las elecciones en Afganistán
Kathy Gannon, en una imagen actual que muestra las secuelas del atentado al que sobrevivió en 2014
Kathy Gannon, en una imagen actual que muestra las secuelas del atentado al que sobrevivió en 2014 RTVE
Pilar Requena @Requenapilar
Pilar Requena @Requenapilar

Kathy Gannon, periodista canadiense autora de I es por infiel. De la guerra santa al terror santo en Afganistán, vive desde hace más de tres décadas en Pakistán. Fue directora de noticias de de AP para ese país y Afganistán. Todavía sufre en su cuerpo y en el alma las secuelas del atentado en el que perdió la vida su íntima amiga, la fotoperiodista alemana Anja Niedringhaus.

Conversar con ella es un canto a la vida y a honrar la memoria de Anja, una mujer que rompió barreras y que iluminaba el mundo con su sonrisa. Y es también recordar Afganistán, un país que para Kathy es como su segundo hogar y que su amiga también amaba. Kathy reivindica el periodismo de pisar barro, de acercarse a la gente, de escucharla y de intentar ver dentro de sus corazones, como hacía Anja. Su esperanza es que nunca muera ese periodismo que tanto apasionaba a las dos.

PREGUNTA: ¿Quién era Anja Niedringhaus?

RESPUESTA: Anya tenía un corazón extraordinario y lo ponía en todo, en las personas que conocía, con las que trabajaba, en las que fotografiaba. Anya podía ver dentro del corazón de las personas. Era una persona brillante, con un talento extraordinario. Como su corazón era tan extraordinario, veía cosas que muchos de nosotros quizá no vemos. Y lo captaba en sus fotografías, lo que hace que su fotografía destaque tanto. Eso hace que realmente deje huella en quienes ven sus fotos.

Anja Niedringhaus en Suiza de vacaciones

Anja Niedringhaus en Suiza de vacaciones Cedida

P: ¿Qué la hacía tan especial, no solo profesional sino también personalmente?

R: Personalmente, lo que la hacía especial era que, cuando se comprometía con una amistad, con una relación, se comprometía al 100%. Ella no era de las que estaban ahí pero no estaban. Incluso cuando, tras estar juntas en Afganistán durante dos o tres meses, no nos veíamos durante otros dos o tres, hablábamos o nos enviábamos mensajes todos los días. Estaba totalmente comprometida con sus amigos, con su familia, con sus compañeros. Se preocupaba profundamente por las personas. Y esperaba lo mismo a cambio. Daba todo de sí y esperaba lo mismo de sus amigos, de su familia y de nuestros compañeros. Y cuando eso no ocurría, se lo tomaba muy a pecho y le dolía. Era comprometida y generosa en la amistad y en las relaciones. Y creo que esa es una de las cosas que, personalmente, hacían a Anya tan extraordinaria, también profesionalmente. Todo se reduce a cómo ves las cosas, cómo ves el mundo y cómo ves a las personas. Ella se centraba genuinamente en las personas. También tenía un gran sentido del humor, una sonrisa maravillosa. Experimentaba las cosas con mucha intensidad.

Kathy y Anja en Afganistan

Kathy y Anja en Afganistan Cedida

P: Aunque mucha gente la califica de corresponsal de guerra, en realidad, ella no se consideraba una fotógrafa de guerra.

R: No, ella decía: "Soy fotógrafa, soy fotoperiodista, eso es lo que soy". Y le encantaban también sus fotos deportivas. No le gustaban las etiquetas. Y, desde luego, no quería que la etiquetaran como fotógrafa de guerra o fotógrafa deportiva. Era fotoperiodista y una gran fotógrafa. Siempre discutía sobre si la fotografía es arte. Cuando fue a los Balcanes para cubrir la guerra, veía que la guerra sacaba a relucir lo más extremo de la vida y la muerte. La guerra también era una parte muy importante de su fotografía, porque, para ella, representaba la vida real. No se trataba de ir con prisas para hacer la fotografía, sino ver a las personas, cómo reaccionan a lo que sucede a su alrededor, la esencia de lo que es aferrarse a la vida, vivir de verdad.

P: ¿Por qué cree que hay que conocer a Anya y su trabajo? ¿Fue una pionera?

R: Creo que la gente debería saber que su fotografía trataba sobre las personas que fotografiaba. Anya no buscaba romper barreras, no se trataba de ella, ni de que fuera mujer, aunque sí rompió barreras, sin duda. Pero, al mismo tiempo, era muy fuerte, luchaba con uñas y dientes por su derecho a hacer su trabajo y sufrió por ser una mujer fotógrafa, sufrió por tener que insistir cuando, en su lugar, habrían elegido a un hombre, o si lo hacían, no dejaba que nadie se saliera con la suya eligiendo enviar a un hombre a algo que ella quería o podía hacer. Y lo dejó muy claro, pero no lo hizo para romper barreras. Lo hizo porque creía que no debería existir ese techo de cristal y no aceptaba que existiera. Pero sí rompió barreras y fue una precursora, una muy ponderosa y fuerte, y lo hizo porque se trataba de hacer lo que era correcto y lo que debía ser. Estaba mejor cualificada que muchos de sus colegas, era mejor que muchos de ellos, y admiraba a los que eran buenos. Se debe recordar cómo vivió su vida y cómo gestionó su carrera y sus decisiones, que consistían en hacer lo correcto y ver a las personas tal y como eran y lo que estaban viviendo, y no lo que ella estaba viviendo, ni quién era ella, sino quiénes eran esas personas y cómo era su vida.

P: Vayamos al fatídico 4 de abril de 2014.

R: Fue terrible. Nos habíamos levantado temprano, íbamos a salir a las 6 de la mañana. Ella quería ir al frente del convoy, le dije que no, porque pensé que ir delante era más peligroso porque podía estallar algún explosivo colocado en la carretera. Esa era realmente mi mayor preocupación. Íbamos con el Ejército afgano, la policía afgana y el subjefe de la policía provincial, a dejar las urnas en una zona que no conocía mucho. Llegamos a un recinto grande. Había muchos policías que iban a llevar las últimas papeletas a diferentes comunidades de la zona, fuera de Khost. Entrevisté a todo el mundo. Anya les hizo fotos y recuerdo los últimos con los que hablamos. Repartieron botiquines de primeros auxilios a los policías pero solo contenían unas gasas y dos o tres cositas más. Le dije a Anya: "No te gustaría quedarte tirada en medio de la nada, que pasara algo y ese fuera tu botiquín de primeros auxilios".

El subjefe de policía quería que fuéramos a su pueblo, que estaba a dos horas de distancia. Le dije a Anya que no, porque eran dos horas de ida y otras dos de vuelta. Queríamos hacer todavía otras cosas, era el día anterior a las elecciones e íbamos a ir a un pueblo que estaba a unos 15 kilómetros. Estábamos en el gran recinto policial. Empezó a llover y ella dijo: "Vamos al coche". Nos sentamos en el asiento trasero, ella a mi derecha. El reportero gráfico de AP, Nishanuddin, delante. Él conducía, el coche era suyo. Rafiullah, nuestro traductor, estaba fuera.

Eran alrededor de las 9 de la mañana. Y, de repente, un comandante de la policía afgana vació su AK-47 sobre Anya y sobre mí. Solo recuerdo la última de las balas. Al principio, pensé que había explosionado una bomba debajo del coche. No podía moverme. Había mucha sangre por todas partes. Podía ver mi mano, era como un muñón. Miré hacia Anya y pude ver su pelo. Entonces, el cuerpo se sacudió y la última de las balas impactó. Sentí la sacudida y olí el azufre. Ahí me di cuenta. No era una bomba. Solo recuerdo haber dicho: "Por favor, ayúdennos". Anya estaba apoyada en mí. Nishanuddin dijo que todos habían huido del coche porque pensaban que igual era un atentado suicida. Luego, vinieron.

Solo recuerdo que Anya se apretó contra mí y recuerdo haber pensado: "No quiero tener miedo, no quiero morir". Tenía que respirar, había perdido mucha sangre, no podía moverme. Intenté empujar a Anya para despertarla y pensé: "Si esta va a ser mi última vez, solo quiero respirar". En ese momento no sabía que Anya había fallecido. Cuando llegamos al hospital, el médico me dijo: "Quiero que sepa que su vida es tan importante para mí como lo es para usted". Me llevaron al quirófano. No sabía dónde estaba Anya. Después, nos trasladaron en helicóptero. Y, en Kabul, me enteré de que Anja había muerto. No me lo creía, me habían dado mucha anestesia y medicamentos y supongo que estaba un poco aturdida. Solo recuerdo que, en la ambulancia, pensaba: "Dios mío, todo es un sueño. Es solo un sueño, no es real, todo está bien". Solo recuerdo pensar que acababa de despertar de una pesadilla. "Gracias a Dios que es un sueño", me decía. Pero, al final, me di cuenta de que no lo era.

P: ¿Quién cometió el atentado?

R: Fue un comandante de la policía afgana de la provincia de Parwan. Fue un ataque en solitario. La razón exacta no la sé, simplemente no le gustaban los extranjeros. Al principio, dijo que algunas personas de su pueblo y de su zona habían muerto en ataques pero descubrieron que no era cierto. Y, luego, dijo: "Bueno, no sé por qué lo hice". Durante el juicio yo estaba en el hospital. Había sido un alborotador en su pueblo. Era muy beligerante y pasó algo que le llevó a decidir que no le gustaban los extranjeros.

P: ¿Pensasteis que pudiera ocurrir lo que ocurrió?

R: Sinceramente, creo que ambas pensábamos que queríamos contar la historia de Afganistán y no podíamos hacerlo desde la oficina. Lo chequeamos todo, íbamos con la policía. No fueron los talibanes, fue un comandante de la policía afgana que se suponía que debía protegernos. No estábamos en medio de la nada, sino en un enorme complejo policial. Francamente, mientras estuvimos allí, nunca se me habría ocurrido ni en un millón de años que pudiera pasar algo. Anja quería ir a un sitio diferente. Por eso fuimos a Khost. Lo comprobamos todo antes de ir, la ONU había ido la semana anterior, el USIP y el Instituto Estadounidense de la Paz también lo habían hecho, así que la carretera era segura.

Nos alojamos en la vivienda del gobernador de Khost, a quien conocía desde la época de los muyahidines. Éramos muy responsables, muy decididas a hacer todo lo posible para mitigar los riesgos lo mejor que pudiéramos. Queríamos cubrir Afganistán, ninguna de las dos estaba dispuesta a morir por una historia, pero queríamos contar las historias, así que, por supuesto, entendíamos que podíamos correr peligro pero hicimos todo lo posible para mitigarlo. No se puede cubrir Afganistán desde la oficina y desde detrás de los muros.

Como fotógrafa, ¿cómo se puede hacer eso? Y para mí, si no puedes hablar con la gente para entender lo que piensan, no hay nada. Como decía Anya: "Yo informo con mi cámara y con mi corazón sobre el valor de otras personas". Sería una falta de respeto hacia Anya, pensar que, de alguna manera, cometimos un error. No, en absoluto. Y Anya sabía perfectamente lo que tenía que hacer, estaba decidida a hacerlo, era inteligente, responsable y valiente, pero no era arrogante, ni buscaba la adrenalina. Era una fotógrafa responsable, profundamente comprometida con contar el valor de los demás con su cámara y con su corazón. Y eso significaba estar entre la gente.

P: Perdió a Anja y sigue sufriendo secuelas. Pero volvió y siguió informando sobre Afganistán.

R: En primer lugar, si no hubiera vuelto, habría oído su voz en mi cabeza diciéndome: "No seas tan cobarde". En segundo lugar, no quería ser rehén del miedo. Además, recibía llamadas de afganos que me decían: "Lo siento mucho". Una persona no define a una nación y la persona que disparó no representa a Afganistán y no voy a tener miedo. Quería asegurarme de no ver a los afganos de forma diferente. Así que tenía muchas ganas de volver para ver cuál era mi reacción. Y para asegurarme de que no veía a los afganos de manera diferente, porque si era así, no podría informar. Y realmente sentí que estaba bien.

P: ¿Crees que la comunidad internacional ha abandonado Afganistán?

R: Creo que abandonaron a los afganos al dejar vacías todas las embajadas. Ahora deberían volver. Es un país de 42 millones de personas. Merecen tener a la comunidad internacional en su país, no que hablen o actúen, desde Doha o desde otro lugar. Y decir: "Seguimos ayudando a los afganos, nos preocupamos por Afganistán". No es así, deberíamos estar en Afganistán con los afganos para que puedan encontrar su propia fuerza y lograr un cambio. Siento que el abandono se ha disfrazado de superioridad moral y se ha disfrazado de algo así como: "Bueno, lo hacemos porque queremos que las mujeres y las niñas reciban educación y que las mujeres trabajen".

Y, por supuesto, que deberían hacerlo. Los afganos también lo quieren, hay miembros de los talibanes que también lo quieren, así que vayan allí y averígüenlo, no se queden en Doha, donde todos tienen sus embajadas o en otros lugares. Hay gente en Afganistán que realmente está tratando de educar a las niñas y que está tratando de cuidar a las mujeres. Afganos que están haciendo un trabajo maravilloso y se sabría más, si se estuviera allí. Eso no significa reconocimiento diplomático de los talibanes. Pero pensar que estás castigando a los talibanes manteniéndote alejado, es una tontería, porque, en realidad, estás castigando y aislando a los afganos. A los talibanes les irá perfectamente de una forma u otra. Si quieres averiguar realmente lo que está pasando en Afganistán, vuelve allí, no hay por qué darles reconocimiento diplomático. Hay gente haciendo un trabajo increíble, trabaja con ellos.