El "fin" de la conferencia de Yalta: Putin, Xi y Trump no serán los nuevos Roosevelt, Churchill y Stalin
- Apelar a un regreso a la dinámica de bloques supone una lectura errónea del sistema mundial actual
- Las democracias han perdido el escudo de EE.UU; el "eje del mal" no existe; el sur global busca socios antes que jefes
Han pasado 80 años desde el fin de la II Guerra Mundial y de la conferencia de Yalta, uno de los eventos diplomáticos más emblemáticos del siglo pasado que sirvió como punto de partida de la Guerra Fría. Pero si algo reveló aquella cumbre fue que los líderes que se sentaron a la mesa no compartían una visión común del orden internacional que pretendían construir.
Cuando se habla de un "nuevo Yalta" con los presidentes de Estados Unidos, China y Rusia —Donald Trump, Xi Jinping y Vladímir Putin—, y se apela a un regreso a la dinámica de bloques, se suele hacer desde la analogía del Telón de Acero. "Lo que estamos viendo es el regreso de una política de grandes potencias muy diferente con respecto a la década de 1990", adelanta el investigador sénior del Finnish Institute of International Affairs, Edward Hunter Christie. La invasión rusa de Ucrania en 2022 y la creciente competencia entre EE.UU. y China han alimentado esta narrativa.
El mundo de hoy no es el de finales del siglo XX. "Sin duda estamos entrando en una era de multiplicidad, con sistemas mucho más complejos que el momento unipolar anterior o la naturaleza bipolar de la Guerra Fría", expone el profesor de Relaciones Internacionales en la universidad Leuphana de Lüneburg, Alexandr Burilkov.
En consecuencia, si vemos el presente solo a través de los ojos de Yalta, corremos el riesgo de crear una visión de túnel donde solo "tres grandes hombres" lo deciden todo, ignorando las voces alternativas y los matices que definen el equilibrio global del siglo XXI.
Las democracias, sin escudo
Durante décadas, las democracias del mundo operaron bajo una premisa: si algo amenazaba su seguridad, allí estaría Estados Unidos. Esa garantía —implícita en la OTAN— permitió a Europa y a buena parte de Asia construir su prosperidad sin comprometer todos sus esfuerzos en defensa.
Esa era está llegando a su fin. El mundo democrático, aunque más interconectado y tecnológicamente avanzado que nunca, puede verse abocado a perder su escudo.
"China ha pasado de depender de la tecnología de la era soviética a tener un ejército de clase mundial que, en algunos aspectos, es equivalente o superior al estadounidense", establece Burilkov. "Esta es la razón por la que se habla de retirar las fuerzas estadounidenses de Europa, pues Washington no puede mantener una presencia creíble en todas las regiones", asume.
La paradoja es evidente: nunca ha sido más necesaria una coalición global de democracias, y nunca ha sido más incierta su capacidad para sostenerse. De primeras, Estados Unidos ya no parece el ancla fiable de antaño para una Europa donde la guerra en Ucrania ha evidenciado las grietas entre vecinos.
"[Sobre la guerra de Ucrania] si estás en España, ves el mundo de forma muy diferente, pues Rusia está lejos y no tiene una experiencia de ser atacado por Moscú", argumenta Christie. "Compara esto con Polonia, que reaccionó de inmediato a la invasión. El país fue colonizado por el Imperio Ruso durante el zarismo y controlado por la Unión Soviética; hay recuerdos muy amargos de la dominación rusa y un temor a que vuelva", comenta.
Las democracias de Asia-Pacífico también enfrentan grandes amenazas. Países como Japón o Corea del Sur, históricamente alineados con EE.UU, miran ahora con recelo a Trump, pese a que sus garantías a la seguridad —de momento— se mantienen vigentes.
"Japón tiene un tratado permanente con Estados Unidos, incluso más restrictivo que el artículo 5 de la OTAN; Corea del Sur tiene una situación similar", explica Burilkov. "El verdadero punto de conflicto es Taiwán, porque este es, por supuesto, el origen de las tensiones [entre Pekín y Washington]; el más expuesto y, paradójicamente, el que más depende de Estados Unidos", reitera.
"Dicho esto, existe un problema en el Indo-Pacífico si se es una democracia: Estados Unidos es el único aliado externo creíble, o al menos poderoso, que existe", percibe Christie. "Los europeos no tienen la capacidad para ayudar a los aliados asiáticos de forma significativa. La idea de que pudieran llegar hasta la región y marcar una gran diferencia en la seguridad de Australia, Corea del Sur o Japón es muy cuestionable; el apoyo es en gran medida simbólico", reconoce.
En el mundo post-Yalta, la defensa de un orden basado en normas exige voluntad política, inversiones sostenidas y sacrificios compartidos. Ahora que su líder histórico plantea delegar responsabilidades, las democracias pueden perder su influencia global si no reaccionan a tiempo.
Un eje inexistente
La llegada de miles de tropas norcoreanas para combatir junto al Ejército ruso en Kursk, o las denuncias del presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, sobre la presencia de soldados chinos, han vuelto alimentar un relato que instituye como rival de Occidente al denominado "eje del mal".
El término, que hunde sus raíces en la retórica de la era de George Bush, aglutina a Rusia, China, Irán y Corea del Norte en un mismo grupo. La fórmula es simple: Gobiernos hostiles a Estados Unidos que cooperan para subvertir el orden internacional occidental. Pero esta narrativa, además de engañosa, es peligrosamente simplista.
"Occidente no se beneficia con este discurso de que existe un poder vasto y monstruoso fuera de sus fronteras; cuando más lo difundimos, más nos subestimamos", avisa el profesor asistente del Instituto Pilecki de Varsovia, Ian Garner.
Es indudable que los países señalados tienen en común su profunda animadversión hacia lo que perciben como hegemonía estadounidense. No obstante, esa coincidencia de posturas no constituye una alianza estratégica real. Lo que existe, en el mejor de los casos, son relaciones movidas por necesidades puntuales.
"Nunca sucederá una alianza de países autoritarios porque no hay un profundo afecto ideológico entre ellos", dictamina Garner. "El Gobierno iraní es un sistema religioso conservador; el chino es una extraña versión hipercapitalizada del comunismo; el ruso es un país imperialista; y Corea del Norte un Estado ermitaño. La clave de su relación es solo la influencia tan dominante que tiene Pekín sobre ellos", resume.
Pese a todo, China no quiere quedar atado a una Rusia empobrecida ni verse arrastrado por las imprudencias de Piongyang. De igual forma, es impensable imaginar a Irán interviniendo junto a China en Asia-Pacífico, y Corea del Norte no tiene interés en el Golfo Pérsico.
Insistir en el mito del "eje" tan solo es útil para articular un "otro" al que culpar. "Estados Unidos ahora mismo está preocupado por sí mismo y su identidad", revela Garner. "Está atormentado por la idea de que se encuentra al borde de la destrucción, pese a que sigue siendo el país más poderoso del mundo", observa.
Lo más preocupante del "eje del mal" es renunciar a comprender estos países por separado, pues no hay un bloque opuesto a EE.UU. y sus aliados, sino una serie de desafíos diferentes que requieren respuestas individualizadas. "El peligro es que nos digamos que hemos creado el eje o que este existe", sentencia Garner.
El sur global como arquetipo
En esta dinámica internacional, las grandes regiones construyen sus narrativas de formas diferenciadas. Europa está en proceso de crear una coalición defensiva; China y Rusia ensayan nuevas formas de resistencia autoritaria; Washington elabora su discurso revisionista. El sur global, como conjunto, es la última de estas fuerzas regionales.
"El sur global es un concepto político con el que los países se autodenominan, y su plataforma más cercana es el G77 [actualmente formado por 143 Estados]", explica el jefe del departamento de investigación del Instituto Alemán de Desarrollo y Sostenibilidad, Stephan Klingebiel. "Podemos discutir si nos gusta o no el término, pero si los países que son parte del él lo usan, ¿realmente depende de ti y de mí [de Occidente]?", cuestiona.
Si algo define a estas naciones es su pragmatismo. Lejos de ejercer como un grupo neutral frente a las rivalidades de las potencias al estilo del Movimiento de Países No Alineados, lo que representan es un mosaico de intereses divergentes, estrategias mixtas y alianzas múltiples.
"El sur global es cada vez más relevante para la economía, pues representa el 60% de la economía mundial. Esto, aunque se debe principalmente a China, va más allá de ella", subraya Klingebiel. "También está la dimensión política pues, tras la invasión rusa y que se tomase la primera decisión en la Asamblea General de la ONU, quedó claro lo importante que era para los actores internacionales contar con el apoyo del sur global", recuerda.
Algunos de estos países miran hacia Washington, otros hacia Pekín, pero muchos hacia ambos. Lo que quieren no es adherirse a un bando bajo una lógica de bloques, sino obtener inversión, respeto a su soberanía y acceso a mercados.
"Desde una perspectiva europea, no siempre es fácil ver que el sur global se está uniendo en varias discusiones. Pero tener alianzas múltiples es algo que debe interesar a muchos países del continente", recalca.
Occidente debe estar preparado. Ahora que ha redescubierto la necesidad de disputar influencias en esta región, no puede hacerlo con instrumentos oxidados y promesas poco creíbles. La alternativa a China no puede ser más Consenso de Washington; la opción a Rusia no puede limitarse a quejas diplomáticas por su deriva autoritaria.
"Nosotros, como Europa, necesitamos estar preparados para el cambio cuando se trata de estructuras de gobernanza global que, en muchos sentidos, no son realmente justas y han estado bloqueadas durante muchas décadas", advierte Klingebiel. "También deberíamos tener un fuerte interés en encontrar una alianza de países que realmente favorezca las relaciones internacionales no tan basadas en el poder, sino en reglas", resalta.
En ese juego, Occidente no puede dar nada por sentado. Si quiere competir, tendrá que ofrecer algo más que moralismo. Deberá invertir, escuchar y respetar. El sur global espera socios.