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Análisis

Sinofuturismo, la batalla narrativa entre Occidente y Pekín por definir el futuro de China

  • El término ha impulsado una visión estereotípica y deshumanizada sobre el devenir de China
  • Pese al control del régimen chino, su discurso futurista evoluciona de manera más diversa que la que percibe Occidente
Sinofuturismo, la batalla narrativa entre Occidente y Pekín por definir el futuro de China
Una mano humana y robótica imitan la obra "La creación de Adán" bajo un cuadro tradicional chino de tipo shān shuǐ huà (pintura de paisajes) ADRIÁN ROMERO
ADRIÁN ROMERO

La academia occidental suele estudiar a China desde dos visiones dicotómicas. Por un lado, la China antigua, centrada en tradiciones filosóficas y dinásticas; por otro, la contemporánea, generalmente reducida al periodo de apertura de 1978 en adelante. Ajena a esta dualidad parece escabullirse una tercera visión: la del futuro.

En las últimas décadas, el auge económico y tecnológico chino ha impulsado la idea de nación destinada a definir el porvenir. Como respuesta, Occidente ha tratado de manejar esta percepción a través del concepto "sinofuturismo".

"En cierto sentido, el sinofuturismo, como experimento estético y mental, no tiene nada que ver con China: es inventado", establece el profesor de la Escuela de Medios Creativos de la Universidad de la Ciudad de Hong Kong Dino Zhang. "Pero las visiones de futuro existen ampliamente en el país, desde la base hasta la cima de la sociedad", adelanta.

Introducido en 1998 por el teórico cultural Steve Goodman, el sinofuturismo nace en Occidente y se orienta a China. El término mezcla la tradición y filosofía del país asiático con sus avances en ciencia y el ciberespacio para imaginar su devenir.

"El concepto se refiere tanto a cómo China visualiza el futuro en sus propios términos —es decir, progreso tecnológico y supremacía 'con características chinas'—, como a una proyección occidental de un futuro dominado por el país asiático", distingue la escritora e investigadora especializada en tecnología china Selina Xu.

Sin embargo, desde la perspectiva occidental, este principio no es emancipador ni nuevo. Replica las viejas estructuras narrativas del tecno-orientalismo, las cuales perciben lo asiático como tecnológicamente avanzado, pero profundamente superficial y deshumanizado, según explica el doctor en Sociología de la Universidad de Bergen, Gabrielle de Seta.

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"Es una forma muy orientalista de imaginar a Asia, al tratar al continente como un 'otro' que nunca comparte nuestro presente", argumenta. Una perspectiva que se aplicó inicialmente a Japón durante su auge económico en la década de los 80 y 90, y que ahora el sinofuturismo replica con China.

El miedo occidental a perder su hegemonía

En el hemisferio norte, en especial en Estados Unidos, existe un miedo latente a perder la hegemonía. Como potencia, China ha alimentado entre los círculos occidentales más radicales narrativas conspiranoicas: historias en las que el país no es visto como un actor autónomo, sino como una entidad inevitable y destinada a dominar el futuro.

"La imaginación estadounidense de una economía exitosa y un desarrollo tecnológico es la de una ciudad con luces y grandes rascacielos, una imagen que vemos hoy en las urbes chinas", refleja De Seta. "Así que es muy fácil decir: 'Oh, ese es un futuro aún más grande y mejor que tenemos que superar'. Pero, por supuesto, esa es una parte muy pequeña de lo que es China", insiste.

El sinofuturismo se enmarca en "el temor del 'Peligro Amarillo' de finales de los siglos XIX y XX y el macartismo de la Guerra Fría", manifiesta Xu. "Hemos sido testigos de estas reiteraciones con la Iniciativa China del Departamento de Justicia de EE. UU., o la creciente línea dura de Washington hacia Pekín", ilustra.

Mientras que el orientalismo tradicional posicionaba al gigante asiático anclado en el pasado, el sinofuturismo lo proyecta al futuro, pero en ambos le niega su capacidad de agencia en el presente.

"Esta percepción se ve impulsada, al menos en Occidente, por su propio [sentimiento de] declive", subraya Zhang. "La ansiedad occidental sobre China está bastante distorsionada, ya sea en fantasías positivas o negativas, pues existe muy poca comprensión de la vida doméstica del país", reseña.

Resolviendo el estereotipo

El auge tecnológico y económico de China ha generado una profunda brecha entre la forma en la que el país se percibe a sí mismo y la imagen que proyecta al mundo. Mientras que los aparatos estatales enfatizan la estabilidad y el liderazgo global, Occidente lo retrata como un Estado de vigilancia masiva, mecanizado, sin creatividad ni pensamiento crítico.

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"El partido recuerda constantemente a su gente que deben ser buenos ciudadanos. Esta educación, llamada 'civilización espiritual', se ha estado desarrollando durante décadas, pero existe una enorme disparidad entre las visiones de un futuro de ciudadanos morales y la realidad de considerar a los campesinos [de la China rural] bárbaros incívicos", establece Zhang. "Quizás debamos reconsiderar lo que le importa al pueblo en lugar de tratarlo con condescendencia", recuerda.

Es indudable que el crecimiento tecnológico de China ha ido acompañado de un sistema de vigilancia sin precedentes. "'Contar bien la historia de China' es un eslogan clave de la política mediática de Xi Jinping", expone la directora del Programa de Investigación en el Mercator Institute sobre política y sociedad chinas, Katja Drinhausen. "Se trata de suprimir la información negativa o indeseada y reemplazarlas por historias que cuenten el relato correcto de China y del Gobierno y difundan energía positiva".

Pese a este control gubernamental, las visiones sobre el futuro del país son más diversas que las que promociona el régimen. "Existen muchas concepciones del futuro de China que surgen desde dentro; por ejemplo, la vida digital, la ciencia ficción o la hipermodernidad con un sabor típicamente chino", incide Xu. "Visiones del sinofuturismo que son mucho más fascinantes y que merecen ser más cuestionadas que los estereotipos tecno-orientalistas de Occidente".

Las redes sociales también han permitido el surgimiento de novedosas tendencias culturales, dando voz a grupos de usuarios que se apropian del espacio narrativo en la web para redefinir la identidad de su nación.

"Un buen ejemplo de ello son los debates en torno al Tang ping ["estar tumbado"], un concepto que consiste en rechazar las presiones sociales para tener éxito profesional y centrarse más en el desarrollo personal. Hay muchos términos en internet que expresan ese cambio de valores sociales, especialmente en la generación más joven", evidencia Drinhausen.

En el ciberespacio, la nueva generación de creadores de contenido (xin sheng dai) juega un papel fundamental en la evolución de la cultura digital china. A través de sus producciones, han demostrado que la creatividad no está subordinada a la censura estatal ni a la imitación de modelos occidentales.

"No todo tiene que girar en torno a un discurso político crítico. También se trata de mostrar diferentes tipos de identidades regionales, de humor; de la vida cotidiana... Simplemente, contenido que entretiene a los ciudadanos chinos tanto como podrían entretener a la gente de otras partes del mundo", asevera Drinhausen. "Eso es algo que se pierde en esta visión comercial y depurada de modernidad promovida por el Gobierno chino, la cual es a su vez una cuestión de prestigio", incide.

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Los novedosos sistemas de censura chinos han generado una dinámica en la que los creadores deben encontrar maneras de eludir las restricciones sin perder visibilidad. Una actitud que alimenta resistencias, no solo contra la opresión del Gobierno, también contra estereotipos occidentalizadores como el sinofuturismo.

"Lo que realmente llama la atención en mis 15 años de investigación es este 'juego del gato y el ratón' en constante evolución entre el Gobierno, los ciudadanos y los censores. Creo que, por muy automatizado que esté el sistema, por mucho que la IA pueda apoyar las nuevas iniciativas que se están desarrollando para agilizar y controlar la opinión pública, siempre surgirán temas y asuntos que preocuparán a los ciudadanos en su vida diaria y de los que hablarán", sentencia.

El poder de decir "no"

En 1989, la obra El Japón que puede decir "no", de Shintaro Ishihara y Akio Morita, desató un intenso debate en Estados Unidos al desafiar la tradicional relación de subordinación de Tokio ante Washington. Paralelamente, el autor Zhang Zangzang publicó en 1996 la obra China puede decir "no".

El texto, criticado primero por Occidente y después por Pekín, reflejaba la transformación ideológica de los jóvenes chinos que habían estudiado en EE.UU. y que, al sufrir la negación de sus tradiciones y valores sociales, experimentaban a su vuelta un sentimiento reivindicador de su cultura. "China no quiere liderar a nadie, salvo a sí misma", exponía Zangzang.

Para conectar significativamente con China, es importante disipar las fantasías"

La reducción de China a una única visión de futuro por parte de Occidente ignora la complejidad y diversidad de sus narrativas internas. En lugar de asumir una especie de "destino manifiesto" hacia el liderazgo global, el país se limita a construir su porvenir a partir de sus propias tradiciones filosóficas, políticas tecnológicas y movimientos culturales.

"En la última década, China, en especial su Gobierno, ha adoptado esta visión del futuro de rascacielos y neones que antes les aplicaba Occidente", destaca De Seta. "Hacen anuncios y reportajes de televisión que muestran sus urbes de noche, con drones haciendo exhibiciones coordinadas, o presumen de que su infraestructura de transporte es mejor que la de Estados Unidos. Ahí puedes ver que este tipo de imaginación comienza desde el exterior y luego es realmente útil dentro, pues así pueden afirmar que son el futuro", establece.

En última instancia, Zhang declara que el debate sobre el sinofuturismo y la relación de China debe trascender las simplificaciones y reconocer la diversidad interna del país. "Desde Occidente, tomarse el tiempo para reflexionar sobre este concepto ayuda mucho a descentrase, a alejarse del eurocentrismo. No lo digo desde una mezquina corrección política, sino para recordarles a los europeos que, para conectar significativamente con China, es importante disipar las fantasías", concluye Zhang.

Ahora, con una Unión Europea cada vez más distanciada de Estados Unidos, las puertas del gigante asiático están abiertas al diálogo.