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Entrevista

Arnaud Orain, economista e historiador: "Trump, como Xi o Putin, encarna perfectamente el 'capitalismo de la finitud'"

  • El economista francés cree que las grandes potencias están inmersas en una competición agresiva por los recursos
  • "El regreso del imperialismo territorial es incompatible con los valores humanistas, los valores de la UE"

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Entrevista Arnaud Orain: "Trump encarna el capitalismo de la finitud"
Un petrolero en el puerto de Qingdao, en China Afp

La guerra comercial iniciada por Donald Trump ha puesto la economía mundial patas arriba. Muchos expertos y medios especializados resumen con la palabra "caos" la montaña rusa de las bolsas en las últimas semanas y los pasos adelante y atrás de la Casa Blanca, que tan pronto anuncia aranceles universales como las paraliza. Otros se preguntan qué tiene Trump en la cabeza, y si sus acciones siguen un plan prefijado.

Para Arnaud Orain, economista e historiador francés y director de Estudios de la Escuela de Estudios Superiores en Ciencia Sociales (EHESS) de París, las acciones de Trump, desde los aranceles a sus declaraciones sobre Groenlandia, Canadá o el Canal de Panamá, tienen toda la lógica si se interpretan en el marco más amplio del sistema económico en que vivimos.

"Trump, como Xi o Putin, encarna perfectamente el 'capitalismo de la finitud'", explica en una entrevista con RTVE.es. Se trata de una suerte de nuevo mercantilismo, en el que las potencias mundiales y grandes empresas que se comportan como Estados corren para hacerse con los escasos recursos, capitales y mercado, pasando por encima de todas las normas y leyes, incluida la libre competencia, y usando la fuerza si es necesario.

En su ensayo Le Monde Confisqué, editado en francés por Flammarion pero aún no en español, Orain menciona tres características de este 'capitalismo de la finitud': cierre y militarización de los océanos; sustitución del libre mercado por monopolios; y un neoimperialismo que en el que tanto los grandes Estados como empresas que se comportan como Estados ocupan el espacio (y, en nuestros días, el ciberespacio). "Este regreso del imperialismo es incompatible con los valores humanistas", advierte Orain.

PREGUNTA: ¿Podría explicar de manera sencilla qué quiere decir cuando habla de 'capitalismo de la finitud'?

RESPUESTA: En el libro, opongo dos tipos de capitalismo. El primero, el liberal y neoliberal, es una esperanza utópica en el crecimiento global de la riqueza, siempre que todos los actores respeten el principio de la competencia.

El 'capitalismo de la finitud', por el contrario, es la idea del juego de suma cero. Los recursos, de un lado, y los mercados, del otro, son limitados en número. Lo que uno gana, otro lo pierde. Así que el 'capitalismo de la finitud' no promete un crecimiento general de la riqueza, ya sea para los individuos, las empresas o los Estados. En una palabra, este capitalismo persigue el poder, no la abundancia; la autarquía, no la apertura; la fuerza, no el libre mercado. Es un capitalismo al que no le gusta la competencia ni el libre mercado.

P: Tal y como lo explica, no parece un programa deliberado que alguien, por ejemplo EE.UU. o China, ponga en práctica, sino una fase natural del capitalismo

R: Eso es. Distingo dos fases de capitalismo liberal en la historia: la primera va, más o menos, desde el comienzo hasta el final del siglo XIX, y la segunda de 1945 a 2010, hace diez o quince años. Ambas terminaron de la misma manera, con una ruptura, que está ligada a los mismos fenómenos.

De una parte, el liberalismo hace aparecer nuevos rivales sistémicos, como eran Alemania y Japón al final del siglo XIX, y China a comienzos del XXI. Comenzó a afianzarse la idea de que había demasiados productores sin suficientes mercados para todos. Las nuevas empresas industriales producen todo lo que producían las antiguas, pero a un precio más bajo. Así que los viejos países industriales ya no quieren el liberalismo económico, quieren protegerse a sí mismos de estos recién llegados. Ya no aceptan las reglas del sistema liberal.

El otro fenómeno tiene que ver con los recursos. Al final del siglo XIX y de nuevo a comienzos del XXI, hay una gran preocupación por la relación entre las necesidades de la población y los recursos disponibles del planeta. Así que, para aumentar o mantener un cierto nivel de vida, las grandes potencias quieren hacerse rápidamente con tierras, minas y mares. Esto es incluso más cierto hoy, con la transición energética, que requiere un montón de minerales. El mundo se concibe más aún como algo finito.

Así que sí, el liberalismo económico siempre genera un regreso a la escasez, a la idea de que el mundo es finito, de que la riqueza no puede crecer.

Entrevista a Arnaud Orain, economista e historiador:

El economista e historiador francés Arnaud Orain Francesca Mantovani, Copyright Gallimard

P: Desde su llegada al poder Trump ha mostrado su interés en Groenlandia, el Canal de Panamá e incluso Canadá, y ha iniciado una guerra comercial. Muchas interpretaciones hablan de "caos", pero según Ud. todo esto tiene sentido en ese marco del 'capitalismo de la finitud'.

R: El capitalismo de la finitud empezó antes de Trump y lo sobrevivirá. Pero Trump, como Xi Jinping o Vladimir Putin, es un líder cuyas acciones encarnan perfectamente este tipo de capitalismo.

Los aranceles están diseñados para intentar reubicar las industrias en EE.UU., y así el país sería más autónomo, incluso autárquico, lo que podría permitirle desacoplarse de China. Esa era también, aunque con otros medios, la política de Joe Biden, por cierto.

Los aranceles también permiten distinguir entre amigos, vasallos, y el resto, y crear lo que llamo 'silos imperiales': se comercia con los amigos, con los vasallos, incluso con las colonias. Así que a partir de ahora comerciaremos tanto como sea posible dentro de estos 'silos', como ocurría en el siglo XVIII o en los años treinta del siglo pasado, con grupos pequeños de socios bajo la supervisión de una superpotencia.

Respecto al deseo de monopolizar Groenlandia, revisar la frontera con Canadá o recuperar el control del Canal de Panamá, esto es perfectamente coherente con el capitalismo de la finitud, porque es un tipo de capitalismo depredador y violento, que considera la expansión territorial es el camino correcto. Es precisamente lo que Trump dijo cuando asumió el cargo el pasado enero: que EE.UU. debía expandirse de nuevo.

P: No obstante, tanto Trump como la extrema derecha europea se oponen a las políticas verdes y reniegan de la transición ecológica. Al menos en su discurso público, no reconocen que haya unos "límites ecológicos" al crecimiento

R: Comprenden muy bien que el cambio climático y la sexta extinción masiva de especies van a causar problemas serios, pero no quieren afrontar estos problemas globalmente, quieren protegerse a sí mismos.

Saben que se va a necesitar una gran cantidad de agua y de metales para producir comida, para los ejércitos, para las industrias electrónicas, y saben que esos recursos son limitados. De ahí el deseo de expansión territorial y la creación de 'silos imperiales'. Pero no quieren afrontar estos problemas con el multilateralismo, con organizaciones globales como la ONU o la OMC [Organización Mundial del Comercio]. Solo quieren protegerse a sí mismos, y eso implica una política imperial.

P: El presidente español, Pedro Sánchez, dijo recientemente que el comercio internacional "no es un juego de suma cero" y que todos pueden ganar. ¿Se equivoca?

R: Sí, como todas las elites europeas. Es igual en Francia, o con Ursula von der Leyen o Kaja Kallas. Aún piensan que vivimos en un mundo neoliberal.

Sánchez cree que aún es posible vivir en un mundo multilateral con reglas, las de la OMC, la ONU, los tratados internacionales... Bueno, me parece que ese mundo ya ha pasado, y posiblemente será así por mucho tiempo.

Para que ese mundo funcione, es necesario que haya sólo un poder hegemónico global, que asegure la libertad de los mares, imponga reglas de mercado, castigue a los recalcitrantes, imponga una moneda (como el dólar), y así sucesivamente. Por un lado, esta potencia, EE.UU., ya no respeta ninguna regla, y quiere retirarse de su papel de policía mundial. Y por otro lado, aparece otra potencia sistémica: China, poderosa en el mar y en la industria. Así que al final estamos en un mundo en el que todos quieren hacerse con tierras y minerales, para poder mantener su nivel de vida.

La globalización con China sin EE.UU. sería una forma de vasallaje para la Unión Europea. China no necesita a los productores europeos, necesita solo a los consumidores europeos.

Así que va a ser muy, muy difícil seguir siendo un liberal. Creo que Sánchez es demasiado optimista.

P: Y este sistema económico que Ud. describe, ¿es compatible con el estado del bienestar y con la democracia?

R: ¿Es compatible con el estado del bienestar? Pues es un problema, porque requiere un enorme gasto militar. Muchos líderes, y ya ha empezado en Francia, estarán tentados de contraponer el gasto militar con los gastos en sanidad, educación o seguridad social. Es un gran riesgo.

Respecto a la democracia, es incluso más grave. El 'capitalismo de la finitud' se nutre del odio a la democracia, y al revés, el odio se alimenta de este capitalismo. Entramos en un mundo en el que las compañías tecnológicas, esos grandes monopolios privados, pretenden manejar a las poblaciones sin su consentimiento. Además, el regreso del imperialismo territorial es incompatible con los valores humanistas, los valores de la UE.

El 'capitalismo de la finitud' se nutre del odio a la democracia, y al revés, el odio se alimenta de este capitalismo

P: A propósito de las empresas tecnológicas. Usted se refiere en su libro a las 'empresas-Estado' que en algunos casos sustituyen al mismo Estado. ¿Amazon, X [antes Twitter] o Meta serían las empresas candidatas a jugar ese papel?

R: Mark Zuckerberg dijo que Facebook, ahora Meta, se parecía más a un gobierno que a una empresa tradicional. Ya antes de su llegada a la administración Trump, Elon Musk tenía atributos soberanos, como su red de satélites, que puede encender o apagar en una guerra como la de Ucrania, o en una situación de alto voltaje como Taiwán. Musk además posee un espacio público, a través de X, y dentro de ese espacio público puede desestabilizar gobiernos, tal y como hace Putin. Tenemos grandes empresas con estructuras soberanas, como cables submarinos, puertos, redes logísticas, satélites...

Así que, de nuevo, en nuestro siglo XXI tenemos una fragmentación de la soberanía entre los Estados y las empresas-Estado, como pasaba en el siglo XVIII con las compañía de las Indias Orientales de Holanda, Inglaterra y Francia. La diferencia ahora es que Musk está en el aparato estatal de EE.UU. Las empresas pueden monopolizar atributos de soberanía dentro de sus propios Estados, lo que no pasaba en el siglo XVIII, y eso no es neoliberal en absoluto: en los años ochenta, la Administración Reagan cedió parcelas de poder público al libre mercado, pero ahora se les dan a monopolios privados. Es muy diferente.

P: ¿Hay alguna alternativa, alguna forma diferente de hacer las cosas?

R: Es muy complicado. ¿Qué puede hacer la UE? Puede ser vasallo de China o de EE.UU.. Puede convertirse en una superpotencia con políticas imperiales, con la militarización de la sociedad. Ninguna de las dos opciones es buena, en mi opinión.

Así que ¿cómo se puede resistir al 'capitalismo de la finitud', o suavizarlo? Probablemente con una enorme transición hacia la descarbonización, pero eso necesitará un montón de minerales y metales, así que de nuevo estamos con el problema de las políticas imperiales.

En mi opinión, necesitamos, por supuesto, políticas de descarbonización, y probablemente una reducción de nuestro consumo, en primer lugar de energía, pero también de ciertos tipos de productos, y una reducción del crecimiento de cierto tipo de industrias, y buscar la autarquía tanto como sea posible.