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Las trabajadoras internas denuncian sus pésimas condiciones laborales: "Perdí casi 25 kilos por comer de las sobras"

  • Nueve de cada diez son migrantes y, si están en situación irregular, son especialmente vulnerables a los abusos
  • Denuncian que el sistema de cuidados se sustenta en su trabajo precario y su necesidad de vivienda

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Una mujer joven limpia desde dentro el cristal de una ventana, en la que se ve la calle de un barrio periférico residencial.
Una trabajadora doméstica limpia el cristal de una ventana, en una imagen de archivo

"Ducharlas, levantarlas… Lo hago todo: limpio, cocino, las llevo al médico, soy la peluquera, la enfermera". Patricia —nombre ficticio para mantener el anonimato— enumera las tareas que ocupan casi sus 24 horas al día como empleada doméstica y cuidadora interna. Los últimos cinco años desde que emigró a España desde Sudamérica, vive y trabaja en la casa de una mujer mayor y su hija con discapacidad, una oportunidad laboral sin contrato que coloniza todo su tiempo y su espacio.

"Prácticamente, esta noche no he dormido nada. La señora se levanta mínimo cuatro veces en la noche para ir al lavabo y hay que estar vigilando que no se caiga ni se golpee, porque tiene los pies mal", ejemplifica. Su jornada no se limita a la noche y, tras un descanso de un par de horas por la mañana en el que ha sacado tiempo para atendernos, vuelve a sus laborales, desde limpiar la casa a cuidar a una persona dependiente. Y así, seis días a la semana por el salario mínimo, 1.080 euros.

— ¿Los domingos imagino que los aprovechas para descansar un poco, divertirte?

— Sí, y para gritar —responde con una risa silenciosa y decaída esta mujer de 56 años, que trabajó como maestra y se formó como enfermera auxiliar en su país. Ahora forma también parte del Colectivo Micaela, de mujeres migrantes trabajadoras del hogar y los cuidados.

Unas 40.000 mujeres trabajan como internas en España con una jornada media de 45 horas semanales, según un informe de 2021 publicado por Oxfam Intermon. Nueve de cada diez son extranjeras y una de cada cuatro cuida a un adulto dependiente. El estudio denunció "jornadas interminables", que se extienden más de 61 horas para una de cada diez y más de 71 horas para más de un 7%. Para muchas de estas "trabajadoras esenciales" en nuestra sociedad, la necesidad económica, las dificultades para conseguir un contrato laboral sin tener papeles o el elevado precio de la vivienda se entrelazan hasta atraparlas en una situación especialmente vulnerable.

Condiciones mínimas que no se cumplen

Las condiciones laborales de las trabajadoras domésticas se regulan por un régimen "especial", que contempla algunas excepciones al Estatuto de Trabajadores. La jornada máxima es igualmente de 40 horas a la semana, pero se contemplan además otras posibles 20 horas semanales "de presencia" en las que estar disponible en los términos que se pacten.

La ley establece dos horas para comer cada día, al menos 10 horas entre el final de una jornada y el principio de la siguiente, así como un descanso mínimo semanal de 36 horas consecutivas, preferiblemente en fin de semana. Sin embargo, es fácil que no se cumplan todas estas condiciones, como le ocurrió también a Delmi Galeano, cuando llegó a España desde El Salvador.

Esta mujer, abogada de formación, trabajó los primeros años en el país como interna en casas en las que las labores de limpieza y cuidados siempre acababan siendo más que las pactadas inicialmente. Y por el mismo salario, que no pasaba de los 850 euros. "Perdí casi 25 kilos entre subir y bajar, por no comer", cuenta a RTVE.es sobre la experiencia en un chalet de cuatro pisos en La Moraleja, en el que cada día tenía que comer de las sobras que la familia le dejara al terminar.

Hoy, es miembro de la Asociación Servicio Doméstico Activo (SEDOAC), donde asesoran a otras mujeres que están pasando por situaciones similares. "Como te doy la casa y la comida, te lo descuento del sueldo, les dicen y les terminan pagando 400 o 500 euros", señala Galeano entre algunos de los abusos habituales.

El incumplimiento de la ley está aupado por las dificultades para ver qué ocurre de puertas para dentro en los hogares. "La inspección laboral es una de las cuestiones que nosotras seguimos exigiendo", afirma Rafaela Pimentel, portavoz del colectivo Territorio Doméstico. A este respecto, el Plan Estratégico 2021-2023 para el cuerpo de inspectores de Trabajo incluye por primera vez un apartado dedicado al "trabajo doméstico", pero solo hace referencia a "mejorar la respuesta a las denuncias de irregularidades" y a realizar campañas para aflorar situaciones de fraude —como las cartas enviadas para informar de la necesidad de regularizar salarios y cotizaciones a la Seguridad Social. Limpiadoras y cuidadoras, por su parte, rara vez se atreven a denunciar por miedo a perder el empleo o, incluso, ser deportadas cuando no se encuentran en situación legal.

Por ello, Pimentel demanda "herramientas" para llevar a cabo un control efectivo de las condiciones laborales de las empleadas del hogar. "Cuando se hacen inspecciones de gas, luz o agua, el trabajador entra en las casas", apunta, y lamenta que no haya "voluntad política" para impulsarlas.

Una vía ante la Ley de Extranjería

Y sosteniendo la precariedad de las internas, en muchas ocasiones, está una dificultad mayor: su situación irregular como inmigrantes. "Nadie te quiere contratar si no tienes documentación, por más que estés formada", reconoce Patricia, sobre las circunstancias que le han mantenido atrapada en unas ínfimas condiciones laborales. Y añade: "También por necesidad, imagínate, los sueldos como trabajadoras del hogar son tan mínimos y los alquileres son tan caros… Y ya venimos con necesidad económica de nuestro país".

Aunque esta vulnerabilidad dinamite cualquier capacidad de negociación de la relación laboral, lo cierto es que trabajar como interna es para muchas una vía de mantenerse en el país hasta que la legislación española les permita regularizar su situación. "La Ley de Extranjería dice que tienes que pasar tres años [en España], pero la gente no vive del aire", exclama Pimentel, que apunta también a los problemas que enfrentan muchas para empadronarse en las viviendas en las que, de hecho, viven y trabajan.

En el primer punto coincide Delmi Galeano. "Es triste decirlo, pero las mujeres migrantes cuando venimos acá tenemos tres opciones: ser trabajadora de hogar y cuidado, ser camarera o ser trabajadora sexual. No tienes otra opción, porque no te permiten tener otra opción. Tenemos mujeres que son médicos, enfermeras, abogadas, administradora de empresas, pero no las permiten ejercer", afirma la activista de SEDOAC, que juzga que la Administración también está perdiendo miles de euros al condenar a estar mujeres a la economía sumergida y, además, es responsable de todo ello. "Es el mismo Estado el que, a través de esta legislación tan racista, permite que la gente venga de manera irregular y sea carne de cañón y objeto de abuso".

Entre dichos abusos —afirma Galeano— hay también casos de acoso y agresiones sexuales en el trabajo que, de nuevo, las mujeres inmigrantes sin papeles no se atreven a denunciar.

Un refugio físico, un caparazón social y mental

Patricia nos cuenta que, aunque vive de lunes a sábado en un dormitorio en la casa de sus empleadoras, tiene alquilada una habitación compartida. "Para sentir que tengo algo mío, ¿no? Por lo menos ahí no me está mirando nadie", comenta, y admite que en el hogar en el que trabaja se siente "cohibida": "Aunque te digan que puedes estar como en tu casa, no es así".

Los colectivos de trabajadoras denuncian también casos en los que la empleada descansa en el mismo espacio que la persona a la que cuidan o duermen en cuartos con colchones en el suelo o junto al tendedero y la lavadora. Y esa precariedad y falta de libertad en el entorno físico acaba contagiándose a su bienestar mental.

"Empiezas a meterte dentro de un caparazón. La única conversación que tienes es con tu familia a través de un teléfono", describe Delmi Galeano, a partir de su propia experiencia. "Una de las cosas que se da cuando trabajas de interna es que vives tu vida a través de los ojos de las personas a las que cuidas. No te enteras de nada, porque no ves la tele ni ves a nadie más, porque no te da tiempo. Borras absolutamente tu capacidad de socializar". Y así, dice, aparece la culpa, la depresión…

¿Erradicar el trabajo de interna o mejorar sus condiciones?

En el fin de semana, previo al Día Internacional de las Trabajadoras del Hogar y los Cuidados que se celebra este jueves, la organización SEDOAC salió a manifestarse por la "erradicación del trabajo de interna", que consideran una "esclavitud moderna". Sin embargo, los otros dos colectivos consultados rechazan usar ese término.

"Si se elimina ese trabajo yo pienso que sería más clandestino y peor. Lo que sí podemos pedir es que haya más opciones y mejoras en la ley", opina Patricia, del Colectivo Micaela.

"Ojalá no existieran estos trabajos porque hubiera unas buenas políticas públicas de cuidado y porque estuvieran resueltos los problemas de vivienda, conciliación, sanidad, residencias. Pero tenemos lo que tenemos y no podemos pedir de un plumazo la abolición del trabajo de interna, porque se iría a un mercado de economía sumergida", coincide Rafaela Pimentel, desde Territorio Doméstico, y resume una cuestión en la que sí hay pleno consenso entre los grupos: "Las trabajadoras del hogar y cuidadoras somos las que estamos sosteniendo el sistema de cuidados", sentencia.

Por ello, Delmi Galeano, de SEDOAC, reivindica avanzar hacia una política pública de cuidados universal: "No es solo en nuestro beneficio, sino de todas las partes que lo necesitan".