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Coronavirus

"Quería apagarlo todo y retirarme": así ha quebrado la pandemia la salud mental y la vocación de las enfermeras

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Una enfermera de la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) del Hospital Santa Lucía de Cartagena en febrero de 2021.
Una enfermera de la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) del Hospital Santa Lucía de Cartagena en febrero de 2021

“Todavía me pregunto por qué sigo siendo enfermera y por qué narices tuve que estudiar esto”. Noelia González, al teléfono, culmina con esta frase su relato de dos años de pandemia “muy, muy duros”. “El cansancio, además de ser físico, también era mental. Quería darle al botón de off, apagarlo todo y retirarme de este episodio de la vida”. Como a tantas otras compañeras, la crisis sanitaria por el COVID-19 ha llevado al límite su salud mental. Ella, que ya se está recuperando, aún hoy rompe a llorar al pensar en quienes, dice, “murieron solos”, pero estaban cogidos de su mano.

El Consejo General de Enfermería lo alertó la semana pasada: casi la mitad de las enfermeras se ha planteado dejarlo y más de ocho de cada diez han visto afectado su bienestar psicológico y emocional. El coronavirus ha sido la “puntilla” para una profesión que ya era “precaria”, por sus condiciones laborales y una falta estructural de personal que llevan años reivindicando.

“Ojalá no venga otra vez una pandemia como la que hemos vivido, porque entonces no sé cómo va a reaccionar el personal sanitario”, advierte Neus Riera, enfermera en Cataluña, que siente que las instituciones les han tratado como a “números reemplazables”. “La sociedad y los centros sanitarios tienen mucha suerte de que nuestro trabajo sea vocacional, pero hasta la vocación tiene un límite”.

Protagonistas de una "película de terror"

Al principio, la situación fue asfixiante: el miedo al contagio, más horas en el trabajo, las calles vacías y un virus desconocido. Las dos enfermeras coinciden al describir la vivencia como una película de “terror” o de “ciencia ficción”.

“La gente se nos moría en los brazos”, revive Riera, que forma parte de los servicios de atención primaria y urgencias de Igualada, en la Conca d'Òdena, epicentro del coronavirus en España al comienzo de la crisis y primera región en ser confinada. “En los primeros momentos, no podías hacer nada más que acompañar”.

Y esa labor de acompañamiento ha continuado junto a los cuidados durante el resto de la pandemia. Especialmente, en las ucis como en las que trabaja Noelia González en Madrid. “Es un peso más en tus sentimientos y emociones, porque es imposible no trasladarlo a un familiar tuyo. Este chico se parece a mi hermano, esta señora podría ser mi madre”, continúa.

La enfermera madrileña ha pasado 14 de los 20 años de servicio trabajando en unidades de críticos, pero estos dos últimos “han sido los más difíciles” de su vida. “Mi marido lo resume fenomenal: en los primeros meses de pandemia yo era un ente que iba a casa, dormía, comía y se iba a trabajar”, nos cuenta. La nueva rutina le llevó a una baja por ansiedad y dejó tocado su descanso. “He tenido muchísimas pesadillas, me despertaba agobiada y con taquicardias”.

Estrés postraumático y psicosis propias de zonas de guerra

Y al despertarse, el COVID seguía ahí. En los medios de comunicación, en los grupos de WhatsApp, en las videollamadas, en las conversaciones familiares… Según los especialistas, la imposible desconexión y la incertidumbre han sido otros dos de los determinantes que han minado el equilibrio emocional del personal sanitario.

“Es muy parecido a lo que les pasa a muchos combatientes que vienen con estrés postraumático de la guerra. Es una situación de alerta 24 horas, siete días a la semana, el tiempo que dure, porque además no se sabe cuánto será”, afirma José González, psicólogo y formador especialista en personal sanitario, que ha tratado con muchas enfermeras con historias similares a las de nuestras protagonistas. Para González, esa “sanidad de guerra”, en la que “a veces había que decidir a quién se atendía y a quién no”, ha quebrado incluso a unos profesionales “acostumbrados a trabajar en situaciones desbordantes y de urgencia”.

Pero esos trastornos “ansioso-depresivos” con “flashbacks e insomnio” no han sido las únicas consecuencias graves. David Giménez, enfermero en salud mental, relata a RTVE.es que lo que más le ha “sorprendido” son los trastornos psicóticos, con alucinaciones y delirios. En sus visitas a domicilio a pacientes agudos, junto a un psiquiatra, han encontrado en esta situación a profesionales de la enfermería, pero también de la medicina.

“En España esto no es común. Aquí, la psicosis la encuentras por temas de drogas o personas con una genética determinada. No suele haber problemas psicóticos por estrés”, expone.

"Éramos pocas"

En opinión de Neus Riera, que pertenece al sindicato Infermeres de Catalunya, “la pandemia no ha hecho más que poner en evidencia el estado crítico de la sanidad” y la escasez de profesionales en la plantilla, lo que explica que la presión no acabara con la primera ola.

“Hay profesionales que van cayendo, porque el COVID no se coge solo una vez. Tengo compañeros que ya van por la cuarta. Esto son bajas con las que no contábamos, además de las vacunaciones. Los recursos humanos están rayando los servicios mínimos”, denuncia. “También hemos tenido que reinventarnos día a día, porque cambian los protocolos de la noche a la mañana”.

El psicólogo José González apunta que ese no saber “qué me voy a encontrar cuando llego cada día al hospital” ha generado más ansiedad en el personal sanitario. “Ha sido la tormenta perfecta”, remacha, sin dejar de lado la “dicotomía” entre el apoyo social que se expresaba con aplausos en los balcones y las condiciones de sus puestos de trabajo. “En las olas posteriores tampoco se ha reforzado el servicio de enfermería”, recuerda el terapeuta.

Pero la misma vida social también podía ser un shock. “Cuando salimos del confinamiento duro, me provocaba muchísima ansiedad pasar por la plaza central de mi barrio, que está rodeada de bares. Me cabreaba ver a la gente dentro, me daban ganas de salir del coche, entrar ahí y gritar. Entonces, hasta modifiqué la ruta que usaba para ir al trabajo”, confiesa la enfermera Noelia González.

La sobreempatía del cuidador

En una sesión de terapia grupal, la enfermera González reparó en que compartía con sus compañeros un sentimiento de culpa por no haber podido hacer lo suficiente. “No te daba tiempo a hacer las cosas como estamos acostumbrados a hacerlas en cuidados intensivos, con todo muy pulcro. Y yo me venía a mi casa derrotada porque pensaba que no había podido cuidar bien de mi paciente, como a mí me gusta. Me sentía fatal”, reconoce, aunque “haberlo puesto en común” con otras enfermeras le está ayudando a superarlo.

El psicólogo José González lo relaciona con “sobreempatía”, característica prototípica de los profesionales de la enfermería, que a veces incluso va más allá del ámbito laboral. “Sería cuando mi empatía se desborda, me fusiono en exceso con la emoción del otro y deja de ser algo útil”, enuncia.

Más allá de un rasgo de quienes tienen una personalidad “cuidadora”, es también un aprendizaje tramposo, según González. “Nos han formado, creo que de manera errónea, para que cuando no podamos más, nos volquemos. El extra de energía que consigo es porque entiendo que la otra persona lo necesita”, afirma, quien apuesta por la “ecpatía” para evitar la fatiga por compasión. Esto es, “cómo manejo mi empatía para que no me desborde, para no quemar el motor”, es “darme cuenta de que no me puedo fusionar con la emoción del otro”.

"El mayor servicio es cuidarte a ti"

Así, muchas enfermeras han buscado ayuda en los servicios de atención psicológica al personal que han estado a disposición en sus centros de trabajo, y han estado repletos. Los casos más graves pueden requerir fármacos para “regular el sistema nervioso”, explica el enfermero en salud mental David Giménez, aunque luego siempre es necesario un trabajo emocional para “integrar todas esas experiencias en su vida y darles un significado”.

El psicólogo José González resume: hay que hablarlo. “El símil es desagradable, pero es como vomitarlo. Si puedes, después te sientes mejor. Así es como se trabaja el estrés postraumático: tengo que hablar de la situación traumática hasta que la angustia baje un poco”, desarrolla.

Con todo, ninguno de los dos profesionales de la salud mental descartan que continúen apareciendo trastornos. “Cuando tenemos un momento de máxima exigencia muchas veces somos capaces de mantener el tono, pero en cuanto eso se rebaja, me vengo abajo”, ejemplifica González, mientras Giménez señala que algunos médicos y sanitarios han estado “aguantando con benzodiacepinas, ansiolíticos” y “el consumo de otras sustancias”.

Por ello, el psicólogo echa en falta más “formación en inteligencia emocional” que nos permita prevenir estos problemas. Y lanza a las enfermeras: “el mayor servicio que puedes hacer a la sociedad es cuidarte a ti misma, porque una vez que la mente se quiebra, recomponerla es mucho más largo y más difícil”.