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De Al Qaeda al DAESH: la mutación yihadista tras la muerte de Bin Laden

  • La muerte del saudí dio inicio una nueva etapa del terrorismo yihadista
  • DAESH tomó el relevo, aunque Al Qaeda sigue muy activa

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De Al Qaeda al DAESH: la mutación yihadista tras la muerte de Bin Laden

Eran, aproximadamente, las cuatro de la mañana, hora española. Desde las redacciones no se daba crédito a las dos líneas que las agencias de noticias comenzaban a difundir. "Estados Unidos va a anunciar que ha matado a Bin Landen". Una hora después, el entonces presidente Barack Obama daba un discurso televisado a la nación y al resto del mundo. "Buenas noches", decía Obama. "Esta noche puedo informar a los americanos y al mundo de que Estados Unidos ha dirigido una operación que ha matado a Osama bin Laden, el líder de Al Qaeda, y el terrorista responsable del asesinato de miles de hombres, mujeres y niños inocentes". Era el mayor golpe a la organización terrorista más peligrosa del mundo.

Osama Bin Laden era el rostro más carismático del terrorismo internacional. Su liderazgo y su carisma mantenía unida una organización, Al Qaeda, que, sin embargo, ya había empezado a experimentar ciertas fracturas ideológicas y luchas de poder internas. Su sucesor, Ayman Al Zawahiri, nunca ha llegado a tener la misma autoridad moral sobre sus militantes y simpatizantes, pese a ser desde el principio uno de los fundadores de Al Qaeda y a tener a sus espaldas décadas de militancia en organizaciones yihadistas.

Pero Bin Laden era, además, un símbolo. El del atentado del 11 de septiembre de 2001, el del inicio de lo que muchos autores han llamado la 'yihad internacional'. Su muerte era, además, el logro más importante del equipo de seguridad nacional de Estados Unidos, y cumplía con la promesa que su predecesor, George W. Bush, había repetido en muchas ocasiones y nunca lo pudo lograr. Tras la prudencia de los primeros días, un cierto optimismo se adueñó del mundo pese a que los servicios de inteligencia y no pocos analistas advertían de que ni Al Qaeda ni el yihadismo habían desaparecido.

Una nueva etapa en el terrorismo internacional

Bin Laden no inventó el yihadismo. Fue una organización yihadista la que mató al presidente egipcio, Anwar Al Sadat, en 1982. Fue una organización de inspiración yihadista la que lanzó una guerrilla armada en Siria a finales de los 70 que condujo a un conflicto interno en el país que duró varios años. El FIS y el GIA sembraron el terror en Argelia durante los 90 y en Palestina surgieron organizaciones islamistas armadas. Por no hablar de la conocida como ‘yihad afgana’ contra la invasión soviética, cuyo fundador no fue Bin Laden, sino el clérigo Abdullah Azzam, considerado el mentor que inspiró al saudí.

Pero el multimillonario saudí había creado una nueva etapa en la historia de esos movimientos y una nueva estrategia. El terrorismo yihadista abandonaba los atentados contra los gobiernos árabes y dirigía sus ataques contra occidente en su propio territorio. Sus comunicados inundaban los medios occidentales y tras el 11-S llegó el 11- M en Madrid, el 7 de julio en Londres, y muchos más ataques.

En países árabes e islámicos, los antiguos grupos locales se unían a la organización y juraban fidelidad al saudí. Al Qaeda se convirtió en una marca internacional a la que todos los grupos yihadistas quería pertenecer para aumentar su impacto. La primera década del siglo, la organización sembraba el terror en el mundo, incluido el territorio occidental. Y ese terror llevaba el rostro de Bin Laden.

Pero, pese a la propaganda, Al Qaeda tenía sus fisuras. La más importante, en Irak. Un joven yihadista sádico llamado Abu Musab Al Zarqawi lideraba una organización que, por cuestiones propagandísticas, terminó afiliándose a Al Qaeda, pero que siempre mantuvo grandes diferencias ideológicas y una independencia operativa respecto a las estrategias de la dirección central comandada por Bin Laden. Años después, archivos internos han demostrado que Bin Laden tenía una gran desconfianza en Zarqawi y que no confiaba en él.

La mutación yihadista en la era post-Bin Laden

Desde allí comenzó una nueva etapa del yihadismo internacional que confluyó en una nueva organización que ha sembrado el terror en la segunda década del siglo XX: el autodenominado Estado Islámico o DAESH. La nueva hidra del terror cambiaba el paradigma, llegando a priorizar el control del territorio y el establecimiento de la gran utopía del yihadismo: la configuración de un Estado regido por la interpretación más fundamentalista de la sharía, un califato.

“Aquello resultaba increíble", comentaba en una entrevista para TVE el conocido islamólogo, Gilles Kepel. "¡Un Califato entre Siria e Irak!... De hecho, ni siquiera Bin Laden se había atrevido a ir tan lejos". La nueva organización no abandonó del todo las tácticas de Al Qaeda. Perfeccionó la propaganda, las redes de captación y continuó también con la estrategia de sembrar el terror en territorio occidental.

Pero con el ascenso de su influencia, comenzó entonces una lucha entre las dos organizaciones por la influencia entre los simpatizantes yihadistas. La espectacularidad de las acciones del DAESH y una propaganda más sofisticada conseguía quitar seguidores a Al Qaeda, y Ayman Al Zawahiri, el heredero de Bin Laden, no tenía el carisma de su predecesor para retenerlos.

El califato terrorista del DAESH cayó, pero la organización y su amenaza no ha desaparecido. Los servicios secretos y los especialistas no se cansan de repetirlo. Siguen existiendo células durmientes en Siria e Irak, y su propaganda sigue inundando las redes sociales. Como demuestra la muerte de Bin Laden, el yihadismo muta y sobrevive a sus líderes, por muy carismáticos que sean. Y ahora, dice Gilles Kepel, ha entrado en una nueva fase. “Tenemos una nueva cara de la yihad, en la que denomino a la yihad como una atmósfera. En ella, hay redes con gente que viene del islam político, que identifican objetivos, y luego, los yihadistas, que han sido mentalizados o adoctrinados en la yihad, deciden por sí mismos, matarlos”.