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'Brexit'

De la separación al divorcio definitivo: una negociación contra reloj para definir la relación entre la UE y Reino Unido

  • Bruselas y Londres apenas disponen de siete meses para negociar el acuerdo que regirá sus vínculos tras el Brexit
  • Todo apunta a un tratado limitado a los asuntos principales, como el comercio y la seguridad, que se ampliaría después

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La Unión Europea y Reino Unido deben negociar ahora su futura relación tras la transición del 'Brexit'

Reino Unido ya ha abandonado la Unión Europea, pero el Brexit no ha hecho más que comenzar, porque queda pendiente la parte más difícil del divorcio: negociar cómo será la relación futura entre ambos. Una negociación que se antoja aún más ardua que la que ha desembocado en la separación actual y para la que apenas hay disponibles unos pocos meses dado que Londres no quiere prolongar el período de transición más allá de este año, por lo que todo apunta a que será un acuerdo limitado a unas pocas materias fundamentales -comercio de bienes, seguridad, pesca- que después se iría ampliando.

Y es que la diplomacia de Bruselas considera "misión imposible" cerrar un acuerdo de envergadura en menos de un año: como referencia, el reciente acuerdo entre la Unión Europea y Canadá requirió siete años, siendo mucho menos ambicioso de lo que debería ser el pacto con Reino Unido, que, al fin y al cabo, tiene vínculos mucho más profundos con los Veintisiete. "Es un tiempo muy limitado, muy probablemente no es posible cerrar un acuerdo que aborde todos los problemas de la relación", concede Niclas Frederic Poitiers, investigador del centro de análisis Bruegel, con sede en Bruselas, en declaraciones a RTVE.es

Este analista señala que lo más probable es que el acuerdo, más allá de las materias centrales, sea "algo muy general, con un alcance limitado", aunque Carme Colomina, investigadora especializada en la Unión Europea del CIDOB, advierte que esa opción también plantea riesgos: "Todo lo que se deje para más adelante generará incertidumbre, incluso ineguridad jurídica". En cualquier caso, ambos señalan que la verdadera fecha límite es el 1 de julio, puesto que, si finalmente accede a ampliar el plazo de negociaciones, Londres deberá solicitar extender el período transitorio -un año, hasta diciembre de 2021 o dos, hasta que acabe 2022- antes de ese día.

El proceso se pone en marcha de inmediato: el negociador europeo, Michel Barnier, presentará la semana próxima un proyecto de mandato, que se espera sea aprobado por los Veintisiete el 25 de febrero, lo que permitirá iniciar las negociaciones. La Comisión Europea ya ha dejado caer que habrá "un calendario muy intenso", con una ronda de negociación cada tres semanas, dado que apenas hay siete meses disponibles: para que los acuerdos sean ratificados por los respectivos parlamentos, deben estar cerrados en octubre.

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Barnier ya ha avanzado que se abrirán "una decena de mesas de negociación", que funcionarán en paralelo. y un diplomático europeo citado por AFP resume cómo funcionarán las conversaciones: "Se fijan dos o tres semanas para cada asunto y se ve qué es lo posible. Si el bloqueo es muy relevante, se pasa a otra cosa. Habrá temas muy avanzados, otros no irán a ninguna parte". Carme Colomina estima que los primeros compases serán clave: "Al final, todo dependerá de cómo sea de fácil la negociación, de que aparezcan escollos concretos..., para determinar la velocidad y la ambición".

Hacia un área de libre comercio

La base de las negociaciones será la declaración política pactada con el acuerdo de salida, que no es vinculante pero marca los parámetros en los que se moverá la relación futura. En ese sentido, el primer ministro británico, Boris Johnson, arañó en la última renegociación dejar claro en ese texto que Reino Unido solo aspira a un área de libre comercio, es decir, a eliminar barreras y reducir aranceles, pero no a una unión aduanera que impondría limitaciones para que Londres firmara acuerdos comerciales con otros países del mundo.

Las aspiraciones de Bruselas pasan por arreglar el comercio de mercancías, el punto esencial; la seguridad, donde no se esperan fricciones; y la pesca, un asunto menor cuantitativamente pero de enorme relevancia simbólica. "Los aranceles no van a ser un problema", asegura Niclas Frederic Poitiers, que recuerda la tradición librecambista de los británicos, "el problema va a ser hasta qué punto quiere Reino Unido quiere desregular" en aspectos como la protección de los trabajadores, los estándares medioambientales o la fiscalidad.

Una normativa más flexible le acerca a más acuerdos con otros bloques, pero le aleja de un mercado con 450 millones de personas y que, todavía hoy, representa casi la mitad de sus intercambios, con un valor aproximado de 700.000 millones de euros. "Cuánto más se tarde en aclarar este punto, más incertidumbre habrá", avisa Colomina, que cree que es un aspecto que le interesa especialmente despejar a Londres, toda vez que serán sus industrias quienes tendrán que readaptarse si quieren seguir exportando al que es su principal mercado.

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En este sentido, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, dejó claras las líneas rojas de Bruselas en la sesión del Parlamento Europeo que aprobó el acuerdo del Brexit, la última con eurodiputados británicos en el hemiciclo: "Abogamos por un acuerdo de libre comercio con cero cuotas y cero aranceles. Pero la condición previa es que las empresas británicas y europeas continúen compitiendo en un terreno de juego equilibrado. Por supuesto, no expondremos a nuestras compañías a una competencia injusta", aseguraba.

Londres también tendrá que decidir hasta qué punto se involucra en las cuatro libertades de movimientos que sustentan el mercado único: bienes, servicios, capitales y personas. Uno de los argumentos clave para el Brexit ha sido la inmigración y Boris Johnson ya ha dejado claro que implantará un sistema de control para, en sus palabras, recuperar las fronteras; pero eso tiene un coste: si no se acepta una de las cuatro libertades, no se puede tener pleno acceso al resto. "Sin la libre circulación de ciudadanos, no puede haber libre movimiento de capitales, bienes y servicios", subrayaban este viernes los líderes de las instituciones europeas en un editorial conjunto.

La unidad de los Veintisiete

Del otro lado del Canal de la Mancha, la variable clave en las conversaciones será mantener la unidad que los Veintisiete han exhibido durante toda la negociación del acuerdo de salida, porque ahora entran en juego otros incentivos. Por ejemplo, los países del Este otorgan gran importancia a los productos industriales, mientras que Luxemburgo, una relevante plaza financiera, preferirá avanzar en un acuerdo de servicios.

En este sentido, la pesca es un asunto crucial, hasta el punto que Bruselas estaría dispuesta a condicionar cualquier negociación sobre mercancías a tener resuelto un acuerdo al respecto; y, a ser posible, lo más cercano a la situación actual, en la que los buques europeos y británicos tienen libre acceso a las aguas del otro sin restricciones, con solo atender a las cuotas de capturas reflejadas en la Política Pesquera Común, aún en vigor durante 2020.

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En las aguas británicas hay buques de Irlanda, Dinamarca, Francia, Bélgica, Holanda, Suecia, Alemania y España -que tiene unos 80 barcos, otra veintena con capital mixto hispanobritánico y casi otro centenar con capital español y bandera de otros países, además de más de 40 en las islas Malvinas, y que pesca allí hasta 9.000 toneladas, el 1 % de las capturas, según datos recopilados por Efe-. Es un aspecto esencial para ellos, pero también para Reino Unido, que, sin una gran flota pesquera, ha hecho bandera del Brexit con la posibilidad de gestionar sus propios caladeros. Y es crucial para su estabilidad interna, recuerda Carme Colomina, porque impacta en Escocia, que amenaza con un nuevo referéndum de independencia.

Pese a todo, Niclas Frederic Poitiers no cree que se resquebraje la unidad europea, si bien admite que "el diablo está en los detalles" y que todos los asuntos, aunque sea de manera superficial para una negociación posterior más profunda, estarán reflejados en el tratado. Tampoco espera que Boris Johnson vuelva a agitar el espantajo de la ruptura total -si no se alcanzara ningún tipo de acuerdo, Reino Unido pasaría a ser un país tercero, sin matices, el 31 de diciembre, al acabar el período transitorio-: "No lo veo probable; si hubiera querido un Brexit duro, lo habría forzado en octubre".

Carme Colomina augura "un año muy intenso, de estrategias contrapuestas", pero la sensación generalizada es que, aunque el camino será espinoso, ambas partes están obligadas a entenderse, tal como ocurrió con la negociación del acuerdo de salida. "A la hora de la verdad, la visión geopolítica de Londres está más cercana a los principios de la Unión Europea que a la incertidumbre de los Estados Unidos de Donald Trump", incide la investigadora del CIDOB. Porque, en última instancia, todo el mundo prefiere un divorcio amistoso después de 47 años de convivencia.