Cómo Donald Trump pasó de negociar a plantearse bombardear Irán
- Benjamín Netanyahu lleva más de 30 años insistiendo en la amenaza inmediata de un Irán nuclear
- El presidente de EE.UU. regresó a la Casa Blanca insistiendo en que detendría las guerras


La primera vez que Benjamín Netanyahu verbalizó la amenaza inminente que Irán suponía para Israel no era aún primer ministro, lo hizo como diputado en 1992. En la Knesset, el Parlamento israelí, el diputado Netanyahu advirtió de que Irán podría disponer de la bomba atómica en cuestión de tres a cinco años. Lo dijo hace 33 años y los repitió tres años después en su libro Combatir el terrorismo. Un año después, en 1996, Netanyahu se convirtió en primer ministro de Israel por primera vez.
"Tiene la convicción mesiánica de bombardear Irán"
"Netanyahu tiene la convicción mesiánica de bombardear Irán", dijo en 2012 del ex jefe del Estado Mayor israelí Shaul Mofaz y lo recoge el periódico Le Monde. Sin entrar en consideraciones psicológicas, lo evidente es que desde hace más de 30 años Netanyahu alarma sobre la supuesta inminencia de una bomba nuclear iraní ahí donde tiene ocasión de hablar, ya sea en Israel, en la Asamblea General de ONU o en el Congreso de los Estados Unidos. En un alarde más de su dominio del archivo, el programa de humor sobre la actualidad The Daily Show ha hecho una recopilación de seis declaraciones de Netanyahu en ese sentido, en 1995, 1996, 2006, 2012, 2015 y 2018. Netanyahu lleva 30 años diciendo que la bomba atómica iraní es cuestión de muy poco tiempo.
En ese tiempo Irán no ha conseguido armamento atómico, que sí tiene Israel, aunque no lo haya reconocido oficialmente, y a Netanyahu, en los 16 años que suma al frente del Gobierno, siempre lo ha frenado en su intención de atacar Irán el único que puede, su gran padrino, los Estados Unidos. Esta vez no, esta vez Netanyahu ha dado el paso de bombardear instalaciones nucleares iraníes a pesar de Washington, o contando con que al final Washington, es decir, el presidente Donald Trump, daría el paso de ir a la guerra contra Irán. O eso parecía hace una semana.
El Estado de Israel se creó en 1948 para evitar otro Holocausto, desde entonces aquella atrocidad y la posibilidad de que se repita están presentes en la psicología colectiva del país. Un medio proisraelí, la Embajada Internacional Cristiana en Jerusalem, describe así el paso dado por Netanyahu: "Israel ya demostró su voluntad [de evitar que ningún país enemigo en la región tuviera armas de destrucción masiva] al atacar el reactor nuclear de Osirak en Irak en 1981 y la planta secreta Al-Kibar en Siria en 2007. Los líderes israelíes han vuelto a demostrar su determinación de quitarle a cualquier enemigo en la región la capacidad de perpetrar un ataque genocida contra la nación judía. Por ello, lo que ocurre ahora no debería sorprender. Era cuestión de cuándo y de si Netanyahu encontraría el momento adecuado para lanzar esta operación preventiva".
Israel e Irán llevan años de guerra a través de terceros, fundamentalmente con Hizbulá en el Líbano, considerada organización terrorista por la Unión Europea. ¿Por qué ha dado ahora el paso de bombardear directamente Irán? Porque ha considerado que era una buena oportunidad por una suma de circunstancias en Oriente Próximo y en la Casa Blanca. La respuesta de Netanyahu a la matanza perpetrada por Hamás el 7 de octubre de 2023 ha debilitado notablemente a la milicia palestina y a Hizbulá, y en Siria, aliada de Irán, derrocaron el régimen de Bashar Al Asad. Dicho de otro modo, los intermediarios de Irán han perdido capacidad de atacar a Israel. Y en la Casa Blanca Netanyahu sabe que nunca ha habido un presidente con la afinidad y el apoyo que tiene en Donald Trump.
Donald Trump y la guerra
En la semana de guerra desde que Israel bombardeó Irán, el país ha contado con el apoyo estadounidense en forma de inteligencia y de armamento, pero no hay participación directa del ejército de los Estados Unidos, muy en especial de los codiciados aviones B2 y las bombas GBU-57, las únicas capaces de destruir los laboratorios bajo tierra, la joya de la corona nuclear iraní, la central subterránea de Fordow. Sólo Estados Unidos tiene esa bomba y ese bombardero.
Donald Trump ya demostró en su primera presidencia su sintonía con Netanyahu y las posiciones más radicales de Israel. Trump reconoció Jerusalén como capital de Israel y allí trasladó la embajada de los EE.UU, reconoció la anexión de los altos del Golán, y retiró a Estados Unidos del acuerdo internacional con Irán al que se había llegado bajo la presidencia Obama. Ahora, en su segunda presidencia, Trump perseguía su propio acuerdo con Irán, pero, impaciente, el presidente dio un ultimátum de 60 días al Gobierno iraní. En el día 61 Israel bombardeó Irán.
Trump y sus seguidores no han escondido la ambición de hacerse con el Premio Nobel de la Paz, no va a ser Trump menos que Obama. Por cierto, qué desmesurado fue aquel Nobel prematuro. En campaña y desde que vuelve a ser presidente, Trump repite una y otra vez que con él no hay guerras, por su aislacionismo, el America First (Estados Unidos, primero), por sus supuestas dotes de negociador y porque, según él, infunde más respeto internacional que sus predecesores. Según dice Trump, con él Vladímir Putin no habría invadido Ucrania, ni Hamás se habría atrevido a perpetrar los atentados del 7 de octubre. No sólo eso, Trump anunció que acabaría con esas dos guerras, en el caso de la de Ucrania en 24 horas. Donald Trump acaba de cumplir cinco meses de presidente, las guerras en Ucrania y Gaza siguen y acaba de estallar otra.
Hace apenas un mes, en Arabia Saudí, el presidente anunció una política para Oriente Próximo alejada del intervencionismo y cambios de gobierno de la era de los neo-con que rodearon a Geoge W.Bush, y prometió que con él la región alcanzaría un futuro en paz y armonía: "Tras tantas décadas de conflicto, finalmente tenemos al alcance de la mano un futuro que las generaciones anteriores sólo podían soñar, una tierra de paz, seguridad, armonía, oportunidades, innovación y logros aquí en Oriente Próximo. [...] No solo condeno el caos pasado de los líderes de Irán, sino que les ofrezco una vía nueva y mejor hacia un futuro mucho mejor y esperanzador".
Trump pronunció ese discurso en Arabia Saudí, el archienemigo árabe, suní, de Irán, persa, chií, y, según la agencia Reuters, el presidente ya sabía en ese momento que un ataque de Israel a Irán podía ser inminente, sin que él pudiera impedirlo. Por esas fechas, según Reuters, el Departamento de Defensa empezó a planificar un apoyo a Israel si daba ese paso, y desvió a Oriente Próximo armamento destinado a Ucrania.
Ese plan del Pentágono está a la espera de la orden del comandante en jefe, el presidente Donald Trump, que, tal y como dijo el jueves, se puede tomar hasta dos semanas para decidir.
Cómo Benjamin Netanyahu ha arrastrado a Donald Trump
Según publicó el diario The New York Times (NYT) esta semana, en abril el presidente Trump disuadió al primer ministro Netanyahu para que no atacara Irán. Trump perseguía un triunfo diplomático para que los ayatolás desistieran en su carrera al arma nuclear, pero a finales de mayo las agencias de espionaje estadounidenses llegaron a la conclusión de que Israel planeaba un ataque inminente contra el programa nuclear iraní, con o sin la participación de los Estados Unidos, y que iría más allá hasta poner en peligro el régimen. Trump volvió a presionar a Netanyahu para que no lo hiciera, su mensaje, siempre según el artículo del NYT, fue "no puedes dar ese paso por tu cuenta, hay demasiadas implicaciones para nosotros". Pero el 13 de junio lo dio, Netanyahu bombardeó Irán.
En paralelo a la determinación del Gobierno Netanyahu y la convicción de la Administración Trump de que no podrían detenerlo, el presidente Trump iba agotando la paciencia diplomática con el Gobierno iraní y la falta de progreso en la negociación, según concuerdan los medios estadounidenses. De acuerdo con el relato del NYT, cuando Trump vio en televisión el resultado de las primeras bombas israelíes sobre Irán quedó maravillado y "no pudo resistir reivindicar parte del éxito como propio". "Tanto en llamadas a periodistas -cuenta el New York Times- como en su círculo privado, Trump dijo haber jugado un papel en la sombra y comentó que se inclinaba por implicar más a los Estados Unidos y contribuir con la bomba capaz de destruir la instalación nuclear subterránea de Fordow". Quienes mejor lo conocen, antiguos colaboradores suyos de la primera presidencia, aseguran que Trump se sube siempre al carro de quienes considera ganadores y fuertes.
En esa lectura psicológica del gusto por la victoria y los ganadores, un columnista del Jerusalem Post aventura que, si Trump llega a la conclusión de que Israel tendrá éxito en esta campaña contra Irán, él se sumará y así tendrá un triunfo que brindar a la opinión pública estadounidense. Según fuentes de Reuters, a pesar de la reticencia inicial, a medida que avanzaba la primavera ningún interlocutor del Gobierno israelí en Washington explicitó no a atacar Irán, tampoco el presidente Trump, lo que Netanyahu tomó como una aprobación tácita.
La posibilidad de implicarse en otra guerra en Oriente Próximo ha dividido al Partido Republicano y al movimiento trumpista, no tanto al Gobierno, ya que, en esta segunda presidencia, Donald Trump se ha rodeado de leales que asienten a su voluntad más que de expertos que puedan llevarle la contraria o cuestionar sus decisiones. Por una parte está el sector que apoya la acción bélica por dos razones, por lealtad al Estado de Israel y porque coinciden en creer que Irán es una amenaza con la que hay que acabar. Pero dentro del movimiento que lo ha llevado a la Casa Blanca hay un sector importante que considera que enfangarse en otra guerra "ajena" es una traición al aislacionismo, al America First del que Donald Trump ha hecho bandera, una actitud que podríamos resumir en un coloquial "¿qué se nos ha perdido en Irán?". Algunos comentaristas hablan de guerra civil dentro del Partido Republicano.
Escarmentados por la invasión de Irak y el golpe contra Mossadeh
Netanyahu no ha ocultado que su propósito va más allá de destruir la tecnología nuclear iraní, abiertamente en televisión ha subrayado la debilidad del régimen de los ayatolás y ha alentado a la población iraní a levantarse en contra. Ambiciona un cambio de régimen en Irán. Y ahí es cuando escuecen dos heridas, una en los Estados Unidos y otra en Irán.
La de Estados Unidos es reciente, la invasión de Irak en 2003 en la llamada "guerra contra el terrorismo" del presidente George W. Bush. Una intervención justificada por la supuesta presencia de armas de destrucción masiva. Las armas no aparecieron, así lo constató una investigación independiente y oficial de Estados Unidos, el presidente iraquí Sadam Hussein fue derrocado y ahorcado, el país se sumió en un caos de guerras durante años, y, además de la destrucción y las víctimas iraquíes, más de cuatro mil militares estadounidenses volvieron a casa en féretros. A pesar del misión cumplida" del presidente Bush, los Estados Unidos no pudieron cantar victoria. Donald Trump ha dicho por activa y por pasiva que está contra esa política exterior y ahora se encuentra con que el primer ministro israelí lo desafía.
El New York Times entrevista a un ex asesor de Seguridad Nacional con el presidente Obama, Ben Rhodes, quien equipara el éxito inicial de los bombardeos israelíes la semana pasada con la caída de la estatua de Sadam Husein en Bagdad en 2003, "crea la ilusión de una solución simple".
En Irán, como en Israel, la memoria es larga, 70 años no son nada. En la psicología colectiva iraní está presente el golpe de Estado que la agencia de espionaje de EE.UU, la CIA, orquestó en Irán en 1953 para derrocar el Gobierno del nacionalista Mohamed Mossadegh e instalar a un autócrata amigo de los gobiernos occidentales, el sha Reza Pahlevi.
El detonante fue la nacionalización del petróleo, que quitó la explotación a la compañía británica que luego se convertiría en BP, y el contexto fue la Guerra Fría y el temor de Washington a que Irán pasara a la órbita comunista. El régimen de Pahlevi sucumbió a la revolución del ayatolá Jomeini en 1979. Los iraníes no olvidan cómo potencias extranjeras tumbaron un Gobierno que habían elegido y que en ese momento era popular. Además, y como recuerda estos días la periodista británica Christiane Amanpour, criada en Irán, una cosa es oponerte al régimen, otra, apoyar una intervención extranjera.