Argentina intenta curar las cicatrices del bombardeo de Plaza de Mayo: "Fue un crimen de lesa humanidad"
- La Marina argentina mató a centenares de civiles en un golpe en el que pretendía asesinar a Perón hace 70 años
- Los familiares de las víctimas continúan su lucha por el reconocimiento de la masacre
El 16 de junio de 1955 Buenos Aires, como de costumbre, bullía con el ajetreo diario de la capital. El clima político era tenso, el conflicto entre el presidente argentino, Juan Domingo Perón, y los sectores conservadores, respaldados por la Iglesia Católica, estaba a punto de estallar. Esa mañana, miles de personas transitaban el centro porteño sin imaginar que serían testigos, y en muchos casos víctimas, de uno de los episodios más sangrientos de la historia contemporánea argentina.
Alrededor de las 12.40 del mediodía, Juan Carlos Marino, empleado de la Aduana, cruzaba la histórica Plaza de Mayo con la intención de regresar a casa. Estaba a punto de entrar en el subte (el metro de la ciudad), cuando aviones de la Marina argentina comenzaron a sobrevolar el centro de la capital. No le llamó la atención porque había programado un desfile aéreo en homenaje al general San Martín, y muchas familias se habían acercado para presenciar la exhibición militar. En cuestión de segundos, el cielo se convirtió en una trampa mortal. Los aviones, con la leyenda "Cristo Vence" en su carrocería, abrieron fuego contra la población. Juan Carlos murió al instante atravesado por la metralla. Pero no fue el único.
A los proyectiles les siguieron las bombas. Cerca de 100 cargas explosivas, que sumaban un total de 14 toneladas, fueron arrojadas sobre la población civil que se congregaba en la plaza y sus alrededores. El objetivo de aquel ataque, según los sublevados, era asesinar a Perón, pero el presidente salió ileso. Por el contrario, centenares de personas perdieron la vida. "Era pleno mediodía y había mucha gente en la calle. A mí hay algo que no me convence de la idea de que el blanco era solo Perón, porque si empezaron a bombardear y vieron que estaban matando civiles, tendrían que haber frenado", señala la historiadora Miranda Lida.
Un ataque sin precedentes
La magnitud del ataque no tiene precedentes, ni siquiera en la historia mundial. En 1955, Argentina no atravesaba una guerra civil ni había declarado un estado de sitio y, sin embargo, fueron sus Fuerzas Armadas las que bombardearon a la población civil sin ningún preaviso a plena luz del día. "La historia está plagada de ejemplos de violencia contra civiles, no fue patrimonio nuestro, no fueron originales en eso, pero sí lo fueron en utilizar las armas en contra de su propio pueblo, que se las había confiado para defender su soberanía territorial y política y fueron usadas para enlutarnos", denuncia el presidente de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos de Argentina, Eduardo Tavani.
Los recuentos oficiales solo registran 309 víctimas mortales porque "no se sabe cuál fue el destino de los tantos mutilados", explica a este medio el antropólogo argentino Juan Besse. "Se utilizaron unas bombas que producían efectos mutilantes, con muchas esquirlas, y cuando ya no tenían más bombas, arrojaron tanques de combustible", asegura este investigador de la universidad de Buenos Aires especializado en políticas de memoria.
El impacto de aquel día no terminó con el sonido de las explosiones. Para muchas familias, la angustia continuó con la desesperada búsqueda de sus seres queridos entre hospitales, morgues improvisadas y centros de asistencia. Tras enterarse de lo sucedido en Plaza de Mayo, Miguel Ángel Marino, de apenas 16 años, salió buscar a su padre. "Lo que se encontraron [en la morgue] fue una montaña de cuerpos, con restos humanos irreconocibles y mucha sangre", relata Daniela Marino, quien hoy mantiene viva la memoria de su abuelo Juan Carlos y de su padre.
"Esas muertes quedaron todas silenciadas, sin nombres ni apellidos. El silencio se convirtió en olvido porque los que hicieron el bombardeo, aunque fracasaron en el derrocamiento, tres meses más tarde tomaron el poder en la llamada Revolución Libertadora. Esas personas, que eran los responsables, ocuparon los puestos jerárquicos más importantes del país. Entonces, en ese momento, quedó todo bajo la alfombra", lamenta Daniela.
El conflicto del clero con Perón
Como bien describe la nieta de una de las víctimas, el bombardeo no fue un estallido aislado, sino la culminación de una serie de tensiones políticas que venían escalando. Perón atravesaba su segundo mandato presidencial y sus medidas, cada vez más conflictivas para la Iglesia, profundizaron el quiebre. El Gobierno redujo la financiación que recibían los religiosos, eliminó la enseñanza católica de las escuelas, autorizó el funcionamiento de prostíbulos, reconoció a los hijos nacidos fuera del matrimonio y aprobó el divorcio. También alejó a la Iglesia de funciones históricamente vinculadas a su institución como la educación, la caridad o la beneficencia.
Perón, además, suprimió los días festivos relacionados con las actividades cristianas. Un ejemplo de ello es el Corpus que se celebraba el 11 de junio. Fue precisamente ese día el que se entiende como la antesala del ataque. El Gobierno autorizó la ceremonia religiosa, con la condición de que debía realizarse a templo cerrado. Sin embargo, la celebración desbordó y se trasladó a las calles, derivando en la marcha opositora más grande que conoció el peronismo. "Argentinos, el sábado, el pueblo demostrará en la procesión del Corpus su fe inquebrantable en Dios y reafirmará su confianza en el porvenir cristiano de la patria. Concurre con sus familiares en la Plaza de Mayo. ¡Viva Cristo Rey!", rezaba la convocatoria.
"Lo de Corpus Christi, más que una procesión, fue una movilización antiperonista. Se convoca a la gente a la procesión como si fuera una marcha. Hay una lectura tanto religiosa como política de las acciones que se llevan a cabo en esa procesión porque las motivaciones, las creencias, la militancia política y religiosa, en este punto, eran muy difíciles de diferenciar. Lo religioso se convirtió en político y lo político en religioso", señala la historiadora María Elena Barral, especializada la historia social y política del clero en Argentina.
El 11 de junio fue un punto de no retorno. Varios sectores de las Fuerzas Armadas, liderados por la Marina, y con vínculos con grupos eclesiásticos y nacionalistas, se marcaron como objetivo derrocar a Perón mediante un golpe militar. El presidente también tomó represalias y ordenó la expulsión del país de varios miembros del clero. La tensión entre el Gobierno y la Iglesia alcanzaba así un punto inédito. Argentina era, y sigue siendo, un país de profunda tradición católica, pero, a pesar de ello, Perón se convirtió en el primer jefe de Estado de fe católica en ser excomulgado. La sanción del Vaticano no fue simbólica ni tardía, llegó el 16 de junio, el día del bombardeo.
La cuenta regresiva del presidente
Esa mañana, Perón recibía en la Casa Rosada, ubicada en la Plaza de Mayo, al embajador estadounidense y al canadiense. Había recibido advertencias de que un sector de las Fuerzas Armadas preparaba un levantamiento, por lo que pronto se trasladó al Ministerio de Ejército. Esa decisión fue la que le salvó la vida. Aunque Perón sobrevivió al ataque, no logró reponerse políticamente.
"La Plaza de Mayo, un lugar de expresión política del peronismo y de nuevos actores sociales, se convirtió en un baño de sangre. Y, más allá de esa cuestión, me parece que esa suerte de teatro de la crueldad tuvo como objetivo el disciplinamiento político", puntualiza Besse. Esa misma noche, tras el ataque y bajo un clima de conmoción y furia, se produjeron represalias populares: grupos identificados con el peronismo incendiaron una docena de iglesias en la ciudad de Buenos Aires. Las autoridades no intervinieron, lo que contribuyó a profundizar la ruptura entre el Gobierno y la Iglesia.
El invierno argentino continuó con su política convulsa y, con la llegada de la primavera, el 16 de septiembre de 1955, tres meses después del ataque, un nuevo levantamiento militar expulsó a Perón al exilio. Así comenzó la llamada Revolución Libertadora, un régimen que perseguiría sistemáticamente a peronistas, sindicalistas y opositores al nuevo orden.
Con el régimen militar instaurado, la Iglesia recuperó protagonismo institucional y legitimidad política en sintonía con la nueva Administración. Ese acercamiento no fue coyuntural. Marcó el inicio de una alianza duradera entre sectores eclesiásticos y el poder castrense que se consolidaría en las décadas siguientes, especialmente durante la dictadura de Videla, cuando el terrorismo de Estado encontró complicidad con parte del clero. "Primero está el golpe del 55, que se autodenomina Revolución Libertadora; después está el del 66, la Revolución Argentina y el del 76, Proceso de Reorganización Nacional. Estos son los nombres que se dan ellos mismos y en todos hay una participación muy importante de las cúpulas eclesiástica", sostiene Barral.
La lucha por la justicia
En este contexto, el bombardeo de Plaza de Mayo quedó sepultado durante casi medio siglo. "Ese silencio atravesó décadas, no se hablaba de esa atrocidad, parecía que lo había devorado el tiempo. Como si no hubiese sucedido. Mientras las huellas de aquel crimen estaban a la vista de quienes transitaban los lugares que habían sido bombardeados en pleno centro porteño, las paredes de los edificios públicos eran el mudo testimonio de esa violencia. Ellas hablaban, exhibían las cicatrices que la historia oficial había acallado", relata Eduardo Tavani.
La reconstrucción por la memoria comenzó con la democracia. Pero en los 80 "la violencia que había que discutir era la más inmediata. Habiendo salido de la represión de la dictadura, el bombardeo quedaba muy atrás. Lo primero que se mira es el 76", recuerda Lida.
No fue hasta principios de los 2000 cuando el caso volvió a resurgir. Daniela Marino, de la mano de familiares de otras víctimas, comenzó una lucha por el reconocimiento de esta masacre que, un cuarto de siglo después, sigue sin un veredicto claro. "Lo primero que hago es reconstruir la historia. Hago una investigación del día, de lo que había pasado, y demuestro que, por lo que establece el Estatuto de Roma, fue un crimen de lesa humanidad. Ni más ni menos". Lo dice porque el bombardeo supuso un ataque generalizado, sistemático y planificado contra la población civil con la intención de causar terror y daño masivo.
"Podemos demostrar que el terrorismo es una forma sistemática que se dio en nuestro país por lo menos desde 1955 en adelante. Con los distintos hechos hay una continuidad en cuanto al modo de operar a los nombres de los responsables. Todavía en la historia, Argentina no tiene el lugar que se merece el bombardeo, considerando que fue un hecho de terrorismo de Estado. Y por eso seguimos luchando", sentencia Daniela.