El mito del garaje: lo que Silicon Valley no te cuenta sobre el éxito
- Apple, Google o Microsoft pusieron en pie compañías punteras desde un garaje, pero la historia no está completa
- Carlos Molina del Río desmonta en Economía de bolsillo los mitos del emprendimiento de Silicon Valley
Una buena idea. Un garaje. Éxito asegurado. Fácil y al alcance de cualquiera. La leyenda de Silicon Valley se repite con distintos nombres y fechas, pero siempre con la misma escena.
Walt Disney dibujando en la cochera de su tío Robert en 1923. William Hewlett y David Packard, encerrados en el 367 de Addison Avenue, en 1938 fundando HP. Mattel, y con ella Barbie, naciendo de madera sobrante en 1945. Steve Jobs y Steve Wozniak ensamblando el primer Apple en el número 2066 de Crist Drive, en 1976. Larry Page y Sergei Brin lanzado Google en Melo Park en 1998. Jeff Bezos montando Amazon entre cajas en 1994. O Mark Zuckerberg, desde su dormitorio de Harvard, gestando Facebook.
La lista de éxitos es larga. Sin embargo, está incompleta. Faltan tramas, protagonistas y contexto. Mucho contexto.
La leyenda de Microsoft, por ejemplo, olvida que Bill Gates, contaba con acceso privilegiado en una de las pocas universidades conectadas a internet. Al igual que el relato de Google suele omitir que, antes del garaje, Page y Brin llevaban años investigando.
"Bill Gates era muy inteligente, provenía de una familia que le había desarrollado el talento, tenía acceso a la red y a gente que estaba programando cosas que se estaban llevando a cabo en pocos lugares del mundo en plena ola de los sistemas operativos. Se daba un caldo de cultivo perfecto para montar Microsoft", resalta el autor Carlos Molina en Economía de bolsillo, con Lourdes Castro.
"Lo mismo con Google. En 1994, 1995 y 1996 sus fundadores estaban haciendo un doctorado en Stanford. Cuando ya tienen el algoritmo es cuando se van al garaje, montan la empresa y se vuelven relevantes. Lo que no cuentan son los tres años de estudio y que ambos son hijos de matemáticos punteros. Google nació en un garaje. Yo también tengo un garaje. ¿Pero tienes unos padres matemáticos punteros y un doctorado en Stanford en el problema más acuciante del mundo digital?", reflexiona Carlos Molina. "Esa es la parte que se obvia porque vende menos", añade.
Y ahí está la clave. Una narrativa épica y simplificada que inspira, pero también distorsiona y que Molina desmonta. Porque el éxito, como Silicon Valley, también es un producto. También se fabrica. Solo que no todos pueden acceder al molde. La moneda de cambio no es únicamente "la inteligencia, las agallas y el esfuerzo".
Ni basta con desearlo mucho. Ni con trabajar a destajo. Ni es suficiente con tener un garaje.
Levantar proyectos, —de cualquier tipo— no es fácil. Tampoco rápido. Y quien afirme lo contario, probablemente tiene un interés detrás.
"Cuando te fijas en alguien del que solo has leído un libro, te estás perdiendo una parte de la historia que no está contada. Estás viendo la historia que ellos quieren que veas", explica Molina. "Te cuentan una narrativa de éxito que ayuda a perpetuar ese éxito que han conseguido, pero que no han alcanzado tal y como te lo dicen. El que narra desde el éxito tiene el sesgo del superviviente", completa.
Esa persona ha construido un imperio a base de trabajo y talento. La fachada es impecable, pero es solo eso, fachada. Para sostenerla se necesitan cimientos. Y esos son más feos, menos vendibles.
"Has visto la persona inteligente, con agallas, con esfuerzo, que lo ha conseguido. Pero como esa hay 999 igual de preparadas que no lo han conseguido. Este relato lleva a pensar que la inteligencia y el esfuerzo son condición necesaria y suficiente, pero solo es necesaria, no suficiente", advierte Molina. "Eso lleva a la frustración: si ellos con un garaje han podido, ¿cómo es que yo no?".
Quizá porque, aunque no presuman, ya contaban con cierta experiencia. "Si hubiera dedicado dos años a trabajar para una empresa de videojuegos y luego hubiese lanzado mi proyecto, financieramente me habría ido mucho mejor. La calidad hubiera sido mayor y las frustraciones menores. Ser un usuario destacado no te hace conocer el negocio ni las claves para dar un buen servicio", comenta Molina.
Y es que, a lo mejor, ese usuario destacado ya se había hecho un nombre, por pequeño que fuera en el sector. Tal vez contaba con cierto colchón económico. Porque emprender no es lanzarse a ciegas, sino saber bien dónde se pisa. Y, por supuesto, tener suerte.
"Hay varios tipos. Está la suerte de dónde naces, o la de la lotería. Luego tienes la suerte de estar trabajando y que te aparezca una oportunidad que aprovechas. También la suerte de una experiencia de éxitos importante, que no es suerte, es trabajo", enumera el autor. Algunas las manejas, incluso las provocas. Otras, la mayoría, no.
"Solo controlas lo que puedes hacer tú", recuerda Molina. "Los condicionantes externos, desde apagones, pandemias hasta cambios de regulación, son situaciones que no controlas y juegan un papel muy importante. Son bofetadas que van a llegar. Hay que estar preparado para afrontarlas", insiste Molina.
Y, además, saber vender. Algo que también destroza otro mantra muy popular: si tu producto es bueno, el mercado llegará solo. "Necesitas que tu producto sea a propósito y tener un volumen suficiente de personas. No te creas eso de 'haz un buen producto y la gente acudirá'. Para montar un imperio hacen falta muchas más cosas y ser consciente", concluye.