Violencia económica en la pareja: cuando el machismo controla las cuentas
- ¿Qué es la violencia económica? ¿Qué formas toma? ¿Cuáles son sus primeras señales de alarma?
- La psicóloga forense Ana Villarubia nos ayuda en Economía de bolsillo a detectar este tipo de abuso invisible en la pareja
No deja marcas físicas visibles. No suele aparecer en los informes médicos o en los titulares de los medios de comunicación. Pero sus consecuencias son tan peligrosas como las de cualquier otra forma de maltrato. La violencia económica es una de las caras más invisibles de la violencia de género. Y, a la vez, una de las más extendidas.
Según la Macroencuesta de Violencia contra la Mujer de 2019, un 11,5% de las mayores de 16 años en España la han sufrido en algún momento de sus vidas. Son más de 2,3 millones de mujeres. Sin embargo, pocas veces se nombra. Pocas veces se reconoce. A menudo, ni siquiera se detecta. En muchas ocasiones, se camufla tan bien que cuesta identificarla.
Porque la violencia financiera se instala en la intimidad de la pareja casi sin hacer ruido. Se disfraza de "acuerdos prácticos", de "pactos aparentemente lógicos", incluso de gestos "amables". Renuncias laborales temporales, justificaciones de todos los gastos, cuantas compartidas gestionadas solo por uno. De fondo, una frase que se repite: "tranquila, ya me encargo yo". Y así, poco a poco, el amor se convierte en desigualdad y la pareja, en dependencia.
"La violencia económica a veces surge de una forma muy natural, sin que haya malicia desde el inicio", explica la psicóloga forense Ana Villarubia en el programa Economía de bolsillo, con Lourdes Castro.
"Empieza por una cuestión de conveniencia social", apunta. De este modo, "si hay que renunciar, se renuncia al salario más bajo —el de ella—, se invierte en quien tiene más proyección —él—. Todo parece lógico, pero acaba relegando siempre a la misma persona. Y eso también es abuso", advierte la experta.
Aunque para ejercerlo no sea necesario alzar la voz o levantar la mano. Lo más peligroso es que muchas veces la violencia económica no parece violencia ateniendo a su definición más clásica. No grita. No golpea. Ni siquiera tiene por qué obligar. Pero condiciona, limita, somete.
"En ocasiones el término no es tanto el de obligar, sino el de convencer. Te convenzo porque no me hace gracia que pases demasiado tiempo fuera de casa. Te convenzo porque considero que nuestros hijos están mejor contigo que conmigo. Te convenzo de que en casa eres más útil que en el trabajo", señala Villarubia.
Y, a partir de ahí o junto a esta nueva situación, todo se complica. El abuso nace, crece o evoluciona. Porque la violencia económica casi nunca se produce sola. "Se trata de una forma de abuso muy particular. Es muy trasversal que rara vez se ejerce sola. Suele venir acompañada o ser el inicio de otro tipo de violencias", sostiene Villarubia. Como mínimo, indica, va con la violencia emocional y psicológica.
¿Qué formas toma la violencia económica?
Además, suele adquirir distintas intensidades y formas. "La más obvia —resalta la psicóloga— es el control dominante de la economía. La más sibilina, la que llega en la separación, con los chantajes en lo relacionado a la manutención de los hijos. La más violenta, apropiarse directamente del dinero de la otra persona o incluso de su patrimonio familiar. Pero hay más. Tiene muchísimos matices y muchas ramificaciones", dice Villarubia.
Todas ellas, sin embargo, se sostienen en una base común. Hay un mismo objetivo: bloquear decisiones y obstaculizar la independencia de la mujer.
"La violencia económica impide que ella sepa de qué dispone, con qué va a contribuir al cuidado de sus hijos o en cuánto se cuantifica el tiempo que haya estado viviendo en régimen de gananciales, lo que dificulta que dé los pasos siguientes", detalla Villarrubia.
Ahora, recalca Villarubia, no todo desacuerdo económico es violencia. La clave está en la intención. En si se utiliza el dinero como herramienta para someter o retener. "Cuando hay una ganancia secundaria —cuando el objetivo es que no puedas irte, que sigas atada, que no me olvides—, entonces ya no es un conflicto. Es abuso", subraya la psicóloga.
En esos casos, los procesos judiciales se alargan. Las pensiones se retrasan. Las citas se utilizan como forma de presencia forzada. Y el cordón que un día unió a dos personas voluntariamente, se transforma en una cadena invisible que oprime.
Una violencia que no distingue entre clases sociales ni edades
Se trata, y nunca mejor dicho, de utilizar el dinero como moneda de cambio para "comprar" la libertad de la mujer y evitar que pueda cambiar de ciudad, de trabajo o de lugar de residencia, por ejemplo. Y la divisa es universal. Porque la violencia económica no entiende ni de clases sociales ni de edades. Tampoco de idiomas o números. Puede aparecer en parejas jóvenes, en matrimonios de años o durante divorcios tras décadas de convivencia.
Aunque el contexto cambie, el patrón se repite. Y el punto de inicio, además, suele darse muy pronto. "Sucede desde los primeros momentos de la convivencia, cuando las renuncias empiezan a recaer, una vez más, sobre ella", matiza la psicóloga insistiendo, no obstante, en que es posible romper el círculo.
"Podríamos prevenir estas situaciones con educación. Hablando de dinero, de autonomía, de autoestima bien estructurada y libertad", expone. Pero nadie nos lo explica ni en el colegio ni antes de contraer matrimonio.
¿Qué hacer si te sientes identificada?
"Una mujer nunca se casa con un maltratador. Esa espiral de violencia empieza de forma progresiva y va perseverando, va calando y te va minando sin que te des cuenta. La gente cambia. O cambia en el momento del divorcio, cuando se sienten rechazadas y va con todas sus armas a por atacar a la otra persona. Por tanto —añade—, quizá deberíamos incluir esto en algún tipo de formación".
Una formación que serviría para identificar rápido y sin dudar una de las señales de alarma más frecuente: la culpabilidad de reclamar lo que corresponde.
"Cuando una mujer siente que está mendigando al pedir lo que es suyo, hay un problema. Muchas renuncian a sus derechos para evitar litigios, juicios y roces. Prefieren perder lo que les pertenece antes que volver a enfrentarse al otro. Prefieren quedarse como están, aunque sepa que está perdiendo y que está dejando atrás muchas cosas que eran suyas. Cuando una persona quiere separarse, lo que necesita es separarse y no le apetece depender del otro ni por un euro", subraya.
Si alguien se siente reconocida en esta situación, apunta, la recomendación es clara: pedir ayuda profesional. Hay salida. "Los profesionales sabemos cómo ayudarla. Los psicólogos, los mediadores y los abogados trabajamos de la mano y sabemos cómo ayudarlas", concluye Villarubia.