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Obligados a compartir piso más allá de los 40 por los altos precios y la precariedad: "Echo de menos la intimidad"

  • La alta demanda y la bajada de la oferta ha fomentado una fuerte subida de los precios en los últimos años
  • Al coste del alquiler se suman otras trabas, como la precariedad laboral o la prioridad de oferta para las parejas sin hijos

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Vista de los carteles de alquiler en el balcón de un piso de Madrid
Vista de los carteles de alquiler en un piso de Madrid

"850 euros, 37 metros cuadrados", reza un anuncio de alquiler en una conocida web. Una rápida búsqueda en Internet devuelve una gran variedad de ofertas como esta en varias ciudades españolas. Ya sean céntricos estudios o amplios apartamentos en el extrarradio, algunos de sus precios resultan inalcanzables para muchos, ya que pueden llegar incluso a superar el salario mínimo. Ante la necesidad de repartir los gastos, surge la opción de compartir piso, una dinámica asociada casi siempre a los más jóvenes pero que también está extendida entre otros grupos de mayor edad.

Según un informe de Idealista, la edad media de las personas que comparten piso en España ha ido ascendiendo desde la pandemia, pasando de los 31 años en 2020 a los 34 en 2022, aunque hay en ciudades como Ávila y Oviedo cuya media asciende ya a 42.

Por su parte, los datos de 2022 publicados este lunes por la Encuesta de Condiciones de Vida del INE indican que el alquiler se ha visto incrementado no solo entre los más jóvenes, sino también en la franja de edad hasta los 44 años (32,9% de los hogares) y entre los 45 y 64 años (15,6%), frente a los hogares que viven en una casa en propiedad.

Detrás de este aumento de la edad se esconden múltiples razones, pero una de las más repetidas suele ser la precariedad laboral a la que se enfrentan. Se tiende a pensar que la generación de los mayores de 40 años ya están asentados y con un trabajo estable que permite alquilar un piso para ellos solos o ser propietarios, pero no siempre es así.

En el Informe del Mercado de Trabajo Estatal de 2022, los datos desvelaban que el mayor número de parados de larga duración estaban en los grupos de 45 a 54 años (341.027 personas) y de más de 55 años (549.216 personas). Además, la Encuesta de Población Activa señaló en su último balance que, aunque la cifra de los parados en esas franjas había mejorado con respecto a años anteriores, aún continúa siendo superior a la de antes de la llegada del coronavirus.

"Es una realidad que no se ve tanto, porque todo se centra más en la población joven, cuando adultos de mi edad o incluso más estamos quizás en peores condiciones", cuenta Esther a RTVE. Tiene 40 años y vive en León compartiendo piso. Llegó a la ciudad como estudiante universitaria y tras acabar la carrera consiguió un trabajo de teleoperadora. "De primeras me pareció bien, aunque no iba a ser a largo plazo", dice, pero finalmente terminó quedándose en ese puesto durante más de una década.

Destinar más del 50% del sueldo al alquiler

Esther recibía un sueldo que solo le permitía compartir piso ante los múltiples obstáculos con los que se topaba. "Cobraba 800 euros y, aunque aquí no es como Madrid, también hay trabas: que si la nómina era pequeña, que si dudaban que pudiera pagar, te pedían hasta tres meses de fianza más el mes en curso...", detalla.

Se encontraba además con alquileres y fianzas extremadamente altas para pisos muy antiguos con los que tenía que destinar más del 60% de su salario. Algo que, por ejemplo, contrasta con las recomendaciones del Banco de España, que indica que lo idóneo es no gastar más del 35% de la renta en la hipoteca o el alquiler. "Es dejarte 450 o 500 euros más gastos y ya no solo no poder salir o comprar ropa, es que tienes un imprevisto y no tienes dinero, porque llega el día 20 del mes y se acabó el sueldo", lamenta Esther.

No es la única. Según un estudio de Fotocasa e Infojobs, los españoles destinaron el año pasado de media el 43% de su salario a pagar el alquile, lo que supone un incremento del 3% con respecto a 2021 y la cifra más alta de la última década.

Esther dio con una habitación asequible en la que lleva ya 13 años, pero que siente que se le empieza a quedar pequeña. Ha tenido trabajos temporales en la hostelería y recibe el ingreso mínimo vital, lo que le permite llegar a final de mes, pero aspira a conseguir un puesto de funcionaria que le permita vivir sola. "La intimidad, tranquilidad, no sentir que nada es tuyo y que tu cuarto es un trastero... No echaría de menos a nadie", afirma.

Otro caso es el de Mariano (45 años). Llegó a Barcelona desde Buenos Aires en el verano de 2019 para trabajar en marketing. Con los precios por las nubes, lo tuvo claro: no podía vivir solo. Desde entonces, comparte piso con dos chicos más jóvenes que él, también trabajadores, con las que ha fraguado muy buena relación.

Aunque no le ha faltado trabajo, con su salario es difícil costearse en la Ciudad Condal un piso para él solo y poder ahorrar. En cambio, alquilar una habitación le da algo más de margen para tener un 'colchón' frente a futuros imprevistos y también hacer vida social. "Hay que salir, relacionarse", señala, recordando que esto es una parte fundamental y que no solo se vive para trabajar.

Por eso mismo, la ubicación de su piso fue clave. Necesitaba vivir cerca del centro urbano, no solo por tener mejor conexión con el trabajo, sino para tener más posibilidades para no aislarse y conocer gente. A cambio, tuvo que enfrentarse al reto de navegar entre ofertas habitacionales con precios exorbitados: "He visto habitaciones pequeñas de 800 euros al mes o más".

Mayor demanda, mayores precios

Aunque ambos consiguieron sus habitaciones antes de la pandemia, el coste de la vivienda, lejos de moderarse, sigue subiendo mes a mes mientras la oferta es más reducida. De acuerdo con Fotocasa, el precio de los alquileres en España cerró 2022 con un incremento anual del 7,4% –el tercero más alto detectado desde 2007–, situando el precio de diciembre en 11,03 euros por metro cuadrado al mes. Además, se ha producido un desequilibrio entre oferta (3%) y demanda (16%) de más de 13 puntos porcentuales.

Otro estudio publicado por Idealista indica también que, aunque el alquiler medio de estudios y habitaciones se han encarecido en los últimos cinco años, el crecimiento ha sido más intenso en el caso de los pisos compartidos, que se han encarecido un 17% frente al incremento del 14% de los estudios.

"Como ha aumentado mucho la demanda de habitaciones de vivienda compartida, evidentemente ha subido el precio", corrobora Irina Vera, de la Fundación Amasol, una entidad sin ánimo de lucro de Aragón que trabaja para ayudar a las familias monoparentales de la región. Entre sus programas destaca uno para ayudar a madres solas con hijos a buscar vivienda compartida.

Con el coste de vida cada día más inflado, algunos propietarios están aprovechando para arrendar sus cuartos para llegar a final de mes. "Lo que hacemos es ponerlas en contacto. Nosotras únicamente hacemos de intermediarias" –explica Vera– "ya ellas se conocen y hablan de cómo sería su subarriendo, el precio o las condiciones de la vivienda".

Cada vez más pensionistas comparten piso para repartir los gastos

La Fundación lleva varios años haciendo esta labor, por lo que han podido ver la evolución del mercado de la vivienda en Aragón en primera persona. "Se endurecen los requisitos. Hace dos años era impensable que para una habitación en una vivienda compartida te pidieran una fianza. Ahora está normalizado", ejemplifica Vera, que también señala las cláusulas que prohíben subarrendar el piso. Además, destaca una nueva traba: "Las familias monoparentales tienen más difícil el acceso, porque en las viviendas donde se comparte priorizan a personas solas o parejas sin niños".

La portavoz de Amasol recuerda que si estas familias buscan una habitación es "porque ya no tienen otra opción". "Desde luego no es lo más deseable para una madre, ni para una familia", subraya, ya que los hijos necesitan su propio espacio para estudiar, jugar y desarrollarse.

Una de estas familias que se abrió a compartir fue la de Verónica. Madre de una niña pequeña y un chico de 16 años, decidió alquilar una de sus habitaciones de su piso en Zaragoza a una mujer y su bebé. "La chica no tenía dónde vivir", cuenta a RTVE.es.

Aunque en un principio no tenía pensado meter a nadie desconocido en su hogar por la seguridad de sus hijos, vio que la otra madre era fiable y no tenía ayuda en su entorno familiar, por lo que decidió echar una mano. Pronto vio cómo el alquiler se convirtió también en una ayuda económica para poder afrontar los precios de la energía y de la compra en el supermercado. "Se nota muchísimo lo que ella me da, porque ojalá pudiese yo ser altruista, pero no puedo serlo, está todo muy caro", dice.

Además, han fraguado una buena relación y juntas concilian el trabajo con la vida en casa. "Se crea ese vínculo y esa red de apoyo, pues cuando yo voy a trabajar, ella puede quedarse cuidando a mis hijos y al revés", destaca Verónica. Con todo, apuesta por volver a vivir sola con sus hijos una vez acabe esta etapa con su compañera, a quien le desea que pueda establecerse por su cuenta. "Ojalá pueda ella también independizarse y costearse su casa", dice.

Alquiler de habitaciones para poder llegar a fin de mes

En Sevilla, Luisa (50 años) tiene dos hijas adolescentes a su cargo. Las tres viven en un piso con una buena conexión a los campus universitarios, un elemento clave que aprovechan para poder alquilar dos de sus habitaciones a estudiantes tanto nacionales como extranjeros, que pasan parte del curso conviviendo con ellas.

Esto no lo hace una familia si no es por necesidad

Empezó a hacerlo hace 10 años para conseguir un dinero extra cuando tuvo que cerrar una tienda local que regentaba. Al principio solo encontró trabajo cubriendo horas sueltas y fines de semana en un comercio del centro, lo que le permitió ganar un poco de dinero y cobrar una ayuda familiar, pero no era suficiente y optó por empezar a rentar los cuartos extras. "Es una manera de salir de todo eso que estaba pasando. Era autónoma, me había llevado nueve años con la tienda y me quedé sin un duro", explica.

El primer año alquilaban una habitación, pero al divorciarse y perder el acceso a un segundo ingreso tuvo que tomar la decisión de ofrecer hasta tres dormitorios en algunos momentos: "Mis hijas dormían en casa de su abuela y yo llené las habitaciones de estudiantes. No tenía ni mi habitación, ni mi armario, ni mi cama".

Dice que, aunque no le desagrada estar con gente joven y tratar con gente de otros países, la situación es agotadora muchas veces. "Mi niña odia cada vez que sale del cuarto y se encuentra con gente que dice que no va a volver a ver más, pero es que esto no lo hace una familia si no es por necesidad. Para irse de viaje, para salir a cenar no lo hace nadie", asegura.