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ANÁLISIS

Cumbre de Copenhague, ciencia y política: una receta para el caos

  • La ciencia y la política hablan diferentes lenguajes en Copenhague

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Cuando la ciencia choca con la política, genera monstruos. Y el proceso iniciado en Kioto y que continúa esta semana en Dinamarca es un proceso político sobre una evidencia científica, lo que de modo natural da lugar a todo tipo de aberraciones.

Porque los científicos y los políticos habitan mundos muy alejados, con diferentes estándares de prueba y muy distintos lenguajes, protocolos y objetivos.

La ciencia trabaja con la incertidumbre y la duda permanente, porque ésa es su esencia; su objetivo es saber más.

La ciencia trabaja con la incertidumbre; la política necesita verdades absolutas

La política necesita verdades absolutas y fácilmente encapsulables en eslóganes para actuar, y pretende conjurar riesgos.

Los científicos son puntillosos, adoran los matices, no tienen en cuenta las consecuencias de sus descubrimientos y consideran obligación profesional cambiar de opinión. Los políticos generalizan, adaptan sus declaraciones al contexto, manejan dinero público y pastorean intereses.

Lo que estamos viendo en Copenhague es un espectáculo político en el que los dirigentes de los países más importantes del mundo intentan invocar un serio riesgo para el planeta entero que está basado en observaciones y predicciones científicas. Una receta para el caos.

Consecuencias para la Humanidad

En el fondo, la cuestión es simple: si el clima planetario se calienta por culpa de las emisiones de CO2 producidas por la Humanidad, las consecuencias serán graves, sobre todo para la Humanidad.

El aumento de temperaturas tendrá todo tipo de repercusiones, desde los cambios en las zonas de cultivos al aumento del nivel del mar, desde modificaciones en la distribución de agua dulce hasta variaciones de los patrones de tormentas y huracanes, que supondrán graves problemas para muchos países y cambiarán el equilibrio de poder actual.

La única forma de mitigar estos catastróficos problemas futuros es limitar nuestras emisiones de CO2 a la atmósfera, para lo cual hay que modificar la base energética de la economía en la que se basa nuestra civilización: el carbón y el petróleo.

Lo cual habrá que hacer de todas formas, dado que sabemos que ambos recursos no son infinitos.

La cuestión es que semejante cambio de la planta energética mundial tiene costes, y también tiene ganadores y perdedores.

El negacionismo del calentamiento global

Entre los claros perdedores están las empresas y países que hoy más ganan con la generación de energía que emite CO2 a la atmósfera. Lo cual explica que exista un numeroso contingente de científicos/políticos bien organizado y financiado que pone en duda todos y cada uno de los elementos de ciencia en los que se basa el proceso, desde la existencia misma del calentamiento hasta su grado, su futuro, su origen en las actividades humanas o la posibilidad de mitigarlo en la práctica.

Una de sus herramientas de acción política es precisamente acusar a quien defiende la realidad del calentamiento global antropogénico de formar parte de una conspiración con fines políticos.

Los países más ricos expulsan más gases de efecto invernadero, por lo que son más responsables de la situación

Además, se producen nuevos desequilibrios entre países que complican las ya complejas relaciones entre las naciones más y menos desarrolladas. Los países más ricos expulsan y han expulsado más gases de efecto invernadero, por lo que son más responsables de la situación, además de más capaces de enfrentar sus consecuencias.

Sus tecnologías son, además, vitales para el cambio de planta energética, y por tanto está en una posición privilegiada.

Los países en vías de desarrollo e ven desproporcionadamente afectados por las consecuencias de la subida de temperaturas, y en muchos casos exigen poder aumentar sus hoy escasas emisiones de CO2, debidas sobre todo a la ausencia de industria y a su reducido nivel de vida.

Añádanse las posturas ecologistas, algunas de las cuales propugnan un cambio radical de modelo económico y la forma de vida que elimine el carbón y el petróleo de la ecuación.

Todo esto hace que la política del cambio climático sea un complejo guirigay de enfrentamientos políticos múltiples en la que se utilizan todo tipo de armas dialécticas, desde el negacionismo más extremo a los sutiles matices que camuflan intereses políticos o económicos de empresas o países concretos. En lo único que coinciden todos es en arrojar sombras de duda sobre los datos de la ciencia.

En lo único que coinciden todos es en arrojar sombras de duda sobre los datos de la ciencia

Todo el mundo desprecia los datos que no le interesan, y acusa a sus adversarios de incapacidad para demostrar la Verdad del Cambio Climático Antropogénico.

Noy hay verdades absolutas

Lo cierto es que la ciencia climática, como cualquier otra ciencia, no puede (no debe) proporcionar verdades absolutas, porque no es así como funciona el método científico.

Lo único que hay son datos complejos, reconstrucciones difíciles de comprender, modelos abstrusos y fuertes discusiones alejadas de lo políticamente correcto (un ejemplo es el famoso y polémico Climategate).

No hay certezas, porque la ciencia no trabaja con ellas. Los políticos van a tener que tomar sus decisiones con los imperfectos y cambiantes datos de que disponemos hoy, evaluando su grado d certidumbre (variable) y los peores riesgos que indican (catastróficos).

Al fin y al cabo para eso pagamos a los políticos: para que tomen decisiones son datos ciertos al 100%.

Porque cuando tenemos verdades absolutas, es fácil tomar decisiones. Copenhague es significativo más porque demuestra que el proceso de Kioto sigue vivo que por los resultados (seguramente magros) que se puedan obtener.