Cien días del segundo mandato de Trump: la Presidencia de la venganza y el miedo
- Cien días de hiperactividad que muchos califican de revolucionaria por sus efectos en el Gobierno y la sociedad de EE.UU.
- Las medidas de Trump han infundido miedo entre los migrantes, los nacionalizados y los empleados públicos
La última campaña electoral de Donald Trump podría resumirse en un coloquial y familiar "como vuelva a la Casa Blanca, os vais a enterar". Y lo está cumpliendo. Tanto, que incluso quienes presagiaron un apocalipsis democrático en caso de que Trump volviera a ser presidente sienten que se quedaron cortos. En estos primeros 100 días, poco más de tres meses, Trump ha forzado los límites de la Presidencia como ningún antecesor, y lo ha hecho a una velocidad e intensidad deliberadas, estratégicas, para desbordar el sistema hasta el punto de colapsarlo.
Lo vivimos a diario los medios de comunicación, inundados con más titulares de los que somos capaces de cribar y analizar, y lo experimentan los tribunales, sobrecargados con un alud de decretos y medidas potencialmente anticonstitucionales. La hiperactividad de Donald Trump sólo es comparable al arranque de Franklin Delano Roosevelt en tiempos de la Gran Depresión. El volumen de actividad del Ejecutivo Trump desafía la capacidad de las instituciones para reaccionar y frenarlo.
¿Adiós al sistema de contrapoderes, pilar de la democracia?
Las bases, hasta alcanzar un cariz casi mitológico, de la democracia estadounidense son cuatro:
- Los Estados Unidos son una república que ganaron su independencia de la metrópoli (Londres) y de su rey por la fuerza, la guerra de independencia que llaman Revolución Americana.
- Los padres fundadores fueron aquellos terratenientes ilustrados que declararon la independencia y redactaron la Constitución de las 13 excolonias a finales del siglo XVIII.
- Los checks and balances, el sistema de contrapoderes: poder ejecutivo, legislativo y judicial independientes y vigilantes entre sí, con el objetivo de evitar cambios bruscos y poderes absolutos como los de un rey.
- La voluntad popular, sea en forma de voto o de opinión pública.
En estos 100 primeros días, donde los seguidores de Trump ven cumplimiento de las promesas, los críticos ven un atentado a los pilares de la democracia, un presidente con vocación de rey absolutista que lleva a cabo una revolución, pretende controlar los otros dos poderes, en contra de la santa concepción de los padres fundadores y sin suficiente respaldo popular.
La democracia estadounidense no es parlamentaria, el poder ejecutivo no emana de una mayoría en el legislativo, el Congreso está concebido como un contrapoder al ejecutivo, igual que el poder judicial. Una de las muchas peculiaridades del sistema estadounidense es que, por ejemplo, el Gobierno no tiene capacidad para legislar, eso es potestad del Congreso federal. Lo habitual es que el presidente no tenga el apoyo de la mayoría en las dos cámaras del Congreso, como mucho en una, y cuando lo tiene en ambas, como es el caso de Trump ahora, a menudo pierde esa hegemonía a los dos años, en cuanto vuelve a haber elecciones legislativas. De ahí que tantas veces hayamos visto a presidentes pidiendo, suplicando casi, al Congreso que, por favor, legislaran sobre alguna propuesta del ejecutivo. ¿Qué recurso tiene el presidente? El decreto y el veto.
¿Cómo se está saltando esa independencia Trump? Gobernando a base de decretos e invadiendo competencias. Por ejemplo, cancelando partidas presupuestarias que había aprobado el Congreso porque es competencia suya, y manifestando, el presidente y el vicepresidente, que los jueces no son quién para frenar al presidente, aquella idea del presidente Richard Nixon, de que lo que haga el presidente es legal.
La venganza
Donald Trump lo anunció en campaña y lo está cumpliendo. Su segunda presidencia sería la de la "venganza" contra quienes habían ido contra él, y se rodearía, no de expertos, sino de leales a él. La represalia más sonada es en el Departamento de Justicia, donde despidió a fiscales y a abogados de carrera porque lo habían investigado, y simultáneamente puso a abogados suyos en cargos del departamento.
En la misma clave se explica la ofensiva contra las universidades de élite de los Estados Unidos, amenazadas con quedarse sin millones de dólares de financiación, algo que pone en peligro no sólo la docencia, sino también la investigación de primer nivel que llevan a cabo muchas de ellas. La razón que argumenta el Gobierno Trump para debilitar a las universidades es que se han convertido en foros de antisemitismo y de la llamada cultura woke, en la que incluye las medidas de discriminación positiva en la contratación de personal y admisión de alumnos. El argumento del antisemitismo se basa en las protestas que hubo en muchas universidades el año pasado contra la ofensiva de Israel sobre Gaza. Casi todas las universidades se han doblegado a la voluntad de Trump, incluida la de Harvard al inicio, pero se plantó y demandó al Gobierno cuando éste pretendió también que un organismo federal controlara el contenido de la enseñanza que impartían. La Universidad de Harvard se ha convertido en el símbolo de la resistencia al Gobierno Trump.
Vistas las acciones de estos primeros 100 días, es diáfana la voluntad de Trump de censurar, cercenar y coaccionar a todas aquellas organizaciones que considera progresistas y críticas con él, hasta el punto de recuperar el calificativo "antiamericano" de infausta memoria. Ese es el mensaje que está mandando, no se toleran las críticas al trumpismo.
Ya antes de tomar posesión, Trump emprendió el acoso a los grandes medios de comunicación privados por la vía de la demanda judicial, con el objetivo doble de hacerles gastar mucho dinero en pleitos y amedrentarlos, lograr que los medios se autocensuren por miedo a demandas de Trump si no le gustan las informaciones que hacen. Y está funcionando: la tres grandes cadenas de televisiones pertenecen a otros grupos con negocios más lucrativos que la televisión, cuyos intereses se imponen a la independencia periodística. La cadena ABC, propiedad de Disney, claudicó e hizo las paces con Trump a base de dinero. Jeff Bezos, el dueño a Amazon y del diario The Washington Post, ha interferido en la parte de opinión del periódico. Varios cargos editoriales del Post dimitieron como protesta, como ha hecho el productor ejecutivo, equivalente a director, de uno de los programas míticos de reportajes y entrevistas, 60 Minutes de CBS, en protesta por las presiones del gobierno Trump y de Paramount, propietaria de la cadena.
Los medios públicos no se han librado, Trump quiere acabar también con las cadenas NPR y PBS, que los periodistas consideramos modélicas, pero para el trumpismo son "radiodifusión antiamericana".
El miedo
Que un Gobierno infunda miedo entre sus ciudadanos es antagónico a un sistema democrático que, por definición, es el Gobierno del pueblo, el de la mayoría. Y, sin embargo, ese es el efecto del Gobierno Trump entre millones de estadounidenses en un tiempo récord.
Miedo entre los inmigrantes, en situación irregular, pero también quienes están legalmente. Miedo a que los detengan en redadas y los deporten a quién sabe qué país. Miedo a ir al trabajo, por si hay redadas, miedo a ir al médico por si trasciende su condición de inmigrantes, miedo a llevar los hijos a la escuela. Miedo de estudiantes a que les revoquen el visado y los expulsen. La Administración Trump está deportando a inmigrantes acusándolos de delincuentes, sin juicio previo e incurriendo en errores, como han reconocido por lo menos en un caso.
Miedo entre ciudadanos estadounidenses, con la nacionalidad estadounidense y con empleos cualificados, a que sus apellidos los puedan convertir en presa de algún policía envalentonado por la retórica y las políticas de Trump. Conozco casos. Miedo entre los empleados públicos, también conozco algún caso, a que rastreen su actividad en las redes sociales y los despidan por comentarios críticos a Trump. Tengo conocidos que están reaccionando como lo han hecho con anterioridad otras amistades en la Rusia de Putin y la Turquía de Erdogan.
Sin el mandato ni la popularidad que Trump argumenta
Aún no ha pasado medio año de las elecciones y el presidente, confiando en la máxima de que a fuerza de repetir una falsedad esta se convierte en verdad, insiste en que los ciudadanos le dieron un gran mandato, sin precedentes, con sus votos. De ahí infiere que tiene carta blanca para hacer lo que quiera. Y no es así. Recordemos los datos.
Donald Trump ganó el voto popular, además del llamado "colegio electoral", pero no llegó a la mitad de los votos emitidos, se quedó en un 49,8% frente al 48,3% de Kamala Harris. Un margen muy inferior a la ventaja que le sacó, por ejemplo, el demócrata Barack Obama al republicano John McCain en 2008, 52,9% frente a 45,7%, o a la del ídolo republicano Ronald Reagan en 1984 frente a Walter Mondale, 54,4 a 40,6%. Si Trump se refiere a que, además de ganar la Presidencia, su partido ha ganado la mayoría en las dos cámaras del Congreso federal, tampoco es cierto, también lo logró Barack Obama en 2008 y con mayorías más amplias de las que dispone ahora Donald Trump. Es decir, si en algo Trump tiene un récord sin precedentes en estos 100 primeros días es en su capacidad para mentir o decir falsedades como si fueran verdades palmarias.
En cuanto a la popularidad, el presidente tampoco cuenta con respaldo mayoritario en las encuestas de opinión. El periódico The New York Times hace un seguimiento diario de la media de varios sondeos, según el cual Trump empezó con un apoyo del 52%, mayoritario, pero sin base para la euforia, reflejo de un país partido por la mitad. La evolución de la opinión pública indica un descenso del respaldo que el 11 de marzo empataba con el rechazo, y sitúa ahora el rechazo en un 53% y la aprobación en un 44%. Casi diez puntos de diferencia en su contra. Cuando vuelvan a oír a Donald Trump afirmar que tiene un respaldo sin precedentes para aplicar la política que quiera, recuerden estos datos.
Con las gafas de Anna Bosch