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La ilusión, el motor de la vida que se aprende, se entrena y se contagia

  • ¿Cómo funciona la ilusión? ¿De dónde sale? ¿Qué sucede cuando se apaga? ¿Se puede recuperar?
  • La psicóloga y autora del libro El valor de la ilusión Lecina Fernández lo explica en Mente abierta
Mujer joven en traje gris celebra un logro con puños en alto, mostrando alegría en un edificio moderno de oficinas.
La ilusión es un sentimiento que conecta emoción, pensamiento y acción. ISTOCK
MARTA CERCADILLO
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Suena el despertador y todo parece ir en piloto automático y a cámara rápida. Demasiado calor, demasiado frío. Mucha lluvia, mucho sol. Atascos, noticias que suenan a déjà vu y tareas que no terminan. Sin embargo, hoy algo es distinto. Hay una energía nueva, difícil de explicar. Tienes un proyecto, un reencuentro, una cita que esperas con tantas ganas que, incluso antes de que ocurra, ya ha encendido tu ánimo.

No es casualidad. Tampoco magia. Es ilusión, ese concepto escurridizo, lleno de posibilidades y tan intangible como necesario para el ser humano. "Cuando a una persona se le arrancan las ilusiones, su vida se seca", advierte la psicóloga Lecina Fernández parafraseando al filósofo Ignacio Gómez de Liañao.

"La ilusión es una historia personal de ir hacia adelante", explica Fernández en Mente abierta, con María Torres. "En ella hay ideas, puestas en marcha, logros y felicidad". Porque la ilusión –dice— habita en lo que pensamos, sentimos y hacemos. Es transversal. Para algunos, significa alegría. Para otros, propósito. Para muchos, impulso. Pero en todos los casos, es motor.

Ahora bien, ¿cómo funciona? ¿De dónde sale? ¿Qué sucede cuando se apaga? ¿Se puede recuperar?

Cuando una persona se ilusiona, una parte interna —"muchas veces dormida"— se despierta. Algo se activa por dentro. Se trata de una reacción en cadena que involucra a lo mental y a lo físico.

"La parte cognitiva se pone en marcha: tienes ideas, empiezas a diseñarlas y te anticipas a imprevistos", detalla la psicóloga. A nivel emocional, surge una chispa. "Sientes más alegría, entusiasmo y esperanza". Y el cuerpo responde: "Saltas de la cama por la mañana. La ilusión te empuja a actuar, pero sin presionar. Es un soplo de aire fresco", resume.

¿La ilusión nace o se hace?

Eso sí, no todas las personas la viven con la misa intensidad. Lo relacionado con la ilusión se trae de fábrica, pero también se hace.

"Hay quien nace con una predisposición hacia el optimismo y la creatividad. Pero la ilusión también se aprende". Se construye. "Consciente o inconsciente, las cosas las percibimos y las aprendemos. Y se cultiva desde la infancia, en todos los entornos", indica Fernández.

Ese aprendizaje puede estar en detalles cotidianos, como celebrar los viernes cenando pizza o yendo los domingos a comer con amigos. "Si eso lo vives como algo ilusionante, lo vas interiorizando y va formando parte de ti. Se mezcla lo innato con lo adquirido". Algo que, asegura Fernández, es una gran noticia, porque si se aprende, se puede enseñar y también entrenar. Incluso "contagiar".

"Alguien ilusionado tiene una actitud que se exhala. Los demás la pueden copiar o no, pero se aprende", cuenta. Y no es lo único. La ilusión también une. "Conecta nuestro interior con el exterior, nuestro presente con el futuro y nuestra imaginación, con la realidad. Va hacia afuera y hacia adentro. Todo lo que vemos nos estimula y nos ayuda a crecer", añade. ¿Por qué? Porque, sin darnos cuenta, hacemos balance.

"Al conectar para adentro evaluamos nuestras capacidades. Nos preguntamos si tenemos lo necesario. Quien se ilusiona no es tonto. Por estar ilusionado, no lo vemos todo de color de rosa, pero sí que nos vemos más capaces. Y esa autoevaluación es una ventaja", esgrime Fernández. Fortalece el autoconcepto.

Además, nos enseña a ser pacientes. En un mundo frenético en el que tenemos todo a golpe de clic y lo pedimos para ayer, la ilusión nos obliga a esperar. Sí, a esperar. A pausarnos, con todo lo que ello implica. No es fácil ni parar, ni convivir con la incertidumbre ni, por supuesto, "perder".

"Esperar frustra. La ilusión nos entrena a enfrentarnos a esa frustración. Nunca sabemos si conseguiremos lo que deseamos, pero aún así vamos a por ello", apunta Fernández.

Desde pequeños lo practicamos. Pasábamos un año entero esperando la llegada de los Reyes Magos. Y en ese proceso "aprendíamos a priorizar y a entender que no todo se consigue. Empezábamos a comprender que no es tanto el verbo tener, como el hacer y el ser".

La ilusión cambia, pero nunca se pierde

Con el paso del tiempo, esto queda cada vez más claro. No es que perdamos la ilusión, es que simplemente le cambiamos las prioridades. A veces pesa el cansancio de las desilusiones acumuladas, pero la capacidad sigue intacta.

"En los jóvenes suele estar asociadas a la esperanza y al futuro. En las personas mayores, en el corto plazo", dice Fernández. Por ejemplo, la alegría de prepararle la merienda a los nietos. No hay menos ilusión, solo un distinto enfoque.

"La ilusión no es el destino, es el camino", subraya Fernández. Sus etapas y baches van dejando huella. Cada vez que se activa, "vas acumulando confianza y autoestima". Ilusionarte te recuerda que puedes. Que ya lo hiciste antes. Y que, de nuevo, eres capaz de repetirlo.

Porque no hace falta soñar con dar la vuelta al mundo. La ilusión es más sencilla y pequeña. Lo más potente está en lo cotidiano.

"Las cosas que más ilusión generan son las personales. Coincide con la vida misma". Desde la primera bicicleta al primer trabajo, pasando por una conversación pendiente o un simple plan con seres queridos. "No es el coche en sí lo que hace ilusión, sino lo que voy a hacer con él", concluye Fernández.