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Del brindis al alcoholismo: la delgada línea entre celebrar y depender

  • El 93% de los españoles entre 15 y 64 años bebe alcohol habitualmente. España es el segundo país de la UE en frecuencia de consumo
  • Los psicólogos Edu Torres y Carlos Alvarado analizan en Mente abierta los problemas que genera el alcoholismo

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Hombre ebrio con vaso de bebida alcohólica en mano, apoyado en una mesa con una botella de licor visible. Imagen que refleja los efectos del alcoholismo.
Uno de los principales indicadores de riesgo de alcoholismo es cuando la bebida se vuelve necesaria. ISTOCK

Un botellín para celebrar, una ronda para integrarse, un trago para desconectar. Por los que llegan y por los que se van. Por los éxitos y los reencuentros, pero también por los fracasos y las despedidas. Brindamos para reír. Para olvidar. Una copa para soltar la lengua. Otra para dormir mejor. Una más, solo una, para no pensar.

Gota a gota. Vaso a vaso. Botella a botella. Hasta que, sin darnos cuenta, ya no brindamos: necesitamos.

Más aún en un país como España, donde beber no solo es costumbre, es cultura. Empezamos pronto –el Ministerio de Sanidad sitúa la edad media de inicio en los 14 años– y lo hacemos con asiduidad. El 93% de los españoles entre 15 y 64 años consumen alcohol habitualmente. Ocupamos, además, el segundo puesto de la Unión Europa en frecuencia de consumo.

Poner límites no es fácil. Somos tierras de vinos, de licores, de cervezas, de sidra. Incluso hemos elevado bebidas al rango de patrimonio inmaterial de la UNESCO. Y somos, también, tierra de bares: hay uno por cada 173 habitantes, según el INE. Y en cada barra, encontramos una historia. O varias. Más de las que muestran los datos oficiales.

"El alcoholismo está muy normalizado. Hay mucha gente alcohólica no diagnosticada ni reconocida. Muchas personas no lo parecen porque son funcionales. Pero presentan grados bastante severos de dependencia", advierte Carlos Alvarado, experto en adicciones del ITAD, junto al psicólogo Edu Torres en el programa Mente Abierta, que presenta María Torres.

¿En qué momento empieza a ser peligroso el alcohol? ¿Cómo se detecta el problema? ¿Qué se puede hacer al respecto?

"El alcoholismo es una enfermedad crónica y progresiva del sistema nervioso central", define Alvarado. Y como tal "cuenta con diversas etapas y fases que dificultan su diagnóstico". O la aceptación de un problema, que se convierte en ello cuando el "para qué se bebe" se transforma en "cuándo se bebe".

"Más allá de los marcadores biopsicosociales como fallos de memoria, caídas, irritabilidad, depresión o aislamiento, un indicador de riesgo claro se da en el momento en el que la bebida deja de ser una elección y pasa a ser una necesidad", completa Edu Torres.

Aunque se esconda, se trate de disimular o se ignore, el deterioro es notable. Se ve. "El de fuera suele ser más consciente que el propio afectado. El que lo sufre cree que todo va bien porque su día a día –trabajo, familia, amigos, estudios–, sigue funcionando. Algunos hasta consiguen éxitos al calor del alcohol", indica Alvarado. Es lo que se conoce con el término "adicción funcional" o dependencia camuflada de rutina.

No existe un único perfil de alcohólico

Y cualquiera puede caer en ella. A pesar de los retratos prototípicos en películas, no existe un perfil único de alcohólico. Se trata de una enfermedad muy heterogénea. "En los grupos de terapia encuentras a todo tipo de personas", comenta Alvarado.

¿Qué hace, entonces, que gente tan diferente acabe cayendo en la misma adicción? La vulnerabilidad. "De una u otra manera, estas personas son muy frágiles. Unos beben para demostrar fortaleza; otros, por no saber decir que no. El alcohol toca a todos los estratos: jóvenes, hombres, mujeres, mayores, ricos, pobres", recuerda el experto.

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Los motivos por los que se empieza son muy distintos. Las tolerancias o las formas de consumo también –"hay alcohólicos de fin de semana, de diario, los que consumen cada tres días o los que beben cantidades moderadas pero muy frecuentemente", enumera el psicólogo–. Sin embargo, sus consecuencias, no. Esas son todos iguales. Y todas igual de peligrosas.

"Cuando el alcohol entra en el cuerpo, lo que puede pasar es impredecible"

"Una vez que la sustancia entra en el cuerpo, es muy impredecible lo que puede pasar. El alcohol, siempre va a más y más", advierte. "Beber es como una ruleta rusa. La cantidad no es relevante. Una persona se puede volver alcohólica con tres copas de vino o con dos botellas, por ejemplo".

"Hay determinados procesos básicos que son evidentes que están deteriorados cuando se tiene dependencia a la bebida. La memoria, el sueño, el proceso digestivo o la microbiota son algunos de ellos", explica Edu Torres.

Pero también se dan procesos más complejos a nivel emocional o relacional. "Cuando el alcohol se mete, se rompe el vínculo con uno mismo y con los demás. Ese es casi el punto de no retorno, donde la persona ya no puede regresar a la vía por sí sola", avisa el psicólogo.

No obstante, y aunque sea muy duro, a veces, matiza Torres, resulta positivo. "Quizá se convierta en ese punto de inflexión que marca el principio del camino hacia el tratamiento".

Enfermedad incurable pero tratable

Porque, aunque se trate de una "enfermedad incurable; es tratable y controlable", cuenta Alvarado. Eso sí, insiste: "que se pueda controlar no significa que se pueda beber de forma controlada. El control absoluto es la abstinencia total". Una sola gota y se puede recaer, igual que un solo pitillo desencadena de nuevo el mecanismo de dependencia de la nicotina.

Por tanto, "la rehabilitación de un alcohólico requiere un tratamiento integral y un seguimiento a largo plazo", señala Alvarado. Este procedimiento debe abarcar lo conductual, lo farmacológico, lo grupal y familiar, siendo esta última pata fundamental, según recalca el psicólogo.

"La familia, a menudo, por prejuicios por desconocimiento, perpetúa un estrés crónico en ambas partes que conlleva que, al final, ni ellos ni el paciente sientan comprensión. Las personas enfermas trastornan su personalidad haciendo cosas que no harían en estado de sobriedad", asevera.

No es fácil de asimilar. Tampoco resulta sencillo de comprender y, por eso, dice Alvarado es tan importante que la familia participe en la terapia. En cierto modo, ellos también tienen que rehabilitarse. "Les sirve para saber qué hacer. Puede llegar a ser más efectivo que lo que puede decirle al enfermo un terapeuta porque se crea un campo más sano hacia el cambio".

Un cambio que, aunque al principio cueste ver, siempre ofrecerá más ganancias que pérdidas, afirma el experto.