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Ucrania, un año en guerra (I)

Los estragos de la soledad y la vejez en las mujeres supervivientes de Jersón: "No quiero seguir con esta vida"

  • Los ucranianos recuperaron esta ciudad estratégica hace tres meses, aunque aún continúa el intercambio de artillería
  • RTVE.es narra la historia de quienes resisten en Jersón pese a las duras condiciones de vida
  • Guerra Ucrania-Rusia, en directo

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Los estragos de la soledad y la vejez en las mujeres supervivientes de Jersón: "No quiero seguir con esta vida"

Al final de un pasillo oscuro, un espacio diáfano y en penumbras, hace las veces de un salón comedor. Es el lugar donde Svetlana permanece esperando la llegada de Lilya. En noviembre, cuando Jersón fue liberada, esta mujer de 77 años sufrió una caída, mientras iba al banco a cobrar su pensión, que la dejó sin movilidad. Tras ocho meses de ocupación, la ciudad celebraba el repliegue de las tropas moscovitas al otro lado del río Dnipro.

La soledad de las personas mayores y dependientes tiene el rostro de Svetlana. En la capital de provincias más importante que cayó en manos de los rusos, Svetlana se siente atrapada en un sofá y se resigna a aceptar que el único mundo posible es lo que escucha al otro lado de las cuatro paredes que conforman su hábitat.

Tiene enfrente una televisión grande, apagada, al igual que las lámparas que sirven de adorno en un hogar condenado a la penumbra. La generosidad de unas ventanas enmarcadas por unas cortinas blancas le brindan la única luz que la acompaña en su monotonía. Siente miedo, porque en las últimas semanas se han intensificado los ataques. Construye la realidad a través de los sonidos que escucha y piensa que todo lo que no ve ha sido destruido.

Tiene la suerte de contar con voluntarias como Lilya. Una mujer que desde antes de la guerra dedicaba su tiempo libre a las personas de la tercera edad. Lilya la despierta y la ayuda a sentarse. "Peso el doble que ella, no quiero ser un estorbo", dice, lamentándose. Tiende la mano y coge un pañuelo azul clarito para taparse los ojos porque no aguanta el llanto. “No consigo hacer nada. No me puedo mover y soy incapaz de saber qué pasa a mi alrededor”. Se produce un silencio dentro de la habitación. Entre sollozos es difícil comprender todo lo que quiere decir y entre lágrimas es difícil averiguar lo que sus ojos quieren transmitir.

"No quiero seguir con esta vida. Quería envenenarme, pero si lo hago Lilya dice que la van a meter en prisión", asegura con la mirada fija en la persona que cada día viene a cuidarla. Necesita todo tipo de cuidados y su pensión, de unos 80 euros al mes, no le alcanza para medicinas y revisiones médicas.

Pese a la falta de agua corriente y otros suministros, Lilya procura que esté siempre aseada y tenga comida. El resto del día la acompaña su pajarito verde, Lusian, que solo se deja escuchar cuando no suenan las sirenas antiaéreas o el intercambio de misiles. En la entrada, hay una puerta abierta que lleva al sótano en el que ya no se puede refugiar.

Lilya es una voluntaria que cuida a Svetlana todos los días desde el comienzo de la invasión rusa a Ucrania PABLO TOSCO

"¿Salvar a tus hijos o quedarte para cuidar de tu madre?"

Svetlana tiene una hija que al comienzo de la guerra huyó para poner a salvo a sus dos pequeños. Aunque antes de marcharse, cuenta Lilya, "nos llamó a la iglesia para que tuviéramos en cuenta que su madre se ha quedado sola". "¿Salvar a tus hijos o quedarte a cuidar de tu madre?", explica, ha sido la gran disyuntiva a la que se han tenido que enfrentar muchas mujeres durante este año de guerra.

Cualquier respuesta requiere de un altísimo coste y de unas "grandes dosis de culpa"."Cuando no puedes llevarte a tus padres porque no quieren abandonar su tierra, no hay decisiones incorrectas", reflexiona. Y más cuando la vida y la muerte están en un mismo plano. La mayoría de la población que se ha quedado en Jersón son personas mayores. "¿A dónde van a ir?", se pregunta.

"Pero aquí estaremos nosotras", retoma Lilya. "Yo no me voy a ir. El 90 % de las voluntarias de esta organización de mujeres nos hemos quedado. Una compañera haciendo este trabajo murió y otras dos han resultado heridas", explica. Habla rápido. Intenta inmunizarse ante la desesperación de Svetlana. La abraza y le da besos.

Es muy decidida aunque incapaz de continuar un argumentario. Se nota el estrés con el que vive, la preocupación y las secuelas de un año de conflicto. Las autoridades les han prometido el reparto de chalecos antibalas para que puedan atender en mejores condiciones de seguridad al ir de una casa a otra. De hecho, aprovecha las últimas horas del día, antes de que caiga la noche y con ella, de nuevo, las pesadillas.

Como ha confirmado el oído de Svetlana, la situación de Jersón ha empeorado desde su liberación. Los ataques son cada vez más intensos por parte de las fuerzas rusas que se resisten a perder uno de los bastiones más importantes de la cuenca ucraniana del Mar Negro. Los escasos 800 metros del río Dnipro son la barrera que separa a los dos contendientes que se castigan a diario con artillería. Antes de la guerra, esta urbe albergaba a más de 300.000 almas, de las que apenas quedan 60.000.

Lyuba delante del puesto de reparto de comida en una de las calles de Jersón PABLO TOSCO

Lyuba: "Quiero que termine pronto y que vuelva la vida"

Llama la atención el pañuelo amarillo fosforescente que cubre la cabeza de Lyuba, pero también su mirada perdida caminando por la ciudad sujetando dos bolsas, en una sus pertenencias y en la otra la de la comida que pueda conseguir en un puesto de ayuda humanitaria. Tiene 91 años y cuenta con un cuerpo pequeño y delgado. "Gracias a Dios que sobreviví", dice emocionada. "Estoy sola, solo tengo un hijo y está fuera", dice. Su casa ha quedado destruida.

"Bombardearon mi casa y permanecí en un refugio, y una organización me ayudó a venir hasta aquí para dormir en un sótano", explica. "No veo bien, no pude ver a los soldados que nos disparaban", dice. Pese a lo vivido, habla tranquila y pausada. Se esfuerza por hacerse entender.

"Quiero que termine pronto y que vuelva la vida. No tengo nada para vivir, tengo 91 años, quiero recuperar mi casa", sentencia agotada. Cuando llega al puesto, las voluntarias deciden darle una doble ración de comida, para evitarle venir hasta aquí y una señora le pone algo de dinero en el bolsillo de la chaqueta. Todas las demás mujeres se paran a preguntarle qué tal está, y ella con mucha paciencia vuelve a contar su historia. Antes de despedirse, recuerda que es su segunda guerra. Que ya sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial.

Entre el sonido de la artillería y las sirenas antiaéreas

Naftohavan es uno de estos barrios de Jersón que ha sufrido tras la liberación. Nastya acaba de llegar evacuada con toda su familia, tras haber sido víctima de un ataque en las últimas horas. "Estamos aquí por primera vez, un vecino nos dijo que podíamos venir y conseguir ayuda", dice mientras espera en una cola para recibir algo de comida y abrigo. De fondo se escuchan la artillería y las sirenas antiaéreas, se asusta y asegura "¡están atacando aquí, allí y en todas partes!".

Lo que más me aterraba era que le pasase algo a mis hijos. Los metía en la bañera y los cubría para ponerlos a salvo

Nos explica que un misil cayó entre su casa y la de su vecina. “Lo que más me aterraba era que le pasase algo a mis hijos. Los metía en la bañera y los cubría para ponerlos a salvo”, dice mirándolos. La niña abraza fuerte a su madre. El niño aparenta ser más mayor que la hermana y ser consciente de todo lo que cuenta su madre. La abuela los observa por detrás, como si quisiera protegerles, aunque todavía no se cree que se hayan podido salvar.

Nastya acaba de llegar evacuada con toda su familia a Jersón centro, huyen de Naftohavan uno de los barrios que ha sufrido ataques tras la liberación de la ciudad PABLO TOSCO

Sin embargo, la vida sigue y, con ella, las anécdotas. Esta familia cuenta que la intensidad de los bombardeos hacía que los peces saltaran del río y que, como ellos vivían próximos a la orilla del Dnipro, nunca han comido tanto pescado como en los últimos meses. "Hemos comido mucho pescado frito y asado. Hemos preparado conservas, elaborado paté y un montón de cosas más", dice, y todos se ríen. "Tenemos dos gatos que ahora están muy gordos y que estaban encantados con los ataques. No comían nada más que pescado", vuelven a relatar entre risas. Llega su turno en la cola y tendrán que volver a explicar su historia. A ver qué suerte les depara la capital de una región que vive este primer aniversario con preocupación.

A diferencia de la vecina Mykolaiv o de los pueblos de los alrededores, Jersón no ha sufrido tanta destrucción porque los ucranianos han conseguido recuperarla atacando las infraestructuras rusas. Sin embargo, al intensificarse el intercambio de artillería en las últimas semanas, se ha convertido en una ciudad fantasma.

El sol cae escondido detrás de las nubes, señal de que toca abandonar la ciudad, que se prepara para resistir y para que las banderas ucranianas sigan ondeando. En el regreso hacia Odesa se ven las heridas y el coste de su liberación: gasolineras destrozadas, pueblos arrasados y misiles sin explotar clavados en tierras de cultivos. Un cartel en azul y amarillo dice "bienvenidos a Jersón", mientras tanto, "Jersón guarda silencio", dice Lilya, en vísperas del primer aniversario de la invasión.

En Jersón solo queda una quinta parte de la población que sale a la calle para lo estrictamente necesario.

En Jersón solo queda una quinta parte de la población que sale a la calle para lo estrictamente necesario. PABLO TOSCO