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Israelíes y palestinos despiertan del sueño de Oslo

  • La frustración de las negociaciones ha creado un abismo entre Israel y Palestina
  • Israel amenaza con revisar los Acuerdos de Oslo
  • De hacerlo, Palestina se enfrenta a grandes pérdidas económicas

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"Esta es una paz que han hecho hombres valientes". Con estas palabras, el líder de la Organización para la Liberación de Palestina, Yaser Arafat, ponía voz a un nuevo capítulo en la historia del conflicto árabe-israelí: la firma, en 1993, de la Declaración de Principios que surgió de los Acuerdos de Paz de Oslo. Hoy esa "valiente paz" no solo ha quedado atrás sino que la situación ha llegado a tal límite, que los palestinos han tomado la iniciativa pedirán unilateralmente el reconocimiento ante la ONU.

Ya no parece serles suficientes los intentos que se han llevado a cabo hasta el momento – cinco históricos acuerdos frustrados – y quieren más. Quieren su representación internacional de la mano de un estado de pleno derecho pese a que lo que esté en juego, tal y como ha reconocido el presidente de la Autoridad Nacional Palestina, la ANP, sea mucho.

Israel ya ha advertido de las consecuencias de la mano de su ministro de Exteriores, el ultraderechista Avigdor Lieberman, que ha lanzado un mensaje claro a la delegación palestina: pedirá la revisión de los Acuerdos de Oslo e incluso la ruptura de las relaciones con la ANP.

La improbable paz

Con este contexto, lo cierto es que si Israel cumple su amenaza poniendo fin a los Acuerdos de Oslo supondría un varapalo para la sociedad palestina. Tanto por lo histórico, como por lo simbólico y lo económico que suponen.

Tras la firma de la Declaración de Principios, los palestinos se echan a las calles para celebrar la que sienten como recién adquirida autonomía que, de la mano del nacimiento en 1994 de la ANP -que actúa en Gaza y Jericó (Cisjordania)- parece que va por el buen camino. Ésta cuenta, además, con el respaldo económico de donantes occidentales encabezados por EE.UU. y la Unión Europea. Ahora esto también ha cambiado. El Congreso de EE.UU. amenaza con pedir que se deje de financiar a los palestinos.

Pero para comprender todo esto es preciso remitirse al año 1991. Es entonces cuando tiene lugar la Conferencia de Madrid, con la que el enfrentamiento adquiere –o eso parecía- un nuevo rumbo: se consigue que, por primera vez, todas las partes implicadas se sienten juntas, aunque Palestina tuviera que hacerlo incorporada en la delegación jordana.

Esa conferencia fue más bien simbólica pero nos lleva hasta los Acuerdos de Paz de Oslo. En el más absoluto secreto, bajo el auspicio del gobierno noruego, Israel y la Organización para la Liberación de Palestina, OLP,  se reconocen como interlocutores en la búsqueda de la paz. Se tratan en un plano de igualdad, parecen listos para negociar y, como prueba de ello firman la llamada Declaración de Principios en 1993.

Suscrita en la Casa Blanca, aquel septiembre del 93 Arafat rompe con la prohibición de visitar Estados Unidos y se desplaza hasta allí para la firma junto al ministro de Exteriores israelí, Isaac Rabin, y el presidente estadounidense, Bill Clinton.

Todos suscriben los 17 artículos, cuatro anexos y varias actas en los que, esencialmente, se imponen las metas de establecer un estado palestino según las fronteras anteriores a la guerra de 1967 (de acuerdo a la resolución 242 de la ONU), elegir un “Consejo” formado por ciudadanos de Cisjordania y la Franja de Gaza y las bases de establecimiento de un periodo de transición que no debía extenderse más de cinco años.

Los palestinos se echan a las calles para celebrar la que sienten como recién adquirida autonomía que, de la mano del nacimiento en 1994 de la ANP- que actúa en Gaza y Jericó (Cisjordania)- parece que va por el buen camino.

En esta Declaración, también se especificaba la división, hasta un acuerdo definitivo, de Cisjordania y Gaza en tres zonas. El Área A, bajo el control completo de la Autoridad palestina, el Área B, bajo el control civil de la Autoridad Palestina y el control militar del ejército de Israel y un área C, solo bajo el control de Israel.

Factores en contra

Pero de estas metas fijadas han pasado ya 17 años. De lo pactado poco ha seguido adelante y lo que se ha mantenido, lo ha hecho tambaleándose. Israel no solo ha mantenido su soberanía sobre un gran número de asentamientos judíos dispersados por territorio ocupado, sino que los ha incrementado. La soberanía de Jerusalén, reclamada por ambos como capital de sus estados, tampoco se ha resuelto.

Oslo entró en un estancamiento que israelíes y palestinos trataron de superar de la mano de las nuevas negociaciones de Camp David (2000). Habían pasado siete años desde el anterior proceso de paz. Los protagonistas son los mismos menos el primer ministro israelí, que ahora es el laborista Ehud Barak, actual ministro de Defensa.

Lo que sí cambian son las condiciones: Israel ofrece a Palestina toda la Franja de Gaza y aproximadamente el 90% de Cisjordania, cedía cerca del 5% del desierto de Neguez y estaba dispuesto a construir un corredor que comunicara Cisjordania y Gaza de forma libre para los palestinos. Eso sí, se quedaba con los asentamientos más próximos a Jerusalén y no devolvería Jerusalén oriental.

Pero, además de estos pasos, Israel estaba dispuesto a reconocer, más o menos simbólicamente, el lugar palestino en Jerusalén ya que ofrecía establecer en la parte árabe de Gaza un gobierno compartido para las cuestiones municipales y tanto en la Ciudad Vieja como en otros Santos lugares, autorizaba a que la bandera ondeara.

Pese a todo, fue un inesperado fracaso. Arafat se mantuvo firme: quería toda Cisjordania, Gaza y Jerusalén y, de nuevo, coleaba la cuestión de los refugiados para los que quería el derecho de retorno o una compensación económica. Otra versión de esta historia apunta a que lo que realmente se estaba negociando era el 22% de Palestina, algo que llevó al líder de la OLP a rechazar toda propuesta.

Esperanza latente

Con todo, los críticos apuntan como gran fracaso el hecho de que se habían reunido unas “inéditas” circunstancias que parecían hechas para la paz: Israel estaba bajo un gobierno laborista que se jugaba las elecciones según lo que ocurriera.

La parálisis de Oslo más el fracaso de Camp David tuvo el peor final: la II Intifada. Estalla el 28 de septiembre del año 2000, tras la visita del líder de la oposición israelí, Ariel Sharon, de la Explanada de las Mezquitas, gesto que es interpretado por los palestinos como una provocación.

Un año más tarde de ese recrudecimiento de la tensión entre los dos enemigos, Sharon gana las elecciones en Israel, que da un giro a la derecha, un discurso que mantendrá hasta la actualidad.

Pese a todo, tres años después se abre un nuevo resquicio de esperanza: la Hoja de Ruta presentada esta vez por el presidente de EE.UU., George Bush, y con el apoyo del resto de miembros del Cuarteto – ONU, UE y Rusia- se recupera la meta de crear un estado Palestino, esta vez en el año 2005, en dos fases en las que, entre otras cosas, se debería crear una Constitución para el futuro Estado.

Promesas sin cumplir

Fue demasiado. El final fue el mismo que hasta ahora: el del fracaso.

Hace justo un año, un mes de septiembre como este, un nuevo presidente de Estados Unidos, Barack Obama, encabezaba las esperanzas de las nuevas negociaciones entre Israel y Palestina. No alcanzaron ningún acuerdo. Los constantes anuncios de nuevas construcciones en territorio ocupado –que Israel considera “territorio en disputa”- supusieron una nueva ruptura de todo intento de alcanzar la paz.

Aquel septiembre Obama también manifestó su esperanza de poder ver un año más tarde un asiento con el nombre de Palestina en Naciones Unidas. Ahora que esa fecha ha llegado, el gobierno de Obama ha anunciado que vetará la posibilidad de que esa esperanza se convierta una realidad.

Palestina también ha cambiado. Y ha decidido tomar las riendas. Israel considera que es un movimiento “unilateral” que viola aquella primera esperanza de que estuviera próximo un final, los Acuerdos de Oslo, y amenaza con revisarlos. Ello supondría grandes pérdidas de ingresos para los palestinos. Abás ha decidido correr el riesgo.