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Eduardo Mendoza: "Mis personajes son como yo, quieren pasar desapercibidos"

Informe semanal - El pícaro de las letras’
Aurora Redón Diago

Directo, sencillo y elegante, Eduardo Mendoza asiente a cada pregunta con una sonrisa, a menudo pícara. A pesar de que acumula casi todos los premios literarios, asegura que es como sus personajes, que no saben muy bien ni dónde están ni cómo tienen que comportase.

“Quieren pasar desapercibidos, formar parte del anonimato. Pero tienen la impresión de que algo deben llevar mal puesto que todo el mundo los mira. Este sueño, de que has ido a una fiesta todo el mundo va de negro y uno aparece en traje de baño”. Y añade: “Es esa sensación que yo creo la tenemos todos, bueno algunos no, y esos me dan mucha envidia”.

Con esa sensación de querer encajar se enfrentó a su primera entrevista en TVE en 1984. Fue en el programa Encuentros con las Letras y al recordar la entrevista bromea que estaba tan nervioso que perdió varios kilos. La periodista Elena Escobar le preguntó por su escueta biografía en la contraportada de su primera novela La verdad sobre el caso Savolta, en la que constaba únicamente Barcelona y la fecha de nacimiento.

“¿Y que más iba a decir? Los de la editorial me pidieron información sobre mi vida y no se me ocurrió nada más”. 41 años más tarde, le pedimos que complete esa brevísima biografía y la respuesta no puede ser más Mendoza: “Desde entonces hasta ahora he escrito libros y ahora me tengo que ir al médico que tengo revisión”. Y tras pensar unos instantes añade: “Bueno y me he casado, he tenido hijos. Eso, eso sí que es importante”.

El censor que lo entendió mejor que nadie

Mendoza ríe al recordar el informe del censor de su primera novela. "Novelón estúpido y confuso, escrito sin pies ni cabeza". Así la definió en 1973 un censor del Ministerio de Información y Turismo. El informe, que parece escrito por el propio Mendoza, acababa con un tajante "… y todo lo típico de las novelas pésimas escritas por escritores que no saben escribir". Una de las frustraciones de su vida, bromea, es no haber conocido a aquel censor, "creo que nos habríamos llevado muy bien".

La novela fue rechazada por varias editoriales y estuvo esperando un par de años en un cajón de la editorial Six Barral para ser publicada. Cuando vio la luz, fue un gran éxito y consiguió el Premio de la Critica. "Yo pensé: a lo mejor se vende, a lo mejor alguien lo lee. Y aquí estamos".

El humor, parte de su ADN

Tras el éxito de La verdad sobre el caso Savolta. Eduardo Mendoza sufrió un bloqueo creativo. "En el primer libro uno lo pone todo y luego piensa: ya está, ya no tengo nada más, ¿y ahora qué?", confiesa.

La presión lo llevó a abandonar varios borradores hasta que decidió romper con todo y escribir algo completamente distinto: una novela policiaca de humor, El misterio de la cripta embrujada. Lo hizo casi como una terapia: "Lo escribí de un tirón, sin pensar. Lo envíe a la editorial y dije: haced lo que queráis, si queréis tiradlo a la papelera. Pero yo me he quedado muy descansado".

La jugada, sin embargo, fue decisiva para su carrera. "Fue la vacuna. A partir de entonces me vieron como otra cosa. Algunos pensaron que estaba chalado". A partir de entonces empezó a alternar sus novelas más serias como La vedad sobre el caso Savolta o La ciudad de los prodigios con otras que él considera un divertimento: La cripta embrujada, Sin noticias de Gurb...

Con una mirada ingenioso e irónica, transforma lo cotidiano en disparatado y las contradicciones de la sociedad en sátira. "El humor lo llevo puesto, está en mí, en mi ADN. Entonces, cuando escribo tiene que haber siempre este componente, si no, no me expresaría y no veo la realidad si no es con humor".

El escritor como artesano… que escribe de pie

Lejos de la imagen romántica del escritor inspirado, Mendoza se define como un artesano. "A diferencia del pintor o del músico, el escritor no es un artista sino un artesano. Hay mucho trabajo de poner las piezas para que todo ande. A veces incluso hay que encontrar la letra adecuada". Asegura que el trabajo de escribir hay que tomárselo con "muchísima calma. Hay que ser un poco vago. Hay que tener una cosa que antes se llamaba pachorra".

Nunca planifica sus historias, las improvisa aunque reconoce que a veces choca contra un muro "y ahí se pone un poco nervioso y de mal humor", explica. Se enfrenta a esos "gajes del oficio" escribiendo de pie, es su forma confiesa de no huir corriendo. La idea la copio de Hemingway, que también escribía de pie y en calzoncillos.

"En calzoncillos pensé que no, que no hacía falta pero hay que tomarse la escritura, la escritura como acto físico en serio. Escribir con americana y corbata, yo creo que sería bueno. Y claro, es mucho pedir. Pero por ejemplo, en chándal no. Se está ejerciendo un oficio digno a un abogado nos recibe en chándal de un escritor. No tiene que escribir en chándal”.

El último de una generación

"Soy el último de una generación", afirma Eduardo Mendoza, "una generación que se va extinguiendo por razones cronológicas", pero también porque el mundo en que empezó a escribir ha desaparecido.

Cuando él comenzó, escribir no era un oficio remunerado, recuerda. "Ni siquiera los grandes nombres de la generación anterior, como Delibes o Ana María Matute, vivían de ello. Ser escritor era ser un bohemio, alguien que no sabía si podría pagar mañana, que debía dinero a todo el mundo. Y, sin embargo, de ahí salieron voces fundamentales para la literatura en español".

Un pícaro que relee El Quijote y La Biblia

El amor por la literatura llegó muy pronto, y por una vía poco común: la del caos lector. Leía de todo: bueno, malo, comprensible o inabarcable. "Estoy muy contento de haber leído caóticamente", confiesa.

Esa formación heterodoxa, sin prejuicios, dejó una huella imborrable. Entre las lecturas más influyentes, El Quijote ocupa un lugar central. "Siempre vuelvo al Quijote", dice. No lo relee entero, pero abre cualquier capítulo al azar y se sumerge un rato. "También vuelvo de la misma manera a La Biblia. Es un libro tan absurdo. El Quijote es otra cosa, es un libro escrito por una persona con la que podríamos estar hablando ahora".

Uno de los grandes descubrimientos en El Quijote es la figura del pícaro. "Es un invento literario español único. Es el pobrete, marginado que está fuera de la ley. Cervantes todavía da un paso más allá porque están los dos Quijote y Sancho", explica. Y añade “todos mis libros son la picaresca reinterpretada”.

Le preguntamos si se considera un pícaro como sus personajes y riendo contesta que sí: "he conseguido colocar algunos títulos en los planes de estudios y hay que ser muy pícaro para hacerlo".

Una retirada muy 'mendociana'

Tras anunciar que dejaba de escribir, publicó hace dos años Tres enigmas para la organización, una disparatada novela con una agencia de detectives que bien podría ser la TIA de Mortadelo y Filemón.

Ahora le preguntamos si escribirá la novela de tiros que dijo que le quedaba por escribir hace unos meses, pero responde un esquivo "sigo escribiendo, no sé si un libro, pero sigo escribiendo".

A los 82 años, opina que le quedan muchas novelas por escribir, ”¿Y a quién no?, pero ahora ya está. Pero lo que he escrito no está mal”. "He escrito desde que tengo uso de razón, y no voy pasarse ahora al macramé”, dice entre risas. "Escribir es mi manera de estar en el mundo".