"Enterrarlos bien": las 'exhumaciones tempranas' de la Transición y los pioneros de la memoria democrática
“Estaban tirados como perros, en un olivar, había que darles una sepultura y un descanso eterno como personas que eran”. Celedonio González justifica así el empeño de su madre, Felisa Casatejada, por recuperar los cuerpos de sus hermanos Julián y Alfonso, asesinados en 1939. Eran de la localidad pacense de Casas de Don Pedro y yacían enterrados con otras víctimas en una finca cercana.
El dictador había muerto hacía menos de tres años y el futuro político no estaba nada claro aquel 15 de mayo de 1978 cuando, a pesar de las amenazas, desenterraron a los suyos abriendo la tierra con sus propias manos, y los volvieron a enterrar, de nuevo a todos juntos, en un mausoleo en su pueblo.
Esta es solo una de las muchas aperturas de fosas que se produjeron durante la Transición, llevadas a cabo no por profesionales (arqueólogos, forenses), sino por familiares y vecinos. Unos hechos que recibieron entonces escasa atención mediática, pero que son el antecedente y germen de lo que hoy llamamos memoria democrática.
Exhumaciones durante el franquismo: clandestinidad y discreción
En realidad, ni la guerra ni la represión posterior pudieron frenar el impulso de recuperar los restos de familiares muertos para cumplir con los ritos funerarios, o al menos marcar el enterramiento. Es un hábito cultural demasiado fuerte.
"Desde 1936 hasta hoy en día ha habido exhumaciones, con diferentes características y con diferentes intensidades, pero las ha habido todo ese tiempo", explica la historiadora Zoé de Kerangat, quien ha reunido en un libro la información sobre estas actuaciones anteriores a las excavaciones científicas y a las leyes de memoria democrática (Remover cielo y tierra, Ed. Comares).
Nada más terminar la guerra, la dictadura abrió su 'Causa General' y exhumó a las víctimas a las que consideraba "mártires y caídos por España". Donde no se pudo exhumar, se erigió algún tipo de hito o monumento.
En cambio, los restos de los asesinados por los sublevados se quedaron donde estaban y sin honrar. "Hubo algunas exhumaciones clandestinas, familias que iban de noche a desenterrar los huesos –afirma De Kerangat–. Sabemos también, aunque son casi rumores, de exhumaciones puntuales más formales, en las que por ejemplo se implicó algún sacerdote para ayudar a una familia, siempre con discreción".
Un ejemplo lo tenemos en el cementerio navarro de Urzante: durante los años 50 y 60 se sacaron clandestinamente algunos de los cuerpos. Los Altos del Perdón, también en Navarra, fue un lugar habitual de fusilamientos, y en los años 40 algunas familias recibieron permiso para recuperar los restos.
En 1971, la búsqueda en Bayubas de Abajo (Soria) contó con todos los permisos oficiales y se hizo bajo la atenta mirada de la Guardia Civil. Se recuperaron restos de 16 personas.
Exhumacoión en 1971 de una fosa en Bayubas de Abajo, Soria Familia Iglesias Romera, cedida por la Asociación Recuerdo y Dignidad (Soria)
Un caso excepcional es el de La Barranca, en La Rioja. La fosa, donde puede haber enterradas hasta 400 personas, nunca ha sido exhumada, pero 'las mujeres de negro', mujeres, hijas y hermanas de los asesinados, velaron en pleno franquismo para que el terreno no fuera alterado. Hoy es un lugar de memoria y un cementerio civil.
Exhumaciones 'al alba' en Extremadura
Con el cambio político, muchos pensaron que había llegado la hora de cerrar esa herida. En el libro de De Kerangat los familiares repiten el mismo argumento: sus abuelos, padres o hermanos estaban "mal enterrados", había que "enterrarles bien" y de manera "digna".
En Gea de Albarracín (Teruel), Constantina (Sevilla), La Carolina (Jaén), Murcia o Aranjuez (Madrid, en 1977) encontramos otros ejemplos de estas ‘exhumaciones tempranas’.
Esperanza Pérez, desenterró en 1977 a su padre, asesinado cuando ella tenía 18 meses, en un campo de Villamuriel, en la provincia de Palencia. El propio asesino le indicó el lugar. Hasta 1979, Esperanza colaboró en la apertura de 15 fosas con unas 150 víctimas. En 2021 recibió un reconocimiento público. Falleció un año después.
Sobre todo a partir de 1978 se multiplicaron las iniciativas, en algunos casos organizadas por comisiones de allegados, otras promovidas por ayuntamientos o agrupaciones locales de partidos de izquierda. Las cúpulas políticas, ocupadas en apuntalar el discurso de la “reconciliación”, no dieron su apoyo o si lo hicieron fue discretamente.
En Extremadura tuvieron lugar muchas de estas exhumaciones que hemos dado en llamar ‘tempranas’, y que el mapa de fosas de la Junta de Extremadura identifica como 'exhumaciones al alba'.
La primera de la que se tiene constancia en la región es la ya mencionada de Casas de Don Pedro, y se debe a la tenacidad de una mujer: Felisa Casatejada. Felisa obtuvo permiso del Gobierno Civil con la advertencia de que sufriría las consecuencias si aquello se convertía en un acto político.
Exhumación de restos de represaliados políticos en Casas de Don Pedro, Badajoz, en 1978 Cedidas por la familia González Casatejada
“Las presiones y el acoso de todo tipo y por parte de todos los estamentos públicos como la Iglesia, el Ayuntamiento, el gobernador civil de Badajoz y la Guardia Civil fueron impresionantes, tanto hacia mi madre como mi padre y toda nuestra familia”, recuerda Celedonio González. “Eso solo lo sabemos quiénes lo sufrimos en nuestras propias carnes”.
En julio del mismo año se abrió otra fosa en Peloche, pedanía de Herrera del Duque. Las fotografías las tomó José Luis Muga, entonces un chaval de 14 años y hoy vinculado al Foro por la Memoria. En la fosa estaban sus abuelos.
Exhumación de una fosa común en El Peloche, Herrera del Duque (Badajoz), en agosto de 1978 José Luis Muga
Actuaciones similares tuvieron lugar en Quintana de la Serena, Oliva de Plasencia o Torremejía. En esta última localidad, el alcalde fue juzgado y multado por pagar con fondos municipales los jornales de quienes excavaron.
La 'operación retorno' en Navarra y La Rioja
En los pueblos de la ribera del Ebro de Navarra y La Rioja se produjo una reacción en cadena. Vecinos de Marcilla, Peralta, Sartaguda, Calahorra o Cervera del Río Alhama salieron a buscar a los suyos allí donde sabían que habían sido “mal enterrados”. Fue un verdadero movimiento ciudadano, al que llamaron la "operación retorno".
Los dos abuelos de Lucía Moreno, Agapito Garatea y Jesús Moreno, fueron fusilados. Ambos eran naturales de Sartaguda, el 'pueblo de las viudas'. “Hicieron una junta de hijos de fusilados, entre ellos, mi padre. Y se juntaban ciertos días para ir a buscarlos. Fueron muy valientes”, narra Lucía.
Recuerda el impacto de encontrar los restos en la tierra. “Con qué cariño los dejaban en el cajón, despacito, como si les fueran a hacer daño”. “Fue muy triste, lloramos mucho. Y a todos les parecían que eran sus padres, que era su abuelo. Eran todos igual, los habían matado a todos”, añade.
En Peralta las promotoras fueron Josefina Campos y su madre, Dolores Orduña. Cinco de sus familiares habían sido fusilados y sabían que uno de ellos, José Orduña, estaba enterrado en la Tejería de Monreal. “Nos movimos por Peralta para hablar con vecinos, familiares de fusilados, viudas, hijos, cuñados, en fin, con quien fuera necesario para que eso pudiera hacer –narra Josefina 47 años después– Nos unimos todos los pueblos, y se fueron sacando poco a poco”.
De todos aquellos hechos quedan fotos familiares, algún vídeo en Super 8 y varios reportajes de la revista Interviú, el único medio que dedicó una cobertura continuada al fenómeno.
Las imágenes sorprenden si las comparamos con las exhumaciones y homenajes de hoy día: hombres cavando a pico y pala, extrayendo huesos dispersos que luego se acumulaban en los ataúdes; familiares besando las calaveras que, pensaban, pertenecían a sus seres queridos, o señalando los agujeros de bala como prueba del crimen; funerales donde la bandera republicana convivía con la presencia de párrocos locales.
“El contacto con los huesos es tremendo –señala Zoé de Kerangat–. Hay que entender lo que le salía a la gente entonces. Cuarenta años después podían volver a ese contacto con su familiar, aunque fuera de forma simbólica, porque evidentemente no sabemos si ese cráneo era exactamente el del padre, el tío o el abuelo. Eran otras formas de dignificación, otras formas de hacer memoria".
Los 13 de Priaranza y el despegue de la memoria democrática
La ola de las ‘exhumaciones tempranas’ perdió fuerza con el intento de golpe de Estado del 23-F. Entre los activistas de la memoria se difundió el rumor de que sus nombres habían aparecido en alguna de las listas de los golpistas.
Las intervenciones, sin embargo, no se detuvieron totalmente. Hubo un goteo discreto en los años 80 y 90, en muchos casos a cargo de los ayuntamientos que se topaban con las fosas cuando renovaban o trasladaban los cementerios.
En este periodo se produjeron además dos hitos. En junio de 1999, un equipo profesional de la Diputación de Barcelona recuperó los restos del guerrillero antifranquista Miquel Vila en Castellnou del Bages. Y a principios del año 2000 se confirmó la primera identificación por ADN de una víctima de la Guerra Civil: la del obispo Manuel Irurita, asesinado por milicianos en Montcada i Reixac pero cuyo cuerpo se encontraba en la catedral de Barcelona.
Entonces llegó la exhumación en Priaranza del Bierzo. En octubre de 2000, Emilio Silva promovió una intervención profesional para encontrar en una cuneta los restos de su abuelo, Emilio Silva Faba, y de otras 12 personas fusiladas por los sublevados en 1936. Tras la exhumación se creó la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH).
“Inicia toda una nueva fase –subraya De Kerangat–. Silva logró darle un salto mediático, y habló de su abuelo como un desaparecido. La exhumación de Priaranza une profesionalización y cientificidad con un discurso transnacional, como el de los desaparecidos de América Latina, y con el enfoque de los derechos humanos”.
Desde 2000 no se han dejado de abrir fosas, y se han recuperado más de 17.000 cuerpos. Pero aún quedan muchas familias que buscan a los suyos y que, como aquellos pioneros de la memoria, solo quieren “enterrarlos bien”.