25 años de la primera exhumación científica, el día que Emilio Silva aprendió que "la tierra tiene su propia memoria"
- Priaranza del Bierzo puso en marcha un nuevo ciclo de exhumaciones e impulsó la figura de los "desaparecidos"
- Silva buscaba a su abuelo, represaliado por el franquismo, en una fosa común con 13 leoneses asesinados
El testimonio de un hombre que escapó de la muerte permitió localizar en octubre del año 2000 a los ‘los Trece de Priaranza del Bierzo’. Yacían sepultados en una tumba anónima que pasaría a la historia de este país como la primera fosa común exhumada con métodos científicos hace 25 años.
Con sus 13 metros de largo, las dimensiones de este enterramiento dicen mucho. Dicen, por ejemplo, que quien trabajó en él tuvo en consideración los cuerpos que allí descansarían para que no se vieran apilados los unos encima de otros.
Emilio Silva se llevó aprendida esa lección aquel día, cuenta a RTVE Noticias. El presidente de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) buscaba a su abuelo entre los restos de un grupo de leoneses represaliados al comienzo de la Guerra Civil.
Y cuando la excavadora tropezó con los primeros huesos, asimiló otra enseñanza: "Ahí aprendí que la tierra tiene su propia memoria". Porque habiendo transcurrido más de un siglo, explica, sigue mostrando evidencias de que ha sido removida.
Nadie molesta al hombre en lo alto del castillo
La II República sopla con vientos de libertad y su proclamación viene acompañada con la legalización de partidos y asociaciones políticas de toda ideología. Emilio Silva Faba fue uno de esos miles de españoles que se aventuró a participar en el nuevo juego democrático. Lo hizo como simpatizante de Izquierda Republicana (IR), partido encabezado por quien fuera el primer presidente del Gobierno republicano, Manuel Azaña.
Pero su fatal destino vino anunciado cuando en abril de 1932 respondió a un aristócrata de Villafranca del Bierzo, familiar del duque de Alba, que había expresado su rechazo a ese nuevo horizonte de libertades con un satírico artículo: "¡Igualdad!, oigo gritar al jorobado Torroba. Y se me ocurre pensar: ¿Quiere verse sin joroba, o nos quiere jorobar?". Ante ello, Emilio le replicó, recuerda su nieto, con un texto "dando vivas a los jorobados".
La clientela de su tienda de 'coloniales' —un ultramarinos de la época—, le recordaría siempre por dos elementos: unas grandes aceitunas importadas de Francia y el contenido de esa carta: "Crujió porque al hombre que había en lo alto de su castillo nadie le contestaba", comenta Emilio tras recordar la anécdota sobre el comercio de su abuelo. Su militancia empezaba a volverse molesta para algunos y haberse significado tanto, pocos años después, le pondría en una diana revanchista.
El día que Emilio compró su muerte
El espíritu de la joven democracia no tardó en desplomarse. El golpe de Estado de 1936 interrumpió la legalidad republicana en una parte importante del país. Castilla la Vieja (hoy Castilla y León) respaldó la sublevación y en provincias como León, en ausencia de un frente de batalla, la contienda fratricida encuentra su máxima expresión en la retaguardia.
Emilio acabó siendo víctima de ese fuego que se dispara lejos de la trinchera en forma de deudas pendientes, venganzas personales, extorsiones e incluso el resarcimiento de algún miliciano celoso. "A mi abuelo, la Falange le va cobrando una especie de impuesto revolucionario". Lo que no sabía Emilio es que, con esas 75 pesetas que "los camisas azules" le exigían para sufragar labores de vigilancia, "estaba comprando su muerte".
Emilio Silva
El 16 de octubre de 1936, el Ayuntamiento de Villafranca del Bierzo hace llamar a Emilio. Acompañado de Ramón, su hijo de 8 años, se dirige al edificio consistorial para lo que él cree que será una nueva petición monetaria. Pero el pequeño volvió ese día a casa sin su padre, que fue detenido aquella mañana.
Por la tarde, Modesta, su mujer, y Manuel, otro de los hijos del matrimonio, se proponen visitar al padre de familia. "A mi abuela no le dejan entrar, pero a mi tío Manolo sí. Cuando sale y llegando a casa, se mete la mano en el bolsillo y saca un anillo con las iniciales de mi abuelo [...] Era la forma en que mi abuelo se despidió de mi abuela".
Otro de los hijos pequeños de Emilio fue al día siguiente a llevarle el desayuno a su padre. "Un falangista en la puerta, vacilándole, le dijo que no estaba allí, que se había debido escapar por la noche". Ese niño de 8 años era el padre del Emilio que hoy cuenta a RTVE Noticias este relato mientras lleva consigo la mencionada alianza.
Arsenio, heredero del testimonio
Lejos de una supuesta evasión, el simpatizante de Izquierda Republicana no lograría sobrevivir a ese 16 de octubre. Esa noche fue hacinado por la escuadrilla falangista que custodiaba el municipio en un camión de gaseosas Olarte junto a otras 13 personas.
Rumbo al paredón, a muchos kilómetros de Villafranca del Bierzo, el transporte se detiene en Ponferrada. Allí, tras arrestar y cargar al decimoquinto represaliado, se reanuda la marcha de vuelta a Priaranza. Durante el trayecto, uno de ellos, Leopoldo Moreira, manifiesta su deseo de escapar al resto de apresados. Cuando se detiene el camión, salta junto a otro de los detenidos y huye de la carretera. Los pistoleros de falange corren tras ellos y logran asesinar al acompañante, aunque Leopoldo consigue escapar. "Es de noche, no tiene ni idea de dónde está [...] Consigue ponerse a refugio y se orienta hasta Pereje, donde tiene a su novia y a su mejor amigo".
Archivo familiar de Emilio Silva
Este último era hermano mayor de Arsenio Marcos, el hombre que 64 años después indicó a Emilio Silva la localización de la fosa de Priaranza del Bierzo, donde su abuelo fue depositado junto a otros 12 represaliados por el fascismo.
En marzo del año 2000, Arsenio, ex militante del Partido Comunista de España (PCE), se puso en contacto con Emilio. Gracias al testimonio de diferentes personas y a la ayuda del arqueólogo Julio Vidal, de familia en Villafranca del Bierzo, logran localizar la tumba. Zona concurrida, dice Emilio, aunque respetada por consideración con los muertos que, todo el mundo sabía, allí reposaban.
La fosa
Tres días después de iniciar los trabajos, la cuadrilla logró dar con los restos: "El operador de la excavadora había metido el cazo a 75 centímetros de donde lo metió el primer día y dijo que ahí había algo porque notó que la tierra, a pesar de haber transcurrido 64 años, estaba removida y entraba con más facilidad". Es la memoria de la tierra, describe. Una bota con los restos de un pie fue el primer indicio de que allí estaban depositados los 13 cadáveres.
"Estaba con cinco de los seis hijos de mi abuelo, el otro estaba en Venezuela. Me acordé de mi abuela en su silencio. Pasé allí montones de veranos con ella y jamás dijo nada de mi abuelo, ni alegre ni triste".
Hecha la exhumación, Emilio tenía propuesto regresar a su vida, aunque el desarrollo de los acontecimientos dio un vuelco a su pretensión. Esos días, decenas de personas se acercaron a la zona solicitando ayuda en el mismo sentido. Emilio recuerda por ejemplo a Isabel González, de 83 años, que buscaba a su hermano Eduardo, o a Aníbal Arroyo, futuro miembro de la agrupación que hoy Emilio preside.
La Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) nace gracias a ese cruce de peticiones que buscan desenterrar los vestigios de un pasado que permanecía bajo tierra. Los trámites para realizar los trabajos no eran tan engorrosos como Emilio creía: "Lo único que necesitábamos era un permiso del dueño del suelo, que en ese caso era privado, y un documento del Ayuntamiento". En ese momento, se decide a ayudar a todas esas personas que se acercaron curiosas por la exhumación, sin saber entonces "la dimensión que tenía esto de los desaparecidos".
"Lo que hacemos lo deberían hacer las instituciones del Estado"
Priaranza del Bierzo fue pionera en varios sentidos. Aquella fue la primera exhumación "científica" de una fosa común en España en tanto que se trabajó por identificar genéticamente a las personas exhumadas.
Aunque bien es cierto que no fue la primera fosa exhumada. En los años inmediatos a la muerte del dictador, se llegaron a documentar decenas de exhumaciones tempranas: vecinos y familiares, explica Emilio, dispuestos con rudimentarios métodos para desenterrar a sus antepasados, víctimas de una guerra con vencedores y vencidos que dejó tres cicatrices evidentes a lo largo de toda la dictadura. En los autobuses, asientos reservados para "caballeros mutilados", en los cementerios, monumentos a los caídos "por Dios y por España" y en las cunetas miles de cadáveres, perdedores de la contienda y desaparecidos entre el silencio de varias generaciones.
Emilio (a la derecha) y su hermano Ramón descubren la placa colocada en la fosa de "Los trece de Priaranza". Emilio Silva
Esa fue precisamente la punta de lanza del trabajo que inició el equipo de Emilio Silva. La asociación que preside exigió que las víctimas depositadas en fosas fueran reconocidos como "desaparecidos", tal y como se había hecho antes con los perseguidos por los regímenes militares en América Latina que investigó la Audiencia Nacional española. En 2002, Emilio se desplazó hasta Ginebra para presentar 64 casos de desaparecidos por la dictadura ante el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos.
Su caso puso en marcha un nuevo ciclo de exhumaciones que acabó sometido a la voluntad del Gobierno de turno a la hora de poner en marcha subvenciones. Contra esa falta de institucionalización carga Emilio Silva y su agrupación: "Todo lo que hacemos nosotros lo deberían hacer las instituciones del Estado". Critican que "no se ha construido políticamente el organismo que debía existir" y denuncian que el Gobierno "no ha hecho nunca una buena investigación sobre la desaparición forzada" que sufrieron centenares de miles de españoles, entre ellos su abuelo.
Sepultado en una fosa de grandes dimensiones, Emilio Silva descubrió hace escasos años que su enterrador, un entonces joven Francisco Cubero, —presente en las exhumaciones 64 años después— cavó la tumba a conciencia para no apilar los cuerpos. "Los alinearon de forma muy digna, tuvieron la sensibilidad de enterrarlos con cariño, respeto y de un modo digno". Esa misma dignidad que hoy reclaman las familias de los sepultados en las más de 6.000 fosas de este país.