El turismo encuentra un nicho de mercado en los crímenes reales y en historias dramáticas
- Lugares donde sucedieron catástrofes o matanzas acogen a miles de visitantes al año
- Belchite, en Zaragoza, o Tor, en Lleida, sufrieron sucesos dramáticos que los convierten en destinos turísticos
Dice Vicente Garrido, catedrático de criminología en la Universidad de Valencia, que el ser humano siempre se ha sentido atraído por la muerte, desde los espectáculos en los circos romanos.
La muerte o el mal: algo desconocido y aterrador que precisamente por esas características produce un efecto atrayente. Pero ¿qué es lo que nos lleva hoy a destinar nuestro tiempo libre a pisar allí donde otros encontraron la muerte? ¿Por qué nos interesa tocar y respirar los escenarios que tocaron y respiraron los más terribles asesinos?
Más allá de responder a estas preguntas, el sector turístico se ha volcado en cubrir esta demanda con una oferta sustanciosa llena de asesinatos, malhechores, y lugares que transpiran tragedia.
Dentro del amplio abanico de posibilidades que tradicionalmente ofrecía el turismo, en los últimos años ha tomado forma una manera de conocer ciudades o enclaves concretos sumergiéndose en las historias más oscuras que han visto sus calles. Quizá porque las rutas convencionales se consideran demasiado predecibles, porque queremos sentir lo que sintieron aquellos que sufrieron en un determinado escenario, o porque necesitamos acercarnos a las mentes de los criminales que nos ha presentado la televisión estilizando a veces sus figuras y convirtiéndolos en iconos. Aunque sea en iconos del mal.
La Barcelona sangrienta
Encontramos a un grupo de personas en la calle Escudillers de Barcelona. Escuchan atentas cómo Manuel Delgado Villegas, conocido como El Arropiero, el mayor asesino en serie español, transitó por aquí sembrando muerte a su paso. Lo explica Míriam del Río, periodista, escritora, y guía de la empresa GoBcn.
Unas calles más allá llegamos a Joaquín Costa, donde detuvieron en su casa a Enriqueta Martí, la vampira del Raval, liberando a los últimos niños que había secuestrado. Los anteriores no tuvieron esa suerte y forman parte de una triste y oscura historia de abuso, superstición y muerte.
Y aún más… nos habla del Sweeney Todd español, de los ajusticiamientos medievales, e incluso de las marcas de la Guerra Civil en la ciudad que se dejan ver en la plaza de Sant Felip Neri. El mal tiene su público. "Es una forma de conocer la ciudad de otra manera", nos dice Xaro, una de las habituales de estas rutas.
Los agujeros de bala de la Guerra civil española están presentes en la plaza Sant Felip Neri de Barcelona. Paco Freire/SOPA Images/LightRocket via Getty Images
Las heridas de la guerra
Igual que ocurre con las cicatrices que han dejado los tiroteos, los fusilamientos y la metralla en las paredes de barrios de la ciudad, algunos pueblos enteros quedaron devastados por la guerra.
Hoy se puede ver y visitar uno de ellos a media hora de Zaragoza: Belchite. Allí, la conocida como Batalla de Belchite, en 1937, dejó más de 6.000 muertos. Ahora miles de turistas visitan el Pueblo Viejo, de forma que esa trágica historia se ha convertido en una gran fuente de ingresos para el pueblo nuevo.
Ciertamente, la destrucción que vemos alrededor no procede, en su totalidad, de los desperfectos producidos durante la batalla. "El 30% del pueblo viejo quedó derruido", nos cuenta Raquel García, guía turística en el Pueblo Viejo de Belchite. Los años y el abandono hicieron el resto.
Nos encontramos, durante la visita, a turistas con experiencia en tanatoturismo, o turismo oscuro: visitas a Auschwitz, o a otros lugares marcados por la historia más tenebrosa de cada país. Aseguran que conocer esos lugares les hace ser más conscientes de lo ocurrido para intentar no caer en los mismos errores que antes cayeron otros.
El mediático esteticismo del asesinato
La afirmación "conocer la historia puede ayudar a que no se repita" es una hipótesis sin confirmar. En cualquier caso, lo que sí está probado es que las series de crímenes reales triunfan, consiguiendo audiencias nada desdeñables. De nuevo, la atracción por la muerte. Y más, si la historia plantea un crimen sin resolver.
Tor es una aldea situada en una montaña, en el pirineo catalán, justo debajo de Andorra. Un paraje idílico que esconde múltiples secretos y muchas rivalidades vecinales. En 1980 mataron a tiros a dos trabajadores de una de las casas del valle, conocida como casa Palanca perteneciente a Jordi Riba (el Palanca).
En 1995, Miquel Montané (el Sansa), propietario de otra de las casas, casa Sansa, apareció asfixiado aquí. Unas muertes que ocurrían en el contexto de la pugna por la propiedad de la montaña y por su explotación económica. Estas muertes las recogieron los medios de comunicación, y el periodista Carles Porta escribió un libro: TOR, 13 casas y 3 muertos que adaptó para la radio, y años después convirtió en una serie de televisión de éxito que atrajo a multitud de curiosos al pueblo.
El seguimiento de cada episodio ha acabado por incrementar sustancialmente el turismo que llega al pueblo. Algo que tiene su lado positivo para la economía y para el ambiente de este cerrado núcleo rural. Y su lado negativo, cuando algún desaprensivo no guarda el debido respeto a los muertos y a los vecinos que vivieron los hechos de cerca.
En Tor, hay quien ve en este interés turístico una oportunidad para abrirse al mundo, como nos explica Pablo Moreno, ganadero de la zona. Él quisiera que todos pudiesen disfrutar de la naturaleza, del paisaje, y de camino, beneficiar económicamente al pueblo. Aunque otros propietarios querrían poner puertas al campo y hacer pagar un peaje a las empresas que explotan turísticamente la historia de la muerte de Sansa y el resto de fallecidos que encontraron aquí un final violento.
Pero ya sea por interés histórico, por curiosidad o por morbo, lo cierto es que el placer que produce por escuchar historias truculentas y reales es cada vez mayor. Un nuevo nicho de mercado para el visitante que busca cosas “diferentes”, que promete ganar más adeptos en los próximos años.