Decenas de miles de personas desbordan en Budapest el Orgullo prohibido por Orbán: "Esto puede ser el cambio"
- La concentración se ha convertido en una protesta política contra el Gobierno húngaro
- Inés, una manifestante, considera que el Ejecutivo "alimenta el odio. Trata de dividir a la gente"
Barbara nos espera en el Városliget, el Parque de la Ciudad. Sobre el césped se extiende una pequeña manta con bebidas y un poco de queso que comparte con una amiga. Es uno de los rituales habituales de muchas parejas y familias que tienen como punto de encuentro esta extensa zona verde, considerada uno de los jardines públicos más antiguos del mundo.
Bárbara es polaca. Y es lesbiana. Lleva años en Budapest y está encantada con su trabajo en una gran multinacional. Sin embargo, valora mudarse a España. “Los políticos están haciendo nuestra vida insoportable”, dice.
“Hay tantos amigos míos que se han ido. Te rompe el corazón. Miembros de mi familia… gente muy cualificada que podría estar trabajando en Hungría. Pero el gobierno quiere encender un fuego para que la gente no se fije en la economía o en la educación, que no presten atención a los problemas de verdad”, prosigue. “Es una estrategia. No creo que sean realmente tan homófobos”, argumenta.
Dice que tiene una “mezcla de sensaciones” de cara a la marcha del Orgullo a la que va a asistir en unas horas. “Tenemos el apoyo del alcalde, lo que me tranquiliza un poco, y muchos amigos nos han confirmado que vienen, pero la extrema derecha quiere la misma ruta y no tenemos a la Policía de nuestro lado”, concluye.
Valent lleva un taco de carteles debajo de un brazo y una escalera portátil en el otro. Recorre el parque Városháza de farola en farola, colocando anuncios del recorrido de la marcha del Orgullo. En otras capitales europeas, estos carteles se instalan con semanas de antelación para invitar a la participación de la gente. Aquí los están poniendo minutos antes de que empiece un desfile ilegal a ojos del Gobierno, que argumenta que una marcha por los derechos LGTBIQ+ va contra la protección de la infancia. Valent habla con nosotros casi en tono de disculpa: “Esto no va contra nadie ni es ninguna provocación”, nos dice. “Realmente creo que no debemos tener miedo, estamos representando valores europeos”, asegura.
Reina tensión en el ambiente, con los primeros en llegar sintiéndose expuestos en la explanada desnuda, preguntándose si la Policía les va a pedir la documentación, si los van a detener. Pero los agentes no se acercan. Hay miles de agentes desplegados que desvían el tráfico de las calles adyacentes y esperan dentro de furgones aparcados en largas hileras a lo largo de la zona por donde está previsto que discurra la marcha.
En cada esquina hay cámaras de vídeo que cuelgan de los semáforos o de las fachadas, con las que el Ejecutivo ha dicho que llevaría a cabo labores de reconocimiento facial de los manifestantes para multarlos.
Un joven húngaro de dos metros de estatura se acerca con una chica al escucharnos hablar en español. Nos cuenta que estuvo de Erasmus en Barcelona y que, según él, la situación en Hungría empeora cada día. “Esto nos asusta un poco”, confiesa. Su acompañante, Inés, nos dice que ella no es homosexual, pero que ha venido a apoyar a sus amigos. “Para mí es muy fácil venir un día a agitar banderas. No puedo imaginarme lo que tiene que ser sentirse señalado cada día por amar a quien quieras”, comenta. “Este Gobierno alimenta el odio. Trata de dividir a la gente”, concluye.
"Ya no somos una democracia"
La plaza se empieza a llenar. Arranca la música. Por las bocas de metro no dejan de salir jóvenes, mayores, parejas con hijos en brazos que se unen a la concentración. La cabecera arranca en dirección al Danubio y, a vista de pájaro, el gentío se extiende como una mancha multicolor que se desparrama por el centro de la ciudad.
Decenas de miles de personas tratan de avanzar lentamente mientras el punto de partida continúa completamente colapsado. Hay banderas europeas, caricaturas de la cara de Orbán con los labios pintados sobre un fondo arcoíris y grandes pancartas con dibujos de corazones. Estas son las armas con las que se pueden ver frente a frente con una convocatoria de una organización de extrema derecha que conocía el recorrido previsto por el desfile del Orgullo y que sí obtuvo autorización de la policía para marchar a la misma hora y por el mismo lugar.
Es imposible avanzar, así que muchos participantes —y nosotros mismos— buscamos atajos por otras calles para reincorporarnos a la marcha más adelante. La gente empieza a relajarse. Hay risas, aplausos y cánticos a favor de la igualdad y la libertad sexual. Pero es todo mucho más contenido de lo que cada año se ve en las marchas del Orgullo en Berlín o en Madrid.
Lo que en Alemania o España se da a día de hoy por sentado aquí es una aspiración perseguida por ley. También se persigue cualquier mención a la diversidad en centros educativos o medios de comunicación mediante normas que infringen la legislación comunitaria en materia de derechos humanos, según la abogada general del Tribunal de Justicia de la Unión Europea. Una veintena de Estados miembros exigen a Hungría que retire esta ley.
"Ya no somos una democracia" nos dice Eva, que recalca que no es homosexual, pero que ha venido a apoyar los derechos del colectivo.
"Ahora, aquí tenemos esperanza"
Hay tanta gente que los móviles no funcionan. No hay cobertura, no hay whatsapp, nadie desde dentro de la manifestación puede seguir noticias en vivo en redes sociales para ver la dimensión real de la convocatoria. Solo saben lo que tienen ante sus ojos. Todo el mundo cree que la participación es muy elevada, pero no sabe cuánto.
La Policía ha cambiado el recorrido en el último momento para que la marcha evite el encuentro con la convocatoria ultra y ordena el desvío desde la avenida Károly hacia la calle Kossuth Lajos, en dirección al Danubio.
Entonces se abre ante nosotros la kilométrica línea recta que lleva hasta el puente Isabel. Los participantes contemplan ante sus ojos la distancia hasta los pilares blancos de la infraestructura que salta sobre el río entre un mar de cabezas, pancartas y banderas. Todo está atestado de gente que ha desobedecido las advertencias y amenazas gubernamentales para que no acudan a esta marcha.
En el puente hay centenares de personas encaramadas al muro que divide la calzada de la acera. “Esto puede ser el cambio”, nos dice desde lo alto un chico llamado Gord. A su lado, un hombre pincha música electrónica en una mesa de mezclas al paso de varias camionetas sobre las que bailan decenas de participantes.
La marcha acaba sin incidentes justo al otro lado de la ciudad, en Buda. Marcy, activista a favor de los derechos LGTBIQ+, nos recuerda que a las anteriores marchas acudieron unas 30.000 personas y asegura que esta es la mayor manifestación que nunca ha visto en Hungría. “La gente ha venido a reivindicar la igualdad de derechos, pero también a protestar contra Orbán”, defiende. “El primer ministro ha perdido el contacto con el pueblo, no queremos más odio”, asegura.
Las agencias de noticias calculan una asistencia de 100.000 personas, tres veces más que el año pasado. La organización dice que han sido más de 200.000. Lo que está fuera de discusión es que es la más multitudinaria en los 30 años que se ha celebrado.
Bárbara, la mujer con la que empezamos el reportaje, me escribe un mensaje: “Ahora, aquí tenemos esperanza”.