Georgia sigue la estela rusa y deja de ser un refugio habitual de jóvenes LGTBIQA+ en el Cáucaso
- Rusia criminaliza las vidas queer con una persecución que aviva el odio, la estigmatización y la soledad
- Borrados por Putin, nueva entrega de En Portada sobre la persecución LGTBQIA+ en Rusia y Georgia
* En Portada estrena cada miércoles —a las 22:00 h. en RTVE Play y en La 2— un documental producido por RTVE
“Me fui de Rusia porque me sentía una enemiga del pueblo. Todas mis creencias o sentimientos, todo era considerado ilegal”. Así describe Stasia Belenko qué le motivó a huir de Moscú a Tiflis, en Georgia. Esa angustia, ese sentirse condenado de antemano, no es exclusiva de esta joven arquitecta y diseñadora lesbiana. La cómica trans, Vasilisa Nikolskaya, también exiliada en Tiflis, señala el impacto de la onda expansiva de las leyes y la narrativa anti queer impuestas por Putin. “La propaganda estatal rusa repite año tras año el mismo mensaje: que las personas LGTBIQA+ somos el enemigo, que somos una influencia de Occidente y la sociedad se vuelve cada vez más violenta con nosotros”, afirma la cómica.
Stacia o Vasilisa son solo algunos de los miles de jóvenes rusos LGTBIQA+ que han huido de Rusia en los últimos tres años para ponerse a salvo de las leyes que les condenan por existir. Pero son muchos más los que ni siquiera pueden plantearse decir algo así en público. ¿El motivo? Siguen viviendo en Rusia, bajo el yugo de unas leyes que multan a quien exprese en público cualquier forma afectiva que no sea heteroxexual, prohiben la transición de género y declaran extremista, con penas de hasta diez años de cárcel, cualquier actividad LGTBIQA+.
La comediante Vasilisa Nikolskaya durante una receso de la entrevista con En Portada. PABLO PIERA
Vasilisa Nikolskaya representa el paradigma de cómo ha cambiado la realidad de las personas LGTBIQA+ en apenas tres años. Es una de las últimas mujeres trans que pudo transicionar y cambiar sus documentos por los cauces legales, antes de prohibirse a finales de 2023. Se ha refugiado en Tiflis, donde actúa como monologuista y anima a otros a hacerlo con su proyecto Cozy StandUp. “El humor es la mejor manera de contar algo porque acerca a las personas. Y en ese sentido, es una manera muy eficaz de transmitir tu identidad y tus ideas, a la gente”, nos cuenta.
Para ella es una fisura desde la que cuestionar las políticas LGTBIfóbicas del Kremlin y buscar empatía con los que son como ella porque los frentes son múltiples: “El Estado te odia por ser LGTB pero la oposición tampoco te quiere por el mismo motivo. Y luego te vas a otro país y tampoco te quieren porque eres rusa, o porque eres mujer, o porque consideran que no lo eres, lo que sea”, sentencia.
“Están tratando de borrarnos”
Aunque la ofensiva legislativa del Kremlin contra lo LGTB comienza en 2013, con la ley contra la llamada “propaganda LGBT”, es a partir de la invasión de Ucrania, en 2022, cuando el presidente ruso, Vladímir Putin, decide convertirlo en una cuestión de Estado. Putin no ha dudado en describirlo como un frente de batalla más en su guerra contra Occidente.
“¿Queremos que en nuestras escuelas se les inculque a los niños que supuestamente existen otros géneros además de mujer y hombre, y que se les ofrezca la posibilidad de someterse a operaciones de cambio de sexo?”, se preguntaba en alto durante su Discurso de Anexión de territorios ucranianos en septiembre de 2022. Desde ese año, todas las leyes apuntan en una misma dirección: criminalizar con cárcel cualquier expresión pública LGTBIQA+ para borrar su existencia del territorio ruso.
Nef Cellarius, coordinador de programas de la organización LGBTIQA+ rusa, Coming Out, durante el rodaje de una videollamada con Moscú. PABLO ECHEÍTA
“Creo que Putin y su equipo necesitaban crear una distracción. Algo que desvíe el foco de la guerra, de las pérdidas humanas, del declive económico, de la situación en el país”, afirma Nef Cellarius, director de programas de Coming Out. “Están tratando de borrarnos, y de convertirnos en el enemigo para toda la sociedad”, concluye Cellarius.
Su historia personal, asilado en Alemania, y la de su organización, simbolizan el zarpazo de esa persecución del Kremlin. Coming Out es una de las organizaciones pioneras en defensa de los derechos LGBTBIQA+ en Rusia: nació en 2008 en San Petersburgo y hoy, tanto la organización como el propio Cellarius, trabajan en remoto en el exilio.
La organización es una más de la veintena de asociaciones LGTBIQA+ declaradas ‘agente extranjero’. Una etiqueta que el Tribunal de Derechos Humanos de la UE definió en una sentencia en otoño de 2024 como una forma de “intimidar y estigmatizar” el trabajo de estas asociaciones.
Los datos recopilados por Coming Out y Sphere Foundation en su informe anual, el único que hace seguimiento de los derechos LGBTIQA+ en Rusia, hablan por sí solos. El año pasado, casi la mitad de las personas queer rusas vivieron alguna agresión, denuncia pública, acoso online o chantaje. En 2020 eran un 30%. “Entre el 80 y el 90% de las personas siguen en el armario y solo se lo han contado a 2 o 3 amigos muy cercanos. No pueden sentirse seguros ni siquiera en casa”, añade Nef Cellarius, que señala que no hay ningún lugar seguro, tampoco internet. “Te puede ocurrir que le diste a me gusta a algo en redes sociales y que te condenen a 5 años de cárcel”, concluye.
Terror, odio y soledad
2024 ha sido el primer año de detenciones y procesos de extremismo de casos LGBTIQA+. El del club Pose, en Oremburgo, es solo uno de los 12 que están en los tribunales, según la organización rusa OVD-Info.
Molly Tok, una artista drag de 25 años, vivió la redada en la que comenzó todo en primera persona aquel 8 de marzo de 2024. “Yo era la maestra de ceremonias. Alguien me agarró desde atrás y me tiró al suelo. No me dejaban levantarme”, rememora para En Portada. Durante la redada, a Molly Tok le obligaron a permanecer de pie con los tacones durante seis horas de insultos y empujones, hasta que la metieron en el maletero de un coche para interrogarla y ficharla en comisaría.
El director artístico del show, el propietario del bar y un administrativo esperan hoy juicio por extremismo. Molly Tok entendió que ella podría acabar también en el banquillo y no lo dudó: “Un día me despedí en el trabajo, al siguiente fui a ver a mis padres. Fue una conversación horrible. Y al día siguiente me despedí de todos mis amigos. Mi tiempo en Rusia había terminado”.
La drag queen y performer Molly Tok, durante la entrevista al equipo de En Portada desplazado a Tiflis, Georgia. RAFA LOBO
Molly Tok abandonó el país en mayo de 2024. Otros, como Mikhail, están a punto de hacerlo. No le queda otra. Mikhail un hombre trans de 20 años, lleva casi dos hormonándose en secreto a su pesar. “Pasé por la Comisión que autorizó mi tratamiento hormonal antes de que lo prohibieran en 2023. Luego ya no pude cambiar mi género en mis documentos. Así que no me sirven y eso me da problemas”, nos cuenta por videollamada desde Rusia.
Esos problemas de los que habla no son sólo tener que comprar los medicamentos que necesita en el mercado negro o no poder reunirse ni ir a casas de amigos, por miedo a una redada encubierta como las que ya ha habido en Moscú y San Petersburgo. Mikhail se ha enfrentado a su familia, que teme por su seguridad por tener un hijo trans, y también tiene problemas también en su trabajo, donde reconoce que pasa a diario por “el trauma de identificarse por el nombre con que nació para evitar ser despedido”. “Soy consciente de que con la terapia hormonal, mi voz y mi apariencia van a cambiar, y pronto tendré más problemas. Me da miedo, mucho miedo. Así que lo único que tengo en la cabeza ahora mismo es huir”, confiesa emocionado.
La diáspora queer de Putin
Parte de toda una generación de jóvenes rusos que apenas han conocido otro presidente del país que no sea Vladímir Putin han huido a las vecinas Armenia, Kazajistán o Georgia. Allí pueden entrar sin visado y sin preguntas. La UE no lo pone fácil para ponerse a salvo: solo hay asilo para los que puedan demostrar que están en peligro por ser activista LGBTIQA+.
Stacia Bel, arquitecta e ilustradora, atiende a En Portada en su casa en Tiflis, Georgia. PABLO ECHEÍTA
Stacia Belenko y Ruslan Savolainen han sentido el aliento de la persecución estatal. Belenko pasó una semana en un centro de detención por ir a una protesta contra la movilización de tropas en septiembre de 2022. Después de aquello, huyó a Georgia, pero la sombra LGTBIfobia rusa siguió sus pasos. “Trabajé un año en remoto desde Tiflis para mi estudio de arquitectura pero acabaron despidiéndose porque a ellos no les parecía bien mi activismo LGTBIQA+ y de un día para otro me echaron”, cuenta esta diseñadora lesbiana.
Ahora hace ilustraciones y colaboraciones para proyectos colaborativos que buscan proteger a las mujeres lesbianas, intersex, no binarias, trans y agénero en Rusia. “Poputchitsa es un mapa colaborativo para señalar lugares potencialmente peligrosos para estas personas”, cuenta mientras nos enseña cómo funciona. En ningún lugar se reconoce que sea un proyecto LGBTIQA+ porque, como reconoce ella misma “nos autOcensuramos para que siga vivo porque en Rusia nunca sabes cómo se va a aplicar la ley y si te van a acusar de propaganda o extremismo, el Estado puede decidirlo a su antojo”.
Ruslan Savolainen, histórico activista LGTBIQA+, en un momento de la entrevista a En Portada. PABLO PIERA
Esa arbitrariedad y ambigüedad de la represión produce tanto pavor como ser detenido. “Ya no puedo seguir viviendo en Rusia. Si regresara allí, supongo que acabaría en la cárcel. Agentes del FSB fueron a casa de mi madre y le hicieron muchas preguntas sobre mí”, narra Ruslan Savolainen, uno de los fundadores de Coming Out y responsable del QueerFest de San Petersburgo, el mayor Orgullo que se celebraba en Rusia.
Él buscó refugio en Tiflis. Pensó que estaría allí un par de meses y regresaría. Lleva ya tres años, pero ya ha decidido que de allí también se marchará. “La verdad es que no creo que me haya sentido nunca seguro en ninguna parte”, nos cuenta Savolainen, que confiesa sentirse “impotente por no haber conseguido impedir que ese odio ruso se extienda por el mundo”.
Georgia, un refugio no tan seguro
Los refugiados LGBTIQA+ rusos en Georgia han visto cómo el gobierno del partido Georgian Dream ha aprobado en apenas unos meses las mismas leyes de las que huían. “Ha sido un copia y pega de las leyes rusas”, cuenta Giorgi Kikonishvili, histórico activista queer georgiano. “Para que te hagas una idea”, continúa, “una de las cláusulas establece que está prohibido cambiar los pronombres de género, utilizar elle. Lo curioso es que en georgiano no existen pronombres con género, porque todos son de neutros”.
Giorgi Kikonishvili, histórico activista queer georgiano y promotor cultural. PABLO PIERA
Decenas de miles de georgianos llevan meses protestando en las calles contra lo que consideran una deriva prorrusa de su gobierno. Las leyes anti-lgtb, basadas en el mismo argumentario ruso de la defensa de la los valores familiares y protección a los menores, han sido solo uno de los acicates para echarse a las calles.
La Ley de ‘agentes extranjeros’ similar a la rusa o la congelación de la adhesión a la UE, mantienen vivas las brasas de las protestas en Tiflis y otras ciudades del país desde hace meses. “La ley anti-LGBT georgiana entró en vigor el 2 de diciembre de 2024 y, aunque no se ha aplicado todavía, ya está afectando a la vida de la gente y cada vez nos llegan más personas con depresión y ansiedad. Además, un número considerable de personas LGBTIQA+ han huido de Georgia”, sentencia Mariam Guliashvili, de Equality Movement.
La práctica de demonizar públicamente a la comunidad LGBTQI como un elemento ajeno a la sociedad se ha normalizado en la agenda política georgiana. Igual que resuena en discursos políticos dentro de la propia Unión Europea.
Mientras le acompañamos a la protesta diaria que corta el tráfico frente al Parlamento de Georgia en la avenida Rustaveli cada noche desde hace meses, Giorgi Kikonishvili nos dice emocionado: “para nosotros es una cuestión de vida o muerte porque Georgia es un país libre y democrático, libre de los ruso o cualquier otra injerencia totalitaria”. Con lágrimas en los ojos nos confiesa que “si la libertad y la democracia están colapsando en todo el mundo, yo quiero estar aquí protestando entre los que luchamos hasta el último momento”.
Leyes que no conocen fronteras
Amin, Mem, Maks y Sheila, no llegan a los 25 años. A estos cuatro hombres trans les une algo más que ser artistas gráficos. Ha sido la búsqueda de sí mismos y el rechazo de todo su entorno el pegamento que les mantiene juntos desde los quince años. “Funcionamos con la lógica de que si la sociedad no nos acepta en absoluto, aquí podemos crear nuestra propia mini sociedad donde todos nos aceptamos los unos a los otros”, nos cuenta Amin.
Mem, Amin, Maks y Sheila en el salón de su casa en Tiflis, Georgia. PABLO ECHEÍTA
Se conocieron por redes sociales, se fueron a vivir juntos pese a las presiones de sus familiares y juntos planearon transicionar en Rusia, cuando todavía se podía. Solo Amin lo consiguió. En cuanto llegó la prohibición del Kremlin, no lo dudaron. “Gracias a amigos y conocidos, planeamos volar a través de Turquía hacia Reino Unido, y solicitar asilo al llegar al aeropuerto”, rememora Maks.
Con lo que no contaban era con un cambio en el reglamento en el Reino Unido. “No nos dejaron subir al avión en Turquía”, rememora Amin. No les quedó otra que buscar una alternativa. Acabaron en Tiflis porque, como apostilla Amín “es mejor vivir en la calle en Georgia que estar en Rusia”.
Con lo que no contaban era con el giro de guion georgiano. “La ley anti lgtb de Georgia me decepcionó. Fue como una patada en el culo”, nos dice Amin, mientras Mem apostilla que han “comprado testosterona para ocho meses, por si acaso”. Para los cuatro es una gran decepción porque Tiflis ha sido el lugar donde han podido convertirse en los hombres que siempre fueron. “Hemos solicitado un visado humanitario en Francia, pero todavía no hemos recibido respuesta. Si no sale bien, no sé a dónde iremos”, concluye Amin, que asegura que ninguno de ellos se separará pase lo que pase.