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Análisis

Escenarios tras el ataque de Estados Unidos a Irán: un punto de no retorno con un desenlace abierto

El ataque de Estados Unidos a Irán: un punto de no retorno con un desenlace abierto
Iraníes gritan consignas durante una manifestación contra Estados Unidos e Israel en Teherán ABEDIN TAHERKENAREH

Estados Unidos ha cruzado el umbral. El domingo, aviones de combate estadounidenses atacaron tres instalaciones nucleares en Irán, incluida la planta subterránea de Fordow. Apenas 48 horas antes, el presidente Donald Trump anunció que daría dos semanas de gracia a Teherán antes de emprender un ataque. Aunque su Administración ha insistido en que las instalaciones han sido destruidas, los resultados aún se encuentran bajo evaluación.

Este movimiento marca un giro decisivo en el conflicto iniciado por Israel hace diez días. La intervención estadounidense sitúa la confrontación en un nuevo nivel, con consecuencias imprevisibles para la región y la seguridad global.

Así ha escalado el conflicto en Oriente Próximo durante los últimos diez días

"Es definitivamente un golpe importante para el programa nuclear de Irán, pero no significa necesariamente que le sea imposible recuperar su capacidad de enriquecimiento", advierte el investigador asociado del Instituto de Asuntos Internacionales y Estratégicos de París, Karim Émile Bitar. "No se puede destruir completamente un programa nuclear, pues no se puede eliminar el conocimiento técnico", subraya.

Pese al riesgo, la acción podría llevar a una capitulación iraní en términos favorables para Israel y Estados Unidos. Un escenario igual de probable que involucrar al país norteamericano en una guerra con Irán. De momento, Teherán se ha reservado su derecho a represalias contra objetivos estadounidenses, aunque sin concretar la magnitud de su respuesta.

Si bien todas las posibilidades están sobre la mesa, la historia reciente ofrece advertencias elocuentes sobre los resultados de una intervención estadounidense en Oriente Próximo. Irak y Afganistán fueron escenarios en los que esta acabó en ocupaciones prolongadas, inestabilidad crónica y un alto coste humano y económico. Existe el riesgo de que Irán se sume a esa lista.

"Una intervención sería profundamente contradictoria, pues Trump ha basado buena parte de su estrategia comunicativa en proyectar retóricamente un perfil 'pacifista'", recuerda el el investigador senior del Programa de Extremismo en la Universidad George Washington, Sergio Altuna. "Una implicación mayor en Irán erosionaría la confianza de parte de su base electoral, harta de guerras interminables, e incluso causaría división en el seno de su propio partido en el Congreso", contempla.

La opción bélica, de conflicto contenido a abierto

El 18 de junio, Trump insistió en que "no busca una guerra a largo plazo" con Irán, y el vicepresidente J.D. Vance negó el domingo que existiera un conflicto abierto comparable con la invasión de Irak en 2003. Asimismo, Washington habría comunicado a Teherán que no tiene intención de ir más allá, siempre y cuando Irán no responda.

El precedente de una escalada similar la encontramos en 2020, tras el asesinato del general iraní Qasem Soleimani. Entonces, Irán contraatacó de forma "controlada" lanzando misiles contra bases estadounidenses en Irak. Ahora, con la presión también de Israel, Bitar es claro: "[Los iraníes] no son suicidas, saben que cualquier ataque contra intereses regionales estadounidenses provocará respuestas devastadoras de Estados Unidos que podrían acabar derribando al régimen por completo".

Washington parece estar preparado para esta posibilidad, pues en los últimos días ha redistribuido tropas y reforzado sus defensas antimisiles. Si las bajas son mínimas, Trump podría optar por repetir la respuesta contenida de 2020. Solo si se produce un error de cálculo o un "éxito catastrófico" —como la muerte de decenas de soldados estadounidenses— la presión política y militar para responder podría empujar a EE.UU. a un conflicto más amplio, puede que con la intención de cumplir la amenaza velada de un "cambio de régimen" en Irán.

"Históricamente, participar en cambios de régimen ha conducido a menudo a resultados desastrosos para Washington y a un gran sufrimiento para la población de los países donde ha llevado a cabo tales operaciones, como lo demuestran las secuelas de la invasión de Irak en 2003" sostiene el excorresponsal en Oriente Medio y periodista de Foreign Policy, John Haltiwanger. "En este sentido, Estados Unidos tiene sobradas razones para ser extremadamente cauteloso a la hora de involucrarse, a pesar de que ha considerado durante mucho tiempo a Irán como una amenaza para la estabilidad regional y global", considera.

Una segunda vía de represalia iraní podría darse en el estrecho de Ormuz, punto clave del comercio global de petróleo. Irán, que no es la primera vez que amenaza con esta acción, podría desplegar su flota de pequeñas embarcaciones para minar la zona o atacar buques militares y comerciales. El impacto sería inmediato: casi un tercio del suministro global de petróleo se vería afectado, con una subida de precios que podría desatar una recesión mundial. De momento, la posibilidad está siendo estudiada por el Gobierno persa tras recibir el visto bueno del Parlamento.

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Según Altuna, es "poco probable que Estados Unidos participe en una ofensiva terrestre debido al tamaño y la fuerza militar de Irán. Además, en clave interna, tanto el Congreso como la opinión pública de Estados Unidos están divididos. Cualquier autorización de uso de fuerza para derrocar a Jameneí requeriría un debate exhaustivo y probablemente llegaría demasiado tarde para una acción rápida", reflexiona.

La opción diplomática, capitulación o impasse iraní

"¡AHORA ES EL MOMENTO DE LA PAZ!", proclamó Donald Trump en su red social, Truth Social, tras los bombardeos contra instalaciones nucleares iraníes. El mensaje, aunque ambiguo, dejaba entrever que la Casa Blanca aún contemplaba la posibilidad de una salida diplomática.

La ofensiva estadounidense podría, en efecto, forzar a Teherán a volver a la mesa de negociación. Bajo presión militar y en medio del desgaste de un conflicto con múltiples frentes, Irán estaría tentado a aceptar un acuerdo que beneficie los intereses de Estados Unidos e Israel. Según sostuvo la semana pasada el ministro de Exteriores israelí, Gideon Saar, los ataques habían retrasado "al menos dos o tres años" el programa nuclear iraní.

Ese tiempo podría utilizarse para reconstruir un marco diplomático que limite de forma verificable la capacidad de Irán de desarrollar un arma de destrucción masiva. O todo lo contrario: "Si el régimen sobrevive, también reforzará su compromiso de obtener un arma nuclear, pues ahora la consideran el único elemento disuasorio contra futuros ataques de este tipo", concibe Bitar.

La posibilidad de una negociación significativa es remota. Para Irán, la credibilidad de Washington como interlocutor diplomático fiable se ha erosionado. "Cabe destacar que Trump se retiró del acuerdo nuclear de 2015 con Irán durante su primer mandato, el cual se diseñó para impedir que Irán obtuviera un arma nuclear", expone Haltiwanger. "En aquel momento, el organismo de control nuclear de la ONU afirmó que Irán cumplía con el acuerdo. En muchos sentidos, lo que estamos observando ahora —incluyendo el enriquecimiento de uranio iraní hasta el 60%— está directamente relacionado con la decisión de Trump", razona.

El futuro del régimen iraní: resiliencia o radicalización

Las consecuencias de los ataques estadounidenses sobre Irán son profundamente inciertas, pero una cosa parece clara para los expertos consultados: es improbable que estos bombardeos precipiten el colapso inmediato del régimen de los ayatolás. El país persa sigue siendo un Estado consolidado, con instituciones profundamente enraizadas y un aparato de seguridad capaz de sostener el orden.

En Washington, pero especialmente en Tel Aviv, algunos líderes han sugerido abiertamente durante días que el objetivo final de esta campaña militar es un cambio de régimen. El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, no ha ocultado que la caída del líder supremo iraní, Alí Jameneí, pondría fin a la guerra. Pero Irán no depende únicamente de Jameneí. Su estructura política está diseñada para absorber golpes y adaptarse, incluso en escenarios de sucesión inesperada.

Un escenario optimista pasaría por un reacomodo interno del régimen, si bien "hay muy pocos, si no ninguno, líderes capaces de asumir o tomar el poder en Irán", contempla Bitar. "Una vez más, el principal problema que vemos en Occidente, al igual que en 2003 tras la invasión estadounidense de Irak, es que no hay absolutamente ninguna reflexión estratégica sobre el día después. El uso de la fuerza bruta no sustituye una estrategia política para llenar el vacío de poder si cae el régimen", avisa.

Muchos de los principales expertos y diplomáticos estadounidenses con los que he hablado me advirtieron que atacar las instalaciones nucleares iraníes llevaría a Teherán a concluir que es hora de buscar un arma nuclear

Lo más plausible es otro desenlace: un régimen más débil, pero también más radicalizado, aislado internacionalmente, con menos que perder y con más incentivos para apostar por un programa nuclear como mecanismo de disuasión definitiva.

"Tan recientemente como este año, la comunidad de inteligencia estadounidense evaluó que Irán aún no había decidido construir un arma atómica", revela Haltiwanger. "Muchos de los principales expertos y diplomáticos estadounidenses con los que he hablado me advirtieron que atacar las instalaciones nucleares iraníes llevaría a Teherán a concluir que es hora de buscar un arma de destrucción masiva. También que probablemente reconstruiría en secreto cualquier instalación destruida, lo que dificultaría enormemente su localización", reconoce.

La historia reciente está llena de ejemplos en los que una intervención militar rara vez ha provocado un efecto deseado. Irán, como defiende Bitar, lo ha demostrado por más de un siglo. "Los estadounidenses no comprenden que lo que une a los iraníes, independientemente de sus diferencias políticas, es un fuerte sentimiento nacionalista. Incluso si el 80% de la población es hostil al régimen, presenciaremos, al menos a corto plazo, una concentración en torno al 'efecto bandera' [en inglés, 'rally round the flag]. Su historia está llena de intervenciones extranjeras que resienten profundamente, a pesar de su desconfianza en su propio liderazgo", concluye.