La difícil decisión de Ruba de salir de Gaza y no poder volver: "Mi misión es salvar vidas, pero estoy atrapada en Egipto"
- Ruba, médica de Médicos Sin Fronteras, logró cruzar a Egipto para operar a su hijo y convive con el "síndrome por estar a salvo"
- Su marido, Mohamed, es cirujano y se niega a salir de la Franja, donde convive cada día con el hambre
"Soy médico, mi misión es salvar vidas, pero me he quedado atrapada en Egipto", dice al otro lado del teléfono Ruba Alkurd, trabajadora de Médicos Sin Fronteras (MSF). Ella se encuentra en El Cairo y es una de las pocas personas que ha logrado salir de Gaza. Lo hizo el 6 de mayo de 2024, un día antes del cierre del paso de Ráfah, gracias a un salvoconducto para una intervención quirúrgica urgente a su hijo de nueve años. También es de las pocas personas que quieren volver a una tierra calcinada por las bombas y azotada por el hambre. Nació en Arabia Saudí, llegó a Gaza con tan solo cuatro años y creció en una ratonera de 365 kilómetros cuadrados que nunca ha conocido la paz. Logró estudiar Medicina, se casó con un cirujano y han tenido tres hijos que ahora tienen nueve, siete y cuatro años. Vivían en una casa que ha sido arrasada en el norte del enclave.
"Necesito volver", reitera desesperada. Respira, hace pausas y vuelve a armarse de paciencia para contar cómo el 7 de octubre de 2023 su vida se derrumbó literalmente. Desde que se alejó de la guerra, los bombardeos nocturnos han sido sustituidos por el insomnio. Sus días y noches están gobernados por un sentimiento de culpa que le genera mucha angustia y tristeza. En el país del Nilo se encuentra de brazos cruzados, en una situación ilegal que le impide resetear su vida.
Sin embargo, aunque tiene consigo a sus tres hijos, la situación en el país vecino es insostenible. "No somos nadie, mis hijos no pueden ir a la escuela, se nos considera indocumentados, no puedo trabajar, así que solo quiero volver y ayudar a mi gente", dice. Su marido, toda su familia y sus amigos siguen al otro lado del cruce de Ráfah. "No quería irme, pero el sentimiento de madre venció y no podía operar a mi hijo", relata.
Convive con el "síndrome por estar a salvo", un trauma que sufren aquellas personas que han logrado sobrevivir en una guerra y que se encuentran en un lugar seguro. "Psicológicamente, estoy enferma", confiesa. Ella ha cogido una excedencia sin sueldo en MSF y su contrato termina el próximo mes de julio. Allí tenía un trabajo y era útil. "Nadie puede ayudarme a volver", se lamenta, porque el personal médico y cooperantes que pueden acceder a Gaza son de otras nacionalidades. Al ser palestina, ninguna organización internacional le facilita la vuelta al territorio en plena ofensiva. Siente que podría aportar en pleno recrudecimiento de los ataques israelíes. Durante 20 meses de guerra, más de 54.249 personas han sido asesinadas y más de 123.000 han resultado heridas, según la actualización de las autoridades sanitarias locales. Sin embargo, estos datos no incluyen a las personas que han perdido la vida por enfermedad, inanición, el frío o el hambre.
Su marido se negó a abandonar la Franja
Según Naciones Unidas, la Franja es el lugar con más hambre en el mundo. La ONU ha denunciado que el bloqueo de la entrada de ayuda humanitaria en los últimos meses ha provocado una hambruna sin precedentes. Mientras, la ofensiva militar se ha agudizado desde que el pasado 18 de marzo Benjamín Netanyahu rompiese unilateralmente el alto el fuego con Hamás. Su marido, Mohamed Amin Hawehie, es cirujano vascular, de los pocos que hay en Gaza y se negó a salir porque en una guerra el personal sanitario se vuelve más imprescindible que nunca. "Casi nunca nos veíamos porque su especialidad es más delicada y necesaria que la mía", afirma Ruba.
Ruba y Mohamed, padres de tres hijos, separados por la guerra en Gaza Imágen cedida por Ruba y Mohamed
Su marido confiesa que ha vivido "muchas noches convertidas en un infierno dentro y fuera del complejo sanitario". Las pocas veces que no trabajaba observaba a sus hijos dormir, aunque siempre le interrumpían los aviones que escupían llamas. Aun viviendo en Egipto, los tres hijos siguen sufriendo las consecuencias del trauma provocado por los ataques. Lo más difícil, coinciden los dos, es ser padres y médicos en una situación tan límite. De pronto, una noche, "escuchamos un bombardeo muy fuerte, tan fuerte como nunca escuché antes, el suelo temblaba por debajo de nosotros y logramos coger a nuestros hijos y bajamos las escaleras corriendo por la calle como locos. Yo estaba descalzo y no sentí la aguja que se me clavó en el pie", recuerda Mohamed. Fue el 8 de octubre cuando se dieron cuenta de que su vida se había derrumbado, igual que el techo de su casa, sus paredes, sus ventanas, sus puertas, pero sobre todo los recuerdos y pilares de una familia.
Ya no quedaba ningún lugar seguro, vieron cómo los perros se comían a los cadáveres. "Al mismo tiempo debía ser madre y médico, apoyar a quienes me rodeaban, atender a mis hijos y ejercer mi trabajo. Nunca podréis imaginar los sentimientos que experimentamos", matiza Ruba. Cuando en mayo del año pasado aprobaron el salvoconducto del pequeño Amín, que tenía que someterse a una segunda operación de los ojos, Ruba salió con él y sus otras dos niñas.
Estuvieron esperando a que la guerra acabara y, al no terminarse, no les quedó otra que abandonar el enclave. "Yo me he quedado solo en Gaza, sé que están a salvo, pero me mata no verles crecer y no estar con ellos. Es devastador. Pero me niego a salir, a pesar de que esto ha terminado con mi vida personal", concluye. "En Egipto no hay bombas ni ataques, pero sufro por mi marido y mi familia", responde ella. Ya solo asocia Gaza a su gente, ya que su hogar ha sido sepultado por un océano de escombros.
“Yo me he quedado solo en Gaza, sé que están a salvo, pero me mata no verles crecer y no estar con ellos. Es devastador.“
La última imagen grabada en la retina de Ruba es la de su marido despidiéndose en el paso fronterizo. "Cuando me dio a la más pequeña en brazos me rompí a pedazos", dice. Mohamed pasó los primeros 14 días seguidos sin poder salir del hospital Nasser. "No podía irme, y salí la primera vez a las 12 de la noche, y a las 6 de la mañana volví. Cené algo con mis hijos y mi esposa, los vi y la maratón siguió", recuerda. Desde entonces no ha dejado de trabajar. "Hacemos muchas cirugías, tres o cinco casos por día, a veces más. [A eso se suman] los casos que se nos acumulaban, tenemos muchos nuevos y tenemos que hacer el seguimiento de los viejos", asegura en una nota de voz que manda a RTVE.es desde Gaza.
Los médicos luchan contra el hambre
Mohamed vivió la primera hambruna durante los primeros cuatro meses de guerra. En estos momentos, igual que el resto de gazatíes, el personal médico lucha contra el hambre. "Pendemos de un hilo por el hambre y la fatiga", explica. "Yo me muero de hambre, paso hambre", reitera. Cuenta que hace un par de días llegó al hospital a las 03.00 de la madrugada y las 05.00 operó a un paciente. "El paciente tuvo suerte, después de la fase más crítica y antes de cerrar la herida caí en hipoglucemia. No podía ponerme de pie y decidí sentarme, me quedé sin aliento y llamé a un compañero para que me ayudara a terminar la operación", relata. En aquel momento se dio cuenta de que era por el hambre. La última vez que comió fue a las 16.00 de la tarde del día anterior, pasó 15 horas trabajando y sin llevarse nada a la boca. Cuando comenzó la ofensiva israelí en Gaza pesaba 96 kilos ahora, ahora pesa unos 83 . No tiene palabras para explicar lo que supone ser médico en esta guerra. "Nos asesinan directamente y también indirectamente", zanja.
El pasado domingo, un ataque israelí cerca de un punto de distribución de ayuda humanitaria provocó al menos 31 muertos y otros 200 heridos en Ráfah. Ataques que se han repetido el lunes y el martes, 35 y 27 victimas respectivamentes. Las víctimas estaban esperando comida en los centros de distribución de la Fundación Humanitaria de Gaza creados cerca del corredor de Netzarim, según el Ministerio de Sanidad de la Franja. "Los equipos de MSF se han unido a la respuesta para atender a las víctimas masivas en el Hospital Nasser, en Jan Yunis. Los pacientes han explicado a nuestros compañeros que les disparaban desde todas partes, desde drones, helicópteros, barcos, tanques y soldados israelíes sobre el terreno", denuncia la organización en un comunicado de prensa.
Según la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de las Naciones Unidas (OCHA), 290.000 niños menores de cinco años y 150.000 mujeres embarazadas y lactantes necesitan alimentación y suplementos de micronutrientes. Además, estiman que se producirán unos 71.000 casos de desnutrición aguda entre niños entre seis y 59 meses, incluidos 14.100 casos graves, entre abril de 2025 y marzo de 2026.
"La situación es humillante. Han destruido hospitales y están matando de hambre a la gente. Cientos de civiles han muerto de hambre. Todos los días perdemos a niños, mujeres y jóvenes, nos estamos perdiendo a nosotros mismos", concluye Mohamed. "Nosotros también hemos sido objeto de ataques del Ejército y los hospitales han sido completamente desprotegidos y desmantelados desde el primer día de esta guerra", dice el médico. El bloqueo de la ayuda humanitaria ha impedido la entrada de suministro sanitario básico. Además, se ha permitido la entrada de un número muy reducido de médicos extranjeros. "Nosotros tenemos que curar, al tiempo que hacemos frente al impacto de la guerra de nuestra propia vida", añade. Se refiere a las heridas emocionales provocadas por la destrucción y la pérdida de sus seres queridos.
Reconoce que como profesional de la salud ha cometido aberraciones, como operar en muchos casos sin sedación y sin anestesia. "Se han hecho muchas cosas salvajes, pero nosotros también. No es humano operar a una persona sin anestesia, amputar a alguien despierto o cortar a una persona en pedazos para tratar de curarla", dice con una voz que se entrecorta, pero aparentemente fuerte. Denuncia que no tiene instrumentos ni suministros para hacer una cirugía vascular.
La pareja de médicos insiste en recordar que el conflicto comenzó en 1948. Ellos han tratado las heridas provocadas por las balas en 2008, 2012, 2014, 2021 y 2023, aunque la actual ofensiva está siendo de las más sangrientas en la historia de Palestina. "He llegado a pensar que los que murieron al principio de la guerra no sufrieron tanto", confiesa Ruba.
“ No es humano operar a una persona sin anestesia, amputar a alguien despierta o cortar a una persona en pedazos para tratar de curarla“
Los dos han sido testigos de todos los picos de fuego y de violencia. También han vivido en primera persona el asedio al que ha sido sometida la población desde 2006 por tierra, mar y aire, que siempre ha tenido un impacto para las personas con enfermedades graves. Ruba recuerda que antes de esta última ofensiva viajó a Egipto para la primera operación del niño. "Imagínese cómo me sentí cuando descubrí que había un mundo muy grande fuera de Gaza cuando salí por primera vez para la primera operación del niño", dice.
Denuncian que a las personas palestinas se les impida viajar a otros lugares y buscar un lugar seguro. En Egipto no se les reconoce como refugiados, por lo que nunca podrán rehacer sus vidas. "Estoy en un país que no es mío y mis hijos están privados de los derechos más básicos", explica la madre sobre el limbo en el que se encuentra. La Agencia de Naciones Unidas para las personas Refugiadas (ACNUR) les remite a la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos (UNRWA), que no trabaja en el país del Nilo. "Que mis hijos no tengan futuro me ancla aún más a Gaza", asegura. Ahora su mente y su corazón están en una tierra quemada y hambrienta que la reclama como médico.