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Barajas, un albergue informal para quienes no pueden tener un hogar: "Aquí me siento más segura que en la calle"

  • Entra en vigor la restricción de Aena de limitar el acceso a las terminales de Barajas durante la noche
  • Hogar Sí calcula que al menos 37.000 personas viven sin techo y el 60% presenta algún síntoma depresivo
Barajas, un hogar para quienes no pueden acceder a una vivienda
Una persona durmiendo en una de las terminales del Aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas. EFE / Fernando Villar
EBBABA HAMEIDA
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Un aeropuerto es un lugar de tránsito, un punto de encuentro entre idas y venidas. En medio de la muchedumbre, hay personas que no miran las pantallas, que no llevan grandes maletas, ni van a recoger una tarjeta de embarque. No buscan coger un vuelo, sino un sitio donde pasar la noche. A diferencia de la calle, este es un lugar limpio, con baños, agua caliente y enchufes. Pero, sobre todo, "para mí, como mujer, es un espacio seguro frente a la intemperie de la calle", explica María. Las mujeres en situación de sinhogarismo están expuestas a una mayor violencia sexual.

María nació en Quito (Ecuador) hace 54 años y vive en Madrid desde 2002. Salió de su país tras un largo proceso de divorcio con un hombre que la maltrataba y a los cinco años logró traerse a sus dos hijos, que viven y trabajan en Madrid. "Mis hijos ya tienen su vida hecha y yo he trabajado desde siempre. En cuanto encuentre un nuevo empleo me alquilaré una habitación y me iré de aquí, pero no voy a arriesgarme a dormir en la calle, hace frío y es peligroso", zanja.

María es una de las 400 personas que pasan la noche en el Aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas, según estima el sindicato Alternativa Sindical Aena / Enaire (ASAE). Los perfiles de las personas que van llegando a medida que avanza la noche son diversos. Hay más hombres, pero también mujeres de avanzada edad y alguna que otra joven. Los hay españoles, aunque la mayoría, explica María, son de origen latinoamericano. Y en los extremos del pasillo de la terminal se observan sillas de ruedas que indican la presencia de personas con discapacidad. También duermen aquí víctimas de adicciones y personas mayores.

María accede a hablar con RTVE.es, pero lejos de sus vecinos. Denuncian que se han sentido violentados por las cámaras de los medios de comunicación: "Han invadido nuestra privacidad sin pedir nuestro permiso y han creado tensiones entre nosotros". El pasado mes de diciembre se terminó su contrato de trabajo, se fue a Ecuador para visitar a su madre enferma y al volver nadie le alquilaba una casa. "Todo lo que tenía lo invertí en los tratamientos de mi madre, pero murió a los 20 días de mi llegada y al volver, sin trabajo ni ahorros, decidí pasar las noches aquí", arguye.

Ha trabajado como cuidadora de personas mayores y en la limpieza. Hace unos días hizo una entrevista de trabajo en Alcorcón, "ojalá me cojan", dice desesperada. Mientras se acaricia el mechón de un pelo lacio y negro confiesa que echa de menos la paz de un hogar, dormir con la luz apagada y su privacidad. "No estamos aquí por gusto, yo jamás me había imaginado que viviría en estas circunstancias, pero no podemos acceder a una vivienda y menos sin un contrato de trabajo", concluye. Muestra su DNI español y en el móvil la foto del padrón en Leganés, donde ha vivido en los últimos años. "Allí tengo un trastero de dos metros cuadrados en el que guardo todas mis pertenencias. En el pueblo tengo a mi trabajadora social, que me ha dicho que tengo que esperar dos meses para ver si me dan una ayuda para la vivienda y tengo mi banco. Tengo toda mi vida en Leganés", añade. Se levanta por la mañana a las 05.30, se asea en los baños y coge el primer tren que sale a las seis para ir a su trastero. "En el trastero no me dejan dormir y en la calle no puedo estar", dice. "Como mujer siento que la calle es peligrosa", asegura. Con el poco dinero que le mandan sus hijos compra el abono de transporte, paga el trastero y un gimnasio para ducharse", dice. Reitera a lo largo de la conversación que la única solución que tiene es encontrar un trabajo y salir de esta terminal.

"No somos nadie"

Las personas que como María no pueden acceder a una vivienda han encontrado en las salas de este aeropuerto un refugio temporal que no es nuevo. "Yo trabajo aquí desde 2019 y siempre han venido personas a dormir", asegura José. La decisión de Aena de limitar el acceso nocturno al aeropuerto, que entró en vigor el miércoles, ha provocado fuertes discrepancias y cruces de acusaciones entre el Gobierno local, el autonómico y el central. En este contexto. Aena, la empresa gestora, remitió un "requerimiento formal" al Ayuntamiento de Madrid, como administración competente, para que atienda la necesidad habitacional de estas personas "cumpliendo la responsabilidad legal que corresponde al consistorio". El problema se ha convertido en una patata caliente para eludir competencias entre administraciones. La reubicación de estas personas corresponde a los servicios sociales del Ayuntamiento, pero el concejal argumenta que la mayoría son demandantes de asilo y, por lo tanto, dependen del Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones.

"No somos nadie, más bien la última rueda de un coche y nadie hace nada por mejorar nuestra situación", denuncia María. De momento, las medidas de Aena no han cambiado su realidad. Solo les han restringido la entrada desde el Metro, pero se conocen los entresijos del aeropuerto y se la apañan para poder acceder. El ambiente está tranquilo, van llegando, algunos con su propio carrito, y marcan su pequeña parcela en el suelo marmóreo. Todos colocados, uno al lado de otro, cubiertos hasta la cabeza para esquivar la luz y encontrar el descanso. "Por la mañana nos despiertan temprano, viene alguien de seguridad y despejamos la zona", dice Manuel. Él es español, pensionista y lleva dos meses durmiendo en Barajas. "Con mi pensión no puedo alquilar nada", dice. Según un censo de Cáritas al que ha tenido acceso El País, "el 52% de ellos está empadronado en Madrid y el 38% tiene trabajo, pero no suficiente dinero para pagar una habitación". El informe también destaca que no figuran solicitantes de asilo y refugio, lo que contradice a las autoridades locales y autonómicas.

Al otro lado, Mustafa de 74 años, muletas en mano, intenta colocar una manta encima una sábana color salmón y al escuchar un Salam Aleikom se le escapa una sonrisa. Es marroquí y toda su familia está allí, pero tiene DNI español. Vino a España en los años 70 y ha estado viviendo en Donostia-San Sebastián. "Llevo más de dos años viviendo aquí. No tengo un hogar", dice. Sus ojos azules brillan al hablar, es como si escondiesen un secreto doloroso. "He trabajado toda mi vida y ahora paso las noches aquí, de día intento ir a comedores y hacer vida de un jubilado sin un techo", dice. "Este es el lugar más seguro para dormir".

Habla de su infancia en Marruecos con una sonrisa y recuerda sus primeros viajes por Argelia y Túnez. Y aunque llegó a España hace 50 años, su vida se ha reducido a una terminal de aeropuerto. Dice que en la calle sufren las calamidades del clima y las miradas indiscretas de la gente, incluso algún que otro acto de violencia por parte de vecinos o transeúntes.

El 60% sufre depresión

El número de personas sin hogar en España ha crecido un 24,5% en diez años. Según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE) de 2022, más de 28.552 personas vivían sin hogar, esto es una media de 0,713 por 1.000 habitantes. Desde Hogar Sí suben la cifra a 37.000 personas. Además, casi el 60% de este colectivo presenta algún síntoma depresivo, según datos del INE.

La pobreza, el desempleo, las adicciones o la violencia han sido causas históricas del sinhogarismo. Pero en los últimos años la falta de acceso a la vivienda por el alza de los precios ha acrecentado esta realidad. Las entidades especializadas denuncian la invisibilidad y advierten que pueden llegar a vivir incluso 30 años menos que la población general. Además, el 47% ha sufrido agresiones y delitos de odio que, en seis de cada diez casos, ocurren en el lugar donde duermen. Pese a los datos, el Gobierno de España se puso como reto reducir el número de personas sin hogar en un 95% para el año 2030.

Entre las personas que llegan a hacerse con un trocito de suelo donde dormir se perciben signos de alcoholismo y otras adicciones. Paco tiene 29 años y reconoce que está enganchado a la pipa de cristal para fumar metanfetamina. Nació en Andalucía, en el seno de una familia muy desestructurada y marcada por el consumo de estupefacientes. "Vine a Madrid huyendo de la droga, estuve trabajando para una compañía aérea y desde el pasado mes de septiembre caí en la trampa de la metanfetamina", dice. Lleva pantalón corto, una camisa azul y tiene una mochila en un carrito como quien está a punto de emprender un viaje.

"Vine a Madrid huyendo de la droga"

"No consigo salir de las drogas", dice. Enseña su rostro en fotografía de cuando no tomaba nada. "La gente me ve esta cara demacrada y no me da trabajo", confiesa. Entra y sale para fumar y asegura que aún no ha notado las nuevas medidas. Por su trabajo conocía ya el aeropuerto y le parece el mejor sitio para pasar la noche.

Estas adicciones, sumadas a la vida en la calle, desembocan en problemas graves de salud mental. "Es cierto que a veces se producen situaciones de violencia. Las noches del fin de semana viene gente que está borracha, pero la tensión la hemos sufrido estos días que no han parado de venir a grabarnos", denuncia. Y lamenta que "nadie venga para solucionarlo".

Un trabajador que está en turno nocturno recuerda que los aeropuertos de Barcelona y Palma de Mallorca han vivido situaciones similares. En enero, 112 personas pernoctaban en El Prat. Gracias a la intervención de los servicios sociales, el número se ha reducido a 50. "Barajas no es un lugar para estas personas, se generan problemas de inseguridad y plagas de insectos como chinches que nos afectan a quienes trabajamos aquí. Además, he visto peleas e incluso robos", dice otro trabajador, que prefiere no revelar su nombre.

Mientras, entre escaleras mecánicas y plantas intermedias, María solo quiere dormir porque a las 05.30 sonará el despertador. Quiere pasar el menor tiempo posible en estas instalaciones y solo reza para encontrar un trabajo pronto y, con ello, un techo. "Queremos salir corriendo de aquí".