'Aliadas', la historia del primer equipo de baloncesto femenino en Shatila y en el Líbano
- La periodista catalana Txell Feixas narra las historias personales de lucha y empoderamiento de un equipo de baloncesto
- Está formado por niñas palestinas, sirias y libanesas en el campamento de refugiados donde se produjo la matanza de 1982
El primer equipo femenino de baloncesto del Líbano se creó en un lugar que pocos se imaginarían, el campamento de refugiados de Shatila, escenario de la atroz matanza de 1982. Entre cientos y miles de refugiados palestinos fueron asesinados por milicias cristianas libanesas respaldadas por el Ejército israelí y la cifra exacta de víctimas mortales sigue sin conocerse con exactitud.
En la quinta planta de un edificio de este campamento en los suburbios de Beirut, un grupo de niñas empezaron a jugar al baloncesto hace 13 años. La idea surgió de Majdi, el entrenador del equipo, quien creó la iniciativa para evitar que su hija Razan y otras niñas del campamento acabaran como la mayoría de chicas de su edad: con matrimonios forzosos infantiles, encerradas en casa, o en las drogas.
La periodista catalana Txell Feixas, corresponsal de TV3 en Beirut desde 2016 hasta 2021, presenció los inicios del equipo y ha seguido su historia hasta el día de hoy. En 2023 publicó el libro Aliadas, donde narra su trayectoria y explica cómo el baloncesto ha supuesto una forma de empoderamiento para sus jugadoras en una sociedad donde el deporte femenino aún es un reto.



El calor es insufrible en el campo de refugiados de Shatila
Aquí sucedió uno de los episodios más sangrientos
de la guerra civil libanesa,
cuando las falanges cristianas masacraron a los combatientes
y civiles palestinos ante la aquiescencia israelí.
Nos dirigimos al museo de la herencia
y la tradición palestina.
Su creador, Mohamed, estudió medicina en Zaragoza.
"Esta hacha la han empleado para matar a gente
en la masacre de Sabra y Shatila en 1982.
Siguen haciendo lo mismo ahora, pero sin hachas, en Gaza:
matar y matar y matar."
Aquí cada objeto encierra un pedazo historia
de un pueblo expulsado de su patria.
"Siempre un palestino en su mente, yo tengo que volver a mi casa allí,
en Palestina".
Armas, utensilios de cocina,
un sinfín de objetos que recogen las tradiciones palestinas
para que las diferentes guerras que ha vivido la región,
como la que podría estallar ahora, no borren su cultura para siempre.
El alcalde de Shatila, Abu Noor,
nos guía por callejuelas estrechas y sucias
mientas nos explica
que solo tienen una o dos horas de electricidad al día.
Dice que aquí son ciudadanos de segunda,
sin derecho a trabajar fuera del campo
ni a comprar propiedades.
Nos lleva a la casa del anciano Daoud,
que nos muestra las cicatrices de los balazos
que recibió durante la masacre del 82.
Cuenta que tiene un hijo en Gaza combatiendo a los israelíes
en el Frente popular para la liberación de palestina
y dice que apoya a cada miliciano que lucha contra Israel
y a cada niño que muere aunque esté tan lejos.
A sus 80 años,
asegura que no pierde la esperanza de regresar con sus hijos
a la que fue su casa en Palestina.
Para Feixas, fue "una gran sorpresa descubrir que este equipo de baloncesto no era la única luz en la oscuridad del campamento". Este "milagro" de empoderamiento femenino y feminista se replicaba en otro edificio donde había un equipo femenino de cricket, un colectivo de viudas que cosían compresas de ropa y talleres de chicas.
La mayoría de las 30.000 personas que malviven en el campamento de Shatila —que ocupa menos de un kilómetro cuadrado— son refugiados palestinos y sirios. Los palestinos residen allí desde 1948, cuando se vieron forzados a abandonar su tierra durante la Nakba. La mayoría de los refugiados sirios, en cambio, llegaron en 2011 tras las revueltas de la Primavera Árabe y el estallido de la guerra civil en Siria.
En Aliadas, Feixas acerca al lector a las luchas feministas personales de estas niñas palestinas, sirias y libanesas, quienes sufren directamente las consecuencias de parte de una sociedad machista que no les permite ser, como dice la autora, "simplemente, niñas".
PREGUNTA: Además de mejorar su condición física, ¿qué otros beneficios supone el deporte en cuanto al desarrollo personal y social de estas niñas?
RESPUESTA: En Shatila, el baloncesto se ha convertido no solo en una herramienta de empoderamiento físico, sino también mental y emocional. La cancha es, de hecho, un espacio de liberación y seguridad. Al principio, estas niñas eran objeto de burlas, les escupían y les perseguían por las calles del campamento cuando bajaban en chándal a jugar. Ver a una niña practicando deporte era algo casi inimaginable. Lo que para nosotros es un derecho normalizado, para ellas era un desafío.
P: En el libro menciona que la situación de las mujeres en Shatila no es tan extrema como en países como Afganistán o Irán, pero que aun así sigue siendo drástica. De hecho, explica que, en sus inicios, estas niñas tenían que entrenar de forma clandestina. ¿Está más normalizado el deporte femenino ahora que cuando fue la primera vez a Shatila?
R: La creación de este equipo fue una revelación. El entrenador, Majdi, logró que esas niñas entendieran que podían ser niñas y aprendieran a jugar, algo que antes desconocían. Pero, sobre todo, consiguió una transformación colectiva: aquellos padres que antes les prohibían jugar, que las amenazaban e incluso las golpeaban para que no entrenaran, ahora son los mismos que las aplauden cuando meten una canasta o se emocionan al acompañarlas a un avión para jugar en otro país.
Las niñas del Palestinian Youth Club en un partido amistoso celebrado en Girona en 2024 ABACUS/Roser Gamonal
P: ¿Quiénes son los que imponen estos obstáculos a las mujeres para practicar deporte?
R: La mayor oposición proviene de algunos hombres del propio campamento, aunque muchas mujeres se alinean con lo que ellos deciden. Sin embargo, muchas de las niñas explican que su mayor apoyo proviene de sus madres. Algunos de los hombres que inicialmente se opusieron llegaron a amenazar de muerte al entrenador, Majdi, por haber creado esta iniciativa tan transformadora. Sin embargo, Majdi también es un hombre y, precisamente, este libro también busca mostrar al hombre como un agente de cambio, rompiendo el estereotipo de que todos los hombres en el mundo árabe, especialmente los musulmanes, son machistas, porque eso no es cierto.
P: Explica que estas niñas ejercen el feminismo sin ser completamente conscientes de ello. Tras seguir la evolución del equipo desde casi sus inicios, ¿ha notado si las primeras chicas que conoció han construido una identidad más fuerte gracias al deporte?
R: Una de las cosas que se nota es que en Shatila, y especialmente en Oriente Medio, el feminismo no puede ser, como algunos lo entienden en Occidente, una opción ideológica, sino una forma de resistencia y supervivencia, a menudo la única manera de no sucumbir por ser mujer. Cuando estas niñas comenzaron, no sabían que formaban parte de una iniciativa feminista. Recuerdo a una chica emocionada con la pelota en las manos que me dijo: "Antes de botar esta pelota, yo quería ser una gran esposa y mejor madre. Ahora, con el baloncesto, quiero estudiar y salir de Shatila". Este es un ejemplo claro de la transformación vital que el deporte puede generar.
P: Además del rechazo al deporte femenino en particular, ¿existe también uno general al deporte en Shatila, visto como algo muy occidental?
R: No. En los campamentos de refugiados siempre encontrarás niños jugando al fútbol, aunque sea con una pelota hecha de trapos. Pero las niñas, por lo general, se limitan a mirarlos desde lejos, o permanecen encerradas en las tiendas de campaña. Lo que cambia con el baloncesto es que ellas se convierten en las protagonistas. Majdi eligió este deporte precisamente porque era menos conocido entre los padres y, por lo tanto, no estaba tan asociado con los hombres, lo que les facilitaba su práctica.
P: El equipo está formado por chicas libanesas, palestinas y sirias. ¿Ha causado alguna vez esto algún tipo de problema por razones culturales?
R: Majdi, al crear este equipo, ha logrado otro milagro: juntar en un mismo equipo a chicas de tres nacionalidades diferentes. Ha logrado unir dos realidades que suelen evitar mirarse, como son Shatila y Beirut. Ha conseguido que las refugiadas palestinas y sirias salgan de un campamento del que nunca habrían salido, mientras que las chicas libanesas han encontrado un equipo de baloncesto en su propia ciudad, algo que no existía. Además, Majdi ha logrado que sirias y libanesas adopten la causa palestina, la respeten y ondeen la bandera como propia en tiempos tan difíciles.
P: ¿Cree que el baloncesto femenino se está convirtiendo en una tradición en el campo de refugiados de Shatila? ¿O aún no hay tantas chicas que lo practiquen?
R: Hace más de diez años, cuando nació el equipo, Majdi tenía que ir puerta por puerta para convencer a los padres de que dejaran a sus hijas jugar al baloncesto. Tenía que protegerlas para que no las insultaran, las escupieran o las golpearan cuando subieran a la quinta planta a entrenar. Ahora, casi al revés, son las propias niñas las que acuden a Majdi pidiendo unirse al equipo, porque todo el campo ve la transformación que ha supuesto el baloncesto en este enclave.
P: ¿Ha servido su historia para dar visibilidad a la situación de los refugiados de Shatila?
R: Este libro pretende ser una excusa para seguir hablando de Palestina y, al mismo tiempo, ofrecer una visión diferente de Shatila, que no se enfoque únicamente en el drama, el dolor y el pesimismo con el que se suele contar. Es un retrato de lo difícil que es ser niña en Oriente Medio, pero centrado en cómo estas niñas se atreven a superar esas dificultades, a sobrevivir y a ser simplemente ellas mismas, lo que quieren ser: niñas.
* Helena Sala es alumna del máster de Reporterismo Internacional de la UAH con el Instituto de RTVE. El jefe de internacional de TVE, Luis Pérez, es su tutor y ha supervisado esta pieza.