Andrea Mateos reivindica en 'Impostora' la voz de las escritoras: "Siempre nos están arrinconando en los márgenes"
- En un ensayo híbrido de la Editorial Espinas, la autora analiza el síndrome de la impostora
- Andrea Mateos defiende la autoposesión como una libertad que no puede ser arrebatada


La escritora Andrea Mateos (Madrid, 1991) desmenuza en Impostora la presión social, los prejuicios y las inseguridades que alimentan el síndrome de la impostora. Desde el paternalismo que etiqueta a las escritoras para silenciarlas y encerrarlas en cómodos cajones como novela romántica, literatura infantil o autoficción, a desprestigiar sus libritos por su edad, su apariencia física o la barrera más alta de todas, la exigencia de una perfección inhumana.
En un ensayo híbrido, un encargo de la Editorial Espinas, Mateos resignifica la escritura femenina como un espacio de fuerza, orgullo y pertenencia. Vencido el ángel del hogar, la batalla se libra ahora contra el síndrome de la impostora. Rescata nombres de autoras relegadas en la historia de las letras y les rinde tributo.
"Mi voz nace porque se ha gestado en el útero de las otras".
Un largo camino
Mateos no se hace trampas en el solitario, reconoce que escribir es una profesión elitista, un largo camino en el que hay que perseverar, mirar con ternura los primeros libros, los errores, abrirse al cambio, crecer y cultivar su jardín.
"Somos seres inacabados y ahí reside nuestro poder: abrazamos la eternidad ante la inexistencia de un fin".
Melena al viento, americana de pata de gallo, camisa de rayas y pañuelo cuidadosamente anudado dan fe de su pasado como periodista de moda, sus pendientes con la efigie de Virginia Woolf son toda una declaración de intenciones. En una entrevista en RTVE.es, Andrea Mateos confiesa que nunca ha tenido el "síndrome de la impostora", algo que si padecen algunas escritoras de éxito.
Pregunta: El ensayo se titula Impostora, ¿por qué la editora, Alicia de la Fuente, se lo encargó?
Respuesta: Uno de los motivos era porque nunca he tenido el síndrome de la impostora como autora, si lo he sufrido con la pareja o las amistades. Ya sé que mi escritura no es todo lo que puede ser, tengo toda la vida para mejorarla, para trabajar en ella, pero nunca he sentido que lo que escribía no fuera válido, que no fuera suficiente. Hace unos meses, conocí a Alicia que llevaba un tiempo buscando una escritora que se sintiera validada, porque no es habitual. Mujeres de letras muy exitosas y que sus libros están yendo muy bien, siguen teniendo ese síndrome. Creo que es una lacra que arrastramos de forma histórica porque nos han silenciado durante tanto tiempo.
P: Las mujeres han sido definidas como seres para los otros: madres, hijas, esposas. Frente a esto menciona el concepto de autoposesión ¿puede desarrollar esta idea?
R: La autoposesión es el tipo de libertad que a mí me gusta más, porque cuando hablamos de una libertad física es muy fácil que la persona que tienes delante te la arrebate, como hemos visto las mujeres a lo largo de la historia. Este concepto tiene que ver con que yo soy poseedora de mí, de mis propias ideas, de mis propios pensamientos. Lo resumo en una frase en el libro: "No importa que el día de mañana nos encierran en una celda, que nos enclaustren en las casas, porque nuestras ideas van a seguir estando ahí". Es un concepto de libertad que nos hace todavía más libres, porque las únicas que somos dueñas de él somos nosotras mismas.
“La autoposesión es un tipo de libertad en el que yo soy poseedora de mí, de mis propias ideas y pensamientos“
P: Dice que "una sociedad mentalmente agotada es más fácil de manipular y está emocionalmente enferma". Algo que remite a la carga mental que soportan las mujeres. ¿Cómo liberarse de este fardo?
R: Yo creo que la pandemia nos ha dejado una gran secuela, que es la carga emocional y esta rueda de hiperproductividad en la que nos hemos metido. Nuestras madres, nuestras abuelas, eran amas de casa, ahora se nos ha vendido el concepto de la mujer todoterreno, tenemos que ser buenas mamás, buenas esposas, buenas trabajadoras, apuntarnos a un montón de hobbies y la tiranía de la imagen. En los años 90 era la delgadez, ahora es la rutina de la piel perfecta. Nos van atando distintas cargas que nos hacen llegar al final del día agotadas.
Yo creo que ese es el pensamiento femenino más recurrente, cristalizado en un meme de "qué bien me lo paso esos cinco minutos libres que tengo al día antes de irme a dormir" porque son los únicos en los que somos dueñas de nosotras mismas. No tengo la respuesta para saber cómo podemos librarnos, pero hay que abrir espacios de reflexión, de autocrítica. Tenemos poder para decidir cómo o en qué momentos podemos bajarnos, eso también es un privilegio. Hablo como mujer independiente que vive en España, pero no todas tenemos las mismas circunstancias y contextos.
P: Asegura que escribir es una forma de hacer política, ¿por qué?
R: Creo que es bueno que todas las experiencias que nos pasan a cada una las pongamos sobre la mesa, que conversemos sobre ellas. Nos han vendido durante muchos años que la literatura confesional e íntima no era literatura o era literatura de segunda. Pero en esas experiencias es fácil vernos reflejadas y es una forma de hacer política, cuando todas exponemos qué nos está pasando a nivel individual, nos damos cuenta que, como colectividad, tenemos un nexo común y, al final, eso es lo que conforma las agendas políticas y lo que deberían tener en cuenta a nivel global. Como dice el tradicional lema feminista "lo personal es político".
P: "Leo a mujeres porque necesito poder mirarme en el espejo y encontrar algo más que el vacío". Esa es la teoría, pero en sus estanterias predominan los autores.
R: Hasta los 25 años no hice el ejercicio de analizar mi biblioteca. Yo compraba los libros y no sabía ni quién era el autor ni la editorial. Ahora ya sí me fijo en todas esas cosas. El 80 o 90% de las obras que tengo las han escrito hombres, pero con las mujeres he conectado más. Una de ellas era JK Rowling, una autora que ha marcado a mi generación, mujeres que hemos empezado a escribir con la literatura de fantasía. Y claramente Harry Potter marcó un antes y un después, de ahí nació mi escritura. Yo sentía que necesitaba una historia de magia, pero que no fuera protagonizada por un hombre, y con ocho años fue la primera novela que me lancé a escribir [Mairlona, una niña maga con el pelo azul].
P: "Cualquier cosa que merezca la pena hacerse, merece la pena hacerse mal". Es un gran consejo, pero hay que explicarlo...
R: Esta cita la he sacado de un ensayo maravilloso que recomiendo leer, Cómo acabar con la escritura de las mujeres de Joanna Russ. Cierro cada capítulo con una conclusión o una pregunta para reflexionar. Yo creo que las mujeres somos muy perfeccionistas y muy autoexigentes. Volvemos al concepto de mujer todoterreno. Tenemos que librarnos de la culpa y si hay algo que nos apasiona, algún sueño que queremos perseguir, no tenemos que esperar al momento perfecto. Tengo amigas que trabajan en recursos humanos y me lo dicen, que cuando lanzan una candidatura se presentan hombres que no cumplen con todas las características y en cambio nosotras hasta que no cumplimos todas y cada una y hacemos el check, no nos lanzamos. Tenemos que librarnos de la autoexigencia. El libro seguramente no sea todo lo que tiene que ser, pero lánzate, porque así es como se aprende y precisamente la belleza es el camino, no tanto la meta.
“Lánzate, porque así es como se aprende (a escribir) y precisamente la belleza es el camino, no tanto la meta“
P: En su libro recuerda a escritoras suicidas (Woolf, Plath, Sexton), un final que opaca su obra y que envía el mensaje de que las letras pueden llevar a la locura...
R: Algunas de mis autoras favoritas se han suicidado, pero creo que hay que romper esa losa. Sí que es verdad que la herida es una fuente muy potente de creatividad, pero no tenemos que dejarnos arrastrar por ella. El tormento ha llevado a todas las grandes escritoras e incluso a artistas plásticos al momento cúspide de su carrera, pero hay que separarlo y diferenciarlo. Tengo compañeras que dicen "es que yo solo escribo bien cuando estoy triste". Si tú ese mensaje te lo repites constantemente, al final llegas a creerte que no eres capaz de hacer buena literatura siendo feliz. Entonces te planteas: "o soy buena escritora, o soy una persona feliz" y se puede ser las dos.
P: Y además no se tienen en cuenta las circunstancias materiales que rodearon el suicidio, la falta de apoyo que les empujó a esa decisión...
R: Sí, claro. Estamos hablando de autoras que vivieron en una época en la que la salud mental era aún un tema tabú. Las que acaban ingresadas sufrían tratamientos virulentos, como terapias de electrochoque, y luego la falta de comprensión de su entorno. Soy una mujer privilegiada que tengo muchísima suerte de contar con el apoyo de mi entorno, pero aún así muchas veces siento esa incomprensión. Me imagino que esto en mujeres, que no tienen una situación de libertad, lógicamente les puede producir un choque emocional mucho más fuerte que el que vivimos ahora las escritoras en un entorno más cómodo.
P: Defiende que le gustaría "no tener que escoger entre intelectualidad y apariencia, no tener que elegir entre sexualidad y seriedad o no ser bifurcada en tipificaciones lacerantes".
R: Esta cita es de una escritora colombiana que se llama Vanessa Rosales. A mí, por ejemplo, me ha pasado. Cuando di el salto de ser bloguera de moda a ser poeta, había mucha gente que decía "una chica que viste a la moda, que sigue las tendencias, que físicamente encaja dentro de los cánones sociales hegemónicos, no puede escribir bien". Parece que si eres buena escritora, no puedes ser una mujer atractiva o tener otros intereses. En su ensayo Mujer Incómoda, Rosales se cuestiona esto, porque a los hombres no se les juzga tanto. Lo vemos también con las galas de premios. A ellos les alaban las películas y a nosotras la vestimenta. Siempre nos están arrinconando en los márgenes, en este caso, con el tema de la apariencia.
P: En una gala de los Goya, Leticia Dolera se quejó de que a ella no le habían puesto micrófono, directamente no podía hablar...
R: Si es que son pequeños gestos que dices "hemos conquistado muchos derechos, pero todavía nos queda mucho".
P: ¿Por qué aconseja a las escritoras que abarquen todos los géneros?
R: Este es un consejo que me han dado mis editoras. Para ser buena escritora tienes que leer mucho y leer de todo, incluso cosas con las que no estás de acuerdo o no te gustan. Y para escribir un poco lo mismo, va a haber géneros con los que te sientas más cómoda, a los que te apetezca dedicarles más tiempo, pero con independencia de que los vayas a publicar o no, yo creo que una escritora debería atreverse a escribir de todo, a tomar talleres de escritura. La escritura está en constante movimiento, no es una cosa cerrada o hermética, y creo que es así como se consigue aprender a escribir y a pensar que, al final, es lo mismo.
“Una escritora debería atreverse a escribir de todo y tomar talleres de escritura.[...] así se aprende a escribir y a pensar que, al final, es lo mismo.“
P: Las mujeres tienen que luchar por ser dueñas de su propio tiempo. Algunas buscan la hora azul para escribir, en tu caso es la hora verde...
R: La hora azul es un momento al que aludían las escritoras del siglo pasado, que eran esposas y mamás. Sylvia Plath decía que era la hora anterior al llanto del bebé, cuando ya todo se despierta en la casa y tienes que abandonar tu escritura para dedicarte al hogar. El ángel del hogar, un estereotipo que casi todas las que nos dedicamos a esto ya hemos superado. Para mí, la hora verde es bajarse de la rueda de hiperproductividad, buscar esos mordiscos a lo largo del día, diez minutos en el autobús, una amiga que llega tarde y aprovechas para escribir. Es una escritura de mordiscos, es la hora de los recovecos que nos deja la mujer todoterreno.
P: Ana María Matute decía que cuando esperaba a alguien en un café o en una sala de espera, le salía un niño tonto, escribía un cuento...
R: Suelo llegar con bastante antelación a las citas. Tengo un libro en el bolso y una libreta, porque creo que tenemos que aprender a abrazar también los tránsitos. Una amiga llega tarde, el autobús va hasta las trancas y tienes que esperar al siguiente, algo que las personas que vivimos en las grandes ciudades rechazamos e incluso nos enfurece y nos crispa. He aprendido a abrazar esos pequeños espacios, porque ahí es donde se produce el descanso mental necesario para crear. O a lo mejor es un pequeño momento de estimulación creativa en el que aprovechas para escribir. No tenemos que verlos como enemigos, sino más bien como oasis.
P: Dice que tenemos que usar la mirada para mirarnos a nosotras mismas fuera de los cánones. ¿Todavía nos encorsetan?
R: Sí, en los años 90 estábamos persiguiendo el cuerpo y la delgadez extrema de las modelos de Victoria Secret y ahora la nueva obsesión es el cuidado de la piel desde bien jovencitas, niñas de diez, doce años adictas al TikTok, con una rutina de skin care de una hora por la mañana con mil productos. Nos siguen encorsetando, lo que pasa es que las dinámicas han cambiado. También está muy ligado a la inteligencia artificial, a los filtros, a vivir en un mundo irreal. Estamos volviéndonos grandes desconocidas delante del espejo, nos asustan nuestras arrugas, nuestros poros, las personas que realmente somos. Las redes sociales nos liberan porque nos permiten crear de forma democrática y lanzar mensajes que hace un siglo no hubieran sido posibles, pero también las imágenes y los cánones que están promoviendo nos siguen haciendo lo mismo.
P: ¿La escritura sirve para reconectar con una misma?
R: Completamente, la literatura nace en la terapia. De hecho, imparto talleres de escritura terapéutica en los que no importa el estilo, las faltas de ortografía, la técnica, sino liberar lo que tenemos dentro. En los últimos años, hay un auge de las actividades creativas. Nos apuntamos a talleres de ilustración, de cerámica. Cuando era pequeña, la gente que se apuntaba a eso era porque quería aprender la técnica y hacerlo de forma más profesional, ahora lo hacemos simplemente para liberarnos. No solo en la escritura, sino también en otras profesiones artísticas, hay un sentimiento social de que necesitamos desconectar, descansar y alejarnos un poco de la rutina que nos está oprimiendo.
P: ¿Qué le diría a una niña que quiera ser escritora para no sucumbir al síndrome de la impostora?
R: Yo le diría que no escuche mucho a su entorno. En España todavía se nos sigue diciendo mucho eso de "dedícate a una carrera de provecho o algo que tenga salidas". Yo no me planteé ser escritora porque cuando tenía 12, 13, 14 años, tanto mi familia como mis profesores, me dijeron "con las notas que sacas, haz una carrera universitaria". Relacionado con las letras, elegí el periodismo, que no es precisamente un sector súperboyante. En la infancia se despiertan las primeras pasiones, a una niña pequeña le diría que se de cuenta de sus talentos y que persiga su sueño con independencia del entorno. Al final, es verdad que la vida nos acaba remolcando a donde teníamos que estar. Yo he acabado dedicándome a escribir. Ha tenido que venir una pandemia para llevarme ahí, pero la vida siempre te coloca en el lugar al que perteneces. O al menos yo quiero pensar así.