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Análisis | Unión Europea

El pacto europeo migratorio y de asilo: es la inmigración, tonto

  • El Parlamento Europeo ha aprobado esta semana el pacto sobre migración y asilo
  • La inmigración crece como preocupación y favorece a la extrema derecha

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Imagen de los 159 inmigrantes rescatados esta semana, por la embarcación de la Guardia Civil, Río Tajo, en aguas cercanas a El Hierro
Imagen de los 159 inmigrantes rescatados esta semana, por la embarcación de la Guardia Civil, Río Tajo, en aguas cercanas a El Hierro

El miércoles, el Parlamento Europeo aprobó un pacto migratorio y de asilo después de cuatro años negociándolo. En la concatenación de crisis que sufre la Unión Europea desde 2008, la migratoria fue la segunda (2015-2016), y creó una nueva fractura dentro de la Unión, grosso modo, la brecha este-oeste. Los gobiernos de los 27 Estados miembro no se pusieron de acuerdo -y siguen discrepando, de ahí lo que ha costado el pacto- sobre cómo distribuir y asimilar ese flujo de migrantes, con países como Hungría y Polonia fuertemente opuestos al reparto de migrantes/refugiados por cuotas; los países que son la frontera sur (Grecia, Italia y España), superados por los migrantes que llegan a sus cosas y reclamando solidaridad, ya que el objetivo de esas personas no son esos países, sino la Unión Europea. Alemania fue el país que más migrantes acogió entre 2015 y 2016 y sus costuras políticas se han resistido. Ha subido la extrema derecha. Parafraseando la clave de la campaña de Bill Clinton en 1992, "es la economía, tonto", podríamos decir que, en este momento, es la inmigración, tonto.

El acuerdo del Parlamento Europeo se ha producido a apenas dos meses de las elecciones, en las que se prevé, de nuevo, un aumento en el voto a esas derechas, partidarias de restringir mucho el derecho de asilo y acogida de inmigrantes, y de quitar competencias a las instituciones comunitarias. El pacto endurece las condiciones para conceder asilo y refuerza los controles en las fronteras. La esperanza de los principales grupos políticos europeos es que estas nuevas medidas quiten hierro a los argumentos antinmigración, y con ello resten votos a las formaciones más alarmistas.

Frenar el motor de la extrema derecha, de los populismos nacionalistas

La inmigración, una supuesta "invasión", según el término que usan, de inmigrantes es el gran reclamo electoral de la extrema derecha o populismos de derechas. Es un argumento que tiene mucho de racismo. Ya no se habla de razas puras, pero sí de cultura o costumbres propias amenazadas. Y, también, de amenaza económica porque, sigue la argumentación, quitan el trabajo a los autóctonos y se benefician de las coberturas y ayudas públicas más que los propios del lugar, y, además, aumentan la delincuencia. En definitiva, la inmigración pasa de ser una necesidad económica en una sociedad envejecida a una amenaza a la economía, los servicios públicos, la seguridad y la identidad.

Son conceptos repetitivos, que pocas veces respaldan los datos fríos, pero que arraigan fácilmente entre aquellos sectores de la población que se sienten, si no amenazados, sí en retroceso, y, sobre todo, desubicados en un entorno cambiante de fisonomías y hábitos. Los vecinos ya no son todos, ni siquiera en algunos casos, mayoría, blancos y cristianos. Hay barrios que no se visitan porque "ya no son este país". Abundan otras etnias, lenguajes, religiones, indumentarias; cambia el trato entre hombres y mujeres, y aparecen alimentos y olores distintos. No menospreciemos el efecto rechazo que provocan olores desconocidos, los emigrantes españoles en el Reino Unido, por ejemplo, sufrieron el estigma del olor a ajo. El tópico alcanzó a Victoria Beckham en sus años madrileños, le atribuyeron la queja de que España olía a ajo y se interpretó como algo peyorativo.

Cuanto más rápidamente se produce esa transformación del entorno, más inmediato y más visceral es la reacción. Las certezas se convierten en incertidumbres y el futuro parece más frágil que nunca. Sociólogos y psicólogos argumentan que lo desconocido infunde miedo. Ese miedo, ese desconcierto, esa percepción de vulnerabilidad y discriminación injusta en las urnas se traduce en un voto extremo, un voto contra ese otro, ese extraño.

Según un sondeo del Parlamento y la Comisión europeos publicado hace dos años (enero de 2022), la inmigración ocupa el tercer lugar entre los principales retos que señalamos los ciudadanos europeos. Lo destaca casi un tercio de los encuestados (31%), por delante se sitúan las desigualdades (36%) y el desempleo (32%). Tres cuestiones vinculadas entre ellas.

Según el eurobarómetro de ese año (junio de 2022), más de dos tercios, un 68% de los encuestados, exagera la cantidad de inmigrantes que cree hay en su país. El dato real en la Unión Europea es 5%. Sólo un 19% acertó o se acercó.

Del comunismo a la derecha radical

¿Dónde viven quienes compiten por un trabajo precario al que suelen optar los inmigrantes, por las viviendas de protección oficial, por la escolarización de sus hijos? ¿Dónde coinciden con esos otros en los centros de salud y las listas de espera de la sanidad pública? En los barrios más desfavorecidos y de clase media baja, no en zonas de clase media alta o acomodadas. Por eso es una audiencia permeable a los argumentos anteriores. Eso explica, por ejemplo, la transición de muchos votantes en el norte postminero y postindustrial, de Francia, de votar a los partidos Socialista o Comunista a optar por la derecha radical. Un fenómeno que sigo desde hace 30 años y que no es, por supuesto, la única explicación al auge de esas derechas, pero sí un factor muy importante.

La izquierda tiene filosóficamente difícil abordar la cuestión de la inmigración con el discurso de la extrema derecha, pero no afrontarla ha llevado a parte de su antiguo electorado natural al distanciamiento. Si uno escucha a esos ciudadanos, oirá el reproche común y comprensible contra quienes viven en barrios bien y se permiten tacharlos de racistas. De ahí que triunfe el discurso contra las élites, a las que acusan de estar out of touch, lejos de la realidad, incluso cuando ese discurso antiélites viene de personas que se han criado y viven en ambientes privilegiados, millonarios como Donald Trump.

El instituto demoscópico alemán INSA-Consulere publicó en diciembre de 2021 un sondeo realizado en diez países europeos. A la pregunta "¿Cree que Europa toma en consideración su punto de vista sobe la inmigración? la respuesta mayoritaria fue no. Donde más despreciada sienten su opinión al respecto es en Francia (67%), seguida de Hungría (59%), Austria (56%) y España (55%). De los diez países analizados destacan los Países Bajos porque es donde más escuchados se sienten sus ciudadanos (48%). A pesar de ello, la inmigración es la razón principal a la que atribuyen el éxito electoral de la derecha radical de Geert Wilders en las últimas elecciones generales.

El Brexit y Donald Trump

La mayor crisis que sufrió la Unión Europea después de la de la inmigración fue la del Brexit, la salida del Reino Unido de la Unión Europea. Lo hemos repetido hasta la saciedad, el factor que inclinó la balanza en el referéndum de junio de 2016 fue la inmigración, la idea de que la economía y las coberturas públicas del Reino Unido habían empeorado por culpa de los inmigrantes. Como tales consideraban a los ciudadanos europeos que habían hecho uso de la libertad de movimiento que garantiza la Unión desde 1993, y de la que tantos miles de británicos disfrutan en países del continente. Salir de la UE fue la campaña, los liberaría de esa libertad de movimiento, podrían cerrar las fronteras a otros europeos y establecer sus propias leyes en esa materia sin tener que negociar con los 27 socios. Fue la gran victoria del UKIP, el partido creado sobre esa única cuestión, un partido nacionalista y populista liderado por un político estridente, Nigel Farage, el preTrump británico.

La salida del Reino Unido de la UE se hizo efectiva el 31 de diciembre de 2020. Pues bien, según el Observatorio de Migración de la Universidad de Oxford, la inmigración neta al Reino Unido el año pasado fue de 672.000 personas, más, en torno al doble, que antes de 2020. El mismo estudio señala que antes del referéndum del Brexit la mayoría de los inmigrantes eran ciudadanos de la Unión Europea, pero que a partir de 2016 las cosas han cambiado. Entre las iniciativas del gobierno conservador británico contra la inmigración sobresale, por polémica, el acuerdo con Ruanda para mandar a ese país a los solicitantes de asilo mientras tramitan su petición.

La criminalización de la inmigración procedente de México y el célebre muro en la frontera fueron el caballo de batalla con que se lanzó Donald Trump a su primera campaña presidencial en 2016, y lo vuelve a ser dos campañas después en este 2024. Según un estudio de este febrero del Pew Research Center, dos tercios de los estadounidenses, califican la situación en la frontera de los Estados Unidos con México como una crisis o un gran problema. La inmensa mayoría, ¡un 80%!, considera que el gobierno de Joe Biden lo ha gestionado mal. Entre sus votantes apenas lo aprueba una cuarta parte, el 26%. La preocupación por la inmigración ha ido subiendo en los últimos años y ahora lo destaca un 57% de los encuestados. Si la tendencia se mantiene y la inmigración decide el voto en noviembre, resulta fácil deducir quién será el candidato beneficiado y próximo presidente de los Estados Unidos.

¿Qué dicen los datos? Que la inmigración irregular en los Estados Unidos entre 2019 y 2021 subió muy poco y se situó en las cifras de 2017, diez millones y medio de inmigrantes irregulares residiendo en el país. Lejos del pico de doce millones. Esos 10,5 millones de inmigrantes en situación irregular suponen un 22% del total de los inmigrantes en EE.UU, y los mexicanos ya no son mayoría entre los inmigrantes sin papeles.