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"Una moneda complementaria pretende generar islas de relaciones económicas no capitalistas"

Georgina Gómez, investigadora del Instituto Internacional de Estudios Sociales, explica el funcionamiento de estos proyectos de comercio alternativo

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Argentina: seis millones de participantes

La profesora Gómez conoce muy bien el caso de Argentina, donde vivió el desmoronamiento de sus finanzas a comienzos de los 2000. Entonces, en una crisis brutal, se multiplicaron las Redes de Trueque, en las que llegó a haber seis millones de participantes (sobre un total de 39 millones de habitantes en ese momento). Pese a ello, no se llegó a mover más que el 0,8% del producto interior bruto nacional en 2002, según su estudio. Y ello porque hay necesidades básicas, como la electricidad, que nunca se pagan con una moneda complementaria, recuerda Gómez.

En esta época de crisis financiera florecen las iniciativas para intercambiar productos y servicios al margen del circuito comercial convencional, a través de relaciones más directas entre consumidores y productores. Hay iniciativas que van desde simplemente la donación o el trueque, pasando por los bancos de tiempos, donde cada persona ofrece sus servicios y pide otros basándose en la confianza entre los participantes, hasta redes de empresas cooperativas que pretenden ser completamente autónomas.

Entre medias se sitúan los proyectos de monedas complementarias, generalmente circunscritas a una localidad y que como su nombre indica no pretenden sustituir a la moneda oficial. Georgina Gómez, del Instituto Internacional de Estudios Sociales, un centro de la Universidad Erasmus de Rotterdam con sede en La Haya, explica a RTVE.es las claves de estos sistemas. Es la mayor experta en la que quizá fue la mayor experiencia mundial de este tipo, las Redes de Trueque de Argentina, y conoce bien la iniciativa que ahora se pone en marcha en Bristol, Inglaterra.

¿Para qué se pone en marcha una moneda alternativa?

Si todos los días vas al mismo panadero, empiezas a preguntarle por su vida y se genera un vínculo social.

Hay tres objetivos fundamentales. Primero, para lograr que la gente consuma más los productos de una localidad. Normalmente, cuando consumimos solo una parte se ha producido en la localidad y la gran parte en otro lugar. La iniciativa de Bristol está conectada con lo que se produce en zonas rurales de alrededor (farm link, en la jerga). En segundo lugar, se quiere formar una economía más verde, porque al consumir productos locales se gasta menos en transporte, se generan menos emisiones de C02, hay menos contaminación. Y finalmente, se crea una conexión con los productores, hay más cara a cara y más relaciones sociales. Si todos los días vas al mismo panadero, empiezas a preguntarle por su vida y se genera un vínculo social.

¿Cuáles son los problemas o inconvenientes de este sistema?

Hay varios desafíos. El principal es que siempre hay un riesgo de que alguien acumule dinero en esa moneda y no encuentre en qué gastarlo. Otro problema es de la difícil toma de decisiones --un reto de toda acción colectiva-- para determinar cómo se equilibran las relaciones de poder en este entorno, para que los más grandes no impongan condiciones a los pequeños, por ejemplo. Normalmente, la gente entra con mucho entusiasmo en estos proyectos y a medida que ve estos problemas, se retira.

¿Por qué no suelen participar más que pequeños comerciantes?

Estas iniciativas interesan a las personas de una localidad y las grandes empresas no se plantean participar a una escala tan pequeña. También en algunos casos las normas de las comunidades lo prohíben.

Hay otros detractores de estas iniciativas que dicen que ponen en riesgo la economía...

En Alemania, ante el éxito de una iniciativa, el banco central encargó un estudio y la conclusión fue que se trataba de algo demasiado pequeño como para que supusiera un riesgo para nadie.

Pero, ¿puede servir de freno a excesos de capitalismo financiero?

Eso es precisamente lo que pretenden los que lo lanzan. Se pretenden generar islas con unas relaciones económicas no capitalistas.

¿Cuál es la historia de estas iniciativas?

Empezaron en los años 90 en Canadá, pasaron por América Latina, donde se guiaban más por necesidades de subsistencia, y después fueron llegando a Europa, más por una cuestión ecológica. En Inglaterra existen desde el año 92 y el gobierno de Tony Blair las llegó a promocionar. En Manchester llegó a haber 40.000 participantes en varios proyectos de la ciudad, que se fueron desarmando. Han ido cambiando, pero ahora en Bristol es importante el apoyo de un banco y del municipio. En Bélgica hay una iniciativa avanzanda que funciona solo entre personas jurídicas, con 4.000 miembros activos, que se pagan mediante una tarjeta magnética.

¿Y cabría una interpretación en clave de política local?

Como se busca que se reactive la economía local, también es de esperar que el gobernante gane apoyos, si sale bien, claro.