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Baltasar Garzón, el juez juzgado

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File photo of Spanish judge Garzon during the presentation of his book in Madrid
Garzón siempre se ha sentido comprometido con las víctimas. Ahora será juzgado por investigar las desapariciones y asesinatos durante la Guerra Civil y el Franquismo.

"Estoy solo. Solo ante la Sala Segunda, que no es cualquier cosa". Son palabras de Garzón. Las únicas que me atrevo a revelar de una conversación mantenida con el magistrado en las escalerillas de la Audiencia Nacional.

Es 25 de febrero de 2010. Hace apenas unas horas el Supremo ha hecho pública su decisión de abrir el tercer proceso contra el magistrado. Sé que su entorno, sus amigos, llevan días pendientes de esa resolución. Lo miro y lo encuentro desarmado. O desanimado. Pero todavía con ganas de luchar. No lleva carteras ni carpetas; sólo un móvil. Y mira a los ojos.

Le veo marcharse. Como siempre, como ven ustedes cada día en el telediario: el escolta abre la puerta y él sube; pero antes, mira a la cámara, a las cámaras, que están detrás de la consabida valla amarilla de la Audiencia Nacional. Y pienso que él nunca se imaginó que todo esto iba a llegar tan lejos y que se sentaría en el banquillo por la causa del Franquismo.

Garzón tiene ahora mismo tres causas abiertas: por investigar los crímenes del franquismo sabiendo supuestamente que no podía hacerlo; por haber, según los denunciantes, cobrado del Banco de Santander durante su estancia en Nueva York y archivar después una querella contra la entidad bancaria y por grabar conversaciones de los imputados del caso Gürtel con sus abogados en la cárcel.

Los detractores de Garzón dicen que con el caso de las fosas del franquismo el magistrado quiso revisar la historia, saltándose la ley. El juez explica que hizo una interpretación razonable del derecho,  compartida por otros jueces. Y además están las víctimas y el eterno compromiso que tiene Garzón con ellas. Con todas. El caso es que treinta y dos días después de declararse competente, el magistrado anotó el primer gran fracaso de su carrera.

De Garzón se ha escrito dentro y fuera de España más que de todos los jueces españoles. Ha hecho historia y ha abierto caminos. Fue el magistrado que procesó a Pinochet y lleva seis legislaturas marcando, en buena medida, los tiempos de este país. Garzón siempre ha estado al lado del poder, lo que al final le ha hecho no ser de nadie. Estuvo, y hasta se casó un ratito, con Felipe González, le hizo política antiterrorista a José María Aznar y se la volvió a hacer a José Luis Rodríguez Zapatero.

La pluma de Umbral dejó escrito que Garzón 'clarificó España'. Su mérito es haber ido siempre un paso por delante. Y ser valiente. Ha aplicado la máxima de trabajar un hora más que el de al lado, pero demasiadas veces se ha colocado por encima de todos.  Participa, aunque no lo cuenta, en proyectos solidarios y tiene un círculo reducido de fieles amigos que le defienden. Pero él está lejos de los corrillos judiciales. Estuvo afiliado a la asociación progresista Jueces para la Democracia, pero se borró.

Durante sus 22 años de trayectoria profesional, le han puesto muchísimas querellas pero ninguna ha prosperado. Quizá por eso, más el poco peso del querellante -el sindicato Manos Limpias-, la investigación de las fosas al principio le preocupó demasiado poco. A pesar de la admisión a trámite, nadie creía que Luciano Varela iba a ser capaz de sentar en el banquillo al "juez superstar" por investigar los crímenes del franquismo.

Manos Limpias es una organización ultraderechista, dirigida por Miguel Bernard. En su página web pone que tienen 6000 afiliados y se definen como -sindicato de ámbito nacional, independiente, no hipotecado por nada ni por nadie-. Los de Manos Limpias se querellan contra casi todo (desde el juez Del Omo hasta los Lunnis). Triunfan poco aunque han conseguido alguna victoria como el caso Atutxa.

Varela citó a Garzón a declarar. Y fue una declaración, dijeron los cercanos a Garzón, educada y casi cordial. Ese día, Garzón comió donde siempre, acompañado de los suyos, y creo que casi con la certeza de que lo había convencido. El tiempo demostró que no.

Meses después Varela hizo público ese famoso auto donde acusaba a Garzón de prevaricar, de cometer el delito más grave que puede cometer un juez, castigado hasta con 20 años de inhabilitación. El tono sentencioso de la resolución y el apartado que Varela titulaba "El hecho justiciable" dejaba sin palabras a cualquiera.

Al día siguiente, sus amigos, ese círculo reducido, decían que esa resolución se había celebrado en Génova, en Ferraz y en las herriko tabernas. En Génova, porque no le perdonan la investigación del caso Gürtel,  que ha dado muchos quebraderos de cabeza a Mariano Rajoy.

De hecho, su responsable de Justicia llevaba meses descalificando al magistrado. Intentó recursarle y lo denunció sin éxito en el Consejo del Poder Judicial. Lo celebraron en Ferraz, porque allí algunos todavía no han digerido su paso por la política ni olvidan su investigación del caso GAL.

Si le suspenden, nadie ocupará de momento su despacho y su trabajo lo hará Pedraz

Y lo celebraron en las herriko tabernas, porque Garzón es el enemigo a batir. Fue el primer juez que interrogó en Francia a etarras. Ha detenido a centenares de ellos, demostró que ETA no son sólo sus comandos y suspendió las actividades de sus formaciones políticas. ETA, en la práctica, ha tenido que adecuarse a los autos de Garzón.

Desde hoy Garzón está a un paso de su suspensión cautelar, que se prolongará al menos hasta que haya sentencia por la causa del Franquismo. Mientras esté suspendido, cobrará su sueldo base, más la antigüedad, sin los complementos, unos 2.500 euros al mes.

Seguramente Interior no le quite la escolta, ni el coche. De momento, nadie ocupará su despacho y su trabajo lo hará su compañero Santiago Pedraz. Pero Garzón ya no bajará los ocho escalones de la Audiencia Nacional y su móvil dejará de sonar.

Se confundirán los que se atrevan a afirmar que el juez no sufre. Garzón se sentirá solo. Y solo se sentará en el banquillo, ante sus colegas de la Sala Segunda, acusado por la extrema derecha. Y alguien pensará: "Con el visto bueno de la izquierda".