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Atlas de lo Pequeño

La última cantarera de Mota del Cuervo

  • Con Claudia Guerrero se acaba un oficio del que vivieron muchas familias en el Barrio de la Cantarería
  • Asistimos a un ritual que, de no encontrar relevo, podría cerrar una tradición en este pueblo de Cuenca
  • Hornea las piezas solo cada tres años en un horno árabe que es más que centenario. Te lo contamos en España Directo

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España Directo - La última cantarera de Mota del Cuervo

Los cántaros se alinean en la nave de Claudia. Forman una manta angulosa, repleta de luces y sombras. Todavía conservan la ceniza de la última hornada. Claudia Guerrero, a sus 72 años, sigue con las manos ágiles en un barro que “tiene muy buen sobe”. La última cantarera de Mota del Cuervo (Cuenca) aprendió el oficio de su madre, “como se hacía normalmente”, pero ya no hay otra generación. “La cantarería aquí ya está perdida. Me da pena, sí, me da pena”. Lo dice con resignación.

A pesar de la edad, Claudia no ha cerrado su taller. “Arreglo la casa y enseguida me vengo. Siempre estoy aquí metida, es mi recreo. El barro se va a retirar de mí, no yo de él. Cuando ya no pueda hacer cosas tendré que dejarlo”. Lo cuenta mientras aboca una cántara. Cada pieza lleva su marca, tres puntitos bajo el asa: “Antaño cocíamos tres o cuatro cantareras en el mismo horno y, claro, teníamos que llevar las piezas señaladas, aunque las reconocíamos perfectamente con solo mirarlas”.

Un molino en Mota del Cuervo
Un molino en Mota del Cuervo

Un molino en Mota del Cuervo Laura García Rojas

El empuje de una profesión que se termina

De sus tres hijos, solo Alfonso, de 39 años, sigue vinculado de alguna manera a la cantarería. “Antaño la mujer era la que elaboraba y el hombre el que vendía. Cargaba los animales y se iba por los pueblos”. Ahora Alfonso es, sobre todo, la fuerza bruta y el empuje de una profesión que se termina.

Se dedica a cargar el remolque con todas las piezas que Claudia ha elaborado durante los últimos tres años. Las lleva, en varios viajes, al único horno árabe –de los siete que hubo a principios del siglo XX- que sigue en funcionamiento. La operación se llama enhornar. “Vamos a meter muchos picos. Cada pico son 100 piezas. Por lo menos de a cuatro he metido un pico, de las pequeñas por lo menos cinco o seis…” Calcula, a ojo de buen cubero, que en esta hornada cocerá más de 700 piezas.

Los cántaros de Claudia en el horno árabe
Los cántaros de Claudia en el horno árabe

Los cántaros de Claudia en el horno árabe Laura García Rojas

En llenar el horno tardan más de un día. Primero, por una puerta lateral que después sellarán. Y terminan por arriba, desde las alturas. Hay que hacerlo con mucho cuidado. “Colocamos las piezas para calzar lo que tenemos en el aire. Es como un Tetris”, explica Alfonso. Le ayuda Rubén, un joven de Mota que es la última esperanza de la cantarería. “Intento hacer piezas en mis ratos libres. Al final son oficios artesanos que, cuando no tienen su uso ya… Los cántaros eran para el agua y desde que la gente tiene agua corriente…” Tanto fue el cántaro a la fuente que, al final, se rompió. Se sabe que a mediados del siglo XVIII había 56 alfareras en Mota, más de 220 vecinos vivían de la cantarería.

Claudia espera en la boca del horno. “Aquí tenemos llorones y tiestos, allí al final”, señala con la mano. Las piezas forran la pared del horno y están cubiertas con tejas “para protegerlas del fuego”. En la puerta del horno espera un camión repleto de sarmientos, unas 700 gavillas. “Las cinco primeras horas de cocción son lentas, para que el cambio de temperatura del barro sea progresivo. En total necesita unas 12 horas”, cuenta Alfonso.

Se cuece a fuego lento, como casi todas las tradiciones. Quizá sea la última vez que este horno árabe crepite. Quizá.