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Siria después del Asad: entre la reconstrucción y los fantasmas del pasado

  • La rehabilitación internacional es el gran éxito de Al Sharaa, aunque los conflictos sectarios amenazan la estabilidad social
  • La reconstrucción costará 216.000 millones de dólares, según el Banco Mundial
Siria, un año después de la caída de Al-Asad
GONZALO CARETTI ORIA

Subió al atril de la Asamblea General de Naciones Unidas con un traje de raya diplomática, corbata roja, un pulcro peinado y una barba bien cuidada. Y desde allí. el actual presidente de Siria, Ahmed Al Sharaa, dio su discurso con un semblante sereno y un talante moderado. Pocos encontrarían en ese hombre a Abu Mohamed al Golani, el líder de Jabhat Al Nusrat, la rama siria Al Qaeda, uno de los yihadistas más buscados durante muchos años.

Al Sharaa -hoy presidente de Siria- aseguró que el país está en la senda de profundas transformaciones después de un año de la huida de Al Asad. "Desde el mismo momento en que cayó el régimen anterior, establecimos una política estratégica clara construida sobre tres pilares: diplomacia equilibrada, seguridad y estabilidad, y desarrollo económico", señaló. "Establecimos un nuevo Estado, construyendo instituciones y leyes que garanticen los derechos de todos sin excepción".

Lo cierto es que, un año después, su Gobierno ha conseguido algunos logros, sobre todo ante la comunidad internacional. Tanto Estados Unidos, como la ONU y otros países occidentales han levantado sanciones sobre Siria. Al Sharaa ha visitado el Kremlin y el Despacho Oval, convirtiéndose en el primer presidente sirio en hacerlo. En otras palabras, Siria ha dejado de ser un Estado paria. Pero en el ámbito doméstico, la euforia inicial se ha visto empañada.

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Conflicto étnicos y sectarios

Cumplido ya el año de su Gobierno, Naciones Unidas hace un balance ambivalente. Desde la oficina de Derechos Humanos reconocen que las nuevas autoridades han dado pasos esperanzadores, como el establecimiento de comisiones nacionales de justicia transicional y de personas desaparecidas o la celebración de unas precarias elecciones para elegir un Parlamento. Pero también, dicen, hay destacadas sombras. "Continuamos recibiendo preocupantes denuncias de ejecuciones sumarias, asesinatos y abducciones de carácter arbitrario, a menudo dirigidos contra miembros de determinadas comunidades acusadas de afinidad con el antiguo gobierno", señalaba su portavoz, Thameen Al Kheetan.

Y es que los ataques contra la comunidad alawí, la minoría chií a la que pertenecía Bachar Al Asad, a principios de año han rescatado uno de los mayores miedos desde que tomaron el poder: el temor a los conflictos sectarios. En marzo, hombres armados, muchos afiliados a Hayat Tahrir Al Sham, la organización yihadista a la que pertenece Ahmed al Sharaa, llevaron a cabo ataques selectivos en más de 30 municipios alawíes y dejando cientos de muertos.

Ese fue el ataque sectario más significativo, pero otros brotes de violencia – como los registrados en verano en la localidad drusa de Suweida que dejaron 1.200 muertos y miles de desplazados- también han despertado las alarmas. Estos episodios reabren las viejas heridas y hacen que algunos recuerden el origen yihadista del presidente o, al menos, que duden de su capacidad para controlar a los sectores más extremos de su formación o de una parte de las fuerzas armadas abiertamente indisciplinadas.

Las sospechas también recaen sobre su formación política, Hayat Tahrir Al Sham, ya que, a fin de cuentas, su genealogía conduce a la rama siria de Al Qaeda. La violencia sectaria y étnica ha sembrado la desconfianza de muchos en las promesas de reconciliación para una nueva Siria.

La inmensa tarea de la reconstrucción

Y esa nueva Siria tiene por delante una tarea inmensa: la reconstrucción económica y material. Según un reciente informe del Banco Mundial, la guerra implicó una caída del 53% del PIB de Siria entre 2010 y 2022. Del total de la destrucción, las infraestructuras de agua potable, la electricidad, hospitales o transporte representan el 48% de los daños totales. A ellos les siguen otras estructuras básicas, como los edificios residenciales y los no residenciales. La cifra que se estima como necesaria para la reconstrucción es inmensa: 216.000 millones de dólares.

Esa reconstrucción es la prioridad actual del Gobierno de Al Sharaa, pero es una tarea inmensa. Según el BM, los costos de ella serán diez veces superiores al PIB proyectado de Siria para 2024. El Gobierno de Damasco ya ha firmado varios acuerdos de inversión con varios países de la región, entre ellos, las petromonarquías del Golfo, como Arabia Saudita y Catar, o países vecinos como Turquía. Pero el horizonte parece lejano, y las tensiones internas podrían ralentizar esas reconstrucciones.

A ello se une el gran coste humano tras 14 años de guerra: entre 300.000 y 470.000 personas murieron en el conflicto, más de 6 millones huyeron a otros países y hubo 11 millones de desplazados. La guerra ha desestructurado al país en términos sociales y humanos y, actualmente, el 90% de la población siria sigue viviendo bajo el umbral de la pobreza.

La caída del régimen de Al Asad abrió una ventana de esperanza para muchos. Según ACNUR, entre diciembre de 2024 y junio de 2025 más de un millón de sirios refugiados ya habían regresado al país, pero muchos vuelven a lugares devastados. Un año después, la euforia inicial por deshacerse de una dictadura que duró décadas ha dado paso a una visión con algo más de escépticismo. Porque la reconstrucción se antoja larga y difícil, los fantasmas del pasado no han desaparecido e, incluso, vuelven a irrumpir, y las amenazas internas y externas - la más reciente quizá sea Israel- suponen un continuo desafío a la frágil e inestable transición siria.