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Ahmed al Sharaa: de comandante yihadista al primer presidente de Siria que viaja a la Casa Blanca en décadas

  • Su visita se centra en el levantamiento de las sanciones a Siria, la reconstrucción del país y la cooperación antiterrorista
  • Trump busca en Al Sharaa un aliado en una región tradicionalmente influenciada por Rusia o Irán
Ahmed al Sharaa: de comandante yihadista al primer presidente de Siria que viaja a la Casa Blanca en décadas

Ahmed al Sharaa, antiguo comandante rebelde y hoy primer presidente interino de Siria, ha llegado a Washington con la relevancia de quien porta una historia hace un año imposible: pasar de ser el rostro más buscado de Oriente Medio a convertirse en el interlocutor legítimo de Occidente. Su encuentro este lunes con Donald Trump, el primer presidente estadounidense que recibe en la Casa Blanca a un homólogo sirio en casi 80 años, es más que un gesto diplomático.

Representa la apuesta más arriesgada de la Administración norteamericana en su intento de cerrar el capítulo más sangriento de la guerra siria y hacerlo en un escenario cargado de simbolismo: el blanqueamiento oficial de un líder problemático a cambio de la metamorfosis política de un país que, durante más de medio siglo, solo conoció un apellido en el poder, el de la familia Al Asad.

Trump y Al Sharaa han mantenido un encuentro discreto, sin cámaras ni rueda de prensa dentro del despacho oval, e incluso el sirio ha sido recibido por la puerta de atrás de la Casa Blanca, sin la pompa habitual de este tipo de citas. Ambos mandatarios han discutido el "fortalecimiento de las relaciones y asuntos regionales", según ha informado la Presidencia siria, y a la espera de que haya reacciones por parte del gobierno estadounidense. A la reunión también asistieron los ministros de Relaciones Exteriores de ambos países.

En la agenda han destacado tres temas: el alivio de las sanciones impuestas sobre Siria, la posible incorporación de Damasco a la coalición internacional contra el Estado Islámico y un plan de reconstrucción del país cuyo coste, estimado por el Banco Mundial en al menos 200.000 millones de dólares, podría estar financiado por empresas occidentales.

Como gesto de buena voluntad antes de este encuentro histórico, Estados Unidos levantó formalmente el pasado viernes las sanciones que pesaban sobre Ahmed al Sharaa por formar parte de su lista negra de "terroristas globales especialmente designados". La medida, anunciada por el Departamento del Tesoro, fue ampliamente esperada y se produjo un día después de que Washington impulsara una votación similar a favor de Al Sharaa y de su ministro del Interior, Anas Khattab, en el Consejo de Seguridad de la ONU. Ambos ya habían sido objeto de sanciones financieras por supuestos vínculos con el Estado Islámico y Al Qaeda.

Además, en mayo, tanto EE.UU. como la Unión Europea eliminaron las sanciones económicas que pesaban contra Siria, después del derrocamiento de la dinastía Asad. De hecho, al día siguiente de que la administración Trump anunciara tal medida, el mandatario estadounidense se reunió en Riad con el nuevo presidente sirio, que estaba de gira por Oriente Medio para escenificar el cambio de rumbo del país y su inclusión en la escena internacional.

Por su parte, el presidente interino de Siria promovió la semana pasada una macrooperación policial en todo el territorio sirio contra varias células supuestamente pertenecientes al Estado Islámico (EI) que se saldó con la detención de al menos 71 presuntos miembros de la organización yihadista, según rezaba un comunicado emitido desde su ministerio del Interior. Además, el actual Ejército lleva meses integrando en sus filas a antiguos militares de las fuerzas del derrocado presidente Bashar al Asad, que habían desertado tras las protestas antigubernamentales de 2011.

Unas medidas encaminadas a presentar la imagen más conciliadora y moderada del gobierno interino de la República Siria en un guiño que la acerque a las potencias occidentales, cuyos representantes, incluido el presidente español, Pedro Sánchez, ya han mantenido diversos encuentros bilaterales con el homólogo sirio.

De niño callado a "hombre fuerte" de Siria

Nacido en Riad en 1982 como hijo de una familia desplazada en lo que hoy son los Altos del Golán, territorio sirio ocupado por Israel en 1967, Ahmed Al Sharaa creció entre la nostalgia del exilio, la sobriedad de una clase media acosada por la crisis económica y la dictadura de los Assad.

En el entorno familiar, comandado por un padre funcionario en el gobierno baazista de los Assad, prevalecía la disciplina, aunque Ahmed pronto se diferenció de sus seis hermanos (cuatro varones y dos mujeres) por su religiosidad tranquila y su carácter serio, lo que fue reconocido por familiares y amigos a servicios de inteligencia nacionales y extranjeros, quienes durante años no supieron quién era realmente ese hombre discreto, que quiso pasar desapercibido pero que terminaría convirtiéndose en el hombre más poderoso de Siria.

El paso a la edad adulta estuvo marcado por la convulsión regional: la Segunda Intifada palestina había comenzado, los atentados del 11 de septiembre ya habían conmocionado al mundo, también la posterior invasión de Irak y los nuevos radicalismos emergían en Oriente Próximo. Acontecimientos que provocaron el despertar político, sobre todo en Siria, de jóvenes como Al Sharaa quien, junto a otros muchachos idealistas e inquietos de la región, ansiaban encontrar una causa por la que luchar.

Influenciado por predicadores radicales y compañeros de mezquita, a los 20 años Ahmed terminaría abandonando sus estudios en la universidad para unirse, en secreto, a la insurgencia iraquí contra EE.UU. La experiencia en el frente, el aprendizaje en las cárceles de Abu Ghraib y Camp Bucca y la posterior fundación del Frente al Nusra - la rama siria de Al Qaeda - que lideró, marcaron un tránsito que le permitió tejer alianzas y rivalidades dentro del universo yihadista.

Su nombre de guerra, Abu Mohamad al Jolani, se haría temido y, por mucho tiempo, estaría envuelto en el misterio. De hecho, los servicios sirios no conocieron su identidad hasta 2016, cuando, ante la presión internacional y las fracturas internas entre las organizaciones radicales Al Qaeda y Al Nusra, que Al Sharaa terminaría refundando como Hayat Tahir al - Sham (HTS), decidieron mostrar públicamente el rostro del islamista.

Quienes compartieron infancia o militancia con el antiguo comandante coinciden en señalar su mezcla de cálculo meticuloso, capacidad de escucha y dureza extrema ante la incertidumbre. Un estratega con temple para el anonimato y la adaptabilidad, capaz de alternar el rigor militar y el carisma político o un líder que también puede ser despiadado, según le han definido distintos analistas internacionales.

Los retos de una Siria bajo su mandato

Bajo su mando, el asalto final a Damasco, en diciembre de 2024, se produjo casi sin resistencia: el régimen había colapsado, la ciudad estaba extenuada y miles de familias hacían las maletas ante la llegada de la nueva Siria. Al-Sharaa se estrenó en la capital orando ante las cámaras o visitando la mezquita de los Omeyas en Damasco desde donde proclamó el nacimiento de un nuevo país, el que estaba decidido a terminar con casi 14 años de guerra.

Su liderazgo se afianzó a la par que se conocía el grado de devastación en Siria: el 80% de la población vivía por debajo del umbral de la pobreza, había millones de desplazados, las infraestructuras básicas se habían desmoronado y la sociedad civil estaba dividida a partes iguales entre el sectarismo y el trauma.

Hoy, las promesas iniciales de reconciliación se han solapado con las purgas de antiguos colaboradores, la integración parcial de las fuerzas opositoras en las filas del nuevo Ejército sirio y los gestos de reconciliación hacia las minorías, que sufrieron el peor varapalo del año el pasado mes de marzo cuando combatientes leales a Al Sharaa asesinaron a más de 1400 civiles de la minoría alauí, a la que pertenecía la familia de Bashar al Asad. Asimismo, el aparato gubernamental se sigue apoyando en una estructura vertical y centralizada, dominada por familiares de Al Sharaa o miembros de su confianza de entre las filas de Hayat Tahir al- Sham; el ritmo de transición es lento y la represión de la disidencia no ha cesado.

En ese contexto, los aliados occidentales, incluida la administración de Donald Trump, y opositores al antiguo régimen, miran con expectación la posibilidad de una reforma real. La Unión Europea evalúa reanudar relaciones diplomáticas y Washington prepara un paquete de ayuda humanitaria condicionado a “reformas verificables”. Mientras los analistas discuten si Al Sharaa será el Sadat o el Gadafi del siglo XXI, la población siria continúa esperando la normalización democrática y la reconstrucción material de un país que, un año después de la llegada del nuevo presidente de la República Árabe Siria, sigue devastado.