Volver y reconstruir Siria: entre la celebración y el duelo por asimilar más de una década de pérdida
- Este domingo se cumplen seis meses de la caída de la dinastía Al Asad y el país tiene un Gobierno transitorio
- Salam y Jobb han vuelto a Siria tras una década de exilio en Europa por la guerra civil
Es difícil explicar la emoción de un retorno soñado. Cruzar una frontera sin guerra y volver al jardín de la infancia era impensable para Salam Doudieh Alabed, una mujer siria de 37 años que desde el 2011 vive en Madrid. "Sentía que Siria me daba la bienvenida y me decía 'este es tu lugar'", cuenta. Salam se mudó a España cuando brotó la Primavera Árabe que puso en pausa la vida de los sirios hasta que hace seis meses, el 8 de diciembre de 2024, cayó la dinastía Al Asad. Una ofensiva relámpago de 11 días por parte los insurgentes, liderados la Organización para la Liberación del Levante (HTS), arrebató la capital a Bachar al Asad, que ese mismo día salió en avión pidiendo auxilio a Rusia. Su país ha entrado en un proceso de transición tras años de dictadura. El presidente interino, Ahmed al Sharaa, ha formado un gabinete de transición de cinco años y después está previsto que el país celebre elecciones con una nueva Constitución.
Salam pudo volver a pisar la tierra que la vio nacer en abril. "Al principio no me lo creía y me costaba hacerme a la idea de que todo había cambiado", dice Salam con una sonrisa. Al llegar, enseguida comenzó a estresarse con controles y checkpoints con agentes de seguridad. La primera semana la dedicó a asimilar lo que sus ojos veían: la destrucción gobernaba la arquitectura de ciudades y barrios. Se quedó en el barrio Bab Sharqui, donde estudió Pedagogía de la Administración en la universidad. Reconoció el bar donde solía salir con los amigos, las tiendas donde compraba y las calles donde pasó "los años más felices" de su vida.
Un día se armó de fuerza y volvió a las calles de Yarmouk, a las afueras de la capital, el campo de refugiados que albergó al mayor número de refugiados palestinos del mundo. "Estaba completamente arrasado", recuerda, mientras gesticula con las manos para describir la magnitud de la destrucción. Llegó a su calle y todo el edificio se había derrumbado. "No era mi casa, eran tres paredes quemadas. El piso de arriba ya no existe", dice con tristeza.
Salam Doudieh Alabed posando en su casa en Yarmouk destruida por la guerra. Imágen cedida por Salam Doudieh Alabed
Pero durante aquellos días conectó con la noria de los recuerdos de su infancia, con la historia y la memoria de su familia. "Al menos nos quedaban algunas paredes", se consuela. Se reunió con vecinos, hizo copias de las nuevas llaves del candado del edificio. "Hubo un acto de venganza contra el barrio. No solo para destruirlo y parar la revolución, sino para que los palestinos no vuelvan. Por eso vi mi regreso a casa como una victoria", confiesa. "Yarmouk necesita mucho apoyo, yo quiero ayudar y tengo muchas ideas. No duermo por la noche pensando en cómo podemos hacerlo", dice sonriendo.
"Me ha impresionado la capacidad de destrozarlo todo"
Su padre es palestino y su madre siria, pero Salam no tuvo muy clara su identidad hasta la revolución. "De pequeña me sentía palestina, nací en un lugar que parece Palestina dentro de Siria, pero en el comienzo de la revolución despertó mi parte siria, pertenecía a este lugar que reclamaba libertad", aclara. Estaba convencida de que podía conquistar el derecho a que se la reconociese como siria "porque las mujeres en los países árabes no dan la nacionalidad a sus hijos". Salió en 2011 a España porque se casó con un español y sus padres la animaron al exilio, a ella la siguieron los suyos. Después de 25 días en Siria se ve allí en el futuro: "Quiero volver en septiembre y quiero volver a mi país".
Caminar entre escombros, basura y contaminación fue un shock. "Me ha impresionado mucho la capacidad que tiene el ser humano de destrozarlo todo", describe. "La gente vive más aliviada por la seguridad, pero muy preocupada por la economía. Hay muchas contradicciones entre las personas que volvemos de fuera y la gente que vivió toda la guerra. Están muy quemados", matiza Salam.
De hecho, en estos seis meses sus caminos se cruzan. Desde el exilio, muchos quieren volver, pero otros tantos quieren marcharse de Siria. Les queda mucho por construir y sanar. Lo más urgente, coinciden, es restablecer el suministro eléctrico, el gas y el agua potable. Salam estaba cuando se anunció el levantamiento de las sanciones. Todos lo celebran siendo conscientes de que todo será más fácil si la economía resucita, porque el 90% de la población vive bajo el umbral de la pobreza.
"Ojalá podamos aliviar tanto dolor"
Amjed Hamoud, abogado y observador de derechos humanos, vive en Damasco. El 16 de diciembre volvió a Siria y se quedó para aportar en la reconstrucción. "Tenemos mucho que hacer", dice. En 2012 fue detenido y encarcelado durante más de un mes por participar en manifestaciones contra el régimen. Al salir de prisión se fue al Líbano, de allí a Turquía, después cruzó por mar a Grecia y emprendió la ruta de los Balcanes hasta llegar a Alemania.
En Berlín siguió sus estudios en Derecho Internacional Público y se ha especializado en la investigación de crímenes de guerra. "Después de todo lo que ha vivido el pueblo sirio, la memoria y reparación son necesarios. Ojalá podamos aliviar tanto dolor", señala. Tiene claro que quiere quedarse en su país. En estos momentos trabaja para el Centro Sirio de Estudios e Investigación Jurídica y se pasa los días con otros abogados, haciendo formaciones y entrevistando a familiares de víctimas. "Los expedientes de los familiares de desaparecidos son los más complejos. Son los que más sufren. Nunca sabremos toda la verdad ni se hará justicia. El tiempo ha destruido pruebas e información", denuncia.
"Era un sueño que nos tratasen como ciudadanos. La caída del régimen es realmente importante para nosotros", explica. No podrá olvidar los rostros desesperanzados de la gente cuando llegó a Damasco. "Veía sus ojos secos y cansados. La gente ha quedado traumatizada por el horror", recuerda. Amnistía Internacional ha denunciado que la cárcel de Sednaya era "un matadero humano" y ha estimado en 30.000 los presos ejecutados o muertos por torturas, hambre o falta de atención médica entre 2011 y 2018. De hecho, la Asociación de Presos y Desaparecidos de la Prisión de Sednaya (ADMSP) lo define como un "campo de exterminio". Los sirios, confiesa Amjad, ya no se fían de nadie. Él, como observador, estará pendiente de cualquier vulneración de derechos humanos y asegura que, igual que él, hay otros tantos jóvenes que han vuelto soñando con reconstruir una Siria "democrática".
En estos seis meses muchos proyectos han regresado después de un largo exilio y la libertad de prensa también respira aliviada tras una década negra. El 29 de enero, Enab Baladi -que en árabe significa "granos de uva de mi país"-estrenó oficina en Damasco. El medio fue fundado por periodistas ciudadanos en un intento de contar al mundo lo que estaba pasando en Siria en 2011 en Darayaa, al suroeste de la capital, ante el férreo control del régimen de todos los medios públicos y privados. "Lo que pasaba en mi ciudad estaba silenciado, éramos los únicos testigos, teníamos el idioma y podíamos escribir, así que decidimos empezar a narrar todo lo que estábamos viendo", explica Kholoud Helmi, una de sus fundadoras exiliada en Londres.
"La gente puede leer un periódico sin miedo"
"Me jugaba la vida todos los días", confiesa, consciente del peligro. Decidió ponerse manos a la obra y escribir su propia guerra hasta que en 2013 el régimen detuvo a cuatro compañeras y ella se vio forzada a marcharse. "Era peligroso y han matado a seis compañeros", denuncia. Fueron víctimas directas del fuego de artillería, pero algunos agonizaron torturados en las cárceles. Al Asad y sus aliados asesinaron a más de 181 periodistas por ejercer su trabajo, según datos de Reporteros Sin Fronteras. El 9 de diciembre de 2024, la organización calculó que había 23 periodistas encarcelados y diez desaparecidos, siete de ellos víctimas de desaparición forzada.
Una vez fuera, siguieron documentando lo que pasaba dentro del país. En 2013 despegaron y comenzaron a crecer. Lo que era una iniciativa impulsada por voluntarios se convirtió en un proyecto profesional que remunera a sus informadores. Con la caída del régimen mudaron su sede de Estambul a Damasco, cuentan con 15 personas asalariadas que han vuelto para contarlo. "Ahora ya no solo somos un medio impreso, tenemos video y pódcast", dice orgullosa.
Foto de dos periodistas del medio independiente Enab Baladi en su nueva oficina en Damasco. Imágen cedida por Enab Baladi
"Hay libertad y después de 14 años la gente puede leer un periódico sin miedo", concluye. A ella, su situación administrativa en Londres aún no le ha permitido volver a su país, pero tiene claro que lo va a hacer. "Estoy feliz porque puedo volver a un país donde, en cuanto resuelva lo que tengo aquí, tengo un lugar al que volver", dice.
"Para siempre nunca más"
Cuando la revolución termine —reeditada por Pepitas de calabaza— es el título de la novela de la escritora y doctora en comunicación hispanosiria Leila Nachatawi. El título era un mantra entre los sirios durante la revolución de 2011, y el anhelo ha pasado a ser una realidad. Leila está convencida de que, tras la caída del régimen, la protagonista de su libro, Sarah, y todos los demás personajes han vuelto a Siria para reconstruirla. "Sarah y todos los protagonistas de mi novela seguro que han regresado a Siria", dice la escritora sonriendo. "Había que volcarse en la revolución porque sin esa revolución no habría nada, no habría futuro", explica.
De la misma forma que ahora hay que volcarse con la reconstrucción, los sirios se preguntan qué sucederá ahora y cuando podrán pasar página. La población del país Mediterráneo se ve sacudida por un sentimiento contradictorio entre la celebración del fin de la guerra y el duelo por asimilar más de una década de pérdidas. Los partidarios del régimen siempre decían "Asad para siempre" y, sin embargo, ahora lo que más se escucha es "para siempre nunca más".
En el Levante árabe hay una capacidad de emprender como en muy pocos lugares. "Muchos sirios salieron por la guerra, emprendieron en países vecinos como Turquía o Líbano y ahora están volviendo a Siria", explica Nachatawi. Los jóvenes, añade, también han continuado con sus estudios fuera y ahora están dispuestos a volver para aplicar lo aprendido. "Me llegan muchas imágenes de la reconstrucción del país que van desde lo micro a lo macro", explica la escritora. Pone el ejemplo de Alepo, que fue destrozada y ahora, entre vecinos y diáspora, se reconstruye.
También denuncia que lo único que oye cuando se habla de Siria es "qué opina Erdogan, qué opina Netanyahu o qué opina Putin". Pero la escritora recuerda que Siria no es solo el Gobierno interino y denuncia la deshumanización de la población durante todos estos años. "Siria es su pueblo. Los semilleros que recuperan la agricultura, las iniciativas de desminado, los equipos de limpieza y gestión de los barrios", señala. "El pueblo sirio tiene derecho a tener diferencias y opiniones distintas. Siempre nos han dicho que, o estás con el régimen, o con el Estado Islámico. Quizás en unos años va a haber cuatro o cinco partidos políticos", dice Salam.
Y los sirios, con todas las incógnitas y desafíos, por fin han dejado de ser súbditos de un régimen tras décadas de devastación y guerra. "Más allá de cuestiones religiosas o identitarias, al final todas las personas queremos lo mismo: vivir bien y que se respeten nuestros derechos", concluye la escritora. "Hay dictaduras, sin que ninguna sea una opción recomendable nunca, que bombardean a su población con armas químicas", zanja.