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"¡Agresión al rey, dadme paso ya!": un año de la lluvia de barro sobre la comitiva real en Paiporta

  • Joan Moreno, el redactor de TVE que fue testigo de la visita de los reyes a Paiporta, recuerda los incidentes un año después
  • Una lluvia de barro recibió a la comitiva real, a Pedro Sánchez y a Carlon Mazón, entre gritos de "asesinos"
Un año del lanzamiento de barro a los reyes en Paiporta
El rey Felipe habla con vecinos afectados por la riada, durante su visita a Paiporta el 3 de noviembre de 2024 EFE/Biel Aliño
JOAN MORENO, REDACTOR DE TVE EN LA COMUNIDAD VALENCIANA

Aquel 3 de noviembre era domingo. Recuerdo un sol que calentaba a primera hora de la mañana. Una cálida sensación después de cinco días mojado, sucio y ya cansado. La disfruté durante algunos minutos de silencio en el coche de protección civil con el que iba hacia algún pueblo de la zona cero. Conmigo venían el cámara Jordi Pedrosa y la técnico Alicia Prats. Él no podía imaginar que grabaría unas imágenes únicas, ni ella, que se encargaría de hacer lo posible por enviarlas a dar la vuelta al mundo.

Nos había tocado acompañar a un convoy de voluntarios de protección civil venidos de toda España. Íbamos con alguien de algún pueblo de Cataluña. No recuerdo ya el nombre. Tenían previsto repartir comida, ropa, enseres… Por qué lo hacían y cómo lo hacían era el objetivo de nuestro reportaje para el TD del mediodía. Podíamos haber acabado en Picaña, Catarroja, Benetússer… hubiera dado igual. La misma destrucción se repetía en kilómetros a la redonda. Pero nuestro vehículo se desvió por el único camino accesible a Paiporta.

La gasolinera de Texaco era lo primero reconocible. Allí se había instalado el puesto de mando y disponían de unidades móviles de telefonía. Para nosotros eran clave: la red se iba restableciendo poco a poco en la zona, pero la cobertura para los teléfonos particulares aún era precaria y nuestra mochila, el equipo con el que enviamos las grabaciones a Madrid, y que es como un teléfono móvil muy potente, necesitaba la seguridad de aquellas antenas. Vamos, que tendríamos que volver a la gasolinera para enviar.

La carretera de acceso al pueblo se había reducido a un único carril. Cualquier residuo imaginable, más decenas de coches destrozados en los arcenes, llenaban un escenario por el que iban y venían cientos de voluntarios a pie y vehículos de emergencias. Pudimos avanzar, porque nosotros éramos de protección civil. Pero la suerte se acababa en la primera rotonda nada más llegar al casco urbano de Paiporta, la de la calle Valencia. A partir de ahí, a pie.

Todo destrozado

Ya no me sorprendía lo que había allí. A mi alrededor, no quedaba nada que recordase a un lugar civilizado de un primer piso para abajo. Todo estaba destrozado y por todas partes había todo tipo de personas haciendo toda suerte de cosas. Solo existía algo que lo unificaba todo: el color marrón del barro. Es curioso como uno se acostumbra rápido a lo excepcional después de días con el piloto automático del trabajo. No había tiempo para reflexionar.

Ya tenía en mano el micro de la tele y mientras pensaba con Jordi, Alicia, y los miembros de protección civil, hacia dónde ir y por dónde empezar, alguien nos grito: eh, los de la española, por aquí! El tipo que pretendía que le siguiéramos iba bien vestido y menos machado de barro de lo que tocaría, pero lo que más me llamó la atención fue el pin de la solapa: era el distintivo de la Casa Real.

Sabía que los reyes iban a visitar la zona aquella mañana y que les acompañarían autoridades. Hacía un par de días que se había enviado la convocatoria a todas las redacciones y algunos medios habían sacado previas. Yo no le había prestado mucha atención porque no lo iba a cubrir. Por si acaso, avisé a las jefas de Valencia. Me dijeron que había otro equipo de un magazine, pero que ya que estaba allí, sacara unos planos por si acaso. Y así empezó todo, por pura casualidad.

Lluvia de barro

Casa Real es muy estricta en las coberturas. Colocan a la prensa y deciden desde dónde grabar. Nos pusieron a todos los compañeros encima de aquella rotonda de entrada. Y nos dieron instrucciones: la comitiva real llegaría hasta unos 30 metros de allí, por la misma carretera que habíamos utilizado nosotros —la única practicable— y los reyes harían un recorrido a pie hacia la iglesia de Sant Jordi.

Creo que colocar a todos los periodistas micro en mano, cámaras y fotógrafos en aquella rotonda fue un error. Llamábamos la atención. La gente que estaba por todas partes empezó a preguntar y en pocos minutos, a gritarnos: "Hijos de puta, manipuladores, contad la verdad". No era la primera vez. A la barrancà le había seguido otro tsunami de mentiras, bulos y señalamientos a los medios, e incluso a los periodistas a nivel personal, a través de las redes sociales.

Me sorprendió la cantidad de gente relativamente joven, no más de treinta años, que se había concentrado en uno de los lados. Mucho chándal y poco barro. Los cámaras grababan y muchos de los concentrados se les encaraban. Fuimos los primeros en recibir una lluvia de barro. El ambiente era hostil. Mucho se ha especulado con que todo aquello tuvo un conato preparado. Una encerrona organizada, a sabiendas, que prendió la indignación general. Dicho por la entonces alcaldesa de Paiporta, Maribel Albalat, "había gente de fuera".

"¡Fuera, hijos de puta!"

Del Canal 24h me habían llamado ya varias veces para hacer una crónica telefónica. Nosotros no teníamos capacidad de emitir imágenes en directo. Los reyes se retrasaban y el ambiente se crispaba cada vez más, hasta que, de repente, todo empezó. Más lejos de lo previsto se abrieron varios paraguas negros que no tocaban bajo un día de sol. La lluvia era de barro y de gritos: "¡Fuera, fuera, hijos de puta!"

Todos los compañeros gráficos se lanzaron a la carrera y nosotros detrás. Y entonces, lo vi: el rey, rodeado de su equipo de seguridad, recibiendo en la cara aquellas bolas de barro. Como pude, escribí un whatsapp a la editora del 24: "¡¡AGRESIÓN AL REY, DADME PASO YA!!"

Mi móvil sonó enseguida y al otro lado no tardé en escuchar a Marta Solano dándome paso desde el plató. Empecé a narrar, consciente de que los telespectadores no veían lo que yo tenía delante. Había perdido a mi cámara pero hubiera dado igual. Él no podía emitir en directo. Así que tenía que describir la fotografía que tenía delante, como en mis tiempos de la radio. Solo los gritos de aquella multitud me servían de apoyo para que alguien que me estuviera escuchando diera credibilidad a mis palabras, porque aquello era realmente increíble.

Don Felipe estaba siendo atacado a pocos metros de mí. Era fácil verle. Su estatura le hacía destacar y también ser un blanco fácil. Los paraguas, las mochilas o las manos de su servicio de seguridad no daban abasto. Recuerdo la expresión del rey, muy seria, pero contenida. Trataba de avanzar, algún empujón, algún gesto discreto para apartarse el barro que le había llegado a la cara, la ropa manchada.

Cuerpo a cuerpo

Aquello se convirtió en un cuerpo a cuerpo. Recuerdo decir que peligraba la integridad física de don Felipe. La gente se echó encima y los servicios de seguridad y los agentes uniformados que empezaron a venir, echándose encima de la gente, evitando que alcanzaran al rey. Yo me aferré al micro de la tele. Me lo puse cerca de la boca como si fuera a hablar. Era absurdo porque ni siquiera estaba conectado, pero pensé que así era visible el logotipo de la tele y la seguridad del rey no me vería como un elemento hostil, o eso creí yo.

Mientras, con mi móvil bien sujeto, casi incrustado en la oreja para que no me saliera volando, trataba de escuchar a Marta desde el plató y con ella, intentar un relato algo coherente. Me preguntó si veía al presidente del gobierno, Pedro Sánchez. Dije que no. Apenas veía pocos metros a mi alrededor. Nunca llegué a verle. Por las imágenes que vi a posteriori, su equipo de seguridad lo había sacado de allí entre insultos y golpes a su coche, a poco de apearse. A quién sí vi fue al presidente de la Generalitat, Carlos Mazón, bien pegado al rey. Al principio de aquello, lo recuerdo bien, con una camisa azul celeste que contrastaba con el marrón dominante. Su color duraría poco. Debo decir que perdí la noción del tiempo, pero Mazón también acabó por desaparecer al poco rato.

A quién tampoco veía era a la reina. Marta también me preguntaba por ella, pero a diferencia de don Felipe, doña Letizia, de menor estatura, era difícil de ver, hasta que, de repente, en algún momento de aquella locura, me la encontré a dos pasos de mí. Iba despeinada, con la cara manchada, en aquel instante; la vi con el rostro serio y la mirada fija en los ojos de una mujer a la que sujetaba por los hombros mientras está le decía entre sollozos: "Reina, no tenemos nada". Un agente de su seguridad, junto a doña Letizia, tenía sangre en el rostro. Y en pocos minutos, él y otros escoltas se la llevaron en otra dirección.

En algún momento, Marta Solano me dijo que tenían señal en directo de lo que estaba ocurriendo. Habían logrado pinchar alguna de las pocas mochilas con conexión vía satélite que había por la zona. Me pareció ver una de Apunt, la televisión valenciana. Ese apoyo visual me dio un respiro porque Marta, desde plató, también podía comentar lo que ella estaría viendo en algún monitor del estudio.

Lanzamiento de objetos y barro durante la visita de los reyes a Paiporta

"¿A qué vienes, a hacerte la foto?"

Yo tenía que seguir al rey pero no decidía cómo. Formaba parte de una masa de gente que daba tumbos como una peonza. Me arrastraban: unos pasos a la izquierda, atrás, vuelta a empujar hacia delante. En el suelo, todo tipo de objetos y el peligro de tropezar y caer allí, en medio de aquella explosión de rabia.

Don Felipe miraba a su alrededor. La gente le gritaba cosas. Recuerdo algunas del estilo: "¿A qué vienes, a hacerte la foto?, aquí no viene nadie a ayudarnos, ¡necesitamos grúas, camiones!" El rey les escuchaba, aguantaba y trataba de dialogar. En una de las ocasiones en que pude oírle, le dijo a un grupo de chavales algo así como: "No hagáis caso de los bulos".

De aquí para allá, don Felipe señalaba a quienes destacaban entre las quejas de desesperación. Tras el gesto, su equipo de seguridad permitía que esa persona se le acercara. Eran conversaciones que duraban unos minutos. El ambiente se calmaba, pero en cuanto el rey se desplazaba, volvía la tensión. Recuerdo a alguien acercársele, levantando una pala con la mano. Fue aplacado por agentes que yo no sabía ni de donde habían salido. Y todo, en medio de imágenes surrealistas. Con uno de los empujones, me quedé literalmente a la distancia del rey que permitía un coche vuelto del revés. Veía al monarca entre las tripas reventadas del motor.

Aquello no parecía acabar nunca. Pero el paso del tiempo, del que no era consciente, iba calmando algo los ánimos. En algún momento, hubo hasta tímidos aplausos al rey. Él o alguien de su entorno debió entender que continuar con los planes era imposible. Don Felipe se dirigió hacia su coche y tuvo otro detalle. Lo tuve a pocos metros, y comprobé que no quiso meterse. Tenía la mirada pendiente de algo que sucedía frente a él. Y era doña Letizia acercándose por el otro lado. Hasta que ella no se metió en el vehículo, él tampoco. Después, aún con gritos pero sin más violencia, el coche se alejó. Recuerdo que me salió esta frase en el directo: "Así acaba esta frustrada visita a Paiporta". Y Marta, me despidió.

Por fin. Más que sangre, notaba que mi corazón bombeaba adrenalina. Y de mis ojos, debía salir la misma incredulidad que intercambié con la mirada de algún otro compañero de prensa. No hubo tiempo para más. Todos íbamos corriendo. Logré encontrarme con mi cámara Jordi, desaliñado y empapado en sudor, devorando uno de sus cigarrillos: tengo imágenes. O algo así, me dijo. Tenía LAS imágenes. Apareció Alicia casi al mismo tiempo que mi móvil entró en modo loco con un reventón de mensajes de la tele: "Abres el Telediario". Y ya rondaban las dos y había que enviar.

Caos y tensión en la visita de los reyes a Paiporta

Una jornada interminable

Fuimos hacia la Texaco lo más rápido que nos permitía el peso del equipo y nuestro cansancio. Teníamos que hacer llegar las imágenes de Jordi. Con Alicia convertida en una especie de radar andante, comprobando las rayitas de la cobertura, llegamos a una ubicación que nos permitió la conexión. Las imágenes de todo aquello, las nuestras, empezaron a difundirse.

Aquel 3 de noviembre fue interminable. Al TD1, siguió el Canal 24h por la tarde, el TD2 de las nueve y, si no recuerdo mal, un especial de La Noche en 24h con Xavier Fortes, hasta las tantas. Necesité un par de días de descanso, en silencio total en mi casa, alejado de aquella zona cero, para recuperarme un poco. Confieso que nunca he visto la grabación de aquella retransmisión. No he querido. Soy un perfeccionista y encontraría mil fallos. Y aquello solo podía salir de una manera: como se pudo.

Es la primera vez que ordeno estos recuerdos, a petición de mis compañeros de la web de RTVE, y otro sol de otoño, hoy algo más caluroso que hace un año, entra por la ventada de mi casa, en la ciudad de Valencia. Un año ya, pienso, y muchas más cosas después, que también he vivido en primera persona, me animan a reflexionar.

Es muy fácil dejarse arrastrar por la rabia, el odio y la violencia. Es incluso comprensible ante una calamidad de esta magnitud. Pero esos sentimientos, como aquella marea humana en la que estuve atrapado, creo que solo permiten dar tumbos a empujones, sin rumbo ni objetivo. No, al menos, un objetivo que sea el bien común. Tal vez, sí, un objetivo malintencionado para sacar tajada de la desgracia ajena. De eso, también hay.

Aquel 3 de noviembre, tuve frente a mí al Estado, con una forma que nos gustará más o menos, con una lentitud desesperante para el socorro inmediato, o para quienes, un año después, aún no han recibido toda la ayuda necesaria para recuperar la vida que tenían. Eso, si es que la pueden recuperar, porque quienes perdieron a un ser querido —donde más en Paiporta— creo que será imposible. Y en aquella situación, solo tuve una opción: intentar hacer un buen uso de la honestidad.

Un año después, del barro se ha pasado al fango. Todavía quedan muchas cosas por pasar y por contar. Me gustaría pensar que ya sin violencia. Es la vía lenta pero creo que la más segura, especialmente para conseguir lo que reclaman los afectados: verdad, justicia y reparación.