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Análisis

Francia: el vecino "enfermo" que puede contagiar al resto de Europa

  • El país ha tenido cuatro primeros ministros en año y medio y un Gobierno que no ha llegado a las 14 horas de vida
  • Los problemas económicos y la inestabilidad política de Francia, segunda potencia de la UE, amenazan a sus socios
Francia, el "enfermo" de Europa por la inestabilidad política
El presidente francés, Emmanuel Macron, el miércoles en el Palacio del Elíseo. REUTERS / BENOIT TESSIER

"El enfermo de Europa" es un concepto que acuñó el zar Nicolás I en el siglo XIX para referirse al declive del Imperio otomano. Desde entonces se ha usado para diversos países cuando han atravesado fuertes crisis, no sólo económicas, sino también de gobernanza. Se aplicó al Reino Unido en los años 70, más recientemente se ha usado para Italia y para Grecia, y de un tiempo a esta parte es la etiqueta para Francia. Francia, la locomotora política de la Unión Europea junto con Alemania.

Enferma por el récord actual de gobiernos cortos en pocos meses, inestabilidad política, y por los malos resultados económicos. Desde que el presidente Macron disolvió el Parlamento en junio del año pasado Francia ha tenido cuatro primeros ministros. Cuatro en menos de año y medio: Gabriel Attal, Michel Barnier, François Bayrou y Sébastien Lecornu.

Batiendo récords de primeros ministros y gobiernos breves

Esa sucesión de primeros ministros y gobiernos efímeros era en el último medio siglo europeo cosa de Italia, y más recientemente, del Reino Unido, que en 2022 tuvo tres, los de Boris Johnson, Liz Truss y Rishi Sunak. Los 49 días de Liz Truss, que tanto humor provocaron con lo de que había durado menos que una lechuga, se quedan en nada ante las apenas cuatro semanas, 27 días, de Sébastien Lecornu y su Gobierno de menos de 14 horas.

Según el periódico Le Figaro, un tercio de este último año y medio, 168 días, más de cinco meses, el Gobierno ha estado en funciones porque ha estado pendiente de aprobación por el Parlamento o saliente. El último, el que nombró el primer ministro Sébastien Lecornu esta semana, apenas pasó de la media jornada. Supera en brevedad al Gobierno lituano que duró sólo tres días, a uno belga que no pasó de los siete, y a uno de Giulio Andreotti en Italia que aguantó nueve días. Francia ha pulverizado las marcas, 13 horas y pico. Visto y no visto. Y este fin de semana, a por el quinto primer ministro en 13 meses, que de hecho, por obra y gracia del presidente Macron, es el mismo que el cuarto. El viernes por la noche se ha anunciado que el presidente de la república ha vuelto a encargarle a Sébastien Lecoru el brevíssmo que forme, de nuevo, gobierno. El afectado, Lecornu, ha dicho que acepta por sentido del deber. El mensaje a derecha e izquierda de Macron en la noche del viernes al sábado se puede resumir en un verso de Joaquín Sabina, que durará "lo que duran dos peces de hielo en un whiskhy on the rocks".

Hasta ahora cada nuevo Gobierno, cada nuevo primer ministro que nombra el presidente Macron, dura menos que el anterior. Una inestabilidad política creciente que hace que cada vez más voces pidan la dimisión del jefe de Estado, Emmanuel Macron, y el adelanto de las elecciones presidenciales.

¿Por qué duran tan poco estos últimos gobiernos? Por el tiro que le salió por la culata a Macron el año pasado. El presidente de la República adelantó las elecciones legislativas como reacción inmediata al varapalo que se había llevado en las europeas. Apostó a que el electorado se habría asustado por los buenos resultados de la extrema derecha de Marine le Pen y le darían a él la mayoría. Error. No fue así, el partido más votado fue el de Le Pen y de las urnas salió un Parlamento, la Asamblea Nacional, partida en tres fuerzas más o menos iguales, sin mayoría para nadie. Así no hay quien apruebe la gestión de un Gobierno.

Teniendo en cuenta la idiosincrasia francesa, sobre todo de sus gobernantes, es comprensible que desde fuera más de uno se regocije con los achaques de Francia, pero hay que tomarlo en serio porque no es un país cualquiera, lo que ocurra en él trasciende sus fronteras. Francia es uno de los seis países fundadores de la Unión Europea, la segunda potencia de la UE por población y economía, el único miembro con armamento nuclear, el único con lugar permanente, y el consiguiente derecho de veto, en el Consejo de Seguridad de la ONU. Es miembro del G7 y sus presidentes tienen todos voluntad de liderar Europa, de ser una voz que cuente tanto como la de las grandes potencias mundiales. Si Francia enferma de gravedad, la Unión Europea se contagiará.

La enfermedad

Quienes recuerden el camino al euro, la moneda única europea, recordarán el Pacto de Estabilidad y Crecimiento por el cual se fijaban unos parámetros presupuestarios que los Estados debían cumplir para poder fundir sus divisas en una sola. El máximo de referencia para el déficit público se fijó en el 3% del PIB, y para la deuda pública, un 60% del PIB.

Francia tiene un déficit público del 5,4% y una deuda del 114%. Lejos, muy lejos de los topes fijados. Según los últimos datos de Eurostat, Francia es el tercer país más endeudado de la Unión. Por comparar, España está en el quinto lugar con un 101,8%. En conjunto todos los países de la UE, y del euro, suspenden con una deuda europea media del 81% y de 87,4% en la zona euro. Mayor disciplina tiene el conjunto de la Unión y de la zona euro con respecto al déficit público, que está en estos momentos una décima por debajo del tope, una media de 2,9%. Un éxito presupuestario de media que hace aún más estridente la cifra de Francia: 5,6%. Francia tiene el mayor déficit público de la Unión Europa, junto con Chipre. España, en cambio, es un alumno excelente, por debajo del límite y de la media europea, un 2,7%.

Antes de la dimisión del primer ministro Sébastien Lecornu, "la inestabilidad política ya le había costado a Francia 0,3 puntos de crecimiento económico en 2025", publicaba esta semana el periódico Le Monde. Según las fuentes consultadas por el diario, esa ralentización de la economía francesa se debe a un "enfriamiento" en las economías domésticas y en las empresas, "por temor a una subida de impuestos o una reducción en los subsidios públicos, los primeros dudan en consumir y los segundos en invertir".

¿Reformas? ¿Qué reformas?

Los defensores del rigor fiscal, los países del entorno que son alumnos aplicados, y la derecha nacional, llevan años poniendo el dedo en la llaga, Francia vive por encima de sus posibilidades o, dicho de manera más llana, los franceses están muy bien acostumbrados con sus prestaciones públicas y bienestar social, que financian a base de aumentar la deuda pública.

Sigo la política francesa desde hace más de 30 años, desde que no existían la moneda única ni sus obligaciones presupuestarias. En todos estos años la necesidad de apretarse el cinturón para cuadrar las cuentas públicas ha sido una constante en el debate político. Tan constante como infructuoso, cada vez que un presidente, y su Gobierno, ha intentado reformas del Estado del bienestar, de las coberturas sociales, ha fracasado porque los franceses han salido a la calle combativos. Ante las protestas, algunas vandálicas, los sucesivos gobiernos han dado marcha atrás. Estos días, la muy impopular reforma de las pensiones para retrasar la edad de jubilación vuelve estar sobre la mesa para retocarla y que la edad de jubilación vuelva a ser los 60 años. La reforma la retrasó a los 62 años en 2023 y a los 64 años en 2030. Quien pudiera, ¿verdad?

En los países anglosajones la caricatura del trabajador francés es un trabajador ausente, porque o está en huelga, manifestándose y quemando algo, o está de vacaciones. El del español, ya sabemos, es de comidas largas y siesta.

El think tank del Partido Popular Europeo describe Francia en estos términos: "Francia lleva desde los años 70 gastando más de lo que ingresa (...) Es el país de la UE que más gasto público tiene respecto al PIB, un 57%. Paga más que Grecia por los préstamos de los mercados financieros. Francia gasta más en intereses de la deuda que en defensa".

Una degradación paulatina, sin ningún momento crítico determinado en el que, forzados por el marco europeo, hayan tenido que imponer en Francia medidas extraordinarias a los presupuestos estatales, como sí ha ocurrido en otros países "menores".

Las comparaciones son odiosas

"Menos mal que tenemos buenas noticias [en la zona euro], Italia lo está haciendo muy bien, España y Portugal, países que creíamos iban a ser los enfermos de Europa, llevan una trayectoria de éxito en la que Francia podría inspirarse". ¡Ay! Oh là là,! Los vecinos del sur como ejemplo de gestión económica. Lo dijo esta semana el europarlamentario centrista de Luxemburgo Charles Goerens en el plató de la cadena pública francesa.

Barriendo para casa, para sus intereses de partido, la extrema derecha francesa se aprovecha del éxito del Gobierno de Giorgia Meloni. Hace un par de semanas en Italia, y en italiano, Jordan Bardella, el sustituto in pectore de la líder Marine Le Pen, dijo a los seguidores de la Lega de Matteo Salvini: "En Francia la situación es grave, por una curiosa paradoja Italia es más estable de la Republica Francesa. Pero os lo digo claramente: restableceremos el orden, restituiremos el orgullo de ser franceses". Esa intervención de Bardella ilustra la situación política de Francia, a medida que aumentan la inestabilidad y la debilidad de los partidos de gobierno, crece la fuerza electoral de la extrema derecha, del Reagrupamiento Nacional de Marine Le Pen, a quien de la derecha a la izquierda siguen aplicando el llamado "cordón sanitario", es decir, no pactar con ellos y pactar con quien sea para que alejarlos del poder.

Los de Le Pen son ya el primer partido de Francia en votos y el principal grupo parlamentario, esperando dar el sorpasso definitivo al veto de la derecha y la izquierda, una elección en la que los votos les den una mayoría que les permita formar gobierno, una posibilidad que a medida que corren los días y crece la inestabilidad parece más probable.

Una Francia débil debilita la Unión Europea

Cito de nuevo el eurodiputado luxemburgués Charles Goerens: "Hace unos años, esta conversación [políticos extranjeros pronunciándose sobre un país] habría sido considerado injerencia, hoy es política interna de la Unión Europea". Si a Francia le va mal, si, por ejemplo no puede pagar su deuda, repercutirá en el resto de miembros de la UE, el llamado efecto dominó, cae un país y va arrastrando al resto como fichas de dominó puestas en fila, especialmente a los países que compartimos el euro como moneda.

Desde la creación de este invento supraestatal único que es la Unión Europea, Francia y Alemania están en el centro de su misma existencia, para evitar otra guerra, y han sido quienes han tirado del carro de la Unión. Alemania viene de unos años críticos con un liderazgo y una economía a la baja tras los años de Angela Merkel; si falla Francia, el resto de socios acusaremos el golpe. En nuestras economía, interdependientes, y en nuestra política común. Y ello es especialmente delicado por el momento que vivimos, con Estados Unidos desligándose poco a poco del vínculo transatlántico y emprendiendo una guerra comercial con la imposición de aranceles; con China como potencia económica y tecnológica; y con una guerra, Ucrania, en nuestras fronteras, que la mitad este de la Unión vive en un ambiente prebélico con Rusia.

El panorama anterior aconseja una Unión Europea fuerte para hacer frente a esos retos y a esos rivales, que no quede rezagada en la carrera económica y tecnológica, y que no dependa de otros para su seguridad. Fue precisamente Macron quien puso sobre la mesa en Bruselas la necesidad de una autonomía estratégica y económica. Su liderazgo en la UE también se verá debilitado, si cunde la idea de que Francia no tiene los medios para su ambición.

A eso hay que añadir que dentro de la UE avanzan en votos los partidos que abogan por debilitar el poder del bloque europeo para devolvérselo a los Estados miembros. En el caso de Francia, es la perspectiva de que más pronto que tarde el Reagrupamiento Nacional de Le Pen rebasará su techo electoral y alcanzará el poder nacional. Una de sus bestias negras es el poder "excesivo" de la Unión Europea.

Sin haber llegado al Gobierno esa derecha nacionalista radical ya influye en él. François Bayrou, el penúltimo primer ministro francés, planteó la reducción de la aportación económica a la UE. Según el testimonio de una eurodiputada publicado por Le Monde hace tres semanas, "Bayrou me explicó que los franceses esperaban un gesto del gobierno contra Europa". El temor entre los europeístas es que cuanto más inestable política y económicamente sea Francia, más aumentará esa demanda. Y nos afectará al resto.