Primero, tercero y bachillerato: los peldaños más altos de la escalera escolar ponen a prueba a alumnos y familias
- Los cursos impares son, junto con segundo de bachillerato, los más complicados para la mayoría del alumnado
- A partir de tercero de secundaria, cuando aumenta la carga curricular, las familias reducen su implicación
Durante los próximos días, millones de estudiantes y sus familias afrontan la vuelta al cole, pero el arranque de curso no significa lo mismo en infantil que en bachillerato. Cada etapa supone un salto que algunos niños esperan con ganas y otros con cierta angustia. "Se ajustan a los cambios evolutivos, pero nuestro desarrollo no es un reloj, cada uno va a su ritmo y no siempre tiene la madurez que requieren los cursos", explica la psicopedagoga y doctora en Ciencias de la Educación por la Universidad Complutense de Madrid Coral González. A su rendimiento, añade, afectan también las circunstancias familiares, sociales y económicas que cargan la mochila con la que cada alumno vuelve a clase. Aunque no hay dos casos iguales, los profesionales de la educación detectan algunos cursos especialmente críticos.
La llegada a infantil
La mayor dificultad en la etapa infantil suele encontrarse en los tres años, cuando el niño entra por primera vez en un aula. El pequeño se separa de su familia, empieza a relacionarse y gana autonomía. Aunque, en realidad, "los papás lo sufren más que los niños," apunta Pilar Horna, coordinadora de orientación de infantil y primaria en un colegio concertado. El objetivo es que estén tranquilos y abiertos al aprendizaje y la socialización. Cuando surgen dificultades, suelen deberse a alguna patología o problemas contextuales.
En esos momentos, el vínculo más especial lo tienen con sus familias, por eso es una etapa crucial para sembrar lo que se recogerá después. "Cuando aprendes a poner límites en los primeros años, la adolescencia es mucho más fácil", cuenta Coral González. Desde que adquieren la capacidad de comunicarse, defiende la experta, es fundamental escuchar a los hijos: "No se trata de sobreproteger, sino de ponerse en su cabeza para poderles acompañar".
El cambio a primaria
El salto a primero de primaria es un terremoto para los más pequeños, que pasan de una metodología lúdica a estar más tiempo sentados con sus libros y cuadernos. Las rutinas del aula son más rígidas y tienen materias diferenciadas. "Hasta entonces todo se trabaja de forma global y con el juego. De repente, aparece la lectoescritura y el pensamiento lógico", aclara González. Laura, madre de tres niñas, vive este septiembre el paso de su hija pequeña a primaria. Confiesa que le preocupaba que el cambio fuera demasiado brusco y descolocase a la niña, aunque reconoce sentirse tranquila porque cree que "en infantil cada vez les preparan más para estos primeros pasos, así están listos para afrontarlo".
A pesar de que los cursos impares tienen fama de más complicados, Horna insiste en que cada uno tiene sus particularidades y, por ello, "es fundamental que la atención sea personalizada". Lo ideal, sostiene, es que las familias y los centros tengan una comunicación fluida, incluso aunque no haya dificultades. De esta manera, los colegios pueden conocer si hay algún factor que afecte al proceso de aprendizaje de los alumnos, como problemas de convivencia o el fallecimiento de un ser querido. "La coordinación entre el equipo de orientación, los profesores y las familias nos permite dar una respuesta ajustada a las necesidades de cada niño", explica.
Tercero: ya no aprendemos a leer, leemos para aprender
El recorrido de esta etapa es muy largo, son seis cursos que transforman a los niños en preadolescentes, pero el punto crítico llega en tercero. Ya no se trata de aprender a leer, sino de aprender a través de la lectura. "Se les exige más responsabilidad y satisfacción en las tareas. Muchos lo viven con angustia porque aún no están preparados", advierte González. Tanto en tercero como en cuarto, la grafía, la corrección ortográfica y las matemáticas se complican. "Es un punto intermedio muy exigente, ya no es solo lectoescritura básica, sino otro nivel de lógica y razonamiento", señala Mónica Casado, orientadora en un Centro de Educación Obligatoria.
El problema añadido, según Casado, es que, por ley, solo se puede repetir una vez en toda la etapa: "Algunos alumnos pasan por imperativo legal, sin los aprendizajes adquiridos. Es vital activar protocolos y medidas de atención a la diversidad para que no se queden atrás".
Preadolescentes en 1º ESO
De ser los mayores del cole a los más pequeños del instituto y de tener dos o tres profesores a una decena, cada uno con su estilo. El salto a secundaria, especialmente cuando se produce un cambio de centro, no es sencillo. "Primero de la ESO es un curso de muchísimos cambios en plena adolescencia. La organización es distinta, el espacio también y a ello se suma el desarrollo personal y psicológico", explica Casado.
Laura lo ha vivido en casa con su hija mediana. "La actitud cambia al pasar a secundaria. La relación con las amigas se vuelve muy intensa, para bien y para mal, y eso afecta al rendimiento", cuenta. A esa presión, recuerda González, se suma la vida digital: "A principios de la ESO casi todos tienen móvil y redes sociales. Empiezan a tener una vida paralela virtual. Afecta mucho la presión de grupo y los conflictos interpersonales que se nos escapan a las familias y los docentes".
Algunos centros ponen en marcha programas de transición de etapa que ayudan a dar el paso. Laura lo ha comprobado con sus dos hijas mayores. La mayor, recuerda, sufrió mucho más el cambio y "tuvo que aprender a organizarse de cero". La segunda, sin embargo, "lo ha llevado mejor" porque el centro ha trabajado para que la adaptación sea más suave. "En solo tres años se nota la diferencia", asegura.
3º ESO: crece la exigencia y disminuye la implicación familiar
Después de un primer curso de repaso de contenidos y un segundo de transición, tercero de secundaria es el gran muro. Aumentan las materias, la complejidad y llegan las primeras optativas, que implican también más cambios de compañeros. "Es el curso con mayor carga y, justo cuando más acompañamiento necesitan, las familias tienden a desvincularse", alerta Casado. Aunque su implicación disminuye respecto a primaria, todavía es clave para acompañar, supervisar y negociar. "El papel de las familias es complicadísimo, no tienen la formación de los profesionales y se enfrentan a la mayor responsabilidad de su vida", asegura González. La pedagoga recomienda escuchar, poner límites y mantener rutinas claras.
Para Casado, buena parte de la culpa de perder la relación con los centros está en casa. González, sin embargo, matiza que secundaria y bachillerato tampoco lo ponen fácil. En gran medida, se debe a la carga lectiva, la falta de tiempo y los cambios de profesores, explica, pero el resultado es que "el tutor hace lo que puede y se centra en apagar fuegos, en los más problemáticos, en lugar de generar vínculos". Ambas coinciden en que queda un largo camino por recorrer en esa relación familia-escuela.
"Los hijos todavía necesitan a sus padres. No maduran de golpe", recuerda la orientadora. Al mismo tiempo, deben ganar autonomía progresivamente. "No les podemos resolver la papeleta siempre. No es normal que después tengan ir los padres incluso a hacer la matrícula a la universidad", reprocha González.
Preparar la PAU, el sprint final
Si hay un curso temido por los estudiantes y sus familias, ese es segundo de bachillerato. En septiembre, comienza una carrera contrarreloj que termina a principios de junio con la Prueba de Acceso a la Universidad (PAU). Es un año especialmente estresante, señalan las expertas, por la escasez de tiempo para asimilar tanta carga curricular. Marga recuerda con angustia la experiencia de su hijo el año pasado y la tensión que transmitía en casa. "Siempre ha ido bien en los estudios y no bajó las notas, pero ya no estaba relajado. Era otro", cuenta. De pronto, los adolescentes están más irascibles y les desborda la presión: "Daba mucha pena verle tan angustiado, con la sensación de no llegar a tiempo a nada. Como madre se te rompe el corazón".
Al estrés académico se suman las dudas sobre el futuro. La dificultad es mayor cuando el alumno cursa bachillerato únicamente por decisión de sus padres, explica Mónica Casado. "Las familias pueden transmitir sus preferencias, pero no obligar. Hay que romper con la visión negativa de la Formación Profesional (FP). No es un fracaso, es una alternativa igual de válida", defiende. González, por su parte, pone el foco en el sistema. "Los centros también se sienten evaluados por la PAU, es un modelo controlador que genera presión a todos los niveles", apunta. Sin embargo, el instituto a menudo es más duro que la propia PAU, coincide Casado, "porque los profesores, con la mejor intención, exigen más de la cuenta para evitar sustos el día del examen y no son conscientes de la carga emocional".