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El servicio exterior más difícil: los diplomáticos de la Guerra Civil fieles a la República

  • El ministro de Exteriores, José Manuel Albares, ha descubierto una placa conmemorativa en la plaza del Marqués de Salamanca
  • El hermano de Federico García Lorca o "el ángel de Budapest" se encuentran entre los nombres conmemorados
Placa en homenaje a los diplomáticos que permanecieron leales a la democracia frente a la dictadura franquista
Placa en homenaje a los diplomáticos que permanecieron leales a la democracia frente a la dictadura franquista Ministerio de Asuntos Exteriores
ANGELA RODICIO

El ministro de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación, José Manuel Albares, ha descubierto una placa conmemorativa muy especial en la sede de la Plaza del Marqués de Salamanca en Madrid. Cuarenta y cinco nombres de diplomáticos que en 1936 permanecieron en sus puestos de la red de consulados y embajadas españolas por el mundo, fieles a los resultados salidos de las urnas con la II República. Tras el golpe de Estado de Franco, esos funcionarios, cuyos nombres han sido grabados en bajo relieve con sombras negras, se empeñaron, durante un trienio clave en la historia de España, de Europa, y del mundo, en defender la legitimidad democrática de un país en armas.

En realidad, la Segunda República formó una promoción de diplomáticos. Entre ellos, como recoge Miguel Caballero, se hallaban el hermano de Federico García Lorca, Francisco, destinado en Egipto, o Ángel Sanz Briz, más tarde conocido como el Ángel de Budapest, cuando, en la Segunda Guerra Mundial, consiguió salvar a 5.000 judíos con sus salvoconductos expedidos en la sede de su embajada en Pest.

En el acto homenaje han estado presentes algunos descendientes de estos diplomáticos, como Ainoa Careaga, familiar de Fernando Careaga Echevarría, diplomática también destinada en Marruecos. También el historiador, economista y diplomático Ángel Viñas, especializado en la guerra civil española y el franquismo. Ha estado con el Fondo Monetario Internacional y la Unión Europea, y ha investigado para elaborar esa lista de 45 nombres que desgranará en su próximo libro. El leitmotiv de Viñas es que el destino de la República, y de España, se decidía no sólo en los campos de batalla, sino en las cancillerías de la mayor parte de los países europeos y americanos.

Si hay algún caso que puede servir de compendio de todos los demás es el del diplomático Pablo de Azcárate, cuyos libros, Mi embajada en Londres durante la Guerra Civil Española, y Misión en Palestina. Nacimiento del Estado de Israel, siguen siendo fuentes históricas de primer orden.

"Sangre, sangre…"

En el primero, Azcárate escribe sobre Winston Churchill: "El incidente que se produjo a los pocos días de mi llegada a Londres, cuando, al final de uno de los innumerables banquetes a los que tiene que asistir un embajador en Inglaterra, lord Cecil of Chelwood, a quien me unían lazos de respetuosa amistad creados en la Sociedad de Naciones, intentó presentarme a Winston Churchill; al oír que se trataba del embajador de España, rojo de ira y sin estrechar la mano que yo instintivamente le tendía, Churchill declaró que no quería tener relación alguna conmigo y se alejó murmurando entre dientes: sangre, sangre…".

Churchill pasaba por alto toda la que él había provocado con sus fronteras imposibles para los nuevos países de Oriente Medio. O el intercambio epistolar en el que entonces estaba empeñado con el mismo Benito Mussolini.

El Acuerdo de No Intervención franco-británico en la contienda española de 1936 a 1939 dejaba la primacía militar absoluta en el aluvión de armas y ayudas al bando franquista por parte de Alemania e Italia. El mensaje del ministro de propaganda de Hitler, Joseph Goebbels, de que la República tenía detrás al régimen soviético bolchevique, parecía haber calado.

Y contra eso tuvo que luchar el embajador Azcárate en Londres. Adonde había llegado desde Ginebra y la Sociedad de Naciones, de la que era 'número dos', con grandes probabilidades de hacerse con su liderazgo. Su "quijotada" le llevó a intentar explicar hasta la saciedad y comprometiendo al Gobierno de Madrid por escrito, dando garantías de que Moscú era la última carta en un enfrentamiento desigual y dramático.

"A los pocos días, –escribe- el 30 de diciembre de 1938, publicó Churchill en el Morning Post un artículo en el que a vuelta de eufemismos y tergiversaciones para mantener una apariencia de imparcialidad, se limitaba a un frívolo y banal llamamiento para que unos y otros, como buenos españoles, aceptaran los ideales de la religión y la monarquía, que no eran incompatibles, según él, con los de democracia y libertad. Pero lo más irritante en este artículo era su empeño en mantener el fiel de la balanza entre la república y el franquismo, ignorando deliberadamente el contraste entre los objetivos de guerra enunciados por la primera, a saber: independencia de toda injerencia extranjera, reconciliación nacional, amnistía y plebiscito, así como la retirada unilateral, bajo control de la Sociedad de Naciones, de todos los voluntarios que combatían en sus filas, y la rendición incondicional exigida por las autoridades franquistas y su negativa a aceptar el plan del Comité de Londres para la retirada de combatientes extranjeros. No obstante, este artículo representaba un cierto progreso comparado con su violenta reacción y su 'sangre, sangre, sangre', de dos años antes".

Pablo de Azcárate quiso implicar precisamente a la Sociedad de Naciones –precursora de las Naciones Unidas- ,en el conflicto español. En el peor de los momentos cuando Londres y París practicaban la "política del apaciguamiento" con Hitler. Que no impidió la II Guerra Mundial, cuando ya era demasiado tarde para España. Y cuando entre los Aliados contra el nazismo se contaba con el mismo Stalin.

El diplomático de relectura obligada se reincorporó a la Sociedad de Naciones en Ginebra y siguió sirviendo en Oriente Medio ya con las Naciones Unidas donde, parafraseando a Churchill, seguiría corriendo la sangre. Lejos de la patria aislada a la que había intentado servir desesperadamente.