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La huella de la geopolítica del Vaticano: el país más pequeño del mundo y uno de los más influyentes

La huella de la geopolítica del Vaticano: el país más pequeño del mundo y uno de los más influyentes
Juan Pablo II y el Dálai Lama, Benedicto XVI y George Bush y Francisco y Volodímir Zelenski Getty / M.REY
MARTA REY

Recorrer Ciudad del Vaticano de punta a punta lleva unos 20 minutos. Con apenas un puñado de calles, una extensión de medio kilómetro cuadrado, algo más de 800 habitantes y un Ejército meramente simbólico —cuya razón de ser es la protección del papa—, es el Estado más pequeño del mundo. Sin embargo, su influencia internacional no se corresponde con su diminuto tamaño.

Este territorio, situado en el corazón de Roma, no solo es la sede central de la Iglesia Católica y el hogar del papa, sino también un poderoso actor geopolítico. Mantiene relaciones diplomáticas con más de 180 países, posee cientos de embajadores repartidos por el mundo y cuenta con representación en la Asamblea de Naciones Unidas —su embajador es el prelado italiano Gabriele Giordano Caccia— con estatus de observador permanente.

"El Vaticano hace al catolicismo único en comparación con otras confesiones. Es una religión extremadamente centralizada y tiene una naturaleza dual, ya que la Santa Sede —el Gobierno central de la Iglesia Católica— tiene autoridad tanto religiosa como política", explica a RTVE.es el director del Observatorio Geopolítico de la Religión del Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas (IRIS), François Mabille.

La fortaleza de este pequeño Estado es "la diplomacia a nivel internacional", asegura el profesor Juan Pablo Somiedo García. "Es reconocido como uno de los países con mejor capacidad diplomática para mediar en conflictos o resolver situaciones complejas, y esa diplomacia se fundamenta en relaciones bilaterales, pero también en organismos oficiales y de manera multilateral", continúa el experto, que recuerda que el Vaticano tiene vínculos con la mayoría de países, excepto con algunas dictaduras y otros Estados de corte islámico.

Menos de 700 habitantes, millones de fieles

Aunque el poder de la Iglesia tiene siglos de historia, el Estado de la Ciudad del Vaticano tal y como lo conocemos en la actualidad nació en 1929, y desde entonces funciona como una monarquía absoluta —la última de Europa— con el papa a la cabeza. A partir de ahí, la Santa Sede se ha modernizado y ha reforzado su presencia y protagonismo en el tablero internacional. Y es que lo que diga el papa no solo importa a los pocos habitantes del país en el que ejerce como jefe de Estado, influye en los millones de católicos que hay repartidos por el mundo.

"El Vaticano es un imperio con una población de 1.400 millones de fieles y un territorio mediático transversal sobre el que ejerce su influencia a través de un arma que pocos poseen: el poder blando [que no usa la fuerza o la coerción], que consiste en la capacidad de cultivar desde Roma una visión universal de los problemas del mundo", explica a este medio el profesor de Geopolítica Vaticana en la Universidad Link de Roma, Piero Schiavazzi. "El papa es un estandarte moral, una luz moral reconocida por la mayoría de países", añade Somiedo.

La Iglesia católica es "la mayor organización de este tipo y una de las mayores y más antiguas organizaciones del mundo. Y, aunque su influencia ha ido disminuyendo, sigue siendo muy relevante", afirma el catedrático del Instituto de Relaciones Internacionales de Praga, Petr Kratochvíl. El experto subraya, además, el "papel específico del papa" en la política mundial que, asegura, "se ha ido personalizando cada vez más". Comenzó, dice, con Juan Pablo II, al que se le recuerda, entre otros motivos, por sus numerosos viajes alrededor del mundo. Visitó 129 países en 26 años.

Juan Pablo II, un papa pionero y un actor clave contra el comunismo

En 1979, el arzobispo de San Salvador, Óscar Arnulfo Romero, fue al Vaticano para reunirse con Juan Pablo II (1978-2005) a raíz de los asesinatos perpetrados por militares salvadoreños a campesinos y religiosos, entre ellos al sacerdote Octavio Ortiz. Le contó al pontífice que a Ortiz lo habían acusado de "guerrillero". "¿Y en verdad no lo era?", respondió el papa, que no le ofreció al conocido como Monseñor Romero la ayuda que buscaba. Años más tarde, en 2015, el arzobispo salvadoreño al que aquel papa ignoró —y que fue asesinado en 1980— fue beatificado durante el pontificado de Francisco.

Esta historia "refleja en parte la evolución de dos papas en cuestiones de política exterior y de relaciones internacionales", pero también habla de dos contextos históricos muy diferentes. Juan Pablo II comenzó su papado en un contexto todavía de Guerra Fría, en el que América Latina se había convertido en un escenario más de esa lucha entre Estados Unidos y la Unión Soviética. "Allí surgió la teología de la liberación [enfocada en los pobres y en la lucha contra la opresión social, económica y política] y que fue vista por EE.UU. como una posible vía de entrada del marxismo" en la región, explica Somiedo.

El polaco Karol Józef Wojtyła, recuerda Mabille, fue "el último papa de la Guerra Fría" y centró parte de su papado en "movilizar a la Santa Sede y a las iglesias locales contra la URSS". Los regímenes comunistas, afirma Kratochvíl "ya estaban en una profunda crisis a finales de los años 70 y 80", pero "el papa llegó y dijo: 'No tengáis miedo de hablar con los que se oponen al régimen' y eso fue alentador". "No fue la Iglesia católica la que derribó a la URSS, pero sí contribuyó a su manera a deslegitimarla y a luchar contra ella", asegura Mabille.

Margaret Tatcher y Juan Pablo II en 1980

Margaret Tatcher y Juan Pablo II en 1980 RTVE

De hecho, recuerda Somiedo, "siempre se habla del tridente que formaban Juan Pablo II, el presidente estadounidense [Ronald Reagan] y [la ex primera ministra de Reino Unido], Margaret Thatcher, porque los tres juntos lograron al final que el muro de Berlín cayese y acabar con el telón de acero". Con esta y otras intervenciones Juan Pablo II "dio un impulso a las relaciones internacionales y la diplomacia vaticana, porque venía prácticamente de la pura nada, y logró poner otra vez en escena al Vaticano", asegura el experto.

Mabille subraya sus intentos por "unificar la Europa del este y la del Oeste" a través de las "relaciones con la ortodoxia y el patriarca de Moscú", así como el impulso al "diálogo entre religiones" que continuó después con sus sucesores y que se cristalizó en el encuentro entre religiones organizado en Asís en 1986. "Fue el primero de los papas del Concilio Vaticano II, después del llamado aggiornamento (puesta al día), el proceso de apertura de la Iglesia al mundo moderno [...] y, de alguna manera, logró acercar la Iglesia no solo a los creyentes, sino también al mundo exterior", expone Kratochvíl.

Benedicto XVI, un teólogo con un perfil diplomático bajo

"Se cree que en el cónclave se elige un nombre, pero no es así. Los cardenales [...] hacen un programa y eligen un perfil para llevarlo a cabo", explica Somiedo. Puede ser "intraiglesia", para cuestiones dentro de la institución que necesitan transformación, o "extraeclesiales, ya sea de geopolítica u otras". Juan Pablo II había sido "muy bueno" en política exterior y en extender la influencia del Vaticano en el mundo; su sucesor, Benedicto XVI, "es un teólogo, un intelectual que apenas tuvo reflejo en el campo de las relaciones internacionales, pero al que tampoco habían elegido para eso".

El suyo, dice, fue un "papado de proceso", un nexo entre Juan Pablo II y el siguiente papa. Por ello, "cuando subió a la sede petrina y vio toda una serie de problemas que tuvo conciencia de no poder resolver, renunció". Tras un pontificado marcado, entre otras cuestiones, por diversos escándalos de pederastia en la Iglesia y el caso Vatileaks Benedicto XVI llegó a la "certeza" de que no disponía de "fuerzas para ejercer adecuadamente" su papel. Aún así, añade Somiedo, el papa alemán destacó por "la crítica al capitalismo salvaje imperante en el mundo y al relativismo moral de la sociedad".

En su doctrina, Benedicto XVI estaba mucho más cerca de su predecesor que de su sucesor, Francisco y, de hecho, durante el papado de Wojtyła el entonces cardenal Joseph Ratzinger dirigió la Congregación para la Doctrina de la Fe. "Eran casi idénticos, pero la diferencia radica en cómo presentaban sus argumentos. Juan Pablo II trabajaba muy bien con las masas, era estricto en la doctrina, pero en sus discursos era capaz de conectar con la gente. Benedicto XVI era un erudito, quería explorar las complejidades de la teología, pero no se dirigía a los fieles con un enfoque pastoral", explica Kratochvíl.

Eso le hizo cometer algunos errores; como un polémico discurso pronunciado en la universidad alemana de Ratisbona. "Muéstrame lo nuevo que trajo Mahoma y solo encontrarás cosas malas e inhumanas", dijo Benedicto XVI al parafrasear un diálogo entre un emperador bizantino y un persa. El papa acabó disculpándose, pero no pudo evitar las numerosas voces críticas que lo acusaban de vincular el islam con la violencia.

A la larga, esas palabras resonaron más que sus intentos por fomentar el diálogo interreligioso o la denuncia de la difícil situación de los cristianos perseguidos en distintos lugares del mundo. Asimismo, mientras que Francisco trazó lazos con Europa, Benedicto XVI fue muy crítico con lo que llamaba la "pérdida de identidad cristiana" en el Viejo Continente. "Condenó la evolución de la cultura europea, el debilitamiento del cristianismo e hizo un alegato constante para que Europa volviera a sus raíces cristianas", expone Mabille.

Benedicto XVI en el Bundestag

Benedicto pronuncia un discurso en el Bundestag en el que destaca las raíces cristianas de Europa (2011) Guido Bergmann/Bundesregierung /Getty

Schiavazzi opina, sin embargo, que "Benedicto y Francisco están muy alejados, más de lo que uno podría percibir, en la idea de la Iglesia. Pero están cerca, más de lo que se podría concebir, en la idea del mundo". Ambos, dice, son "partidarios explícitos de la globalización, a la que consideran el instrumento a través del cual Dios unifica la familia humana, utilizando la palanca de la economía". En cuanto a la Iglesia, contra el enemigo común del relativismo, "Benedicto libra una batalla frontal y antibiótica. Francisco toma una pequeña dosis y adopta una estrategia que yo definiría, por tanto, homeopática", añade.

La huella de Francisco y los retos del futuro

El papado de Francisco ha estado marcado por varias guerras (una de ellas, la de Ucrania, en suelo europeo), tensiones entre distintos países, la vuelta de Donald Trump al Gobierno de Estados Unidos y el auge de la extrema derecha en distintos países del mundo. Estos y otros serán los retos a los que se enfrente el próximo sucesor de San Pedro, que llegará al poder tras un pontificado marcado por la notable presencia del papa argentino en el terreno internacional.

Mabille destaca tres ejes del papado de Francisco. Por un lado, una dimensión de "protesta", por haber denunciado un orden internacional que calificó de injusto; por otro, un aspecto "pacifista", por constante crítica a las guerras, así como a la disuasión nuclear y la posesión de armas nucleares. "Esto se aparta de la diplomacia tradicional de la Santa Sede en este tema", asegura el profesor, que subraya, por último, su papel como "mediador", por haberse "implicado personalmente en muchos conflictos y tensiones".

El papa Francisco saluda al imam de la mezquita central de Bangui (República Centroafricana), Nehedi Tidjani, el 30 de noviembre de 2015. AFP PHOTO / GIANLUIGI GUERCIA

El papa Francisco saluda al imam de la mezquita central de Bangui (República Centroafricana), Nehedi Tidjani. AFP PHOTO / GIANLUIGI GUERCIA AFP PHOTO / GIANLUIGI GUERCIA

Se pronunció, aunque sin demasiado éxito, sobre los conflictos en Ucrania y Gaza, pero también sobre Sudán del Sur o República Democrática del Congo, aunque su logro más señalado fue el deshielo entre Cuba y EE.UU. Francisco actuó como puente para que ambos alcanzaran un acuerdo que permitió un intercambio de prisioneros y el restablecimiento de sus relaciones diplomáticas. "Combinaba siempre la diplomacia de carácter oficial con un camino extraoficial", asegura Somiedo sobre esta y otras intervenciones en política exterior.

En un contexto de tensión internacional, los cardenales que se encierren en la Capilla Sixtina el miércoles quizás tengan en cuenta los retos geopolíticos que se abren paso. "Será fundamental qué posición adoptará el nuevo papa respecto al orden global", sostiene Kratochvíl, que al igual que Mabille, señala, entre otras cuestiones, algunas de las políticas de Trump. "La supresión de la USAID afecta a Iglesias locales en África y a ONG católicas", afirma el investigador francés, que menciona también los preacuerdos alcanzados con China para la designación de obispos.

"Independientemente de quién resulte elegido, tendrá la ardua tarea de mantener la posición de absoluta centralidad que Bergoglio alcanzó en la escena internacional, como demostró la cumbre —un G80 de 65 jefes de Estado y 15 jefes de Gobierno— que se reunieron para su funeral", concluye Schiavazzi.