Xavier Colás, excorresponsal en Rusia: "Putin me ha devuelto a la casilla de salida"
- Colás explica la visión que el dirigente tiene sobre el papel de Rusia en el tablero mundial
- "La guerra es una trituradora de mentes, y a eso le toca gestionarlo a la sociedad", señala
El periodista vuelve a sus inicios después de que el Kremlin le retirase el visado tras más de diez años en el territorio: "Un goteo bastante sutil que sirve como mensaje para los demás", tras la invasión rusa de Ucrania. Xavier Colás (Madrid, 1977) comenzó su carrera como periodista internacional escribiendo crónicas sobre Europa Central. Desde ahí movió ficha hacia Moscú, donde ejerció durante más de diez años como corresponsal para el diario El Mundo. En abril de 2024 el Kremlin le retiró el visado. A día de hoy prosigue el mismo camino como corresponsal sin tierra: lejos de la capital rusa y a medias entre Madrid y Vilna. Ironías de la vida, el presidente ruso, Vladímir Putin, le ha devuelto a la casilla de salida.
Colás define la labor del corresponsal como la de "intentar contar lo que no viene comprimido en un titular". El madrileño replica la idea de que los periodistas son los artífices del primer borrador de la historia. Al fin y al cabo, ante sus ojos, han sucedido momentos que hoy en día definen el orden multipolar actual: el enroque entre Putin y expresidente Dmitri Medvédev, las protestas del Maidán, la guerra del Donbás y la invasión de Ucrania.
La locura del Manicomio Z
Hoy Rusia vive atrapada en una paradoja. La confianza en Putin muestra una aparente desconexión de la realidad habitual en un espacio que apenas ha tenido contacto con la democracia. Durante el comienzo de la invasión, las calles de Moscú lucían con orgullo uno de los símbolos más emblemáticos de la propaganda del Kremlin: la letra Z.
Pero el "pacto tácito" entre Gobierno y pueblo empezó a perder fuerza cuando Putin llamó aparte de la población a las filas del ejército. El fervor patriótico fue desapareciendo, y la simbología bélica era solo visible en edificios gubernamentales. "La z individual desapareció. A la gente, de repente, no le hacía tanta gracia ir a la guerra", dice Colás.
A su vez, la omnipresente figura de Putin es vista por muchos jóvenes como la de un padre. Colás recuerda con gracia que, en las elecciones presidenciales de 2018, todos los periodistas acabaron haciendo el mismo reportaje: los nuevos votantes, que apenas alcanzaban la mayoría de edad, acudían a las urnas para elegir al mismo hombre que había gobernado desde que ellos nacieron.
“ La z individual desapareció. A la gente, de repente, no le hacía tanta gracia ir a la guerra“
En una charla universitaria en el Máster de Reporterismo Internacional, el periodista preguntó a las estudiantes si querrían ser en un futuro presidentas de Rusia. La respuesta fue unánime. No creían que una mujer fuese apta para el puesto. Las cualidades con las que describían al candidato ideal coincidían con la de los estudiantes masculinos. "No se dieron cuenta de que me acababan de describir a un hombre exactamente igual que Putin", analiza.
El 'homo putinis', herencia del 'homo sovieticus'
Putin empezó a conocer el mundo a través de novelas de espías y, a día de hoy, lo sigue entendiendo así. Por eso el mundo actual supone una amenaza tan grande para él: porque no lo entiende. Cegado por la nostalgia que le ha evocado siempre el espejismo de la grandeza rusa, la idea de Novorossiya ha vendido a los rusos una guerra que al mismo tiempo se les negaba.
Esta percepción casa con la idea antropológica del 'homo putinis', que sucede y exculpa al 'homo sovieticus' —término acuñado por el sociólogo ruso Aleksandr Zinóviev y citado por la periodista bielorrusa y premio Nobel de Literatura Svetlana Aleksiévich— atribuyendo todos sus problemas a Occidente y a fuerzas externas. El 'homo putinis' acepta sin rechistar las cruzadas del exdirigente del KGB contra un imaginario colectivo representado por la OTAN, la comunidad LGTBI, los cambios en las antiguas repúblicas soviéticas y el feminismo. Para el 'homo putinis', Rusia es una nación pura que no cederá ante el colapso moral que pretenden las nuevas fuerzas.
Por eso Rusia piensa que puede atacar Ucrania. Colás denomina "inocencia eterna" a la aureola de falsa inocencia que vivieron rusos y judíos tras la Segunda Guerra Mundial. Dice que esta idea les hace comportarse de una manera insolente en determinados ámbitos y ante determinados rivales: "Cuesta convencer a los rusos de que lo que están haciendo es fascista, porque ellos son el país eternamente antifascista".
Memorias de guerra
El perenne debate bélico no solo pasa por Moscú y la Unión Europea, que se debate sobre la necesidad de incrementar el gasto en Defensa tras el cambio de rumbo en la Casa Blanca. Colás lanza una pregunta incómoda a los estudiantes en el Instituto de RTVE: "¿Sería necesario restablecer el servicio militar obligatorio?". La opinión es casi unánime: esta debería ser la última opción. "Si el paradigma internacional lo requiere, tendremos que hacerlo", dice un estudiante. "Yo no voy a la guerra por los intereses de otros", responde su compañero.
Imagen de varios alumnos del máster atendiendo a la charla del periodista.
Colás también apunta a que el rechazo popular general a la militarización en España viene de una perspectiva que no tiene memorias de invasión, algo que no pasa en los países bálticos: "Allí el ejército no es visto como un problema, sino como una barrera de protección".
"La guerra es una trituradora de mentes, y a eso le toca gestionarlo a la sociedad". El periodista argumenta que, en el trasfondo de las guerras, hay muchos factores que pasan desapercibidos, como el estrés postraumático o, en otros casos, el trauma intergeneracional: "En Rusia se transmitió mucho los horrores de la Segunda Guerra Mundial y una posguerra muy difícil, y eso llevaba a una generación traumada no porque lo hubiese vivido, sino por lo que se les había transmitido. Las nuevas generaciones de rusos heredaron el conflicto sin haberla vivido", dice Colás.
“La guerra es una trituradora de mentes, y a eso le toca gestionarlo a la sociedad“
Pone de ejemplo a Estados Unidos, que dice tener una sociedad civil muy fuerte para aguantar las consecuencias de los conflictos. No como los rusos, que al ser una sociedad más fría en lo sentimental, provocó que "la nueva generación heredase la falta de amor, que no significa la ausencia total, pero sí que no era el amor suficiente que en el momento necesitaban".
Un país alucinante en manos de un presidente alucinado
La 'Pax Putiniana' es fruto del pasado. El régimen de Putin ya no pretende vender su imagen a un mundo que, desde la caída de la Unión Soviética en 1991, propició una confianza desmedida en el capitalismo como factor de cambio. Y los corresponsales lo sabían. Por ello, el Kremlin ha ido, poco a poco, endureciendo sus políticas de comunicación. "Un goteo bastante sutil que servía como mensaje para los demás", argumenta Colás.
Los periodistas extranjeros no pueden evitar el miedo a ser tomados como rehenes para futuros intercambios de prisioneros. Xavier Colás prefiere no hablar del tema, ya que al final se le estaría dando valor a una de las miles de formas de ambigüedad estratégica con las que trabaja Putin. Porque, al final, Rusia es eso: "Un país alucinante en manos de un presidente alucinado".
*Martín Jiménez-Zumalacárregui es alumno de Máster de Formación Permanente en Reporterismo Internacional de la Universidad de Alcalá de Henares y RTVE. Esther G. Pérez, redactora jefa de Sociedad, ha supervisado la elaboración completa de este texto.