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Ucrania, en guerra (XVI)

Yakovlivca, uno de los últimos pueblos habitados de Donetsk bajo control ucraniano: "Si llegan, definitivamente huiré"

  • En esta localidad cercana a Lugansk solo queda un tercio del millar de habitantes que vivía aquí antes del estallido del conflicto
  • La mayoría son ancianos o aquellas familias humildes que no pueden permitirse migrar: "Solo los estúpidos no tienen miedo"
  • Sigue en directo la guerra en Ucrania en RTVE.es

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Vivir durante ocho años a pocos metros de las bombas de Lugansk

Yuri se desvive por sus vecinos. Cada día toma la carretera que conecta con el frente de Lugansk para traer enseres básicos a su tienda. Es el único establecimiento que aún permanece abierto en Yakovlivca, uno de los últimos pueblos que aún controla el Ejército ucraniano a 15 kilómetros del frente de Lugansk.

Yuri tiene 52 años. Tiene mucho trabajo. Prepara un café tras otro para un grupo de soldados. El frente de combate está cerca y el incesante sonido de la artillería se escucha desde el interior. Esta es una de las últimas localidades que sigue habitada por civiles, ya que por lo general los pueblos en disputa están completamente militarizados.

Este vecino con una sudadera azul marino y con ojos cansados de haber dormido poco,  sale todos los días con su hijo para traer víveres para poder satisfacer las necesidades de la población local que se resiste a marchar. Siente la responsabilidad de hacerlo. “Aún me traen el pan, pero todo lo demás tengo que cogerlo de otras ciudades más grandes”, asegura.

La única tienda abierta en Yakovlivca

Yuri, propietario de la única tienda que permanece abierta en Yakovlivca, la última localidad habitada que permanece bajo control ucraniano en Lugansk PABLO TOSCO

Lamenta que la mayoría de las personas que quedan son ancianos o aquellas familias humildes que no pueden permitirse migrar. También, los hay que están convencidos de que, si no se posicionan, pueden vivir bajo la ocupación. Es difícil acostumbrarse a la guerra, pero en el Dombás la llevan sufriendo desde 2014. De hecho, ahora solo queda un tercio del millar de habitantes que vivía aquí antes del estallido del conflicto.

Los sonidos del conflicto

El sonido de la artillería y el motor de los vehículos de guerra se mezclan con el de las herramientas de los campesinos o el mugido de las vacas. Los oídos echan en falta el silencio que debiera reinar en una zona rural. Aquí se vive del campo y de las empresas metalúrgicas. En el horizonte, las columnas de humo hacen de cortina ante las nubes de primavera.

Yuri se queda pese a la amenaza: "¿Y quién alimentará a la gente? A la abuela, al abuelo..., ¿de dónde sacarán el pan?”, se pregunta mientras es consciente de que en cualquier momento pueden atacarles. Aunque ha decidido quedarse, no significa que no sienta miedo. "Solo los estúpidos no tienen miedo".

Solo los estúpidos no tienen miedo

Su única esperanza es que el Eército ucraniano resista. Además, se sienten protegidos por el río que cerca la ciudad. El Ejército ruso cada día construye puentes para poder avanzar por tierra, pero son contratacados por las fuerzas armadas ucranianas.

El recrudecimiento del conflicto en los últimos tres meses le ha hecho cambiar la ruta para conseguir sus productos, antes todo le llegaba por la ruta de Jarkóv, sin embargo, ahora trata de transportar la mercancía desde Dnipro. “Hay puestos de control en todas partes y logísticamente es difícil traer la mercancía”, concluye.

La vida de en esta aldea se para más allá de la tienda. Fuera de ahí, solo se ve a quien sale para algún recado, pero enseguida vuelven a contener el aliento refugiándose en sus casas. Llama la atención la relativa tranquilidad con la que Vitali fuma delante de la puerta de su casa. Tiene la mirada perdida en el horizonte. Las nubes de humo no paran de aparecer. "Hoy, media hora antes de que vinierais, han caído ocho cohetes", nos cuenta. Vuelve a dar una calada al cigarro. Lleva un pantalón corto y una camiseta de manga corta. La primavera le permite, por lo menos, disfrutar del sol.

A su alrededor se ve a un par de personas trabajando en el campo. "Yo perdí mi trabajo en una fábrica metalúrgica porque cerró,  de vez en cuando trabajo en una fábrica de muebles, pero casi siempre estoy en el huerto de mi casa", dice invitándonos a pasar. Cultiva patatas, lechugas, cebollas y fresas. Su mujer, Yulia, y sus dos hijas se entretienen en la huerta.

Vitali y su familia en Yakovlivca, Ucrania

Vitali junto a su mujer Yulia y sus hijas trabajan en el huerto de su casa en Yakovlivca, Ucrania PABLO TOSCO

Esta casa tiene el nombre de su abuela, con un patio convertido en huerto y una puerta azul que lleva al sótano y rompe la monotonía de la pared blanca de la fachada. El refugio tras la puerta azul es un lugar minúsculo, lúgubre y húmedo que les protege cuando se intensifican los sonidos de los bombardeos.

Dos meses en un sótano

Él, hasta 2014, vivía en Horlivska, actualmente controlada por Rusia. "Me refugié durante más dos meses en un sótano cuando comenzó la guerra hace ocho años", recuerda. Se detiene en contarnos cómo vivió bajo la ocupación: "Es un infierno". Recuerda que las condiciones de vida en aquel entonces también fueron muy duras: “No teníamos ni alimentos ni medicinas. Hubo muchos horrores; fui testigo de muchos de estos horrores”; resume. Tampoco había libertad de expresión. “Si llegan -los rusos-, definitivamente huiré”, explica. "La evacuación tampoco es fácil, las carreteras son peligrosas, podrían atacarnos con un cohete en cualquier momento” debido a la inestabilidad de toda esta zona, asegura.

Por eso ahora se niega a vivir bajo el control de las fuerzas de Moscú. “Voy a aguantar todo lo que pueda y si vienen me marcho con mi familia”, dice. Nos explica que teme por la salud mental de sus hijas, que ven como “caen los misiles y el daño que hacen”. "¿Qué puedo hacer yo? Nada está en mis manos”, lamenta. Por ahora, este joven de 33 años, padre de dos niñas, intentará no abandonar de nuevo su casa.

Vitali y su familia en Yakovlivca, Ucrania

Vitali vive con su mujer y sus dos hijos en la casa de su abuela en Yakovlivca, Urania PABLO TOSCO

Compara la situación con el conflicto que estalló en 2014 y la ve como un escenario bélico mucho activo y de mayor escala. Este viernes, los soldados de ucranianos expulsaron a las tropas rusas más allá del río Séverski Donets, que cruza el Donbás y que es clave para el control de las regiones de todo el este del país, incluido Járkov. Allí centran sus esfuerzos ofensivos en lograr el control total de poblaciones como Rubizhne, en la provincia de Lugansk, y han destruido el puente que la comunica con Sievierodonetsk para entorpecer los movimientos de las tropas de Ucrania, según las agencias ucranianas. Además, este territorio cuenta también con autoridades prorrusas tras haberse declarado unilateralmente como república independiente.

El Ejército ucraniano asegura que en Lugansk los rusos abrieron fuego este jueves hasta en 31 ocasiones. Las agencias locales informan de que "en los frentes de Lugansk y en Donetsk, los ucranianos han rechazado un total de 18 ataques enemigos en las últimas 24 horas", lo que da una idea de la intensidad que está tomando la ofensiva rusa.

Por la tarde posa un atardecer contaminado por la guerra. Ha llegado la hora de guardarse en los sótanos, la noche siempre es más dura. Un campesino recoge su material, dos vecinos vuelven en bicicleta a sus casas, pasa un rebaño de vacas con un pastor en moto y, al poco, varios vehículos blindados que van hacía el frente. Yulia coge en brazos a su hija y la agarra fuerte, mientras observa perpleja un desfile de tanques. Al rato cierra la puerta con un gesto de resignación de quienes han normalizado la cotidianidad de la guerra.

En Yakovlivka llevan muchos días viendo cómo los cohetes sobrevuelan sobre su cielo. Esquivar los ataques se ha convertido en su única misión, aunque nada está en sus manos. A escasos kilómetros del frente de batalla, sobrevivir es una cuestión de suerte.